“El mundo enfrenta dos problemas de energía distintos; la seguridad energética y las emisiones de efecto de invernadero”, sostiene Steve Koonin, físico de Caltech y MIT, actual Científico en Jefe de British Petroleum. Para resolverlos -agregó- hay dos palancas: la tecnología y las políticas públicas. En el área de transportes, la mejor opción es el biocombustible. Otra buena alternativa son los transportes híbridos eléctricos. Con respecto a la producción de energía para el consumo en casas, industrias y edificios, en términos de seguridad energética y limpieza, hay tres buenas opciones: la energía eólica, la energía nuclear y la energía producida por hidrógeno. Todas estas tecnologías existen; adoptarlas es cuestión de voluntad política. Según Koonin, en las próximas décadas Estados Unidos podría producir el 20% de su energía a través del viento.
En un número reciente sobre “el futuro de la energía”, The Economist llega a conclusiones similares: la reconversión está más cerca de lo que creemos. Desde hace 200 años -refiere el semanario- la humanidad depende de los combustibles fósiles. Cambiar esta situación parece imposible hasta de imaginar, pero es factible. Sobran los incentivos geopolíticos, económicos, ambientales. Y el cambio está en marcha: los precios de las energías limpias están disminuyendo (sobre todo los de la energía eólica) y se hacen cada día más baratos en comparación a los altos costos del petróleo y el gas. The Economist pone tanto énfasis en la energía eólica, que ilustra su número con molinos. La capacidad mundial eólica está creciendo 30% al año y compañías como General Electric están haciendo sus planes de negocios sobre estimaciones optimistas en esta fuente de energía. Algunos creen que la energía alternativa tendrá un boom más grande que el de las tecnologías de la información.
A partir de estos datos nada halagüeños para el petróleo, el sentido común diría que México no puede perder tiempo en desarrollar los depósitos en aguas profundas, menos aún ante el decrecimiento inevitable de Cantarell y la perspectiva de que Estados Unidos explote intensivamente la zona, como ha advertido el candidato McCain. En cuanto a la energía eólica, el sentido común recomendaría su desarrollo inmediato e intensivo, no sólo en ciudades como Pachuca (“la bella airosa”) sino en todo el país, en particular en las zonas de mayor pobreza.
Pero México no es el país del sentido común. Por eso no veo en nuestro futuro la modernización del sector energético sino la profundización, o al menos el predominio, del estatismo nacionalista. La crisis nos alcanzará en unos cuantos años y hasta un eventual gobierno perredista se verá con las arcas vacías, pero mientras tanto los obispos del culto nacionalista seguirán emitiendo cartas pastorales condenando a los herejes que pretendan modificar una letra del texto sagrado. Y los funcionarios y los ideólogos del aparato estatal seguirán predicando (hasta con buena fe) que corresponde al Estado, y sólo al Estado, la facultad de explotar integralmente la riqueza del subsuelo, no sólo porque la inamovible Carta Magna lo dice, sino porque el Estado (que idealmente es de todos, aunque en la práctica es propiedad de unos cuantos) puede hacerlo, debe hacerlo, sabe cómo hacerlo y sólo necesita con qué hacerlo.
Por ello, el siguiente asalto contra el sentido común debería ser la expropiación del viento. Y hay indicios de que ya está ocurriendo. A diferencia de Alemania, España o Estados Unidos que generan respectivamente el 16, 8 y 5% de su electricidad a través del viento, México no alcanza a generar ni el 1% por ese medio. Para aprovechar la oportunidad, algunas empresas extranjeras (en particular españolas) han invertido en la región del Istmo, considerada como uno de los mejores corredores de viento del mundo. Los proyectos se han interrumpido por problemas técnicos y por la oposición de los comuneros que, en pleno derecho, se niegan a la venta de sus tierras o reclaman un precio justo. Ambos obstáculos prácticos podrían remontarse, pero la suerte final de estos proyectos quedará en manos de nuestros políticos ideologizados. Y a ellos no les ha pasado desapercibida la evidente relación de esas empresas con la genealogía de Hernán Cortés y Francisco Franco. Tarde o temprano las empresas se irán del país y el viento será plenamente nuestro.
A pesar de su infinita clarividencia, nuestros padres constituyentes no incluyeron al viento en el artículo 27. El error puede enmendarse. Hay razones históricas de sobra. A diferencia del petróleo, cuya prosapia divina es, digamos, reciente, el viento en México tiene un antiguo linaje teológico. Para los aztecas, el chapopotli era sólo una “especie de betún oloroso que se usaba como incienso; las mujeres se lavaban los dientes con él”. Según Sahagún, “se le mezclaba con tabaco y con la goma de mascar”. En cambio Ehécatl era una divinidad, asimilada en ocasiones a Quetzalcóatl y a Tezcatlipoca. Por todas esas razones orgullosamente mexicanas (y por tanto míticas y contrarias al sentido común), la empresa estatal que explotaría nuestros vientos (dotada de edificio, burocracia, sindicato, monumento) podría llamarse Vientos Ehécatl Mexicanos: Vemex. Su lema: “El viento es de donde sopla”.
– Enrique Krauze
Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clío.