HOTEL NOYOLOTZIN (zweig und kapput)
Alguna temporada en el invierno de mi treintena viví en una camioneta azul Suburban ochentera, medio chueca, que Simón Velásquez (mi casero), todavía usa para bien trasladar a su equipo de electricistas, pintores, carpinteros, soldadores; él mismo la bautizó como el Hotel Noyolotzin. Queda claro que después de mi diz’que jale en La Maraka me refugiaba allí con mis tacos (“de cochinada”) de Don Beto El Desvelado (cf. Av. Vértiz casi esq. Eje 5) o fast con una sopa Maruchan, mi caguama Indio (el OXXO, orgullosamente regio, no sacaba aún la León) y a la luz mercurial o pública leía el libro en regla, el periódico de ayer o garabateaba alguna imagen estridentista.
Fue allí donde me volví a encontrar con la Juana de Octavio y recordar el hallazgo sonoro (al releerlo una y otra vez indistintamente me sonaba raro) de una errata matemática del poeta al hacer cuentas comparativas del sueldo que ganaba en su retiro peninsular el misógino verdugo de Juana Inés y el del Virrey en turno. No tengo el libro a la mano, cito de memoria. Pero para los curiosos más clavados, el lapsus numérico se encuentra entre la página noventa y cien, de la edición del FCE.
Cuando sucedió la exhumación estaba viviendo en mi azotea preferida de la Narvarte Oriente, hace exactamente diez años. Alexis Covacevich (galerista, rockero, flamente director artístico de la legendaria telenovela para pazguatos postwintorres: RBD), me había prestado la primera edición de Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe (Seix Barral Editores, España, 1983) y al llegar casi al final de la página desafinada me tropecé con una ligera ecuación que no le cuadraba a mis oídos y que no pude escuchar durante la primera lectura del libro (tanta luz me tenía encandilado), otros trece años atrás.
El caso es que ninguno de sus editores se ha atrevido a corregirlo, o no ha reparado en su dividendo, o los números (como suele suceder), se les enredan en las manos. Estoy seguro de que a Octavio le hubiera encantado que alguno se lo señalara. Lo digo por la experiencia.
O que alguien lo estuviera sopesando (sopesar: levantar una cosa para calcular su peso) en la obscuridad (en la obscuridad como hasta ahora sus editores, incluyendo multiplicadas traducciones), en una vieja Suburban que se encuentra en la esquina noreste de La Maraka, sobre el Callejón de Xoco, y que alguna vez fue conocida como el Hotel Noyolotzin.
Simón dice.
– Samuel Noyola