5 de junio. Una selección de páginas de diario, inéditas. Unos quince mil caracteres, incluidos los espacios. Las pausas cuentan, determinan la relativa identidad de las palabras, una identidad (significado) alterada por el lugar que ocupan en la frase. ¿Como las secuencias de bases en el adn (acgt)? Combinaciones, alteraciones, identidad. Los primeros diarios, de niñez o adolescencia, marcados por el enigma del qué y quién soy. Torrencialidad de asociaciones o pausas signadas por la angustia. Dije que enviaría esas páginas para Letras Libres, pero acabo de publicar Estación de cercanías. Diario 2012-2014 (Ed. Fórcola), y no he vuelto a escribir nada en ese género. No habrá selección sino que será como escribir directamente sobre las páginas de la revista. Diario jazz. Exposición por acercamiento a la frontera.
Los teléfonos móviles han inventado, entre otras cosas, una suerte de diarios hablados, debido a que la gente narra sus pequeños movimientos cotidianos. Voy ahora mismo en el tren Madrid-Lleida y ya he oído varias narraciones relativas a la salida del tren y otras anécdotas intrascendentes. No es el diario de Samuel Pepys, es la banalidad socializada. Los sofisticados y polimorfos medios de comunicación actuales, al alcance de cualquier occidental, tienden a abolir los espacios vacíos, los entres, las pausas, arrasados por la comunicación convertida en lo Necesario. Es, en parte, una nueva tiranía de perfil adolescente: la necesidad comunicativa de corriente continua, hiperreal, apoyada en sí misma, en su propio movimiento a cuyo fin (la pausa) se revela la futilidad y la nada. No la nada con la cual debemos jugarnos nuestra existencia, sino la nada que, sin saberlo, creamos. Una nada suscitada por el ruido. Necesitamos una ética del habla, de la comunicación. Los espacios vacíos cuentan.
Humildad del diario: el acento puesto en “esto”, en “ahora”. Su orgullo: dotar a este ahora de una cierta vitalidad, capaz de perseverar (en el lector) mañana. Un diario es un testimonio, de los movimientos del yo, de los acontecimientos de una guerra, de un hecho político, social, familiar. En cualquiera de los casos, el diario está medido por la crónica, por la inclinación hacia el acento temporal. Todo diario se compadece con lo que pasa, es su reino y su miseria.
7 de junio. Recoger un premio, en muchas ocasiones, es asistir a una acumulación de malentendidos. Hay alguien que de verdad se ha leído la obra; otros que, por azares del procedimiento, se ven arrastrados en la votación. Autoridades que aplauden lo aplaudido, que se aplauden al aplaudir, con la mejor, sin duda, de las intenciones; periodistas que hacen maravillosas preguntas peregrinas. Y, fielmente, el autor, ayudado por el vino del lugar, acaba dudando en voz alta, para desconcierto de los asistentes, de la mayor parte de los literatos.
¿Por qué se inicia un diario? Hay razones psicológicas, profesionales, literarias incluso, pero tienen poco que ver con lo que lleva a escribir una novela. No se trata de inventar o de inventarnos. Julien Green comienza su valioso diario, el 9 de abril de 1926, así: “Este día que me parece sin interés hoy me parecerá muy distinto, en uno o dos años, cuando yo relea esta página.” Casi veinte años después lo cierra como si aún estuviera respondiendo a lo mismo: “La visión de una gota de agua sobre un hilo de hierro me hace pensar sin fin y sin ninguna razón en mi infancia, en el mundo, en no sé qué. Así me ocurre con muchas de las cosas que veo y que son punto de partida” (Oeuvres Complètes, vol. iv).
9 de junio. En el aeropuerto de Barajas. He llegado con mucha antelación y decido tomarme un bocadillo con un botellín de cava, bien frío. En el restaurante observo a una pareja, un poco oculta. Ella es una joven de actitudes muy cariñosas, diría incluso que sensibles. Puede que tenga unos treinta años. Él, un hombre gordo, calvo, con pantalones cortos. Calculo que tendrá unos sesenta y cinco años. Sus movimientos son lentos, de alguien muy tranquilo. Parece sentado sobre su propio cuerpo. Ella está girada hacia él y le hace carantoñas, como seducida, enamorada, apoyando la cabeza de vez en cuando sobre su hombro. En un momento dado, él coge la mano de su compañera y traza con el índice gordezuelo líneas sobre su palma, y ella parece encantada, expectante. Lee la mano. ¿Le habla de ella o de ellos? Por sus movimientos, yo diría que él es melancólico; ella, soñadora y entusiasta. Creo que se conocen de hace poco. Finalmente se levantan, cogen sus bolsas y maletas y se dirigen hacia donde yo estoy, a unos veinte metros de su mesa. Al pasar junto a mí observo que ella tiene unos cincuenta años, quizás algo más. Ah, caramba, ¿desde cuándo no me reviso la vista? ¿Y por qué solo acerté en la edad de él? ¿De cuántas experiencias no podríamos decir lo mismo? Cambiar de gafas, cambiar de opiniones, de juicios, de prejuicios, de hábitos perceptivos.
11.582 m de altura. Velocidad: 859 km/h. Difícil acostumbrarse al espectáculo de estar por encima de un archipiélago de nubes, blancas, con un azul mar de fondo, el Atlántico. Impactante pensar que el hombre, hasta hace poco más de cien años, no se había separado de la tierra jamás. Ahora volamos subidos a algo, o con algo, avión o ala delta. O los cohetes espaciales. Ver la tierra redonda desde el espacio. Todo tiene más sentido en esta diáfana correspondencia a fuerza de olvidar todo lo demás.
Miami, 12 de junio. Presentación hoy, en el Centro español, del dosier de Cuadernos sobre la cultura cubana en Miami, con el poeta Orlando González Esteva y Gerardo Fe. Orlando, viejo amigo, llegó a Miami con sus padres a los doce años, y lleva cincuenta años aquí. Gerardo Fe, nacido en 1971, narrador y ensayista, salió de Cuba hace cinco años, primero vivió en Ecuador y desde hace dos años vive en Miami. Orlando perdió su infancia, dejada en la isla, aislada por la Historia. Ya solo acudiría a Cuba y a su infancia a través de la poesía y de la música. Gerardo ha crecido y se ha formado con la política de la dictadura castrista, con padres que han creído y creen en la “revolución”, y él es un disidente que no cesa de explorar y espiar lo que el totalitarismo revolucionario ha inculcado a tantos, la palabra traición. Hablamos sobre la estigmatización del exilio cubano en Miami, cerca de Cuba, en una zona turística y siendo el país capitalista por antonomasia (pero también el país democrático más viejo). Siempre, ante los ritos ideológicos de la izquierda marxista latinoamericana y europea, se ha tenido que hacer perdonar su exilio (esa ha sido la exigencia), y a muchos de ellos no se les ha perdonado que sean conservadores, como si la democracia no fuera la posibilidad de la variedad ideológica bajo el amparo y el respeto de la constitucionalidad democrática. Así que reconocer que los cubanos residentes en Miami han huido de una Cuba en la que no podían vivir, en la que no se podían expresar o actuar como cualquier ciudadano libre, es un acto de justicia.
13 de junio. Una dictadura que ha durado tantos años como la castrista produce en el exilio, que ha sido enorme, en los que aún sobreviven, la imposibilidad de volver. No hay tal lugar. El país ha cambiado, en parte está envilecido, y la mayor parte del exilio ha envejecido. ¿A dónde volver? Muchos que han vivido dentro de la isla en alguna medida se hicieron pícaros para sobrevivir, delataron obligados por la estructura cerrada del comunismo, se acostumbraron a engañar porque, aunque muchos defendían la revolución, la sabían ilegítima, viciada en su origen, negadora de los beneficios elementales y de la mínima transparencia. De ahí que engañar al régimen haya sido lo más normal debido a que se hace en defensa propia. Por otro lado, ¿cómo no ver que los exiliados viven mejor que ellos? ¿Por dónde salir? Solo el olvido y la huida hacia adelante. ¿Pesimismo? Tal vez, pero es que no es posible la restitución. Solo es posible la adaptación y la invención desde lo que hay: una reinvención de la ciudadanía cubana, cuyo imaginario ya comienza a formarse en algunos novelistas y poetas. No niego que la visión histórica y el análisis de lo ocurrido sean inexcusables: no se puede ignorar el pasado. Tal vez esa sea la única modificación del mismo, porque el exilio lleva consigo la imposibilidad de volver al lugar. No existe.
15 de junio. “Observar es buscar diferencias entre cosas similares. Comprender es encontrar similitudes entre cosas diferentes” (Jorge Wagensberg). Este adagio no solo vale para el filósofo y para el científico sino que es altamente aprovechable para el viajero, y es un desafío mayor para el turista, que suele encontrar demasiados parecidos en lo que ve, y demasiada diferencias cuando compara.
16 de junio. El sentimiento de que es demasiado tarde es real pero carece de verdad, salvo si pensamos que es demasiado tarde desde el principio. Y sin embargo…
Para lo que siempre es tarde es para lo completo, para la totalidad. Un diario es, entre otras cosas, la huella de lo fragmentario, de lo parcial, trozos, como pasos por un camino cuya dirección se presenta, incluso cuando se nos muestra terminado, enigmática.
“La vida buena –escribe Bertrand Russell– está inspirada por el amor y guiada por el conocimiento.” Habría que añadir que ese conocimiento lo ha de ser también de nuestros afectos, de nuestra sensibilidad, sin lo cual el amor carece de formas y el conocimiento es solo ciencia. Tropiezo con otra frase suya con la que concuerdo absolutamente: “No me gusta la palabra absoluto. No creo que haya nada absoluto.”
Planeta es palabra que viene del griego y significa vagabundo o errante, algo que no deberíamos olvidar. Al mismo tiempo, pensaban que las estrellas estaban fijas en el cielo, tal vez imagen de una eternidad inmóvil.
Se habla mucho de mundos virtuales como si fuera una novedad, pero en realidad el mundo como virtualidad está vinculado a nuestra supervivencia como especie y al desarrollo de nuestra evolución. Somos seres mediados por lo imaginario. Incluso un diario es una suerte de metáfora del tiempo como cronología y como kairós.
¿Qué es lo que realmente importa? Que haya alguien del otro lado.
30 de junio. Camino de Moscú (por el aire). Hoy es el aniversario de Boris Pasternak. Y ayer falleció Primakov, sin duda en otro orden histórico. Pasternak escribió una de las más bellas –con imperfecciones y todo– novelas de amor del siglo xx. Siempre que pienso en El doctor Zhivago, veo algunas imágenes del filme de David Lean, esa luz de los Urales, que en realidad es de Soria.
3 de julio. Estuve en la casa de Tolstói, en Moscú (él la había abandonado hace tiempo, incluso huyendo, no de esta sino de la casa de campo en Yásnaia Poliana): recorrí todos los cuartos de la planta baja, y de la primera planta, el jardín, y observé su mesa de trabajo con algún temblor. Desde la puerta (no se puede pasar) alargué la mano hacia la mesa, en un rito evocador de inspiración, tantálico. Sonó la alarma, como si la musa se hubiera escandalizado. Tatiana Pigariova, Ariadna de muchos laberintos, me hizo una foto en el quicio de la puerta de entrada a ese cuarto de trabajo en el que la historia, la ficción y la moral (en realidad todo esto, para ser, ha de ser imaginario) mantuvieron batallas memorables. Recordé la visita, hace ya muchos años, a la casa de Goethe en Weimar, y sobre todo a su estudio, en la planta baja, también dando al jardín posterior de la casa, y la emoción cuando alguien me dijo, señalando un mueble, que allí guardaba Goethe el Fausto. Mis astros fijos en un planeta errante. Hace casi cuarenta años, yendo en barco desde el Pireo a Barcelona, una mañana, echado sobre la borda, miraba una isla a la que no íbamos a desembarcar sino de la que pronto nos alejaríamos. Un oficial, como si hubiera adivinado algo, me dijo señalándola: Ítaca. No hay forma de llegar, todo fluye entre fragmentos.
5 de julio. En 1605 Cervantes dio a la imprenta la primera parte del Quijote. En 1615 completó la obra, lo que supondría la revolución de la novela moderna. Einstein teorizó la relatividad especial en 1905 y propuso la teoría general de la relatividad en 1915. La primera teoría supone la idea de que el mundo físico no depende de la velocidad de un observador (además de otras apuestas). Para Cervantes, en su barroco Quijote, el mundo no puede depender de la subjetividad de su libresco personaje. Pero tampoco Sancho tiene del todo la razón: la resistencia de la realidad. La obra de Cervantes es un continuado careo –del humor al drama– con lo real. La novela tiene por fin la experiencia de la lectura: es un conocimiento estético y el proceso radical es la vivencia individual, pero no solo de un individuo. La obra del científico trata de disminuir al máximo la dimensión de experiencia subjetiva en beneficio de la objetividad (aquello que, con elementos iguales, es lo mismo para todos). La obra de Cervantes, y toda obra de arte, es una tensión, nunca resuelta del todo, entre la experiencia estética y sus significados, que luchan en todo lector activo, verdadero teatro del mundo. La teoría de Einstein es comprobable (Arthur Eddington en 1919): el Quijote tiene algo de cuántico, pero en el mundo de las grandes proporciones: cada vez que nos parece atrapar su significado, se nos escapa. Su mundo es una perpetua oscilación, la marea de la vida que solo es susceptible de ser acogida, en su paradoja, con una sonrisa de reconciliación. ~
(Marbella, 1956) es poeta, crítico literario y director de Cuadernos hispanoamericanos. Su libro más reciente es Octavio Paz. Un camino de convergencias (Fórcola, 2020)