En 1997 Brad Mehldau estaba luchando contra una adicción a la heroína que lo había dañado no solo física sino también creativamente. Y entonces, contra todos los pronósticos, creó una obra que le permitió entrar a la gloria mundial de la historia del jazz: The art of the trio, volume 2: Live at the Village Vanguard. Seis standards fueron suficientes para ser incluido en The Penguin Jazz Guide y encumbrado como la siguiente gran figura del piano.
No fue un asunto menor, el pianista tenía años trabajando sobre un estilo propio que no pudiera ser confundido con ninguno de sus predecesores. En muchas ocasiones los especialistas afirmaban que su forma de tocar era una clara repetición de lo que Bill Evans había logrado. Mehldau lo negó más de una vez, actitud que le acarreó distintas críticas sobre su soberbia y autocondescendencia. Era el pianista joven que parecía despreciar la herencia y la tradición jazzística. Pero la tradición está ahí para ser destruida, sin duda. Y Mehldau lo entendió correctamente al combinar en un disco una pieza de Coltrane junto a una de Henry Mancini, o una de Monk a un lado de una canción pop de Cole Porter.
Sin caer en los estereotipos que cada una de las piezas contiene en sí misma, el pianista atacó las melodías con ligeras distorsiones, detalles que van rompiendo lo que un escucha tradicional esperaría para luego sorprender con solos que buscan profundamente en las armonías, descubriendo distintos grados de sentidos tanto a una pieza pop como a un bebop. Algo que muchos logran después de una larga carrera en intensa búsqueda, Mehldau lo consiguió a los veintisiete años.
Para alcanzar ese nivel, convirtió su técnica en una vorágine de creatividad y virtuosismo, recreando y adaptando las formas de Brahms con la habilidad de tocar dos melodías al mismo tiempo con ambas manos incluso en distintos compases. También le sirvió trabajar por tiempo prolongado con los otros dos músicos de su trío, a fin de crear una interacción orgánica afortunada: el bajista Larry Grenadier, con quien inició su relación musical en 1995, y el baterista Jorge Rossy (quien en el 2005 fue sustituido por Jeff Ballard).
The art of the trio, la serie que grabó con ellos, se convirtió en un referente de cómo un solista puede integrarse con sus acompañantes sin sobresalir en exceso. Esto contradice las afirmaciones que acusan a Mehldau de soberbio y egocéntrico. También es, sin duda, un nombre atractivo que se ha convertido en una marca reconocible.
Mientras Mehldau grababa su primer disco como solista en 1995, Mark Guiliana quería ser un deportista y se dedicaba a perder el tiempo como cualquier adolescente. Diez años menor que el pianista, Guiliana no tenía ningún ejemplo musical a su alrededor. Escuchaba el rock que un típico adolescente de Nueva Jersey tenía al alcance en esos años: Red Hot Chili Peppers y Nirvana. Un día observó a su primo tocando la batería y se puso a jugar con ella. No era nada serio pero sus padres decidieron regalarle en la navidad del 95 unas clases de ese instrumento. Todo continuaba como un juego hasta que intentó entrar al equipo de beisbol de su escuela. El horario de entrenamiento coincidía con el de las clases de batería. El entrenador le dio un ultimátum y Guiliana pensó: “Aquí vamos. Será la música.” Ni siquiera él lo podía creer, disfrutaba mucho más tocando en los distintos grupos de rock en los que participaba que pertenecer al equipo de beisbol estudiantil.
Lo lógico era que, habiendo comenzado Guiliana tarde en la música, no pudiera llegar más allá de las habilidades básicas que cualquier baterista debe tener. Pero el jazz poco a poco fue inoculándose en su vida. Primero escuchó a Buddy Rich, quien lo convenció de que la improvisación y la batería se pueden llevar mucho mejor de lo que parece. Después llegaron Tony Williams, Max Roach, Elvin Jones y la larga lista que atiborra la mente de miles de bateristas en el mundo. A esa lista se puede agregar ahora a Mark Guiliana, quien se ha convertido en una de las grandes promesas del jazz al demostrar que la batería todavía puede ser revolucionada.
La carrera de Guiliana lo ha llevado a tocar tanto con músicos consagrados como David Bowie como con exponentes del hip hop, el world music y el jazz contemporáneo. Fue precisamente en un disco grabado con el bajista Avishai Cohen, jazzero israelí especialista en el jazz fusión, que Mehldau escuchó al baterista y decidió que la originalidad de Guiliana era suficiente para buscarlo y montar un proyecto.
El pianista ha expresado su admiración hacia su compañero de fórmula: “Mark tiene su propio sonido, así de simple, en serio. Ya ha influenciado a un montón de bateristas y es un músico muy empático y un cuidadoso escucha. Realmente sabe improvisar. Todas esas características son agradables para mí, por supuesto.”
Los dos músicos se encontraron en la carretera en 2007, comenzaron a improvisar en vivo en una suerte de laboratorio sonoro, y seis años después comenzaron a tocar como Mehliana. Lamentablemente, en ese momento el sonido que crearon no dio los resultados esperados. El crítico John Kelman afirmó, después de escucharlos, que el sonido era flojo e incompleto. Se notaba que las habilidades del pianista en su trío acústico no lograban extenderse al sonido electrónico. Pero las primeras impresiones también pueden estar equivocadas y el debut discográfico del dúo dejó atrás las dudas respecto a la imaginación y la exploración sonora del grupo.
Cuando los músicos graban nuevos discos no tienen más opción que enseñarnos la evolución de su sonido. Lo que se espera de ellos es un crecimiento, no solo en sus composiciones sino también en su virtuosismo. Por eso el jazz lleva ventaja frente a otros géneros, es una música que no miente, siempre muestra desnudo al músico. Por otro lado, permite la fusión con prácticamente todos los géneros y estilos musicales del mundo. No hay nada que no se pueda incorporar. Esto incluye lo que se escucha en Mehliana: Taming the dragon (Nonesuch Records, 2014): electrónico, funk, rock progresivo y otros elementos que nos develan hasta dónde pueden llegar dos de los músicos más innovadores del jazz contemporáneo.
Tres piezas, me parece, pueden definir el disco entero. Esto no significa que los 72 minutos no sean por completo una obra maestra y un nuevo camino para el sonido de ambos músicos. Pero estos tracks contienen en ellos mismos la raíz de todo el álbum: primero la pieza que abre, “Taming the dragon”, una combinación de sonidos ambientales con drum and bass alternados mientras una voz, tal vez la de Mehldau, cuenta un extraño sueño, una especie de viaje por Los Ángeles que termina en el autoconocimiento, una dualidad en cada uno de nosotros: “you’ve got this one part of you that watches out for you and keeps you steady, you’ve got this other part that’s raging and full of anger”. La mayor parte del disco transita por este camino: de la tranquilidad a la rabia en un segundo. Pero los músicos domaron al dragón, la tranquilidad jamás es aburrida y la rabia no es desbocada. Pocas veces el sonido de un sintetizador puede ser tan hermoso como lo es en “The dreamer”. Aquí el pianista nos revela parte de sus influencias. Es sencillo escuchar los restos de Yes y Pink Floyd pero potenciados por ese virtuosismo contenido, aquel que se olvida de impresionar únicamente al cerebro y se ocupa de las emociones. Una pieza en donde no solo existe Mehldau, sino que Guiliana participa más allá del ritmo añadiendo efectos de sonidos y percusiones electrónicas procesadas. Música que demuestra la compenetración de los dos solistas.
Y finalmente “Sassyassed Sassafrass” nos enseña otra parte del dragón domado, aquella más digerible y rítmica. El track es un funk que con lentitud se va poniendo un suéter de jazz. Una pieza que abre con un solo de Mehldau en el Fender Rhodes que es extendido al sintetizador y de regreso al Fender. De esta manera el sonido de la pieza está en constante tensión sin perder el golpe en el primer tiempo del compás tan característico del funk. Así es como se baila con jazz, porque esta música no es para solo sentarse y escuchar. Es para romper ataduras y escupir fuego de dragón a las tradiciones añejas que con frecuencia enmohecen la música. ~
(Torreón 1978) es escritor, profesor y periodista. Es autor de Con las piernas ligeramente separadas (Instituto Coahuilense de Cultura, 2005) y Polvo Rojo (Ficticia 2009)