México atraviesa un momento de aparente calma en lo que respecta a la pandemia de covid-19, pero basta con mirar un poco atrás para rememorar lo que fueron los meses más duros. El libro Pandemia: una mirada al frente, de la fotógrafa María Paula Martínez Jáuregui, es un recordatorio de eso. En entrevista, nos platica acerca de los orígenes de su libro, que empezó como un registro documental de las vivencias al interior de algunos hospitales y centros de salud de la Ciudad de México frente a esta crisis sanitaria. El resultado es un homenaje al personal hospitalario por todo el trabajo realizado.
¿Cómo surgió tu interés por hacer este registro de la pandemia?
El año pasado me habló la directora de Fotógrafos sin fronteras, una organización con la que he colaborado en varios proyectos desde 2017, y me dijo “estamos recopilando material de todos nuestros fotógrafos alrededor del mundo para ver qué han documentado de la pandemia en sus países, ¿tú qué has hecho?”. Entonces pensé, tengo un hermano infectólogo que trabaja en Nutrición [el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán], ¿qué estoy haciendo aquí? Y les presenté este proyecto y les encantó. Me dijeron “alguien tiene que venir a documentar lo que realmente está pasando”. De ahí entré a la Unidad Temporal covid-19 del Centro Citibanamex, luego al Hospital General Manuel Gea González, después al 1º de octubre, y al 20 de noviembre. Posteriormente pasé por el Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias (INER), Cancerología, el Hospital Juárez y el Instituto Nacional de Perinatología.
Así empezó este proyecto. No planeé que fuera un libro, pero de repente tuve tanto material que pensé que la gente lo tenía que ver.
¿Cómo fue la experiencia de fotografiar al interior de estos centros de salud? ¿Qué respuestas hubo por parte del personal médico y de los pacientes?
Empecé en los hospitales en mayo. La última foto la tomé en noviembre y vi una enorme evolución. Yo me centré en el cuerpo médico, más que en los pacientes. De hecho, en mis fotos siempre trataba de que el paciente tuviera la cara cubierta. Además, casi todos los pacientes están intubados, así que es difícil interactuar con ellos.
Al principio, los médicos estaban muy preocupados. En el INER me tocó fotografiar una intubación en urgencias, y un día me escribió la anestesióloga y me dijo “me acuerdo de ese día, que estabas ahí, pero lo que más recuerdo es que en la foto tengo un pedazo de piel descubierto; no me pegué bien el guante a la bata… y tuve mucho miedo de pensar que ya me había contagiado”. Luego todo eso se empezó a relajar. Varias cosas se fueron tranquilizando, la gente ya no tenía tanto miedo.
Cuando entré al Instituto Nacional de Perinatología, a finales de agosto, ahí sí estaban agotados, porque llevaban ya cuatro meses de trabajar sin parar. Me tocó ver a una enfermera en el piso, devastada, tratando de dormirse. Y muy poca gente llegó a decirme: “¿tú qué haces aquí?”. De todo el personal de salud recibí muy buena respuesta.
¿Te asignaban un lugar específico para tomar fotos?
Sí y además me ayudaban a vestirme con el equipo de protección. Al final, por ejemplo, en el INER me dejaban entrar sola a cualquier lado. En Citibanamex, donde los pacientes están –casi todos– despiertos, recuperándose, platiqué con la primera paciente que ingresó. Llorando me decía: “es lo peor que he sentido en mi vida, no se lo deseo a nadie, de verdad, cuídense los que están afuera, yo no creía en el covid y no me cuidé”.
También me acuerdo cuando entré, por primera vez, a las autopsias de cuerpos de personas que fallecieron por covid. Había gente que nunca había entrado a hacerlas, que ni siquiera trataba a los muertos directamente. Pero como se fue mucho personal del hospital que formaba parte de los grupos vulnerables, se quedaron los jóvenes, los residentes. El jefe del departamento de nefrología del INER me decía “estoy trabajando cinco veces más de lo que trabajo normalmente”, porque los pacientes en terapia intensiva empezaron a tener fallas renales, entonces tuvieron que ponerles hemodiálisis, y a cada rato tenían que ir.
El jefe de infectología del Gea me contaba que lo más fuerte que él vio fue una vez que llegó un niño que ya no podía respirar y la enfermera que estaba con él, con los lentes empañados y guantes, no podía manipularlo bien para reanimarlo, hasta que se quitó todo y lo reanimó, pero sí se infectó. Sobrevivió, y también el niño. Pero uno no se imagina todo lo que está pasando ahí dentro.
¿Hubo alguna restricción por parte de los familiares que sabían que ibas a entrar a tomar fotos?
En realidad nadie puede entrar a ver a los pacientes. Pero sí me tocó fotografiar video visitas, que son la única manera que los familiares de los pacientes intubados y sedados tienen de verlos. Y todos los pacientes que salen en mi libro me dieron su permiso. Me tocó ver gente muriéndose, gente despidiéndose de sus familiares. En el INER, por ejemplo, inventaron una cápsula de acrílico para ponerle al cuerpo encima y que los familiares pudieran entrar a despedirse.
También fotografié a una señora que fue a recoger a su esposo después de estar dos meses intubado en el INER. Esta fue de las escenas más conmovedoras. Cuando vio salir a su esposo no paraba de llorar de felicidad, luego se fueron de la mano todo el camino –él en silla de ruedas, ella caminando al lado; estaban muy agradecidos con los médicos. Y también lo estaba la gente que había perdido a un familiar.
¿Qué descubriste estando adentro de estos hospitales, acerca de la pandemia y de la atención médica que se está proporcionando?
Me tocó ver esta frustración de “estoy haciendo todo lo que sé, lo que puedo y no es suficiente”. Yo creo que estamos ante un sistema de salud bastante afectado, pero la verdad es que hicieron algo maravilloso con lo que tuvieron.
¿Cuál crees que sea el valor de la fotografía como registro documental, a diferencia de la fotografía como un medio para comunicar noticias?
La fotografía documental permite retomar un tema de hace muchos años y volverlo a retratar; es contar una historia, hacer un registro. Yo fui a hacer un registro, más que a informar a la gente. Me parecía importante que la narrativa solo fuera visual y que se incluyeran las entrevistas donde ellos, que lo han vivido desde dentro, nos cuenten, de viva voz, qué está pasando. Todas las entrevistas están transcritas de manera literal.
¿Cómo retratar el sufrimiento ajeno sin convertirlo en un objeto de consumo masivo? ¿Dónde está el valor y el significado de tomar este tipo de fotografías?
Retratar el sufrimiento ajeno es tremendo, porque como fotógrafa me cuesta mucho trabajo no involucrarme. Si te involucras, la foto toma una intención distinta a la que tiene que ser: simplemente, enseñar. Fue lo que traté de hacer en mi libro. Tienes que cuidar para qué usas las fotografías y qué camino pueden tomar. Nunca afectar al que está retratado, sino todo lo contrario.
Con mi trabajo, más que mostrar el sufrimiento ajeno, traté de que los pacientes quedaran fuera, porque estaba enfocado en el personal hospitalario. Sin embargo, para mí era muy importante enseñar la gravedad del asunto y resaltar el trabajo de estas personas.
Es muy diferente, por ejemplo, a las fotos que toma un doctor o una enfermera con su celular. Muchos de ellos tomaron fotos de los procedimientos para después usarlas como material didáctico y dar clases, y también para mostrar cómo se atendieron situaciones específicas sobre la pandemia. El registro desde el celular del personal médico que está ahí dentro tiene mucho valor (más ahora no dejan entrar a nadie a los hospitales). Y si lo quieres para sacarlo en una nota informativa que muestre los casos del día a día, genial. Pero, para algo histórico, creo que sirve tener un buen material, que dure y retrate lo que realmente está pasando.
Y ahí está la diferencia: ¿para qué lo estás haciendo?, ¿qué quieres lograr con tu trabajo? En mi caso, el libro cuenta una historia, tiene una narrativa visual, no son imágenes puestas al azar.
¿Cómo mantener la línea entre ser un testigo u observador de lo que está pasando y ser un protagonista?
Yo que fui un testigo, sin vivirlo en carne propia –porque ni soy doctora ni estuve enferma y ningún familiar mío, por suerte, llegó al hospital por covid– fue mucho más sencillo, por decirlo de alguna manera, ir y tomar fotos. Pero, por ejemplo, cuando me encontré al papá de un amigo que murió hospitalizado en el INER, ahí sí sentí pavor. Fue demasiado cercano a mí, como si de pronto estuviera involucrada de otra manera con esta pandemia, y con el trabajo que estaba haciendo. Y sí, cambió muchísimo.
¿Cuáles son tus expectativas para este libro?
Mi intención para este libro es que se convierta en un documento histórico. Yo quería sacarlo en 2020, pero estuvo muy bien que no saliera ese año porque estaba todo demasiado fresco, la gente ya no quería saber nada de covid. Pero ojalá mi libro adquiera fuerza con el tiempo y sea un registro objetivo de lo que pasó. Para que, en diez años, puedas contar “a mi me tocó vivir esto” y, si hay otra pandemia, se pueda hacer referencia a esta.
Todas las fotografías fueron tomadas del libro Pandemia: una mirada al frente , cortesía de María Paula Martínez Jáuregui.
es filósofa y coeditora digital de Letras Libres.