Hay autores que tienen la capacidad de transformar la propia realidad en una buena ficción. No es una tarea fácil, no basta con escribir lo vivido o pensado, con el valor para dejar por escrito lo que permanece en las sombras, lo que solamente una conoce antes de su escritura. No siempre se consigue hacer de la vida un relato. No siempre se tiene la lucidez para verse y escribirse a una misma como un personaje, con sus matices, contrariedades, debilidades, virtudes, alegrías y tristezas secretas. Como ya dijo Annie Ernaux acerca de la escritura autobiográfica, “lo que cuenta no es lo que sucede, es lo que se hace con lo que sucede”.
Fármaco, el nuevo libro de la escritora Almudena Sánchez (La acústica de los iglús), es una muestra de esa virtud de saber escribir la vida. Fármaco es, ante todo, una confesión: la revelación de la subjetividad de una mujer joven durante el tiempo que sufrió una depresión, de sus propios fantasmas y del mundo en el que vive. A través de una serie de relatos vinculados, la autora narra con dureza y sinceridad su intimidad a lo largo de ese tiempo sombrío; su visión de la vida y de la realidad desde la soledad con la enfermedad, desde un sentimiento de vacío persistente.
El final del primer relato ya es toda una declaración de lo que es el libro: “Este libro es para personas tristes con sentido del humor que alguna vez han notado cómo el cerebro se les marchaba, se les escapaba de las manos”. Con ello, también de la mirada de su autora. Sus palabras expresan la voz de una mujer que no ha perdido la capacidad de ironía a pesar –y quizá precisamente por ello– de todo el dolor que siente. Tampoco la perspicacia para escribir desde la cercanía de la vivencia, sin la distancia que confiere el paso del tiempo, o quizá lo que es más importante, sin aún poder escribir toda esa vivencia en pasado, su narración.
El resultado es una conjunción de fragmentos de vida escrita que consiguen llegar allí donde únicamente la ficción puede ir: desde los abismos del yo a los lugares más oscuros del alma humana. Por ello, el libro es, en segundo término, una ingeniosa construcción; sirviéndose de la imaginación y la realidad, a través de la narración de una parte de la vida de la propia escritora, de la asociación de vivencias, recuerdos, pensamientos, sentimientos, sensaciones, delirios, deseos, sueños y pesadillas, de sus pulsiones de vida y muerte, consigue adentrar al lector en ese punto de vista escrito, en la profundidad de las heridas de esa narradora-protagonista.
A través de su escritura honesta, una puede comprender que no se trata de uno de esos personajes tópicos que supuesta o aparentemente lo tienen todo para ser felices y a pesar de ello no lo consiguen. Sin autocompasión ni condescendencia, la voz narradora logra expresar lo que le está sucediendo en su interior: el sufrimiento de una enfermedad, su vivencia desde el cuerpo y desde la mente, su capacidad de alienar la persona que una es. El libro tiene también, por ello, cierta condición de elegía, de narración lírica de la propia muerte. En uno de los relatos de mayor viveza emocional, titulado “Hostal Sinatra”, la misma escritora cree despedirse de la vida, escribe su nota de suicidio en el bloc de notas del móvil. Empieza así: “Hay algo que no vuela en mí y por lo tanto, tampoco junto al mundo. La sombra de mi cerebro es más potente que su luz; un frío helador me atasca la cabeza. Vivo en el Ártico”. Es una carta tristísima y bella.
Pero Fármaco no es solamente una confidencia demoledora. De este libro también puede decirse que es un lúcido ejercicio de figuración de un espacio de la memoria sentimental. A través de la reconstrucción subjetiva de sus recuerdos, la autora escribe y se pregunta acerca de la formación de un carácter, del peso de la infancia en la adultez, de la presencia de los fantasmas del pasado en el presente, acerca de esa configuración misteriosa y repleta de azares que es la identidad. Con ello, también hay una voluntad de homenaje, de agradecimiento personal a los libros que la han acompañado a lo largo de los años, a los que debe su oficio de hoy, su deseo y lucha por ser escritora. En un pasaje lleno de humor negro dirá: “La lucha por escribir es siempre la misma: un pequeño temblor poético frente al gran filete de la realidad”.
Con todo, Fármaco termina siendo un relato complejo y agudo acerca del dolor y el placer por la vida, de la posibilidad de sufrir y también gozar, de vivir y al tiempo morir. Al final, hay cierta celebración de la vida. Pero incluso desde la oscuridad más profunda, la autora no niega la posibilidad de belleza en el mundo. Esa belleza reside también en su propia escritura.