Dos poemas

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Elogio de lo minúsculo

 

La atención es el principio de la devoción.

Mary Oliver

 

 

En la humedad de líquenes y helechos

habitan osos de agua tan pequeños

que escapan a la vista:

pandas transparentes de ocho patas,

invertebrados de paso tan lento

que apenas se desplazan por el mundo.

 

Cuando el agua se termina

la vida se desprende de ellos

en un estado de animación suspendida

que dura hasta que regresa la humedad.

 

Luego vuelven a moverse y parece

que nunca hubieran estado quietos.

 

Los tardígrados pueden sobrevivir

al vacío espacial, altísimas presiones

temperaturas extremas, radiación cósmica,

inmersión en alcohol puro.

 

Para resistir al estrés, se apropian

de genes ajenos, provechosos:

transferencia genética horizontal.

 

La bióloga italiana Tina Franceschi

rehidrató unos tardígrados que encontró

en la muestra de musgo de un museo

que llevaba seca ciento veinte años.

 

A los doce días, uno revivió.

 

Hay científicos rusos que aseguran

haber encontrado tardígrados vivos

en la cubierta de naves espaciales

recién llegadas del espacio exterior.

 

Lo minúsculo siempre se resiste.

 

Suenan a ficción las cosas pequeñas

pero pensándolo bien, no es extraño

que un oso de agua sea indestructible.

 

La creación del rinoceronte

El primero de mayo de 1513, el poderoso rey de Portugal, Manuel de Lisboa, trajo este animal vivo desde la India llamado rinoceronte. Ésta es una representación fiel del mismo. Es del tamaño de un elefante, pero tiene las piernas más cortas y es casi invulnerable. Tiene un cuerno fuerte y puntiagudo sobre el hocico, que afila en las rocas. Es del color de una tortuga manchada y está recubierto de gruesas escamas. El elefante tiene miedo del rinoceronte porque cuando se encuentran, el rinoceronte carga con la cabeza entre las patas delanteras del elefante y desgarra su estómago, sin que pueda defenderse. El rinoceronte es rápido, impetuoso y astuto. Está tan bien armado que el elefante no puede dañarle.

 

1.

 

Dicen que Durero era capaz de caminar durante días para ver una morsa y que se pasaba tardes enteras persiguiendo una liebre o mirando a una ardilla comer bellotas.

 

Cuando supo que había una ballena varada en las costas de Dinamarca, corrió a verla.

 

En el camino le dio malaria.

Nunca se repuso por completo.

 

 

2.

 

En 1515, un sultán envió al rey de Portugal un rinoceronte como regalo.

 

Era el primero que llegaba a Europa desde la caída de Roma, así que a los pocos meses ya tenía su canto de victoria y un lugar debajo de la palmera, a la izquierda del Padre, en la Creación de los animales de Rafael.

 

Durero nunca vio al rinoceronte, supo de él por descripciones

de un amigo pintor del que no se conserva el nombre.

 

Por eso lo convirtió en un animal tan grande que se desborda del papel,

un caballero cubierto de placas sobrepuestas, de verrugas o escamas remachadas,

un gigante con silla de montar y un cuerno extra en el lomo, por si acaso.

 

Quizá la piel rocosa se debe a la dermatitis que el rinoceronte sufría tras cuatro meses de viaje entre India y Portugal o a la armadura que llevaba puesta cuando el Rey Manuel I lo puso a pelear con un elefante para comprobar que eran grandes enemigos.

 

Dicen que se miraron a los ojos un momento antes de darse la media vuelta.

 

Así como los pantalones que llevamos puestos

toman con los días la forma de nuestras piernas,

el rinoceronte imaginario adquirió con el tiempo

los ángulos de metal que Durero dibujó en él.

 

Ésa fue la imagen que apareció durante años en la cabeza de cualquier europeo que pensara en un rinoceronte.

 

 

3.

 

Tiempo después, el rey le mandó el rinoceronte al papa León X,

pero el rinoceronte nunca llegó a Roma: su barco naufragó cerca de Marsella

y los grilletes que lo mantenían fijo le impidieron nadar hasta la orilla.

 

Cuando recuperaron su cadáver, lo rellenaron de paja como si nada.

 

 

4.

 

Hay sultanes indios que regalan rinocerontes,

reyes que los enfrentan a falsos enemigos

y papas que esperan cargamentos vivos en el puerto.

 

Hay pintores que llevan rinocerontes en la mente

y rinocerontes que habitan los límites de lo real

como fantasmas que dejaron algo pendiente.

 

Hasta los animales enjaulados

o atados con grilletes a la cubierta de algún barco

son más libres que nosotros,

que vivimos atados a lo que no podemos ver.

 

Por eso la ficción es un problema

un mal hábito que hay que sacudirse:

porque pone distancia entre la carne y su retrato.

 

Las cosas son sencillas para un rinoceronte

que sabe ejercer su oficio de rinoceronte.

 

Un rinoceronte no necesita tinta ni armaduras.

Un rinoceronte existe al margen de todo esto.

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(Ciudad de México, 1984). Estudió Ciencia Política en el ITAM y Filosofía en la New School for Social Research, en Nueva York. Es cofundadora de Ediciones Antílope y autora de los libros Las noches son así (Broken English, 2018), Alberca vacía (Argonáutica, 2019) y Una ballena es un país (Almadía, 2019).


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