Hay países en los que los resultados electorales no son suficientes para legitimar al gobierno que llega al poder. Los dirigentes recién electos tienen que buscar urgentemente fuentes no electorales para estabilizar su funcionamiento. En estos países, el contenido del programa de los triunfadores no es un elemento legitimador suficiente. Tampoco la presencia de una enorme burocracia gubernamental logra asegurar que los líderes políticos puedan maniobrar sin riesgos. El sueño de Max Weber, el gran sociólogo alemán, según el cual los gobernantes podrían funcionar con eficiencia gracias a una expansiva masa burocrática hábil, especializada y devota, se ha evaporado en el mundo de hoy. Weber creía que la burocratización creciente convertiría la democracia representativa en un sistema superado y caduco. En 1908 le escribió a su antiguo alumno, Robert Michels, que “conceptos tales como ‘la voluntad del pueblo’, la ‘verdadera voluntad del pueblo’, hace tiempo que han dejado de existir para mí. Son ficciones. Todas las ideas encaminadas a abolir el dominio de unos hombres sobre otros son ‘utópicos’”. Todavía hay algunos políticos que aspiran a gobernar basados principalmente en la eficiencia burocrática. Pero pronto se dan cuenta de que ello es imposible y que es necesario recurrir a alguna encarnación de esa vieja “voluntad popular”. Weber tenía razón en cuanto que no parece posible en un futuro cercano eliminar los sistemas de dominación. Las sociedades que lo intentaron, en nombre del socialismo, acabaron construyendo dictaduras insoportables. Pero la sustitución de la democracia por la burocracia también parece una utopía.
El gobierno mexicano encabezado por Enrique Peña Nieto, que asumirá el poder el próximo diciembre, anunció que la eficiencia será el signo de su política, en contraste con los dirigentes actuales que supuestamente no han sabido gobernar con eficacia. Es posible que durante algún tiempo el nuevo gobierno logre exprimir legitimidad del bono electoral que obtuvo en los pasados comicios. Pero podemos prever que este bono, que no es muy jugoso, se agotará en un momento no muy lejano, y que el gobierno del PRI no podrá funcionar solamente con una lógica tecnocrática. El actual presidente, Felipe Calderón, tuvo un problema de legitimidad en cuanto llegó al poder, impugnado por la izquierda que lo acusaba de usurpador y que no aceptó nunca haber perdido por un porcentaje mínimo de la votación en 2006.
Las reformas laboral, energética y tributaria, si llegan a realizarse gracias al apoyo de la oposición de derecha, el PAN, no serán posiblemente suficientes para darle al gobierno la coraza de legitimidad que necesitará. Felipe Calderón logró legitimarse gracias a la confrontación del gobierno con los grupos de narcotraficantes, aunque al final de su administración ello se convirtió en una pesadilla y en una piedra atada al cuello de su partido. ¿Qué podría cimentar y fortalecer la legitimidad o la capacidad de maniobra del gobierno del PRI?
La búsqueda de una solución a este problema incluso podría ser más apremiante si las reformas aprobadas carecen de filo o resultan contraproducentes. La posibilidad de encontrar nuevos “enemigos”, para estimular la cohesión en torno del gobierno, parece remota: el gobierno del PRI heredará los enemigos actuales, las organizaciones criminales, lo que será más bien un problema incómodo cuya solución es incierta. Si la salida se alcanza mediante oscuros acuerdos, el resultado puede ser maligno.
Podrían emerger las tentaciones, que habitan desde hace mucho en el inconsciente político del PRI, de corromper la democracia representativa. Sería una versión priista de lo que ha hecho Hugo Chávez en Venezuela. Algunos de los ingredientes para ello ya están allí y son herencia del antiguo régimen autoritario. En su versión mexicana, la descomposición de la democracia tomaría aparentemente un rumbo que no implicaría un liderazgo carismático, del que parece carecer el próximo gobierno del PRI. De hecho, el PRI no ha tenido nunca líderes carismáticos. Ha funcionado más bien mediante rituales nacionalistas, hoy muy desgastados, que ocultaban el poder de organizaciones sindicales, monopolios empresariales, conglomerados políticos oportunistas y mecanismos corporativos. El carisma estaba en el ritual, no en el dirigente.
La inequidad que permea los procesos electorales ha contribuido a la putrefacción de los partidos, lo que puede convertirse en un peligroso caldo de cultivo para tendencias autoritarias. La descomposición podría encaminar al país hacia una condición muy difícil, a una quiebra de la transición.
Espero que la política mexicana no tome este rumbo y que se consolide el sistema democrático representativo. Hay fuerzas dentro del PRI que aceptan enfrentar el reto democrático en forma civilizada. Podemos contar además, y sobre todo, con la habilidad y la sensatez de al menos una parte de la oposición. ~
Es doctor en sociología por La Sorbona y se formó en México como etnólogo en la Escuela Nacional de Antropología e Historia.