Victoria Rachitzky, CC BY 2.0 , via Wikimedia Commons

Las universidades, esas instituciones conservadoras

Las universidades son los conservadores de la cultura humana en toda su amplitud. No son, ni deben ser, bandas por las que pasa información estática con respuestas claras en cajitas listas para ser consumidas por los jóvenes.
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Es muy probable que no haya ninguna institución, pública o privada, que rebase el carácter conservador de las universidades. De todas las universidades. Católicas y técnicas. Nacionales o poblanas. Jaliscienses gigantescas o pequeñas en el Ajusco. Todas las universidades que se respeten son conservadoras.

Esta afirmación incomoda. Sobre todo, a los universitarios que se enorgullecen de abrazar un destino transformador y renovador tanto en la ciencia como en la vida pública. Cómo, se preguntarán ellos, cómo puede alguien aseverar que la discusión y la experimentación constante sobre el conocimiento previo tiene un objetivo conservador.

Pues así. Se afirma porque es posible argumentarlo. Ninguna universidad experimenta sobre el vacío o discute sobre el futuro sin archivos. Ninguna investigación hace prospectiva sin recoger el ayer. Ningún conocimiento puede generarse sin el registro del anterior, sin la memoria de las ideas precedentes, sin las herramientas construidas en el pasado para el análisis teórico o la experimentación en el laboratorio. Y todo conocimiento sólidamente generado pasa a formar parte del archivo que usarán otros. Eso solo pasa en las universidades y en los centros de investigación.

La universidad es depositaria del conocimiento que se requiere para generar más y mejor conocimiento, aunque esto último no siempre se logre. Es más, a veces no se genera nada. A veces se formulan sandeces. En muchísimas ocasiones se atora la máquina que mejoraría las herramientas humanas y lo que se producen son ideas y operarios que las deterioran y estropean.

Pero en donde nunca fallan las universidades es en su papel de guardianes del conocimiento. El de antes y el de hoy mismo que en un instante se convierte en el de ayer. A veces las universidades logran transmitirlo. A veces lo incrementan. Muchas veces no logran nada de eso y no se puede negar que hay barrios en donde se aprende más, pero ojo, lo que siempre garantizan es que no se pierda ese camino recorrido por el ser humano para no empezar desde la rueda una y otra vez; para unir esa cultura que nos hace tan humanos como a los soldados romanos y los guerreros aztecas, los astrónomos mayas y los pintores de Florencia, los aventureros ingleses y los cocineros de la Corte francesa.

Esa cultura no siempre es grata y no siempre es positiva. No solo nos une con Homero; también con Mengele. No solo nos une con los astronautas, también con los esclavistas. Hay una herencia compartida. Una explicación del mundo caleidoscópica, feliz y perturbadoramente llena de contradicciones, pero siempre conservada, pulida y usada por las universidades (al menos desde el Renacimiento).

John Stuart Mill lo dijo mejor en un fantástico discurso a mediados del siglo XIX, en St. Andrews:

{{John Stuart Mill [1867]. Inaugural address delivered to the University of St. Andrews, Feb. 1st 1867. Boston: Littell & Gay.}}

la universidad es la responsable de redactar el testamento cultural que cada generación se debe sentir obligada a entregar a la siguiente. No, no se trata de enseñar a leer y a sumar. Se trata de mostrar el camino andado: ¿cómo fue que a alguien se le ocurrió garabatear algo para dejar registro de lo acontecido? ¿De dónde sacamos que podíamos contar elementos y considerar un cero para el vacío? ¿Cómo es que nos atrevimos un día a abrir a un semejante para ver su corazón?

Eso, más lo nuevo, es lo que conservan las universidades, institutos de investigación y escuelas de educación superior. Son los conservadores de la cultura humana en toda su amplitud. No son bandas por las que pasa información estática con respuestas claras en cajitas listas para ser consumidas por los jóvenes. No deben serlo. Deben ser, diría Stuart Mill (me encanta regresar a Stuart Mill), espacios de construcción de mentalidades que nos permitan ser humanos y vivir en sociedad, mantener esa sociedad, juzgar correctamente la evidencia, distinguir entre creencias y conocimiento, evaluar la nocividad de lo falso.

No todos los miembros de una sociedad irán a la universidad. No todos formarán parte de su planta docente o de sus distinguidos investigadores, pero ni falta que hace. Lo que hace falta es que esas universidades existan y sean libres, que nos traigan vacunas y respuestas, preguntas y memoria, pensamiento y cultura humana. Que discutan a Foucault y que entiendan a Marx y a Hayek, que estudien los movimientos antivacunas y los fracasos de los partidos políticos, que discutan sobre el asesinato como método de castigo y que calculen los beneficios de garantizar (o no) los derechos humanos. Así, en libertad, sin que les diga un gobernante que eso es malo, que no deben aprenderlo, que solo se debe enseñar sobre el dios verdadero y no sobre las preguntas de Bertrand Russell porque luego por eso no hay cristianos.

Lo que hace falta es que la profunda naturaleza de las universidades, la de la conservación de la memoria activa de la cultura humana, no sea pervertida por un pequeño grupo de personas que cree que durante seis años tiene permiso para convertirlas en bandas transportadoras de cajitas felices llenas de ideas fijas.

Se termina 2021 y las universidades en México son blanco de ataques. Su presupuesto, su autonomía, su vida interna y sus programas de estudio son cuestionados por el presidente mexicano y sus funcionarios, por gobernadores y por grupos fácticos de poder. Las acusan de ser conservadoras, entendiendo por ello que se oponen a la transformación de un status quo injusto. Qué sandez.

Las universidades no solo son conservadoras. Deben serlo si se consideran las reflexiones anteriores como marco y no la pobre definición que hoy tienen algunos representantes del gobierno mexicano, cuya capacidad de conceptualizar es reducida. No entienden lo que es una universidad y tampoco advierten el limitado contexto histórico con el que dan sentido a su palabra conservador. Con esa pereza mental pretenden transformar los recintos más importantes de conservación de la memoria para la construcción del futuro.

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es politóloga y analista.


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