Del erotismo a la violaciĆ³n: Picasso y el arte feminista

Un aƱo antes de la muerte de Picasso, Suzanne Lacy, Judy Chicago, Sandra Orgel, Jan Laster y Aviva Rahmani se reunieron para presentar un performance que repensaba el baƱo, el desnudo femenino y la mirada voyeurista del hombre no como piezas de una escena erĆ³tica, sino como elementos que hablaran de la experiencia de una violaciĆ³n.
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Hay que hacer un esfuerzo para imaginarse a Pablo Picasso famoso, sĆ­, pero irrelevante; celebrado, pero ya no el delantero del arte, la punta de lanza que fue alguna vez. HabĆ­a llegado el momento inimaginable en que sus pinturas dejaban de dictar tendencia.

Cuenta la historiadora del arte Britiany Daugherty que las galerĆ­as francesas de los cincuenta dejaron de invitar a Picasso porque preferĆ­an exponer las audacias del expresionismo.

((Britiany Daugherty, Picassoā€™s Susanna: A Modern Way of Looking. Disponible en academia.edu ))

TodavĆ­a en los ochenta el Tate se metĆ­a en aprietos para justificar la compra de un Picasso tardĆ­o, desviviĆ©ndose por desmentir que el espaƱol hubiera dejado de influir en las nuevas corrientes del arte. Para entonces eran Pollock y Rothko los nombres que se vienen rĆ”pido a la mente, esos que se pronuncian a la menor provocaciĆ³n.

Uno revisa la parte final de su cronologĆ­a, hojea un libro de sus Ćŗltimas pinturas, y no atina a nombrarlas. Por los cuerpos desordenados y los colores contundentes, uno reconoce a Picasso, sĆ­, pero no sus cuadros. No reaccionamos ante ellos con la familiaridad inmediata que sentimos cuando estamos, por ejemplo, ante El Guernica.

En un periodo que para la mayorĆ­a supone la jubilaciĆ³n, Picasso regresĆ³ a Manet, VelĆ”zquez, Rembrandt. La misma Daughterty se lo imagina desinteresado del presente y del mundo, parafraseando las obras del pasado y adaptĆ”ndolas al cubismo ā€“algunas veces con maestrĆ­a, otras con desgana. En pocas palabras, aferrĆ”ndose a su Ć©poca. A veces pasa que el compromiso con uno mismo se vuelve necedad.

En ese divorcio de lo actual, Picasso se topĆ³ con la historia de Susana y los viejos, un tema recurrente en el Renacimiento y el Barroco. DecidiĆ³ actualizarla. Lo que en tĆ©rminos llanos significa que la ajustĆ³ al cubismo.

 

Momentos antes de tomar un baƱo en la fuente de su jardĆ­n, Susana fue acechada por un par de hombres viejos que le pusieron una encrucijada. Bien podĆ­a acostarse con ellos, satisfacer sus deseos sexuales, o no hacerlo y entonces ser acusada falsamente de adulterio. En su papel de heroĆ­na del Antiguo Testamento, Susana opta por lo segundo ā€“por la virtudā€“ y al poco tiempo termina condenada a morir lapidada. No es hasta que le pide a Dios que interceda por ella cuando a un inspirado profeta Daniel se le ocurre confrontar los testimonios del par de viejos que al descubrirse contradictorios, prueban la inocencia de Susana.

En este caso, el alegato feminista es que uno podrĆ­a pintar cualquier escena de esta historia: el juicio, por ejemplo, o su desenlace. Pero Picasso, como hicieron los clĆ”sicos, escogiĆ³ el momento en que Susana, desnuda, todavĆ­a no advierte la presencia de los viejos en el jardĆ­n: ese inicio que, sin el resto de la trama, se vuelve estampa de un erotismo voyeurista.

Para modernizarla, prescindiĆ³ de la fuente, del jardĆ­n, y a cambiĆ³ la pintĆ³ dentro de una habitaciĆ³n y reclinada sobre una cama ā€“el par de viejos que la espĆ­an por la ventana traman su embuste. A eso se resume la aportaciĆ³n del cubista.

((Tiene razĆ³n Dogherty cuando apunta que Susana nunca habĆ­a sido representada en esa posiciĆ³n. SĆ­ en cuclillas como la de Tintoretto, sentada como la de Gentileschi o encorvada como la de Rembrandt, pero jamĆ”s acostada. Al hacerlo, Picasso combina esta escena con la iconografĆ­a de la Venus desnuda y tendida sobre un lecho, lo que provocĆ³ una tremenda confusiĆ³n entre los acadĆ©micos que titularon el cuadro Desnudo reclinado o Desnudo con voyeuristas. Apenas sabemos que se trata de Susana por la presencia de los viejos. ))

 

 

Un aƱo antes de la muerte de Picasso, Suzanne Lacy, Judy Chicago, Sandra Orgel, Jan Laster y Aviva Rahmani se reunieron para presentar el performance Ablutions. Hay que decirlo: en el contexto tradicional del arte ā€“el de Picasso y el que Picasso tenĆ­a en mente con Manet o Ingresā€“ la reuniĆ³n de cinco mujeres mĆ”s bien hace pensar en odaliscas, en esas pinturas de mujeres dedicadas a atender los placeres de un rey turco, pero no en artistas. Fue inĆ©dito que se juntaran para repensar el baƱo, el desnudo femenino y la mirada voyeurista del hombre no como piezas de una escena erĆ³tica, sino como elementos que dijeran la experiencia de una violaciĆ³n.

No pensaron en Susana y los viejos, pero los recursos del performance ā€“la fuente reemplazada por una tina de metal, el jardĆ­n vuelto piso de concretoā€“ me sugieren que por fin se descartĆ³ el tema del baƱo erĆ³tico para mejor representar la violaciĆ³n. ā€œEn esa Ć©poca (los setenta), nadie hablaba de esoā€, dicen Lacy y Chicago cuando recuerdan que les tomĆ³ un aƱo reunir los testimonios de siete mujeres que se atrevieron a contar, en cafeterĆ­as sin clientela y bajo el amparo de los susurros, que fueron violadas.


AdemĆ”s de ese silencio social, traigo a cuento a la Susana y los viejos de Picasso para que la oraciĆ³n ā€œnadie hablaba de esoā€ cobre el peso que le corresponde. Desde Tintoretto hasta mediados del siglo XX, el desnudo de Susana servĆ­a como imagen de lo erĆ³tico o para ensayar algunos postulados sobre la figura humana, pero nunca para decir la experiencia encarnada de la violaciĆ³n como la vive una mujer.

Uno de los reclamos mĆ”s insidiosos contra el arte feminista es que se trata apenas de contenido. Dicen sus opositores que por atender a la experiencia, las feministas descuidan el arte. Ablutions desmiente esa acusaciĆ³n.

La idea original fue reunir a la audiencia en una habitaciĆ³n y reproducir los testimonios. Anticiparon que no habrĆ­a bastado ā€“como no basta ahoraā€“ el recuento de las vĆ­ctimas. Uno puede poner en duda las palabras del otro, conjeturar intenciones y pretextos; forcejear hasta hacer que la certeza mude en un montĆ³n de suposiciones. Incluso para vĆ­ctima, la verdad se vuelve un titubeo.

De ahƭ que este grupo de feministas decidieran acompaƱar los testimonios con el performance: se imaginaron que serƭa imposible desentenderse de las palabras si las encarnaban.

Por turnos, se sumergieron en una tina con diez mil huevos, en otra con cincuenta litros de sangre de res y en otra mĆ”s, llena de arcilla. Cuenta Sharon Irish, quien dedicĆ³ una investigaciĆ³n a los performances de Lacy, que la arcilla se secĆ³ al poco tiempo y que al cuartearse, se entreveĆ­a la sangre.

((Sharon Irish, Suzanne Lacy. Spaces Between, University of Minnesota Press, 2009. PosiciĆ³n 551/3483. ))

Claro que Ablutions es un performance de desnudos, pero cubiertos de esas sustancias densas y viscosas, los cuerpos asumen su desgracia. Se presentan repulsivos, muy lejos del erotismo.

 

Mientras se sucedĆ­an las abluciones, Lacy clavĆ³ 50 riƱones de res en las paredes del estudio. Tengo para mĆ­ que ese ruido continuo e intransigente evoca la sensaciĆ³n de los Ć³rganos penetrados a la fuerza. ĀæA quĆ© huelen mil huevos y tantos litros de sangre? El inescapable tufo de lo repugnante hizo que la experiencia de la violaciĆ³n se volviera incuestionable.

Al final, las mujeres fueron vendadas de pies a cabeza, atadas entre sĆ­ con una cuerda, recostadas y abandonadas en ese piso de concreto justo cuando la grabaciĆ³n del testimonio se detuvo en la siguiente frase: I felt so helpless that I couldnā€™t move (me sentĆ­ tan vulnerable que no pude moverme).

 

Para los que se preguntan quĆ© hace el feminismo por el arte: decir que sĆ³lo inaugurĆ³ algunos temas serĆ­a una injusticia (como lo es asegurar que no se trata mĆ”s que de un empeƱo democrĆ”tico). AdemĆ”s del contenido, Lacy, Chicago, Laster, Rahmani y Orgel combinaron lo verbal, el ruido, la representaciĆ³n visceral del cuerpo por medio de un performance que consiguiĆ³ invertir los tĆ©rminos del baƱo y el desnudo: el erotismo titubeĆ³, la violaciĆ³n se aceptĆ³ como certeza.

Horrorizados o conmocionados, los espectadores de Ablutions no pudieron asumir una mirada voyeurista. Dejaron de ser mirones. Salieron del estudio y de la escena haciendo arcadas, con el cuerpo ya contagiado de los efectos de la violencia.

 

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(Ciudad de MĆ©xico, 1986) estudiĆ³ la licenciatura en ciencia polĆ­tica en el ITAM. Es editora.


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