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Foto: Raúl Medina / INBA

Once momentos destacados de la Muestra Nacional de Teatro 2017

Un recorrido por algunas obras representativas de un encuentro que, además de la exhibición de espectáculos, brinda la posibilidad de establecer lazos sensibles y llevar a cabo pronunciamientos.
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La Muestra Nacional de Teatro solía ser el receptáculo anual de lo mejor de la escena mexicana, o por lo menos esa era la promesa institucional. En la emisión 38ª, celebrada en León a finales de noviembre, esta idea se puso en crisis gracias a la inédita línea curatorial en torno al cuerpo, que dejó fuera puestas en escena de gran valía por no cumplir con el requisito temático. A la vez, sirvió para potenciar el desciframiento parcial de algunos temas de género y sexualidad a través del teatro.

Tampoco es que haya sido nacional, pues solo la mitad de los estados del país tuvieron un espectáculo en cartel. Además, algunas teatralidades en auge tuvieron poca presencia, en especial los espectáculos para público específico (primera infancia, niños y jóvenes, curiosamente una de las fortalezas del teatro nacional). La Muestra funcionó entonces como un festival dado que la programación, desbalanceada en lo estético y geográfico, en realidad encarna las transitorias voluntades de un órgano colegiado (dirección artística), tal y como operan los festivales de artes escénicas comunes y corrientes, sin pretender una visión íntegra en excelencia o un recuento “de lo mejor”.

Habría que sumar a lo anterior la confusa organización, que propició una pintoresca ceremonia de apertura, en la cual los directores investidos con la medalla Xavier Villaurrutia, Marco Pétriz y Tito Vasconcelos, no pudieron pronunciarse. La obra sonorense No ser sino parecerse, presentada a continuación, fue memorable por deficiente, misógina y copiosa. En este panorama, estas fueron las obras que me parecieron más destacadas de entre aquellas a las que tuve acceso.

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Sie7e
Supuestamente destinada a adolescentes, la historia de un niño de la calle que busca a su madre con la ayuda de un payaso y otros niños en su situación, es un espectáculo cuya gravitación sensible es la palabra y cierta narratividad inherente al fenómeno “del abandono en la infancia”. Esto, desde una perspectiva que no es popular, sino que alcanza profundidades oníricas y metáforas verdaderamente singulares, a pesar de ciertos juegos tautológicos que precipitan al tedio. Escrita y dirigida por Saúl Enríquez, es inevitable señalar en ella la desigualdad actoral, incluso en términos vocales, y al mismo tiempo la potencia del trazo y la belleza de la anécdota a mitad de la devastación social, unificando las voces infantiles hacia un emotivo desenlace.    

La prominente iluminación y el sobrio diseño de espacio hacen también de esta obra de Nunca Merlot Teatro de Quintana Roo una de las mejores propuestas del interior país que pudieron disfrutarse en León.  

De pícaros, truhanes y actores
Aprovechar la picaresca, desde la literatura universal y sobre todo iberoamericana, parecía fuera del alcance de un espectáculo moderno de cabaret. Sin embargo, Tito Vasconcelos resuelve de manera espléndida este argumento histórico en el que aprovecha las múltiples anécdotas de Pedro de Urdemalas (arquetipo y cima del burlador) para hacer un recorrido distendido e hilarante que va tocando temas que oscilan entre la sátira política y múltiples cuestionamientos sobre la sexualidad.

Aunque las referencias a la literatura clásica en nuestra lengua son heterogéneas, lo más provechoso del espectáculo son los saltos en el tiempo, los abusos del lenguaje popular y la reflexión sarcástica que los personajes hacen sobre sí mismos. Chanfalla y la Chirinos, habitantes originales del Retablo de las maravillas de Cervantes, son también traídos magistralmente a la comedia del arte en versión cabaret. Lamentablemente, los momentos musicales son deficientes, en especial cuando el propio Vasconcelos tiene que entonar melodías de cierre o transición que inexplicablemente lee directamente del libreto.        

Diógenes. Objetos narrantes detrás de la puerta
La compañía Three Monkeys Teatro de San Luis Potosí diseñó y presentó un entrañable y sorprendente recorrido por la vida de Evangelina Barco, mejor conocida como doña Eva, cuyas peripecias podrían ser las de cualquier mujer que pasó del siglo XX al XXI, aunque los objetos y las precisiones que los performers Irma Hermoso “Luna”, Caín Coronado y Leonardo Martínez van tejiendo hacen del relato documental de una vida un acto claramente emotivo.

Se trata de un elegante espectáculo de intervención escénica (se recorre un espacio no convencional), que pone al binomio creativo formado por los directores Hermoso y Coronado en sintonía con lo mejor de la escena nacional. La intervención escénica –actualmente de moda– aquí se resuelve de forma exultante y nos precipita hacia la búsqueda de una memoria personal y familiar. Sin mensajes ampulosos ni moralejas edificantes, absorta en la sencillez de la existencia, la obra culmina con la posibilidad de escribirle un mensaje a doña Eva, cerrando de manera enfática el círculo de interacción y performatividad.  

La atención a los detalles en los objetos diseminados en el espacio intervenido y la puntualidad del relato, pleno de belleza en cada habitáculo (las dosis correctas de luz, la sencillez de lo expuesto, la relación normalizada y acaso cotidiana con el espectador) hicieron de este advenimiento teatral la máxima y más grata sorpresa de la Muestra Nacional de Teatro.

El inspector
Una vez más David Olguín demuestra que cuando se distancia como director de sus propios textos es un artista sobresaliente de la escena. Adaptó y montó proverbialmente, con un grupo de actores locales, el clásico de Gogol y lo llevó a la imaginería nacional en sincronía con los actos de corrupción documentados recientemente. Se sirvió del diseño de espacio de Gabriel Pascal, su fiel escudero, para construir una escenografía decisiva, que al mismo tiempo resulta útil para los actuantes y es una muestra de elegancia visual.   

Con un trepidante segundo acto, la adaptación prodigiosa de Olguín demuestra que da igual el código postal de los intérpretes, siempre y cuando tengan a un director versátil y un texto contundente, puntualidad en las premisas y empatía creativa. Olguín mostró que puede llevar a escena –tal y como lo hizo con el Tío Vania de Chejov– un clásico del teatro universal con precisión cromática, sobriedad intelectual y una calculada dosis de entretenimiento, esta vez lejos de las ciudades hegemónicas del teatro mexicano.

Trans. Pieza documental sobre la identidad de género
Arriesgado trabajo de interpretación sobre la identidad (no solo la de género). Puesta en escena cuyo desafío documental y precisión entre la investigación y la exposición teatral alcanza una de las más altas cimas a las cuales haya llegado el teatro mexicano reciente, en la que destaca la exposición no panfletaria sobre varios temas inherentes a la identificación propia y la relación crítica de la modernidad con aquello que nadie de nosotros pidió ni pudo diseñar, pero le fue dado: el cuerpo, comenzando por la genitalidad.

Reflexión sincopada y contundente que presenta dos casos atravesados por la transexualidad, con desenlaces dispares. Es como si el teatro documental, cierta dosis de escena expandida, ficción dramática al uso y actuaciones lúcidas en medio de un dispositivo escénico brillante y democrático se hayan mezclado para generar una puesta en escena memorable y emotiva, incontestable. Las actuaciones de Cecilia Ramírez Romo y Myrna Moguel son sencillamente sublimes.

Uma de papel 
Obra para niños de Marcela Castillo, una de las directoras de escena más activas en el campo de la creación y renovación de público y, al mismo tiempo, una de las artistas escénicas mexicanas más preocupadas por la construcción de espacios de ficción y experiencias sensibles inéditas en la infancia. Aunque la simpleza de la anécdota podría resultar una limitante para generar un espectáculo prodigioso, Castillo, junto a Ana Zavala y Verónica Olmedo, logra que Uma la niña de papel y su perro Yuyu reconozcan el mundo emocional y lo nombren, haciendo de esta obra un recorrido veladamente cognitivo y semántico que, aunque deviene en cierta cursilería final, ahonda en la necesidad de generar un glosario emocional desde los primeros años, una lección digna también para espectadores adultos.   

Casa calabaza
Relato autobiográfico de María Elena Moreno Márquez (Maye), interna en el penal de Santa Marta Acatitla, quien actualmente cumple una condena de 28 años por el asesinato de su madre. La propia Maye y el dramaturgo y actor Luis Eduardo Yee nos entregan un texto sorprendente, suerte de Edipo revisitado desde la realidad mexicana que tuvo temporada en el Centro Cultural Carretera 45 de la Ciudad de México, desde donde se alzó como uno de los espectáculos más memorables de los últimos años en la cartelera nacional.

El Colectivo Escénico El Arce, bajo la dirección de Isael Almanza, propone un nudo ficcional que proviene de una realidad dramática cotidiana y la trasciende magistralmente, generando indirectamente empatía con la homicida, rechazo a sus circunstancias de vida, y distancia ante la violencia.     

En el enfrentamiento de las cuatro Mayes que, en distintos tiempos y espacios, generan el conflicto y recorrido de la puesta en escena hasta un final exento de artificios emocionales pero pródigo en ternura, destaca el íntimo diseño de espacio e iluminación de Natalia Sedano, una de las escenógrafas más prominentes de los últimos años.

La mordida
Teatro popular, carpero y de simple crítica política que proviene de una compañía de teatro penitenciario, esta obra expone los juicios de normalización de la burocracia como argumento para ahondar en las dificultades del subempleo (un personaje necesita un permiso oficial para poner un puesto de tacos) y concluye con una atinada sátira de los gobernantes actuales que no resuelven las pequeñas peripecias de los ciudadanos. Además, es plausible que los integrantes de esta compañía hayan sido internos y al recuperar su libertad –con el dispositivo de reinserción que la Compañía de Teatro Penitenciario y el EL77 Centro Cultural Autogestivo les ofrecieron– sigan haciendo teatro y logren actuaciones tan contundentes desde una comedia que logra entretener de forma solvente. En lo teatral, después de esta versión comediográfica se les exigirá más en términos de contenido, ya instalados como un referente de la escena nacional que trasciende el espectro artístico.      

#ComandanteOtello
Aunque la imprecisa dirección de escena obliga a escuchar acentos iberoamericanos ambiguos, y la puesta en escena del grupo poblano Los Operantes Teatro podría trascender cierta actoralidad acartonada (en especial entre los masculinos), es notable que la dramaturgia de Xavier Villanova adapta y acaso actualiza el original de Shakespeare para establecer un recuento crítico sobre los movimientos armados y guerrilleros en América Latina, y especialmente la condición femenina desprendida del concierto bélico.

Además de manifestar cierta reflexión discursiva sobre el activismo en redes sociales de algunos militantes y adictos al like, la obra parece discurrir metafóricamente acerca de la violencia que afecta a nuestro subcontinente, promovida fundamentalmente por actitudes misóginas y figuras patriarcales, planteamiento resuelto con denuedo en la escena por un grupo de actores entregados, puestos al servicio de la ficción.       

Injusticia
Cuando Edén Coronado, director del espectáculo, no se pierde en laberintos posmodernos y se aboca a construir ficción perdurable, es un director sobresaliente, tal y como lo demostró en esta traslación de Los Justos de Albert Camus a la realidad mexicana. Metáfora actual de la izquierda nacional extraviada en monomanías y sin capacidad de acción, es un montaje de absoluta pertinencia a pesar de la distancia temporal que propone, al situar la ficción en un grupo de activistas de los años setenta del siglo pasado.

El talento actoral de Diana Fidelia sobresale por encima de un cuadro actoral irregular, donde Jesús Coronado no termina de construir al enérgico personaje –el líder– que le fue confiado. Riguroso análisis de los tiempos de enunciación, manejo inteligente del ritmo y de los detalles espaciales; la contundencia del texto y la compleja urdimbre bastan para prolongar la tensión en el espectador a pesar de las incomodas gradas del Teatro del IMSS.
La puesta en escena demuestra que lo mejor de la Compañía Nacional de Teatro (que coprodujo con la compañía potosina El Rinoceronte Enamorado) está en espectáculos de pequeño y mediano formato, tendiendo la mano a compañías del interior del país e indagando en las huellas del presente, sin los atavismos retóricos y la grandilocuencia a la que nos acostumbró. Aunque queda mucho por explicar sobre la democratización de su repertorio y la elección de un modelo de producción, la puesta en escena es una bocanada de aire para una iniciativa que parecía estar en el siglo pasado. Por su parte, El Rinoceronte Enamorado demuestra que su vitalidad creativa sigue en auge, de la mano de dramaturgias coherentes y legibles.   

La Prietty Guoman
Mejor conclusión imposible para una Muestra Nacional de Teatro. Apoteósico y memorable, este espectáculo cambió por completo el mal sabor de boca inicial. La imagen lo retrata: teatro lleno aplaudiendo de pie durante varios minutos la vitalidad de César Enríquez, la nueva figura del cabaret nacional, cimentado en un trabajo que ofrece al mismo tiempo una reflexión sobre la transexualidad, historia de amor y autoparodia (desde el título es claro). ¿Qué más se le puede pedir a la Prietty, personaje fársico cuyo ingenio nos sacudió en un vaivén emocional? ¿Qué más se le puede pedir a este personaje transexual veracruzano, que a veces habla como cubana, que condesar todas las posibilidades escénicas, el habla, el canto y la comedia inteligente?  

Enríquez, convertido en un clásico de la escena mexicana, en el mejor momento histórico del cabaret nacional, no solo confinado a la crítica política sino pleno de libertad creativa, demuestra que se puede profundizar en temas sociales y al mismo tiempo divertir y conmover. El profesionalismo y la generosidad de su trabajo –y el de su equipo creativo– demuestran que bastan pocos elementos técnicos para poner a un teatro de pie, siempre y cuando exista valor discursivo, virtud que sobra en este espectáculo.      

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Ningún otro gremio artístico en México reflexiona y se frecuenta tanto como el teatral. La MNT no es sólo la exhibición de espectáculos, sino la posibilidad de establecer lazos sensibles y llevar a cabo pronunciamientos. Existe en el teatro una necesidad por sentirse acompañados y en León, por tercer año consecutivo, jóvenes teatristas de cada uno de los estados transitaron como becarios, espectadores privilegiados –o explotados, según se vea– que gozaron de acceso gratuito a decenas de montajes, experiencias y debates. Para algunos, esta iniciativa emula a los acarreos políticos, pues garantiza que la MNT tendrá espectadores “pagados” en las funciones; para otros, se trata de dramaturgos en formación que transformarán con su pensamiento crítico la escena nacional. Solo el tiempo dará la razón a unos u otros, sin embargo, no deja de parecer endogámico que las actividades de la MNT estuvieran colmadas de teatristas; al parecer los habitantes de la ciudad anfitriona –sucede cada año– están excluidos de la fiesta del teatro mexicano, por lo que muchos de los espectáculos no se pueden verificar con un público amplio, no gremial.

Ojalá el fenómeno no se repita el año próximo, cuando la Muestra Nacional de Teatro se llevará a cabo en la capital del país.    

 

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Es dramaturgo y crítico de teatro. Ha publicado, entre otros libros, Patán, hazme un hijo (Arlequín, 2015)


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