A principios de octubre, Tesla hizo una demostración de Optimus, su robot humanoide. En una demostración previa, la compañía había hecho marchar a un humano con un traje de robot, por lo que cuando Optimus caminó lentamente por el escenario, fue recibido con deleite por la multitud. A pesar del decorado futurista de la presentación, los expertos en robótica se sintieron decepcionados. Los torpes intentos de Optimus para hacer lo que se suponía era un baile parecían menos avanzados que los de otros robots humanoides, como ASIMO de Honda, que jugó fútbol con el expresidente Barack Obama en 2014. Los ingenieros de Tesla se jactaron de que la mano de Optimus tiene hasta 11 grados de libertad (es decir, todas las formas en que las partes robóticas pueden doblarse). A manera de comparación, una mano robótica diseñada por un ingeniero japonés en 1963 tenía 27.
A pesar de sus capacidades visiblemente limitadas, Optimus desató la familiar ansiedad en cuanto a que los robots algún día se rebelarán contra sus creadores. ¿Qué tiene Optimus que nos hace sentir amenazados? Mi investigación sobre el desarrollo de la robótica japonesa revela que nuestros sentimientos sobre los robots están menos relacionados con la idea general de artificialidad, como sugieren muchos críticos, y más con el hecho de que los robots son sustitutos de seres humanos reales. Los sentimientos de las personas hacia los robots a menudo reflejan sus sentimientos respecto al tipo de trabajador humano que imaginan que el robot está destinado a reemplazar.
Al ver el largo video de la demostración, me sorprendió escuchar a Elon Musk y sus ingenieros hacer declaraciones que recuerdan lo que ingenieros japoneses dijeron en los años 80 (e incluso antes): la necesidad de un “diseño inspirado biológicamente” para crear una máquina multipropósito, la promesa de que los trabajadores robóticos nos liberarán de la carga del trabajo y traerán felicidad y prosperidad para todos en 10 o 15 años, y el deseo de tener un compañero robótico, entre otras ideas. La experiencia de esos ingenieros japoneses, quienes hace unos 40 años intentaron hacer lo que los ingenieros de Tesla están tratando de hacer ahora, es reveladora. Tanto porque muestra que esta tarea es mucho más difícil de lo que parece, como porque nos enseña a identificar suposiciones ocultas y sesgos que están presentes en el diseño de un robot humanoide.
Hoy en día, los robots en Japón despiertan cariño y afecto en lugar de miedo, pero no fue siempre así. El viraje que puso a los robots japoneses en camino de volverse adorables (en lugar de amenazantes) ocurrió en la década de 1980, cuando los líderes del gobierno y la industria buscaron remediar la escasez de mano de obra en el sector de servicios reemplazando a los humanos con robots. En ese momento, la mayoría de los robots eran industriales e inadecuados para tareas de servicio. No era seguro estar cerca de robots industriales, ni estos eran capaces de operar en entornos humanos.
Rediseñar robots para trabajar en entornos públicos o domésticos fue difícil, pero los ingenieros de robótica enfrentaron un desafío aún mayor. Resulta que un buen servicio no se limita a completar eficazmente tareas concretas como limpiar, servir comida o cortar el cabello. Como descubrieron los ingenieros japoneses, también implica un trabajo emocional: los saludos amables, la charla y las sonrisas espontáneas que tranquilizan a los clientes. Para diseñar robots capaces de realizar trabajo de servicio de manera satisfactoria, los ingenieros de robótica tuvieron que conseguir más que solo avances en inteligencia artificial o locomoción bípeda: tuvieron que investigar cómo satisfacer a los usuarios humanos. Lo que encontraron fue que los robots de servicio debían parecerse a los trabajadores humanos que anteriormente habían proporcionado el mismo trabajo: es decir, necesitaban ser humanoides.
Este episodio de la historia de la robótica japonesa explica por qué, a pesar de los desafíos de ingeniería que implica hacer que una máquina pesada camine sobre dos piernas, los ingenieros de Tesla hicieron que Optimus fuera humanoide. En respuesta a una pregunta sobre si las versiones futuras de Optimus podrán “reírse de nuestros chistes mientras doblan nuestra ropa”, Musk dio una respuesta que fácilmente podría haber venido de otro ingeniero japonés de los años 80: su objetivo, dijo, era crear un robot que no solo realizara tareas, sino que también sirviera como “una especie de amigo”. El precio relativamente bajo que se espera que tenga Optimus (20,000 dólares, o “menos que un automóvil”) revela que la estrategia de Tesla es crear un producto de consumo para pequeñas empresas del sector de servicios y, en última instancia, para los hogares.
Las condiciones no podrían ser mejores para un producto así. La pandemia ha diezmado la fuerza laboral del sector servicios. Los restaurantes con poco personal cierran antes y sirven a menos personas. Algunas cadenas de comida rápida están considerando funcionar solamente con autoservicio. Los aeropuertos son un desastre gigantesco. Todo porque muchos humanos ya no están dispuestos a tolerar malas condiciones de trabajo a cambio de salarios precarios. Para un empleador, reemplazarlos con robots de servicio definitivamente valdría la pena. Esto, solo si –y es un gran si, tomando en cuenta que a Optimus tuvieron que cargarlo para sacarlo del escenario– los ingenieros de robótica pueden hacer que sus máquinas humanoides hagan lo que se espera de los humanos reales. (En Japón, por ejemplo, los robots “que trabajan” siguen siendo en verdad solo una truco: una gran cantidad de humanos hacen el trabajo o mantienen a los robots, y los robots mismos son dispositivos que solo complacen a la multitud, en lugar de ahorrar trabajo.)
Los robots revelan lo que esperamos de aquellos que nos sirven, así como el origen de esas expectativas. En mi investigación, descubrí que los diseños robóticos contienen señales cognitivas que resuenan con las experiencias previas de los usuarios. Los robots no se modelan a partir de un ser humano “genérico”, sino de un tipo específico de humano que realiza un tipo particular de trabajo. En otras palabras, el diseño robótico no solo refleja las tareas que nos gustaría que hiciera el robot, sino el tipo de humano que esperaríamos que las hiciera. Los detalles del diseño de un robot humanoide dan pistas sobre el tipo de trabajadores humanos que los ingenieros imaginaron (incluso inconscientemente) como modelo. Estos detalles de diseño pueden decirnos mucho sobre las percepciones de las personas reales asociadas con un trabajo en particular, así como las suposiciones tácitas sobre el estado y la identidad. Lo más importante es que el diseño de robots humanoides revela algo acerca de cómo percibimos a los trabajadores de servicio y cómo creemos que “deberían” comportarse.
En el caso de los androides japoneses, los robots de servicio son a menudo diminutos y feminizados (con una barbilla y nariz pequeñas, una mandíbula poco prominente y un timbre de voz agudo). El diseño de sus cuerpos ofrece pistas visuales para el tipo de humanos que están destinados a reemplazar. El delantal sutil visible en algunos robots de servicio japoneses, por ejemplo, está asociado con la “tía” cariñosa. Estos robots están diseñados para dar al usuario un sentido de simpatía familiar, de sentirse cuidado, importante. En contraste, las “recepcionistas” robóticas se basan en mujeres jóvenes hipersexualizadas, un diseño que comunica que el trabajo que se espera de ellas no es estrictamente clerical. (Los sexbots son otra historia, y son básicamente la razón por la cual los ingenieros japoneses han trabajado tanto para desarrollar piel artificial súper realista).
Eso nos trae de vuelta a Optimus. Musk declaró que era posible “poner todo tipo de disfraces en los robots”. Entonces, ¿qué es lo que revela el diseño de Optimus –a diferencia del prototipo dibujado o del hombre del traje que lo modeló– del tipo de persona sobre la que está inspirado? En primer lugar, es innegablemente un varón, de estatura alta, cuádriceps exagerados y hombros anchos. La pequeña cabeza de Optimus comunica que no es un pensador. La pizarra en blanco donde uno podría esperar una cara nos asegura que sus emociones no importan. El diseño nos dice que el trabajador humano en el que Optimus está basado es valorado solo por su trabajo manual. Él no piensa. Él trabaja. Él hace lo que se le pide.
También vale la pena señalar que, en la demostración, la cara y las manos de Optimus son negras. ¿Eso significa algo? Quizá. Muchos usuarios estadounidenses pueden (a veces inconscientemente) hacer una conexión entre el trabajo manual masculino y la negritud. Una vez leí la transcripción de una conversación entre ingenieros japoneses, quienes, en 1973, reflexionaron sobre su creencia de que Estados Unidos buscaba diseñar robots para reemplazar a su fuerza laboral negra. No tengo dudas de que los ingenieros japoneses estaban leyendo revistas estadounidenses, donde imaginaba que los robots se hacían cargo de los trabajos a menudo asociados con los estadounidenses negros: trabajo manual duro, maufacturas y recolección de basura. Algunos artículos estadounidenses son aún más explícitos sobre sus intenciones. Mi colega Jason Resnikoff cita uno de 1957 de Mechanix Illustrated que promete a los lectores que “poseerán ‘esclavos’ para 1965”. Es decir, esclavos “robóticos”: mayordomos robóticos, cocineros, conductores, policías, secretarias y guardias de seguridad. Optimus podría interpretarse como una representación tanto de las estructuras laborales opresivas como de la “racialización” y posterior devaluación de diferentes tipos de trabajo. El miedo que Optimus evoca entre algunos estadounidenses, tal vez, es un miedo a la rebelión contra esas estructuras.
El diseño no es neutral. La ingeniería robótica refleja lo que queremos en un trabajador y, a su vez, lo que queremos para nosotros mismos. Mientras que los robots japoneses encarnan el deseo de ser servidos con amor por alguien que da más de lo que exige a cambio, Optimus encarna a un trabajador obediente.
No tengo miedo de que los robots se apoderen del mundo. La distancia entre lo que los robots pueden hacer ahora y lo que tendrían que ser capaces de hacer para apoderarse del mundo es mucho mayor de lo que la mayoría imagina. Pero sí temo que los robots como Optimus eventualmente causarán daño a los humanos; no lastimándonos físicamente, sino ofreciendo la falsa esperanza de soluciones tecnológicas que resolverían mágicamente los problemas sociales. Lo que es aun más devastador es que, sin una atención consciente al diseño, los robots humanoides inevitablemente reforzarán las asociaciones dañinas con la raza, el género y el trabajo servil, y por lo tanto exacerbarán la discriminación y la explotación de los seres humanos. Los algoritmos pueden tener sesgos, y las redes sociales también. Lo mismo pasa con los robots.
Este artículo es publicado gracias a una colaboración de Letras Libres con Future Tense, un proyecto de Slate, New America, y Arizona State University.
es profesora asociada de historia de la ciencia y la tecnología en la universidad Johns Hopkins, donde investiga el desarrollo de la robótica japonesa. Está escribiendo un libro sobre las maneras en que el diseño de robots refleja y da forma a nuestras relaciones con nosotros mismos y con otros.