El mundo de mañana

El relato convencional sobre la IA insiste en que lo que actualmente damos por sentado será muy pronto puesto patas arriba, pero quizá ya está patas arriba.
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Debido a los enormes desafíos y amenazas a los que hace frente la humanidad, vivimos una época notablemente preocupada por el futuro y lo que ha de traer. Constantemente oímos predicciones y presagios acerca del cambio climático, de la inteligencia artificial, así como del destino del Estado-nación, de la cultura occidental, del mercado de trabajo, de la revolución energética u otros tantos ejemplos. A priori, cabría suponer que dichas proyecciones nos ayudan a configurar hojas de ruta, planes de acción; nos permiten entender cuál es la dimensión de los retos a los que nos enfrentaremos a medio y largo plazo, y, a veces, evitan que caigamos en el fatalismo. No obstante, merece la pena preguntarse: ¿y si lo más interesante de tales pronósticos no fuese tanto lo que cuentan acerca del porvenir como lo que revelan del presente?  

Es ya relativamente célebre el concepto de “nostalgia del presente” tal y como lo formula el filósofo Slavoj Žižek en su crítica a la ficción distópica contemporánea. Se puede sintetizar de la siguiente forma: en los últimas dos décadas, se han vuelto muy populares las novelas y películas que imaginan eventos catastróficos en el futuro próximo: desastres climáticos, inteligencias artificiales tomando el control del mundo, grupos terroristas que emplean algún tipo de arma química para acabar con Occidente… Estas obras de ficción son frecuentemente descritas como “advertencias” de las calamidades que pueden acontecer si la humanidad no rectifica su actual curso y, por tanto, se podría pensar que están diseñadas para motivar un cambio en nuestro comportamiento, o al menos provocar cierta inquietud. Con todo, hay que preguntarse si acaso no cumplen una función ideológica subterránea. Para Žižek, el verdadero objetivo de estas obras de ficción no consiste en advertir acerca de una debacle inminente, sino en generar un efecto de nostalgia del presente; es decir, mediante la proyección de un futuro plagado de desastres y devastación, producir la impresión de que el mundo tal y como lo conocemos es un lugar que merece la pena conservar. De acuerdo con este planteamiento, lejos de incitar un cuestionamiento político radical, las distopías contemporáneas sirven para volver a las audiencias complacientes con su realidad actual. 

Más allá de la crítica concreta a las películas o novelas distópicas, el razonamiento anterior nos invita a considerar que las predicciones acerca del porvenir son una forma velada de hablar del presente. Para ello, hay que partir de la premisa de que “el ahora” es la única realidad que existe, y que toda proyección hacia adelante debe ser entendida exclusivamente en los términos de lo actual. Llegar a pensar así puede entrañar cierta dificultad, pues estamos muy acostumbrados a concebir el porvenir como una cosa que vive al final del camino, no como algo que se encuentra en nuestra propia casa. Pero una vez abrimos esa puerta, se pueden plantear preguntas muy interesantes acerca de qué entendemos por futuro, qué función cumple cada forma de conceptualizarlo y qué nos dice cada una de dichas formas sobre los sesgos y limitaciones del discurso climático y tecnológico en boga. 

Tomemos como ejemplo el relato convencional que se ha construido alrededor de la inteligencia artificial en los últimos años. Cualquier persona que siga un poco la actualidad o que tenga interés en las nuevas tecnologías habrá oído comentar hasta la saciedad las maravillas y los peligros de las nuevas máquinas inteligentes. Las predicciones y las advertencias abundan: debido a la informática, todo se pondrá patas arriba. Hasta las profesiones que nos parecen más intrínsecamente humanas, como la educación, el arte o la política estarán dominadas por ordenadores y algoritmos en vez de seres humanos. 

Sin embargo, estas proyecciones ni excitan ni preocupan a nadie, pues a pesar de que anuncian cambios sin precedentes en el mundo, ese mundo no es nuestro mundo. Por muy próximos que parezcan, los eventos pronosticados pertenecen a un tiempo alternativo que tiene poco o nada que ver con el nuestro, que siempre es y será únicamente el presente. También por eso son tan inútiles las predicciones sobre el cambio climático, y por eso se muestran tan poco efectivas para movilizar a partidos y votantes aun después de demostrarse una y otra vez que el clima está siendo alterado de forma irreversible por la actividad humana. El problema no radica, como creen los negacionistas, en que los fenómenos que describen no sean verdad: sino en que las predicciones actuales trasladan el problema a un tiempo ajeno (el futuro), que no motiva ningún tipo de acción política contundente en el presente. A lo sumo, sirven como la “nostalgia del presente” descrita por Žižek, pues el mensaje para el aquí y ahora es que nuestro mundo está razonablemente bien, y por tanto debe protegerse ante el futuro: es un mensaje conservador. 

Volvamos al caso de la tecnología. Cuando se habla de los riesgos de la inteligencia artificial se suele usar una gran variedad de ejemplos que vienen a decir una misma cosa. Si uno es un periodista cultural, o un aficionado al cine, ilustrará su argumento con una distopía al estilo de Terminator, donde una máquina se vuelve tan inteligente que logra acaparar poder para hacer subyugar a la humanidad. Si uno es un analista de la inteligencia artificial, o un entusiasta de Silicon Valley, explicará que de continuar el progreso tecnológico al ritmo actual, llegaremos un momento llamado “la singularidad” a partir del cual las máquinas serán capaces de actualizarse a sí mismas; después de esto la humanidad quedará desplazada como soberana de la técnica y ya no podrá frenar el desarrollo de los ordenadores.

Es perfectamente posible que estas cosas ocurran algún día (aunque la simpleza argumental de narrativas como Terminator o el argumento de “la singularidad” no coincide con la estructura de la historia humana, que suele ser mucho más bizarra y esperpéntica). Pero de nuevo, la pregunta interesante no es si esto pasará, o cuándo sucederá, sino lo que dichos relatos pueden revelar sobre lo que acontece ahora. En este caso, una manera de proceder más interesante que los fatigados cuándo y cómo consistiría en indagar acerca de por qué y para qué de la existencia de estas predicciones, así como su vínculo con lo que está teniendo lugar actualmente. Esta línea de exploración comenzaría por concretar si los “relatos pronóstico” de nuestro tiempo se conciben como realidades mentales, es decir, ficciones privadas de directores de cine o analistas tecnológicos, o si bien su concepción tiene una relación con la realidad presente en el sentido amplio, y si es así, de qué tipo. Tal exploración podría revelar que las historias que actualmente nos contamos acerca del futuro de la tecnología tienen mucho que ver con que la población mundial sea adicta a unas redes sociales que juegan un papel más importante en el devenir de movimientos sociales internacionales que cualquier gobierno nacional; con que un simple algoritmo de Twitter tenga más impacto en unas elecciones que cualquier campaña electoral; o con que las máquinas lleven años determinando la política de gobernanza global. Dicho de otra forma: podría revelar que, a fin de cuentas, lo que se predice ya existe. 

Tal vez, mediante indagaciones de este tipo, llegaríamos a la conclusión de que los grandes pronósticos que manejamos actualmente, por muy buena que sea su intención o por muy socialmente comprometidos que parezcan, son poco más que una manera de hacernos creer en ilusiones confortables, como la ficción de que aún somos los soberanos de la técnica, que son los políticos los que controlan el curso de la política global, o que estamos a tiempo de parar o revertir el sentido del desarrollo tecnológico. Esperamos que el cambio llegue con gran estruendo y conflictos espectaculares, pero, a menudo, las verdaderas revoluciones son silenciosas. Cuando por fin llega la revolución aparente se trata apenas de una farsa: ya hace tiempo que han sido tomadas las almenas. 

No se puede desprender de esto que la mejor estrategia ante los pronósticos descritos anteriormente sea ignorarlos, o quitarles dramatismo, sino más bien al contrario: se trata de tomarlos más en serio aún. Se trata de subrayar que todos los problemas y conflictos que se profetizan ya existen ahora, y que si la IA ha de dar un golpe de estado, ya lo está dando hoy, en nuestro mundo. Los ejemplos abundan. Desde hace años se viene pronosticando la llegada de la inteligencia artificial y su impacto revolucionario en casi todos los ámbitos laborales y sociales que podamos imaginar, y desde hace años el público viene mostrándose perfectamente indiferente. No obstante, recientemente, el público ha cobrado un cierto interés en estas profecías, que han llenado las redes sociales y los periódicos. ¿Es que finalmente las masas se han dignado a escuchar a los expertos? ¿O será acaso que los pronósticos hablan de una realidad actual, que puede ser percibida como real por una mayoría debido a la aparición de los modelos de lenguaje GPT o a los sistemas lúdicos de Deep Mind?

Antes explicaba que el relato convencional en torno a la IA consiste parcialmente en insistir en que lo que actualmente damos por sentado será muy pronto puesto patas arriba por la llegada de máquinas inteligentes. Según este relato, los trabajos de hoy nos parecerán ridículos, la educación universitaria actual nos sonará a una cosa arcaica y oxidada, la política estará dominada por ordenadores y algoritmos en vez de seres humanos. De nuevo, ¿no será que se puede decir eso porque la mayoría de los trabajos de hoy ya son ridículos, porque la educación universitaria ya es una cosa arcaica y oxidada, y porque la política ya está dominada por ordenadores y algoritmos? Si pensamos que lo que damos actualmente por sentado será puesto patas arriba en el futuro, es porque puede ser puesto patas arriba desde ya, o lo que es más: porque ya está puesto patas arriba. 

Cuando se analizan críticamente, muchas de las predicciones, presagios y profecías acerca de la tecnología o su evolución tienen en común que son cosas que ya están sucediendo ahora. Lo cual tiene sentido, pues ¿cómo iba alguien a imaginar algo que no existe? Se objetará que la imaginación puede proyectar cualquier cosa en el futuro, sin ninguna relación con la “realidad empírica” del presente, y así es. Exactamente en eso consiste un buen análisis crítico: en entender qué clase de “realidad” tienen nuestras predicciones, ensoñaciones y ficciones, y sobre todo, en reflexionar sobre cómo dicha realidad está afectando a nuestro mundo, hoy. 

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Es escritor freelance y colabora en diversos medios.


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