El Ășltimo trabajo humano

El cuidado del otro podrĂ­a ser el Ășltimo bastiĂłn humano ante el avance de las mĂĄquinas en la fuerza laboral.
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Este artĂ­culo fue adaptado de un ensayo que se publicĂł originalmente en New America Weekly.

 

¿Qué habilidades nos diferenciarån a los humanos de las måquinas?

Es una pregunta que la ciencia ficción ha explorado durante décadas y que hoy ha adquirido urgencia a medida que intentamos anticipar el modo en el que la inminente revolución de la inteligencia artificial transformarå la forma en que vivimos y trabajamos.

Existe cada vez mayor consenso alrededor de la idea de que las dos caracterĂ­sticas que distinguen a los seres humanos de las mĂĄquinas son la empatĂ­a y el cuidado de los otros. Las mĂĄquinas nos superan ampliamente a la hora de realizar tareas de producciĂłn pesadas, predecibles y repetitivas. Sin embargo, la tecnologĂ­a aĂșn queda rezagada cuando se trata de tareas que requieren contexto, matices, adaptaciĂłn constante e inteligencia emocional.

Por eso, diversas organizaciones de investigación —como la Universidad de Oxford, el McKinsey Global Institute, PwC y la Shift Commission

((New America, que trabaja en colaboraciĂłn con Slate y la Universidad Estatal de Arizona en el proyecto Future Tense, es codirectora de la Shift Commission ))

— prevĂ©n que, si bien millones de puestos serĂĄn (de forma parcial o total) automatizados en las prĂłximas dĂ©cadas, las profesiones orientadas al cuidado de los demĂĄs, al menos en el corto plazo, seguirĂĄn siendo una tarea de los humanos. (Nota: ).

En especĂ­fico, Âżde quĂ© tipo de profesiones hablamos? Pensemos en educadores, psiquiatras, trabajadores sociales o enfermeros: esas labores a menudo mal remuneradas y que forman parte de la base de la economĂ­a de una sociedad. La teorĂ­a dice que este tipo de empleos que requieren un toque humano serĂĄn los Ășltimos que entregaremos a las mĂĄquinas. Si es que alguna vez sucede.

Sin embargo, la nociĂłn de que los humanos dominarĂĄn –o deben dominar– el espectro de profesiones relacionadas con la empatĂ­a no es del todo realista. Parece que esta idea estĂĄ basada, una parte por lo menos, en un grado de forzada reafirmaciĂłn de la superioridad de la raza humana –una reafirmaciĂłn a la que las personas parecen aferrarse en respuesta al miedo que provoca el creciente dominio de la inteligencia artificial. Pero existen buenas razones para no apegarse demasiado a la idea de que este tipo de trabajos siempre estarĂĄn a cargo de humanos. Entender quĂ© puestos serĂĄn mĂĄs adecuados para los robots y cuĂĄles para los humanos nos permitirĂĄ entender quĂ© implica el cuidado de los demĂĄs, quĂ© estamos dispuestos a ceder a las mĂĄquinas y por quĂ© deberĂ­amos valorar mĂĄs esta lĂ­nea de trabajo.

De hecho, algunos empleos relacionados con el cuidado de los demås podrían ser ideales para los robots, pensemos en esas tareas que son monótonas o demasiado peligrosas para los humanos. Por ejemplo, en Estados Unidos es 3.5 veces mås probable que los asistentes de enfermería sufran heridas en el trabajo que el resto de los trabajadores, debido a los peligros biológicos, químicos y físicos que enfrentan día a día. Para un cuidador de ancianos o, incluso, para un familiar puede resultar muy agotador responder una y otra vez las mismas preguntas que hace un paciente con demencia. Es mås, la tendencia de los humanos de cambiar de empleo, en especial en profesiones de sueldos bajos como los cuidadores en una casa de retiro, puede traer problemas para garantizar la continuidad del cuidado de los pacientes. Si un paciente cambia constantemente de cuidador, es difícil que los nuevos noten cambios significativos, por ejemplo, cómo evolucionó la condición del paciente a lo largo del año. Incluso alejarse por unos minutos del paciente puede generar problemas: es tiempo suficiente como para pasar por alto si tomó o no sus medicamentos.

El gobierno japonĂ©s no ha pasado por alto estos detalles. Para anticiparse a la falta de cuidadores para una poblaciĂłn que estĂĄ envejeciendo rĂĄpidamente, ha invertido en grande para producir cuidadores automatizados. En los Ășltimos años, hemos visto el surgimiento de distintas innovaciones creadas por desarrolladores japoneses: Robear, una especie de oso robĂłtico que puede cargar a los pacientes desde la silla de ruedas hasta la cama; HAL, un exoesqueleto biĂłnico (toda relaciĂłn con cierta pelĂ­cula de Kubrick es pura coincidencia, Âżo no?) diseñado para ayudar a quien lo use a realizar tareas motoras complejas, como salir de la cama o caminar; y Paro, un robot de compañía que derrocha simpatĂ­a y ternura en forma de una foca bebĂ©. Las automotrices japonesas tambiĂ©n quisieron sumarse a este nuevo boom. Honda lanzĂł hace poco ASIMO, un robot humanoide que puede empujar un carrito, cargar una bandeja y encender luces. Para no quedarse atrĂĄs, Toyota sacĂł toda una lĂ­nea de ayudantes automĂĄticos, que incluyen Human Support Robot (que asiste a los humanos en sus tareas diarias), Walk Assist Robot (que ayuda a las personas a caminar), Care Assist Robot (diseñado para ayudar a levantar a los pacientes de su cama y trasladarlos), y Robina y Humanoid, que ayudan con las tareas de la casa. Para completar la familia, tambiĂ©n creĂł al polĂ©mico Kirobo, un bebĂ© robot pensado para hacerles compañía a mujeres sin hijos, conductores que pasan muchas horas en la carretera, y otras personas que se sientan solas.

Pero no solo en Tokio anticipan estas necesidad: en otras partes del mundo tambiĂ©n se invirtirte tiempo y dinero en tecnologĂ­as similares. En Estados Unidos, muchas empresas estĂĄn desarrollando trackers de actividad diaria, dispensadores de medicamentos automĂĄticos, llamados telefĂłnicos administrados con inteligencia artificial y sensores para el hogar para monitorear eventos inusuales en las actividades diarias (por ejemplo, Âżnadie ha abierto la puerta del refrigerador en varios dĂ­as?). Incluso hay empresas emergentes dedicadas al desarrollo de robots de asistencia, como Hoaloha Robotics, la empresa detrĂĄs del robot de compañía “Robby”.

Aun asĂ­, estas mĂĄquinas no reflejan la complejidad ni los mĂșltiples niveles de interacciĂłn que implica el cuidado de seres humano. Tal como escribe Leslie Jamison en su libro de ensayos The Empathy Exams, “la empatĂ­a implica comprender que el trauma no tiene bordes definidos”. TambiĂ©n destaca que la palabra “empatĂ­a” proviene del tĂ©rmino griego empatheia —em (en) y pathos (sentimiento)— y sugiere que esta acciĂłn exige que uno “se adentre en el dolor del otro de la misma forma en que entra a un paĂ­s, a travĂ©s del control migratorio y aduanero, y cruce la frontera preguntando: ÂżQuĂ© crece en tu paĂ­s? ÂżQuĂ© leyes hay?”. Es un comportamiento adaptativo con demasiados matices que no puede reducirse —al menos, por ahora— a un algoritmo.

Sin embargo, se sigue invirtiendo en desarrollar mĂĄquinas que puedan realizar tareas de cuidadores especĂ­ficas, en parte, por el miedo a que no haya suficientes humanos para realizarlas. SegĂșn unos modelos creados por el profesor del MIT Paul Osterman, para 2030, en Estados Unidos harĂĄn falta aproximadamente 151,000 cuidadores pagados y 3.8 millones de familiares sin pago; un escenario semejante a otras predicciones de carencias importantes.

Osterman explica que, como la tecnologĂ­a sola no podrĂĄ ocupar estos espacios en un futuro cercano, tendremos que empezar a hacer mĂĄs atractivas las ofertas de empleo relacionadas con el cuidado a los demĂĄs. Sugiere que un buen primer paso serĂ­a expandir las habilidades necesarias para realizar ciertos trabajos. Tomemos, por ejemplo, el empleo de asistente en un hogar para ancianos. SegĂșn Osterman, estos trabajadores reciben tan poco entrenamiento y capacitaciĂłn formal que a menudo, en algunos estados de Estados Unidos, no estĂĄn autorizados a realizar tareas bĂĄsicas, como administrar gotas para los ojos. Tal como Ă©l mismo explicĂł en un artĂ­culo en PBS, si se los capacitara para desempeñar otras tareas, como las relacionadas con aspectos bĂĄsicos de salud y alimentaciĂłn, las familias podrĂ­an ahorrar dinero en esas costosas visitas al hospital y los asistentes podrĂ­an ganar mĂĄs.

Sin embargo, podrĂ­a decirse que el segundo punto es el mĂĄs significativo. La fuerza de trabajo asociada al segmento de los cuidadores —que estĂĄ compuesta principalmente por mujeres de color—a menudo gana el salario mĂ­nimo o incluso menos, lo que condena a esta poblaciĂłn a no poder escapar del grupo de trabajadores pobres. Y esos salarios irrisorios refuerzan el valor colectivo que se les atribuye a esos empleos. Una razĂłn por la que, en parte, damos tan poco valor al trabajo de los cuidadores surge de ciertos prejuicios histĂłricos. Antiguamente, estas tareas solĂ­an estar asociadas con las mujeres —la maternidad, el cuidado de los ancianos, las labores del hogar y, luego, profesiones como la docencia y la enfermerĂ­a— porque los atributos de quienes las realizaban se consideraban femeninos, y se pensaba que las mujeres podĂ­an hacer estas tareas naturalmente sin mucha enseñanza ni esfuerzo.

Actualmente, sigue habiendo una desproporciĂłn: las mujeres siguen realizando estos trabajos, tanto pagados como gratuitos, mucho mĂĄs que los hombres. Por ejemplo, los economistas estiman que, a lo largo de su vida, una mujer promedio pasa el equivalente a 23 años mĂĄs que un hombre promedio realizando este tipo de tareas sin compensaciĂłn, que incluyen cocinar, limpiar, juntar agua y cuidar de los niños, los enfermos y los ancianos. BĂĄsicamente, es un subsidio enorme, uno que, al no ser recompensado econĂłmicamente, se vuelve invisible a la hora de calcular las medidas de productividad econĂłmica de un paĂ­s. Pero esto es aĂșn mĂĄs sorprendente si tomamos en cuenta que un estudio del McKinsey Global Institute revelĂł que si se pagara el salario mĂ­nimo por todas esas horas de trabajo gratuito, esto agregarĂ­a USD 10 billones al producto econĂłmico mundial. Eso equivale al 13% del PBI global y supera el producto econĂłmico de JapĂłn, el Reino Unido y la India juntos.

Es posible que la sociedad nos incline a pensar que cuanto mayor es nuestro salario, mås importante es nuestro trabajo. Pero no podemos dejarnos engañar: si no hubiese quien realizara estos trabajos relacionados con el cuidado de los demås, nuestra economía se paralizaría.

Es posible que menospreciemos aĂșn mĂĄs esta clase de trabajos por los constantes avances de la tecnologĂ­a, que nos hace creer que podrĂ­an y deberĂ­an ser automatizados. Sin embargo, estos avances deberĂ­an ayudarnos a revalorizar y comprender mejor muchas de las facetas del trabajo de los cuidadores. Antes de poder automatizar un empleo, debemos deconstruirlo e identificar los aspectos que lo componen. Este proceso nos puede ayudar a decidir quĂ© partes debemos ceder a los algoritmos y los robots, y cuĂĄles quedarĂĄn a cargo de los humanos.

No obstante, no podemos tomar todas estas decisiones en un laboratorio, en especial si queremos que las personas utilicen estas nuevas tecnologĂ­as. Como parte del proceso, es necesario incluir una evaluaciĂłn para ver cĂłmo las personas reaccionan e interactĂșan con estos cuidadores automatizados. AsĂ­ como señala un artĂ­culo de Future Tense 2012, una de las razones por las que los cuidadores robot todavĂ­a no son una realidad en el mercado es que los potenciales clientes, que a menudo son muy mayores, no aceptan tan fĂĄcilmente a estos ayudantes mecanizados. Por ejemplo, a los pacientes puede resultarles difĂ­cil comunicarse con estos dispositivos, en especial cuando se trata de indicios no verbales. Hay estudios que sugieren que se trata de una brecha generacional. Sherry Turkle, una profesora del MIT que estudia las relaciones entre los humanos y las mĂĄquinas, ha detectado diferencias, en comparaciĂłn con la dĂ©cada de 1980, en cuĂĄn abiertas (e interesadas) estĂĄn las personas en entablar relaciones con los robots. Por ejemplo, realizĂł entrevistas con adolescentes en 1983 y 2008. Cuando les preguntĂł si preferirĂ­an recibir consejos amorosos de su papĂĄ o de un robot, las respuestas fueron contundentes. En 1980, la respuesta obvia era que preferĂ­an al padre. En cambio, en 2008, los participantes eligieron al robot, dado que, a diferencia de su padre, este podĂ­a acceder a una infinidad de datos sobre patrones de relaciones.

Incluso si estĂĄs dispuesto a recibir consejos para tu vida amorosa de un robot, eso no significa que quieras que una mĂĄquina te cuide en tus momentos mĂĄs vulnerables. Muchos —tal vez la mayorĂ­a— de los modelos aĂșn no tienen la capacidad de reconfortar a sus usuarios humanos. SĂ­, por supuesto, algunos de los robots actuales ya tienen la capacidad de expresar e interpretar emociones humanas, o de generar “valor emocional”. Sin embargo, Albert “Skip” Rizzo, el Director del ĂĄrea de Realidad Virtual MĂ©dica del Instituto de TecnologĂ­as Creativas de la Universidad del Sur de California, remarcĂł que los robots todavĂ­a no han alcanzado el punto en el que puedan imitar exitosamente la inteligencia humana.

Eso no significa que Ă©l considere que tengamos que descartar esa posibilidad para los modelos futuros. Para Rizzo, los procesos detrĂĄs de ciertos tipos de inteligencia emocional y de la empatĂ­a no son una cuestiĂłn tanto de magia como de un sistema de anĂĄlisis de datos mĂĄs avanzado. Las personas que tienen un coeficiente emocional elevado pueden incorporar muchos puntos de datos sobre otra persona —como el contacto visual; el tono, la inflexiĂłn y la cadencia de su voz; y el patrĂłn de respiraciĂłn— y responder con compasiĂłn. Rizzo explica que es un proceso complejo y todavĂ­a cree que hay algo Ășnico e incomparable en el contacto humano. Pero aun asĂ­ ve cierto potencial para que los sistemas de inteligencia artificial avanzados ayuden o incluso sustituyan temporalmente a un cuidador humano que ha trabajado demasiado.

“Queremos cubrir esos espacios vacíos donde no hay un cuidador humano o aquellos en donde sí hay, pero este no tiene el tiempo o la paciencia necesaria para hacer su trabajo a la perfección. La idea es quitarle un peso de encima”, explica Rizzo. “La inteligencia artificial busca ayudar a las personas a ser mejores cuidadores”.

Ese tambiĂ©n es casi un mantra entre desarrolladores y defensores de los cuidadores automatizados. Muchos plantean estas tecnologĂ­as mĂĄs como un complemento que como un reemplazo de las habilidades humanas. En especial con la tendencia de envejecimiento poblacional: se estima que, para el 2030, casi un quinto de los residentes de EE. UU. tendrĂĄ 65 años o mĂĄs. Ante estas cifras, no cabe duda de que vamos a necesitar toda la ayuda que podamos conseguir. Estas herramientas podrĂĄn ayudar a que las personas ofrezcan un mejor cuidado, suplir la falta de personal y contribuir a que ciertos grupos, como los ancianos, puedan seguir siendo independientes por mĂĄs tiempo.

La sociĂłloga y profesora de la Universidad de Virginia Allison Pugh piensa que, a medida que vayan desapareciendo otros empleos del mercado laboral, es posible que empecemos a valorar un poco mĂĄs las tareas relacionadas con el cuidado del otro. Sin embargo, tambiĂ©n considera que es probable que los avances tecnolĂłgicos nos empujen a menospreciar aĂșn mĂĄs este tipo de empleo al relegar demasiadas de nuestras tareas emocionales a los algoritmos y las mĂĄquinas. Principalmente, le preocupa que vivamos en un futuro donde los ricos puedan tener acceso a cuidadores humanos que brinden una atenciĂłn muy personalizada complementada con tecnologĂ­a avanzada, mientras que otros sectores de la poblaciĂłn solo puedan pagar una versiĂłn degradada de cuidado automatizado. En su opiniĂłn, cierto grado de automatizaciĂłn, sin duda, puede ser beneficioso. Pero “si te sientas a hablar con un grupo de cuidadores, la mayorĂ­a te dirĂĄ que los procesos centrales de su trabajo implican una interacciĂłn humana cara a cara, es decir que implica ver al otro, ser testigo de quiĂ©n es y quĂ© le estĂĄ pasando, y responder adecuadamente”, explica.

Existe una versiĂłn del futuro en la cual, luego de vernos obligados a reconsiderar la naturaleza del trabajo despuĂ©s de relegar incontables empleos a las mĂĄquinas, volveremos a darnos cuenta del valor que tiene el saber cuidar del otro y crearemos un modelo econĂłmico para retribuir adecuadamente a quienes hacen ese trabajo. Pugh prevĂ© que, en esa versiĂłn del futuro, es probable que podamos ver el cuidado del otro como el trabajo intrĂ­nsecamente humano que es “mejorado, en lugar de reemplazado, por la tecnologĂ­a”.

Es una funciĂłn que es, por su misma naturaleza, tan valiosa hoy como lo fue hace miles de años, cuando entablar relaciones y cuidar del otro garantizaba la supervivencia de la especie. A la luz de los hechos, parece mĂĄs que adecuado que, a medida que la tecnologĂ­a evoluciona, el Ășltimo trabajo en manos de los humanos nos remita de nuevo al primero de todos.

Este artículo es un fragmento de “Future Tense”, una colaboración entre la Universidad Estatal de Arizona, New America y Slate“Future Tense” explora la manera en que las tecnologías emergentes afectan la sociedad, la elaboración de políticas y la cultura.

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es directora de la Global Gender Parity Initiative en New America y senior fellow en el programa Better Life Lab.


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