En 1993 le pregunté a Stephen Hawking si algún día habrían de conocerse de primera mano los hoyos negros y qué impacto tendría ese conocimiento en la sociedad, tomando en cuenta que en ese entonces el tema todavía era materia de iniciados. Me respondió que los cálculos podrían ser erróneos y la tecnología, escasa, pero la realidad no. En cuanto a su efecto fuera del ámbito académico, aseguró, “va a ser una bomba”. Y apuntó dos elementos esenciales que deberían acompañar ese descubrimiento: llevar tecnologías al extremo y formular preguntas novedosas, temerarias, que provocaran sinergia en la comunidad científica. Estuve tentado a cruzar una apuesta con él, pero desistí porque sus argumentos sonaban muy convincentes.
Hacia fines de 2015 empezó a correr un fuerte rumor. El experimento para detectar “oleadas” gravitacionales que durante diez años se había llevado a cabo sin éxito en los observatorios de Hanford, estado de Washington, y Livingston, Louisiana, finalmente registró algo el 14 de septiembre de ese año. Más que nunca, la trillada metáfora de encontrar una aguja en un pajar se cumplió a pie juntillas y el anuncio se hizo oficial el 12 de febrero pasado. Ligerísimas perturbaciones provenientes de un violento y muy lejano suceso cósmico, el choque de dos hoyos negros, habían sido detectadas en forma directa y casi simultánea en ambos observatorios con una diferencia de siete milisegundos.
¿Qué queda después de la explosión mediática pronosticada por Hawking? No cabe duda de que no hemos estado cortos de sucesos extraordinarios: el Gran Colisionador de Hadrones ha servido para alcanzar energías cada vez mayores y escudriñar partículas cada vez más pequeñas; en la Estación Espacial Internacional se han realizado pruebas inéditas sobre la vida en el espacio; la misión Rosetta logró posar una sonda sobre la superficie de un cometa. También el telescopio Hubble ha tenido una actividad extraordinaria con su nueva óptica y el reciente descubrimiento de ligo (Laser Interferometer Gravitational Observatory) abre una nueva era en la ciencia cosmológica.
Siguiendo a Hawking, para evaluar una disciplina científica es necesario mirar qué ideas se infieren de ella y si pueden derribar paradigmas y aquilatar la derrama tecnológica que genera. Dicho envión lleva a los investigadores a buscar nuevos derroteros. Así, en el momento en que hubo gente dispuesta a probar la última hipótesis que se desprende de las teorías de Albert Einstein sobre la probable existencia de débiles ondas gravitacionales venidas de un pasado muy lejano, el desafío fue diseñar todo un conjunto de dispositivos, adaptando y creando nuevos prototipos que servirían a los propósitos específicos del experimento. Simplemente el vacío casi perfecto que se creó para llevar a cabo este experimento habría impresionado a Galileo y a su alumno, Evangelista Torricelli. Por su diseño, ingenio tecnológico y objetivo científico lo logrado por el ligo puede considerarse ya parte de la ciencia mayor (big science), y ha podido dar un revés a sus detractores, quienes han acusado los millones de dólares gastados en contestar preguntas ontológicas y cuyas ventajas a veces no quedan muy claras para diversos sectores de la sociedad.
Los beneficios son más que evidentes: todo lo que nos rodea, desde el cepillo de dientes que usamos a diario hasta las transacciones comerciales y financieras globales, no existiría tal como lo conocemos sin la gran ciencia. Por otra parte, para responder las tentaciones de quienes están empeñados en mutilar el conocimiento puro, se puede acudir a Gracián: “la ciencia es una locura, pero la ciencia sin seso es locura doble”.
¿Y respecto a las ideas que deberían ser exploradas y los experimentos que valdría la pena instrumentar luego de la euforia? Hay quienes piensan en la posibilidad de empezar a articular una Gran Teoría Unificada, como han soñado Einstein, Hawking y otros, para lo cual sería esencial encontrar el gravitón, la última partícula elemental desconocida. Sabemos que el entramado universal lo animan cuatro fuerzas, también llamadas interacciones o campos: el electromagnetismo, las fuerzas fuerte y débil que gobiernan las acciones al interior del átomo y la gravedad. Para formar átomos cada una se manifiesta mediante partículas fundamentales que interactúan entre sí pero la única que no se ha encontrado es el gravitón, el último de los invitados cósmicos.
La interacción gravitatoria es la más cotidiana y, no obstante, hasta ahora ha sido imposible incluirla en una teoría más vasta, el Modelo Estándar de la Materia. La gravedad ejerce enorme influencia entre objetos masivos, desde las galaxias hasta planetas y organismos, pero es insignificante entre objetos microscópicos como el interior del átomo. Entonces, ¿por qué los núcleos donde se encuentran protones y neutrones permanecen unidos?, ¿cuál será, a fin de cuentas, el enigmático pegamento universal que mantiene cohesionado eso que llamamos gravedad? Este es, sin duda, un buen momento para retomar esas preguntas. ~
escritor y divulgador científico. Su libro más reciente es Nuevas ventanas al cosmos (loqueleo, 2020).