Decíamos hace un tiempo que en nuestra cultura somos muy dados a la exageración y que recurrimos a todo tipo de estrategias lingüísticas para ello. Pues hoy vengo a deciros que esa exageración (que nos llevaba a decir que Eres más lento que el caballo del malo) tiene que ver con nuestra tendencia expresiva. Nuestras conversaciones están llenas de emoción. Y también son muchas las estrategias que usamos para conseguirlo.
De todas ellas, hoy os voy a hablar de un viaje: el que realiza el imperativo, desde su uso como verbo pleno (como cuando mi abuela salía al balcón y decía: Maricarmen, no lo repetiré, sube a cenar y yo dejaba la cuerda en el suelo y volaba escaleras arriba), hasta los usos en los casi ni se reconoce que allí hubo un verbo; esos ejemplos en los que, mira, lo único que vemos es una interjección.
Son muchos los lingüistas que se han ocupado de este asunto. Al lector interesado le sugiero que busque un artículo de Elena Bajo de 2023 en la revista Moenia. Mientras tanto, nos quedamos con la idea de que este viaje del imperativo, como ocurre en todos los viajes, lo va cambiando poco a poco. El primer síntoma de que algo está pasando es que quien lo escucha no se siente impelido a hacer nada, aunque a veces mantiene la naturaleza apelativa. Atiende, escucha, fíjate, mira, oye, perdona. Todos estos verbos, que en circunstancias normales nos habrían animado a hacer cosas bien distintas, aquí solo nos piden una: que le hagamos caso. Prueba de ello es que no nos parece contradictorio, confuso o abusivo algo como Oye, mira.
En otras ocasiones, el imperativo se ha especializado en expresar la emoción del emisor. En concreto, se usa para marcar sorpresa. A veces aparece en aislado Anda, Atiza, Figúrate. Otras, con complementos propios, con los que forma una frase más o menos fija, como con el complemento directo en Toma castaña o con el locativo en Toma del frasco, Carrasco. Pero las posibilidades son enormes. Algunas construcciones proporcionan dolores de cabeza al gramático más formal (Anda que no, Mira que venir, Mira por dónde), otras fijan construcciones coordinadas (Anda y que se vayan) o aparecen con el imperativo en forma iterativa (Quite, quite). Por cierto, hasta aquí solo hemos visto expresiones en afirmativo, pero en este viaje no se le hace ascos a la negación, como en No veas, No me digas, No fastidies.
Creo que estaréis de acuerdo conmigo en esto de que la emoción de sorpresa está detrás de todos los ejemplos que hemos ido poniendo, pero también habréis advertido que aparece con matices diferentes. A veces, con inseguridad (Vete tú a saber) o con incredulidad (Venga ya), otras con crítica (Ríete tú de las siete plagas de Israel) o con verdadera animadversión (Tócate las narices). Todo un universo emocional que el imperativo va adquiriendo al tiempo que pierde su valor original. Porque viajar, ya lo hemos dicho, consiste en eso, en transformarse. A puro usar las expresiones, las vamos deformando, tanto en su significado como en su significante. Por eso a veces, nuestros imperativos se van dejando sonidos por el camino y un Escucha se transforma en Cucha y un Vamos, hombre en Amos, hombre.
Muchos ejemplos de estos imperativos, como veis, se centran en lo que siente el emisor. Sin embargo, esto no significa que se olvide completamente del receptor. Prueba de ello es que por muy fijos que se estén volviendo, son sensibles a la relación que mantenemos con el otro. Por eso, cuando estoy hablando con un amigo sobre algo que me resulta raro le digo Vete tú a saber, mientras que si la conversación es con un desconocido lo transformo en un Vaya usted a saber. Y por eso mismo, las frases más coloquiales, como Chúpate esa, siempre aparecen flexionadas en segunda persona.
Y es que en el fondo de este viaje no hay otra cosa que nuestro deseo de compartir con el otro. Porque una sorpresa en solitario, sea para bien (toma ya) o para mal (mira tú), no se vive igual. La sorpresa, la alegría, la indignación o la tristeza son pequeños terremotos que afrontamos mejor cogidos de la mano.