Noticias de Plutón

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Si Galileo viviera, seguramente por su edad no habría podido estar en Praga, para asistir a la reunión de la Unión Astronómica Internacional (UAI) de agosto pasado. Pero se habría puesto tan contento de las buenas noticias que finalmente habría hecho las paces con los pedantes académicos florentinos, e incluso habría perdonado a quienes lo torturaron, ya era viejo y sabio, por mostrarles no la verdad ni el camino, sino algo más sencillo y complicado a la vez: cómo funciona el universo que nos rodea.

Estaría deleitándose porque, luego del descubrimiento de Plutón, en 1930, un debate astronómico sobre la definición de planeta que ha durado más de setenta años tomó un rumbo de sensatez en esa convención. No esperábamos menos de los orgullos astrónomos, quienes han caído rendidos ante el embeleso y el peso de los argumentos físicos.

Y es que la materia que los ocupa es como la anatomía, disciplina que se dedica a clasificar y observar cuerpos; su complemento, la fisiología, estudia más bien el funcionamiento de los órganos. Lo mismo pasa con la física, que va más a fondo, en este caso, de los fenómenos que suceden alrededor de los objetos celestes.

Hasta ahora habían prevalecido los argumentos “astronómicos” para definir qué era un planeta, pues se llamaba así a todo cuerpo que gira alrededor de una estrella; que tiene suficiente masa para que la fuerza gravitacional le dé una forma esférica y que haya disipado la materia a su alrededor.

Éstos, sin duda, son argumentos puramente descriptivos. Lo que cuestiona la inclusión de Plutón como planeta es la física que Galileo ayudó a construir. Para empezar, la órbita de Plutón no está en el mismo plano que las de los llamados planetas clásicos. Eso hace pensar que se trata de un objeto que se agregó al sistema solar y no se formó por los mismos procesos físicos que dieron forma a los planetas. Esto es ya “fisiología”, es decir, “física”.

Además, la órbita de Plutón es muy excéntrica, y durante veinte de los 249 años que tarda en recorrerla se encuentra más cerca del Sol que Neptuno. Es también la más inclinada con respecto al plano en el que orbitan los demás planetas del Sistema, por lo que no existe peligro de que se tope con Neptuno. Pero no es normal. Cuando las órbitas se cruzan lo hacen cerca de los extremos, de manera que, en sentido perpendicular a la eclíptica, los separa una enorme distancia. Plutón llegó por última vez a su perihelio en septiembre de 1989, y continuó desplazándose por el interior de la órbita de Neptuno hasta marzo de 1999. Actualmente se aleja del Sol y no volverá a estar a menor distancia que Neptuno hasta septiembre de 2226.

Si Galileo estuviera entre nosotros y contara con una computadora, nos haría ver en su blog que lo único que puede aclarar la discusión es recurrir a la física del asunto. Más que la simple observación descriptiva de un cuerpo esférico que gira alrededor de una estrella, es sobre todo su origen, el movimiento que describe y, desde luego, su masa, lo que importa para determinar realmente qué es.

Como buen experimentalista, Galileo no dejaría de señalar a Plutón como un invitado incómodo, ya que fue descubierto por accidente en 1930 cuando Percival Lowell buscaba el planeta X, el cual, por su tamaño, debería afectar la órbita de Neptuno. Su asistente, C.W. Tombaugh le anunció lo que había visto, pero Plutón tenía una masa tan pequeña (menor a siete de las lunas del sistema, incluida la nuestra) que Percival comprendió de inmediato que no era lo que buscaban.

Ya desde 1801 nuestro sistema solar había mostrado su creciente complejidad cuando, en enero de ese año, Guiseppe Piazzi descubrió el primer planeta menor, Ceres, y luego otros encontraron una serie de asteroides entre Marte y Júpiter, y también cerca de Neptuno, incluso algunos de ellos con satélites. El cielo, que parecía tan vacío e inerte, en realidad estaba poblado de millones de cuerpos y era escenario de una actividad frenética. Para añadir más ruido a la discusión, luego del descubrimiento de Plutón se encontró que también tenía objetos
que lo acompañaban en su órbita: Caronte, por algunos considerado un planeta en sí mismo, Hydra y Nix.

Los astrónomos radicales piensan que Marte, la Tierra, Venus y Mercurio tampoco deberían ser considerados planetas sino cuerpos rocosos enanos, de manera que el sistema solar sólo tendría cuatro objetos (Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno), los cuatro “rocosos” mencionados y dos cinturones de asteroides, entre los que destacan Ceres, el “2003 UB313” (algunos lo llaman Xena), Plutón y Caronte.

Por su parte, los disidentes desean incluir estos objetos menores en nuestro sistema planetario, lo cual abriría la puerta a decenas, quizá miles de objetos que también cumplirían con los requerimientos. Pero, de nuevo, es el origen común de los ocho planetas y el movimiento de sus órbitas lo que rige, cosa que los plutonianos y la familia de Ceres no cumplen. Por ello, y fieles al principio de sencillez que ha caracterizado la ciencia desde Galileo, la mayoría de los astrónomos afiliados a la UAI acordaron distribuir el sistema solar en ocho planetas mayores y cuatro menores; asteroides internos y externos. Más simple no se puede.

Eso, sin embargo, no haría pensar a Galileo que todo acabó, pues lo que no vimos hoy será descubierto mañana. Quizá septiembre de 2226 sea una buena fecha para pensar en una nueva clasificación de nuestro sistema solar.

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escritor y divulgador científico. Su libro más reciente es Nuevas ventanas al cosmos (loqueleo, 2020).


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