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Por qué el Pentágono no puede identificar objetos voladores

El 25 de junio, el gobierno de Estados Unidos publicó un nuevo informe sobre fenómenos aéreos no identificados. Los huecos en el mismo son la confirmación de las limitaciones de la percepción, no un espaldarazo a las noveles teorías de los cazadores de ovnis.
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El 4 de octubre de 1918, el Cuerpo de Señales del Ejército de los Estados Unidos lanzó con éxito un torpedo aéreo que luego perdió. El Kettering Bug, como se le conocía formalmente, es ancestro de los misiles de crucero y de los drones, pero aquel día de 1918 puso frente a un desafío único a la unidad militar responsable de su lanzamiento. El personal del Cuerpo de Señales, que entrevistó a los granjeros del área de Dayton, Ohio, para tratar de averiguar a dónde se había ido el Bug, carecía del lenguaje para explicar exactamente qué era. Aun si hubieran tenido la terminología, el programa de torpedos aéreos era ultrasecreto, y Estados Unidos todavía estaba librando la Gran Guerra.

Algunos testigos del accidente del Bug dijeron que habían visto a un piloto saltar del dron en paracaídas, y otros describieron el descenso como la acción de un piloto loco o borracho. El Ejército no cuestionó esas percepciones. En lugar de eso, fue tan lejos como afirmar que el piloto inexistente había saltado a tiempo y estaba siendo atendido en un hospital. Por seguridad nacional, a los testigos que condujeron al Ejército hasta su avión no tripulado perdido no se les confió con la honesta verdad de lo que habían visto.

El 25 de junio, la Oficina del Director de Inteligencia Nacional publicó un nuevo informe sobre fenómenos aéreos no identificados, o FANI (UAP por sus siglas en inglés). (OVNI fue alguna vez un término militar, pero como ahora carga con una connotación en la cultura pop que lo liga con visitantes de otros planetas, el ejército empezó a usar FANI, un término que es todavía menos descriptivo.) El informe, de apenas nueve páginas incluyendo dos apéndices, no identifica los misteriosos fenómenos no identificados ni como tecnología humana ni como algo extraterrestre. En cambio, difiere la certeza a futuras investigaciones, y le pide al público que confíe en conclusiones basadas en evidencia que, como el propio Ejército admite, puede ser resultado de errores de los sensores o de los pilotos.

El Pentágono de 2021 es muy diferente de aquel Ejército que salió en busca de sus torpedos aéreos en 1918, pero existe una continuidad importante en la forma en que decide revelar información, y a quién. Cuando hablamos hoy de misterios militares en el cielo, la verdad cognoscible existe en algún lugar entre lo que el público ve, lo que las fuerzas armadas ven, pero no quieren compartir, y lo que ellas mismas no quieren admitir que no saben.

Luego de que una cobertura mediática de alto perfil, así como un llamado del senador Marco Rubio a “tomarlo en serio y tener un proceso para tomarlo en serio”, anticiparan la llegada del informe, este aterrizó sin hacer mucho ruido. Examina 144 avistamientos detectados por sensores del gobierno de Estados Unidos (no solo video) entre 2004 y 2021, y dice que 18 de esos incidentes podrían potencialmente mostrar un patrón de vuelo inusual. En lugar de denominarlos como evidencia de investigación militar ultrasecreta, naves extranjeras de origen humano o visitas extraterrestres, el informe simplemente los etiqueta como incidentes que requieren estudio adicional.

“La Fuerza de Tarea de Fenómenos Aéreos No Identificados (UAPTF, por sus siglas en inglés) tomó en cuenta una variedad de información sobre FANI descrita en informes militares y de la comunidad de inteligencia de Estados Unidos”, dice el resumen ejecutivo, “pero debido a que los informes carecían de suficiente especificidad, terminó por reconocer que se requería un proceso de informes hecho a la medida para proporcionar datos suficientes para el análisis de los eventos de FANI”. En otras palabras, cuando se trata de documentar lo inexplicable en el cielo, el ejército estadounidense no tiene un sistema riguroso de recogida de datos.

En parte, esta carencia en la recogida de datos es resultado directo de decisiones tomadas por la milicia, principalmente la Fuerza Aérea de Estados Unidos. En 1969, esta institución puso fin al proyecto Blue Book, que recolectaba casos de avistamientos de ovnis, después de que un informe concluyera que “el 90% de los informes de ovnis resultan estar relacionados de manera bastante plausible con objetos ordinarios”, como los muchos avistamientos que resultaron ser fotografías del planeta Venus. Del 10 por ciento restantes, al menos la mitad podía explicarse por la observación en público de aviones espía militares ultrasecretos, aunque esa información no se revelaría sino hasta 1992. Al recoger informes sobre ovnis, la Fuerza Aérea esperaba que el proyecto Blue Book detectaría amenazas aéreas nuevas y novedosas contra Estados Unidos. Lo que descubrió, en cambio, es que a veces la gente veía pasar aviones espía. Después de dar por terminado el proyecto, la Fuerza Aérea se distanció de dar respuestas públicas a las observaciones inusuales en el cielo, luego de décadas de estrecha asociación.

Tanto la Fuerza Aérea como los ovnis tienen sus orígenes en el verano de 1947. El 24 de junio, el piloto aficionado Kenneth Arnold reportó un platillo volador cerca de Mount Rainer, en el estado de Washington, desencadenando una serie de informes sobre platillos voladores. Solo un mes después, el presidente Harry Truman promulgó la Ley de Seguridad Nacional de 1947, que dotó de autonomía a la Fuerza Aérea. Así mismo, los pilotos que reportan avistamientos inusuales en el cielo son tan viejos como los propios pilotos.

Proteger el cielo significaba buscar amenazas nuevas que pudieran surgir en las alturas, aparentemente de la nada. Esto implicaba estar pendientes de amenazas por parte de naciones hostiles, sobre todo conforme las tensiones con la Unión Soviética aumentaban. “Y [la Fuerza Aérea dice] una y otra vez, desde 1948, que [informar sobre ovnis] simplemente debe convertirse en una parte de nuestro trabajo normal de inteligencia”, dice Kate Dorsch, historiadora de ciencia en la Universidad de Pennsylvania.

Esa tensión entre querer documentar las amenazas con precisión y conservar secretos militares terminará por colisionar en Roswell, Nuevo México.

El 14 de junio de 1947, unos 130 kilómetros al norte del pueblo de Roswell, los ganaderos W.W. “Mac” y Vernon Brazel, padre e hijo, descubrieron los restos de un enorme globo. Tres semanas y media después, Mac recogió lo que pudo encontrar y se lo entregó al sheriff local. Brazel dijo que las historias de los medios, como la del avistamiento del platillo volador de Arnold, lo llevaron a mostrar los restos a las autoridades.

Cuando el sheriff se puso en contacto con la base aérea local para averiguar el origen de este misterioso objeto, un oficial de inteligencia decidió informar a la prensa que el Ejército había tomado posesión de un platillo volador. “Aparentemente, desde la perspectiva de la Fuerza Aérea, era mejor que una nave espacial ‘extraterrestre’ se hubiera estrellado por ahí a decir la verdad”, le dijo Roger Launius, ex curador de historia espacial en el National Air and Space Museum del Smithsonian, a la revista Smithsonian en 2017. La mentira también resultó ser exactamente lo que el público quería oír.

Un día después del informe del oficial de inteligencia, el Ejército de Estados Unidos ofreció una verdad a medias aclaratoria. Identificó el objeto como un globo meteorológico que se había desplomado. La verdad completa, desclasificada en 1994, es que se trataba de un globo del proyecto Mogul, un programa militar secreto que montó micrófonos y otros sensores acústicos en globos para detectar señales de una prueba nuclear soviética.

Aunque las explicaciones ofrecidas para el accidente de Kettering Bug o el globo de Roswell pueden parecer ridículas hoy, solo lo son desde la perspectiva que nos dan décadas de información pública y desclasificada. Aun si las fuerzas armadas reconocen la veracidad de los avistamientos recientes, con videos y testimonios de pilotos, debemos ser escépticos de que estén diciendo todo lo que saben. Pueden mantener en secreto la naturaleza clasificada de una tecnología, incluso para los pilotos que la observan en acción.

Nuestra nueva era de avistamientos de ovnis comenzó con tres videos filtrados en línea. FLIR, filmado en 2004 y que puede verse en línea al menos desde 2007, fue el tema de un importante reportaje del New York Times en 2017 junto con GIMBAL, filmado en enero de 2015 y publicado en línea por To the Stars Academy of Arts and Science, una iniciativa de caza de ovnis encabezada por Tom DeLonge, ex líder de la banda Blink-182. (En 2018, To The Stars también publicó GOFAST, un video filmado en enero de 2015.)

El Pentágono ha confirmado que son videos reales de origen militar. Cada uno de estos videos, tomados desde una cámara montada en un avión militar, muestra lo que parece ser un objeto moviéndose en el cielo de manera poco común, viajando a gran velocidad contra el viento y girando en ángulos inusuales. En los videos de también se puede escuchar a los pilotos reaccionar, especulando sobre la naturaleza de los objetos. (“Es un maldito dron, hermano” … “¡Mira esa cosa! Está girando”).

Estos videos parecen ser documentos fidedignos. Pero el nuevo informe traza una línea cuidadosa entre decir que lo que es visible es realmente lo que sucedió y reconocer las limitaciones de los sensores en los aviones militares.

De manera cuidadosa, el informe analiza que la mayoría de los fenómenos reportados “probablemente representan objetos físicos” y fueron registrados por una variedad de sensores, que incluyen radares, infrarrojos, electroópticos (una “cámara normal”), buscadores de armas y confirmación visual (por pilotos u otros observadores humanos). Pero sugiere que las características de vuelo inusuales de algunos FANI “podrían ser el resultado de errores en los  sensores, falsificación o percepción errónea del observador”, y requerirán un análisis riguroso. El informe señala que “los sensores montados en las plataformas militares de Estados Unidos generalmente están diseñados para cumplir misiones específicas. Como resultado, esos sensores generalmente no son adecuados para identificar FANI”. Pero también vale la pena considerar que es probable que algunas lecturas hechas por los sensores durante los avistamientos sigan siendo secretos militares hasta su desclasificación, que podría tardar mucho tiempo en llegar.

Durante un breve lapso en la década de los 40, la Fuerza Aérea estadounidense trabajó con Kodak para desarrollar una cámara con el fin específico de tomar fotografías de ovnis. Dorsch dice que: “De inmediato fue un fracaso total. No pudieron determinar qué necesitaba la tecnología ni cómo hacerla funcionar. La Fuerza Aérea ni siquiera estaba convencida de que, incluso si pudiera funcionar, valdría la pena el costo, ni de que sería tan exitosa”. Entonces, en lugar de un sensor diseñado para detectar lo no identificable, el ejército tiene que apoyarse en los sensores que ya tiene montados en sus vehículos, construidos para encontrar amenazas conocidas.

Todo esto, por no mencionar las extrañas lecturas que podrían obtenerse si las señales (visuales, infrarrojas o de ondas de radio) estuvieran siendo interferidas. El informe reconoce esta posibilidad en las menciones de “spoofing“, la distorsión deliberada y hostil de las señales. Si los avistamientos de FANI son resultado de esa distorsión, ello sugiere fallas en los sensores, que las fuerzas armadas querrán corregir. Y, lo que es quizá más importante, también sugeriría que alguna otra nación (o más de una) ha aprendido lo suficiente sobre los sensores estadounidenses como para poder engañarlos.

Algunas de las actividades descritas en los videos publicados, como las velocidades de aceleración inusuales en objetos desconocidos, también podrían ser resultado de un error ya conocido, pero no revelado, de los sensores. Los sensores de uso militar existen para poner las armas en los objetivos correctos, y para proteger a las personas y vehículos que disparan esas armas. Revelar los errores de esos sensores significaría dejar que otro país conociera un punto débil en ese proceso.

Es importante recordar que, si bien se han hecho públicos algunos videos, este informe se basa en 144 incidentes. El ejército está recopilando mucha más información de la que comparte con el público, y es probable que tenga razones especialmente mundanas para negarse a revelar todo lo que captura. Por ahora, estos 144 incidentes siguen siendo un misterio, ya que la milicia espera que la información recopilada de manera más deliberada conduzca a un mejor análisis interno.

El informe dice que con una mejor recopilación de datos y con pilotos más dispuestos a hablar (el esfuerzo para superar el estigma de informar acerca de un FANI fue el tema central de una historia publicada en abril por el New Yorker), el Pentágono podrá clasificar todos los avistamientos en cinco categorías útiles. Estas son: perturbación aérea, fenómenos atmosféricos naturales, programas en desarrollo del gobierno o de la industria de los Estados Unidos, “sistemas de adversarios extranjeros” y un amplio contenedor para “otros”. De ellos, el ejército probablemente tenga interés en mantener en secreto los proyectos del gobierno y en confirmar la existencia de sistemas extranjeros antes de revelarlos al público.

Que el Pentágono, con todos los sensores que tiene a su disposición, espere seguir registrando avistamientos que no puede categorizar, es la confirmación de las limitaciones de la percepción, no un espaldarazo a las noveles teorías acerca de aeronaves. También es un instrumento útil para las fuerzas armadas, una forma de reconocer públicamente un misterio para el que bien pueden tener respuesta, pero consideran demasiado crucial en términos de seguridad nacional como para revelarlo por completo.

Lo cierto es que no sería la primera vez que el sector militar, estando en posesión de una verdad concreta pero embarazosa, se sentara a observar mientras el público llena los huecos con cualquier cosa, menos con historias de equívocos.

 

Este artículo es publicado gracias a una colaboración de Letras Libres con Future Tense, un proyecto de SlateNew America, y Arizona State University.

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