Twitter ha modificado las normas de publicación en su red social. Ahora permite a sus usuarios de casi todos los idiomas –se excluyen de momento el coreano, el japonés y el chino– la creación y difusión de mensajes de hasta 280 caracteres de extensión: el doble de los 140 que volvieron famosa a esta plataforma en el mundo entero desde hace poco más de una década.
El cambio se veía venir desde fines de septiembre, cuando Twitter empezó a experimentar con el otorgamiento de más espacio a un número reducido de usuarios. Supuestamente, la empresa está respondiendo a los deseos de los propios tuiteros, entre quienes la noción de los 140 caracteres como un límite opresivo y arbitrario ha circulado durante años, aunque también se puede suponer que la intención es atraer a nuevos usuarios y reducir la desventaja de Twitter respecto de otras redes más populares, como Facebook.
La repentina duplicación del espacio disponible para escribir ha producido reacciones encontradas entre los tuiteros ya establecidos. Muchas han sido de franco rechazo, y muchas más de desconcierto o de burla. Sin embargo, todas siguen patrones que ya se han visto en la evolución de las redes sociales contemporáneas: son respuestas inmediatas, amplificadas por las “cámaras de eco” de las mismas redes pero que bajan de intensidad rápidamente a medida que el público se conforma con los cambios o incluso se olvida de ellos. Mientras escribo esta nota, parece que estamos dejando atrás el periodo inicial de resistencia: ya son menos frecuentes los tuits contra la modificación, desde los meros balbuceos –muchos intentan simplemente alcanzar el nuevo límite, a veces sin que sus autores hagan más esfuerzo que apretar teclas al azar– hasta las observaciones más razonadas, como esta del académico argentino Carlos Scolari: “Descubro que NO estoy leyendo los tuits largos”, tuiteó Scolari el 8 de noviembre. “El pulgar se desplaza automáticamente y paso a los que siguen…”
No es seguro que el cambio vaya a tener los resultados esperados por Twitter, aunque tampoco que la mayoría de los usos habituales de la red vaya a ser grandemente afectada. La interacción social cotidiana, la recepción de noticias, la búsqueda de celebridades o temas de interés, las efusiones sentimentales, nada tiene por qué modificarse radicalmente. Twitter está ya lejos de sus orígenes como una plataforma de lo que se llamaba microblogging para compararlo con los ya añejos weblogs: se encuentra totalmente integrado en la “economía de la atención” de las redes sociales de hoy, es decir, en la competencia constante por la atención de su público, mantenida por medio de la promoción de contenido superficial y sensacionalista y de estratagemas de diseño y uso pensadas para brindar gratificación instantánea, adictiva.
Con todo, la observación de Scolari apunta a un aspecto importante del empleo de Twitter como mera herramienta de escritura y lectura. Esta es la única red que había estado definida –que aún lo está, en realidad– por una noción de espacio limitado. Y el espacio es importante. Aunque las notas en otras redes también tienen límites (en Facebook, por ejemplo, es de 63,206 caracteres), estos no son constantemente visibles en sus mismas interfaces. Twitter ha eliminado el contador de caracteres que tenía en la ventana de redacción de nuevos tuits, pero en su lugar está ahora un círculo que se va llenando a medida que se agota el espacio disponible. Aunque el límite se vuelve menos preciso, la conciencia de que existe no desaparece.
Por otro lado, en estos años las “líneas de tiempo” (timelines) de la red –los flujos de tuits que se suceden unos a otros en columnas de elementos más o menos homogéneos en la pantalla– han tenido tiempo de desarrollarse y asentarse como una característica esencial de la experiencia de la lectura en Twitter. Y esto ha implicado, entre otras cosas, una impresión de ritmo: escritos de extensión parecida, forzada por la limitación de la red y claramente perceptible, se suceden unos a otros, puntuados por elementos gráficos como imágenes, videos, emojis o tuits incrustados, por anuncios y por los muy raros textos que se fragmentan deliberadamente para sugerir disposiciones semejantes a las de los versos de un poema, en contra de la sugerencia de continuidad (¿prosística?) que el diseño de Twitter alienta. Ninguna otra red basada en texto tiene la misma homogeneidad esencial ni ofrece, al romperla, la misma sugerencia de multiplicidad.
Por esta razón, entre otras, han prosperado en Twitter las formas de escritura brevísima trasplantadas de la literatura impresa o inventadas directamente en línea. No solo se imponen condiciones muy específicas para su elaboración que pueden ser poderosos estímulos creativos, sino que sus posibles lectores –aun si no entran en la red buscando específicamente ejemplos de lo que aún se llama tuiteratura– perciben fácilmente que pueden y hasta deben participar activamente en el descubrimiento, recolección y manipulación de los textos que les interesen, incluso más allá del simple refuerzo mediante un retuit o un like.
Las mejores experiencias de creación y lectura en Twitter, incluyendo aquellas que se han alejado de las convenciones de la prensa y de la escritura como producción de mercancía, han dependido de estas posibilidades surgidas de la evolución misma de la red, más allá de los propósitos de sus dueños. Ahora veremos si la situación se modifica: aunque el espacio disponible para cada tuit sigue siendo poco, y por lo tanto se mantiene la tensión entre el deseo de extenderse y la brevedad obligada, podría suceder que los textos de más de 140 caracteres dieran efectivamente la impresión de ser más largos de lo que puede abarcar un vistazo, menos atrayentes para lectores habituados a no pasar del título de un artículo. Twitter podría convertirse en algo parecido a Facebook: una aglomeración más caótica, con un nivel aparente de “ruido” mucho más alto y sin las mismas herramientas de gratificación que aquella otra red.
Aunque también es posible pensar en efectos positivos. Hallazgos de la escritura en Twitter en años pasados se han vuelto costumbre, con lo que parte de sus impulsos innovadores se ha perdido. Los 280 caracteres podrían ser espacio suficiente para nuevos descubrimientos y prácticas de escritura, que no podemos anticipar ahora igual que no pudimos prever, hace diez años, las posibilidades de los humildes 140.
(1970) es autor de Cartas para Lluvia, Los atacantes, La torre y el jardín, Los esclavos y Gente del mundo, entre otros. Por su libro Manda fuego (2013) ganó el Premio Bellas Artes de Narrativa Colima para obra publicada.