“¡Vivan por siempre las burbujas!”: Jorge Wagensberg Lubinski (1948–2018)

En memoria del investigador y divulgador de la ciencia Jorge Wagensberg fallecido recientemente.
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Parado bajo la cúpula geodésica que matiza la luz del sol sobre la entrada al Teatro Museo Dalí, en la pequeña ciudad catalana de Figueres, imagino al joven físico Jorge Wagensberg. En 1985, emocionado y sereno, inaugura frente al público las jornadas internacionales para el diálogo “eterno” (según Salvador Dalí) entre el arte y la ciencia. Uno de sus invitados fue el premio Nobel, Ilya Prigogine, a quien tanto admiró Jorge. Supo utilizar sus temas (termodinámica, procesos irreversibles, teoría del caos) para expandir sus puntos de vista como pensador. Siempre buscó la originalidad a fin de compartir experiencias peculiares, extraordinarias, orientadas a iluminar el camino común a través de un relato museográfico, una reflexión filosófica, un aforismo.

Lo conocí en 1999, cuando empezaba a renovar el pequeño museo de ciencias de Barcelona patrocinado por la caja popular, La Caixa, con el objeto de convertirlo en un referente de la museografía mundial. Por mi parte, estaba por publicar mi primer libro en la colección de Metatemas que él dirigía para la editorial Tusquets (Luz interior. Conversaciones sobre ciencia y literatura). Desde entonces, cada vez que pasaba por la ciudad condal llamaba por teléfono a Emma Farguell, su asistente, y siempre encontraban tiempo para comer o cenar con él a unos pasos de CosmoCaixa, el Museo de Ciencias de Barcelona que Jorge imaginó y abrió para hacernos comprender de manera lúdica, profunda, las maravillas de la naturaleza. Al recorrerlo uno descubre el cuadrivio de la imaginación: argucia literaria, escepticismo científico, emoción artística, ingenio tecnológico.

Un día me obsequió un ejemplar de un libro épico acompañado de fotografías (Amazonia. Ilusiones ilustradas). Poco tiempo después me dijo que estaba enamorado de una brasileña y de su país, de manera que formó una familia y se trajo un pedazo de esa región sudamericana al Museo CosmoCaixa: el bosque inundado. Entrar en esa gigantesca, húmeda cápsula del espaciotiempo, donde llueve cada quince minutos, nos muestra en todo su esplendor y complejidad los mecanismos de la evolución biológica, el dominio humano sobre el conocimiento.

Jorge sostenía opiniones radicales con la intención de provocar en las personas un sentimiento, una duda útil. Así, afirmaba que si tenías diez pesos, era tu obligación usar cinco para la torta y cinco para el libro. Comer y conocer siempre deben de ir de la mano. Asimismo, su gusto por las ferreterías lo llevó a discurrir y encontrar una explicación a la incomprensión del conocimiento científico por parte del público. La parábola del biólogo y el herrero le servía para describir este asunto. Supongamos que alguien compra un cuchillo en una ferretería y lo utiliza para asesinar. Puesto que a diario pasamos frente al escaparate de una ferretería, todos compartimos el riesgo de que ese cuchillo sea mal usado y no le exigimos nada al ferretero ni a quien lo fabricó. En cambio si un biólogo crea personas diminutas que trabajan sin parar ni protestar, la sociedad entera se volcará a recriminarle. ¿Cómo se te ocurre investigar en un asunto prohibido? ¿Cuál es la diferencia? Que, como sociedad, aún no entendemos el riesgo de intervenir en los procesos vitales, sabemos poco de ciencia y, en consecuencia, somos incapaces de compartir el riesgo. Por tanto, el biólogo (todo científico) está obligado a poner en el escaparate de la divulgación su trabajo con el propósito de proporcionarle a la gente argumentos para juzgar y decidir cómo desea proceder.

La renovación de CosmoCaixa terminó en 2004, de manera que abrió sus puertas aprovechando que Barcelona sería sede del Fórum de las Culturas el verano de ese año. La conferencia magistral de Jorge fue divertida y llena de ideas inspiradoras. Acompañado por Pep Bou, el hombre burbuja, quien en ese entonces llevaba más de dos décadas haciendo pompas de jabón, Jorge nos contó la historia más bella del cosmos, una historia simple, colmada de objetos simétricos, efímeros, redondos y delicados. Jorge los llamaba entes de una piel sui generis: piel líquida, piel de burbuja. Entre las pompas de Pep, Jorge nos condujo por el camino del Big bang, nos permitió descubrir el origen de las bacterias, escudriñar en el futuro del Universo. Como decía él, “larga vida a la realidad, vivan por siempre las burbujas… ¡y que la selección natural sea benigna con nosotros!”.

En 2014 empezó a tomar forma un sueño acariciado desde tiempo atrás, del cual platicamos varias veces: crear un museo dedicado al diálogo inédito entre imaginación científica y descubrimiento en el arte. El vasto y soberbio acervo pictórico y ornamental del museo de la Ermita (Hermitage), en San Petersburgo, estaba a su disposición. Era una inigualable oportunidad de abandonar los clisés, las interpretaciones tergiversadas sobre las conjunciones y disyunciones entre la expresión artística y la mirada de la ciencia, sin olvidar su alma gemela, la tecnología. Hacer buena literatura sin recurrir a fuegos de artificio, la contundente sencillez antes que nada. Por desgracia uno de los males de nuestro tiempo, el cáncer, interrumpió este sueño. Jorge murió en su casa el pasado 3 de marzo poco antes de cumplir 70 años de edad. Descansa en paz, querido y admirado amigo.

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escritor y divulgador científico. Su libro más reciente es Nuevas ventanas al cosmos (loqueleo, 2020).


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