Foto: NASA

Y con ustedes… ¡el nuevo sistema solar!

Los astrónomos han estado haciendo una profunda revisión acerca del origen y evolución de los planetas y otros cuerpos de nuestro sistema solar. Lo que han descubierto a través de los telescopios así como mediante las sondas que van llegando a su destino está obligando a replantear lo que sabíamos hasta ahora.
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El cosmos tiene su propia agenda, qué duda cabe. Cuando quiere llamar nuestra atención, no hay remedio, hay que voltear a verlo, como sucedió hace unos días, cuando el eclipse de luna sangrante más largo del siglo XXI tuvo entretenidas a millones de personas. Y es un mago singular, siempre con una sorpresa debajo de la manga. Un día te despiertas y los planetas que acostumbraban enseñarte en la escuela ya no son los mismos. Otro día, resulta que Marte, el mundo “inerte”, esconde un kilométrico manto de agua bajo la capa de hielo que perdura en el polo sur marciano. Y donde hay agua, puede haber vida. Entonces los adeptos a una nueva disciplina, la astrobiología, saltan de alegría y se preguntan: ¿No importa cuán salada esté? ¿Los organismos extremófilos sabrían arreglárselas? Júpiter no es ya el gigante gaseoso que atisbamos, así como Saturno ha dejado de ser aquel enigmático objeto anillado. De hecho, los astrónomos están haciendo una profunda revisión acerca del origen y evolución de los planetas y otros cuerpos de nuestro sistema solar. Lo que han descubierto a través de los telescopios, tanto en tierra como en el espacio, así como mediante las sondas que van llegando a su destino, está obligando a replantear lo que sabíamos hasta ahora.

Todo comenzó en agosto de 2006, cuando la Unión Astronómica Internacional decidió retirarle el título de planeta mayor a Plutón, llamándolo “enano”. La noticia causó revuelo en los medios y atrajo la atención durante días. Hoy se le agrupa con otros objetos celestes similares: Ceres, Makemake, Haumea y Eris. Hubo quienes lo consideraron un capricho técnico. En realidad, es la punta de un iceberg de conocimiento que se ha acumulado y está llevando a refinar ideas y conceptos.

Vayamos al antiguo Observatorio de Greenwich en el norte de Londres, a orillas del río Támesis, ahora convertido en museo. Fue diseñado por Christopher Wren, tal vez asistido por Robert Hooke. Junto al observatorio se construyó una casa, también diseñada por Wren, a fin de que, a partir de 1676, fuera habitada por los astrónomos reales y sus familias. Ahí se exhiben objetos valiosos para entender cómo está empezando a cambiar el relato cósmico. Uno de ellos es un bello modelo mecánico de mesa, perteneciente a Margaret, hija del astrónomo real entonces, Nevile Maskelyne, el cual simula el movimiento de los planetas alrededor del Sol e incluye Urano, descubierto en 1781 por William Herschel, si bien se confirmó hasta dos años después que no se trataba de un cometa o una estrella, sino de un planeta, gracias a las subsecuentes observaciones del astrónomo Johan Elert Bode. Así se concebía el sistema solar, como un ordenado y regular mecanismo de relojería, con un sol en el centro y planetas que dan vueltas en diferentes órbitas fijas, panorama que indujo a creer que esa forma había tenido siempre. En 1846 se descubrió Neptuno y, finalmente, en 1930, Plutón. Todo estaba claro y nada sustancial podía cambiar. Hasta hoy.

Cuando fue construido este modelo a escala ya se sabía que las órbitas circulares eran más bien elípticas, gracias Johannes Kepler. Ahora podemos hacer otra precisión. Dado que todo el sistema, incluido el Sol, se mueven respecto de la galaxia, el desplazamiento es, en realidad, helicoidal. Desde luego, nuestra estrella sigue estando en el centro, alrededor de la cual orbitan los planetas interiores o rocosos, el primero de ellos, Mercurio, que lo hace muy rápido. Luego aparece Venus, un poco más lejos la Tierra y su satélite lunar, y enseguida Marte. Más allá vemos los gigantes gaseosos. Júpiter, el más grande; Saturno, con su hermoso sistema de anillos; y finalmente los planetas más lejanos: Urano y Neptuno. Todo el sistema se mueve con respecto a los sistemas vecinos de la Vía Láctea y ésta, a su vez, con respecto de las galaxias circundantes.

Se pensaba que las órbitas de los planetas no habían cambiado desde su formación, hace unos 4 mil millones de años. El sentido común nos lleva a suponer que el escenario es el mismo desde tiempos inmemoriales, esto es, que cada uno de los objetos se formó y permanece ahí desde entonces. Esta idea estuvo en los cimientos de la astronomía durante varios siglos. Pero existen varios aspectos sin respuesta, los cuales han llevado a los astrónomos a replantear la manera como concebimos el sistema solar al que pertenece nuestra Tierra.

Recuerdo que, en 1999, el astrofísico Carlos S. Frenk me hablaba entusiasmado de que, una vez comprendidos con más o menos meticulosidad los objetos mayores, las estrellas, seguiría el estudio de los más pequeños, los menos visibles, los planetas, y solamente de esa forma tendríamos un panorama cabal, inédito, del “vecindario donde vivimos”. Así, hoy en día se replantean diversas preguntas, por ejemplo: ¿Por qué es tan inclinada la órbita de Plutón, la cual forma un ángulo de 17 grados con respecto del plano de revolución terrestre, cosa que ningún otro planeta presenta?

Es probable que esta clase de excepciones se deban a sucesos posteriores a la formación del sistema. Tal vez un acontecimiento cataclísmico afectó su trayectoria, no lo sabemos aún. Hay quienes creen que alguna vez fue satélite de Neptuno, el cual logró separarse por alguna causa desconocida. De los satélites de este planeta, el más grande, Tritón, tampoco gira en el mismo plano ecuatorial, hecho que suma en favor de tal conjetura.

Alrededor de Júpiter orbitan siete satélites y ninguno lo hace en el mismo plano de su ecuador, al igual que el satélite más externo de Saturno. Semejantes anomalías podrían deberse a que no estaban ahí en la formación del sistema solar, sino que fueron capturados después. Asimismo, muchos de los asteroides que giran entre las órbitas de Marte y Júpiter tienen planos orbitales muy pronunciados. Quizá se trata de los restos de un planeta pequeño, el cual sufrió alguna explosión o choque severo, dejando estos fragmentos remanentes en órbitas muy distintas a la del plano general.

“El sistema solar resulta tan fascinante y desconocido que dan ganas de salir a dar un paseo”, asegura el doctor Frenk. Hagámoslo en siguientes entregas.

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escritor y divulgador científico. Su libro más reciente es Nuevas ventanas al cosmos (loqueleo, 2020).


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