¿A quién le interesa el cine de ficción que se basa en hechos históricos? A nadie, diría la costumbre. La taquilla la desmentiría: cuatro de las películas más comentadas en los últimos meses –Argo, Lincoln, Django sin cadenas y La noche más oscura– no solo aluden a guerras de Estados Unidos (una civil y dos contra Medio Oriente) sino que sus entusiastas y sus detractores discuten conceptos como verdad histórica, licencia poética, revisionismo y reivindicación. Pero este es un fenómeno gringo (que, por expansión cultural, nos incluye). Desde sus inagotables recursos –económicos y narrativos– Hollywood ha borrado la línea entre la mitología y los hechos. En principio, un problema, pero capta la atención de un público que luego podría interesarse en hurgar un poco más.
¿Y el estado de las cosas en México? Mal. Cuando hubo una industria, en los años cuarenta y cincuenta, el cine también fue vehículo de la verdad (es decir, la institucional). Cuando colapsó la industria esas fábulas de orgullo patrio se enquistaron en la imaginación popular. Salvo pocas excepciones de la misma Época de Oro, solo los directores que en la década de los setenta formaron el grupo Cine Independiente de México cuestionaron esa visión. Ya que sus películas no eran propaganda ni productos de estudio, no tuvieron la difusión suficiente para, como en Estados Unidos, hacer del cine crítico una opción popular. El fundador de este grupo es Felipe Cazals, que aunque acepta haber filmado “películas alimenticias”, es el director mexicano más dedicado a filmar cintas que muestran el lado B de la historia del país. ¿Por qué las generaciones jóvenes no conocen su cine? Porque aunque el público hoy en día se interesa en el cine histórico que destapa cloacas, cuando se trata de México, los productores y distribuidores siguen invirtiendo en visiones de tarjeta postal.
Hace pocas semanas Cazals presentó su película más reciente, Ciudadano Buelna, en el Festival Internacional de Cine de Guadalajara. Ante un Teatro Diana repleto, habló de su personaje: el sinaloense Rafael Buelna Tenorio, marginado por la historia oficial. Buelna encarnó la tragedia y el fracaso de la Revolución mexicana. “A cien años de esa guerra –dijo Cazals– los términos revolución y política siguen siendo cosas distintas.”
La música que se dejaba oír desde la primera secuencia era lúgubre y ominosa. Parecía advertir al público: no esperen charros locuaces ni una letanía de ajúas. Quien haya visto Chicogrande –la cinta anterior de Cazals, sobre la Expedición Punitiva– recordaría que esa película terminaba con un arreglo de cuerdas y vientos igual de desesperanzado. En tiempos en que se teme “desmoralizar” al espectador (mejor seguirlo engañando) se agradece que un director sea fiel a su visión oscura y subraye esa continuidad con el tono que sienta el sonido. Tanto el soldado Chicogrande como el coronel Rafael Buelna se aferraban a ideales que estorbaban a los caudillos. Chicogrande era ficticio, pero encarnaba a cientos de miles que dieron la vida por nada. Buelna, en cambio, fue real. Lo suficiente para que Lázaro Cárdenas reconociera que le salvó la vida cuando, en los años veinte, las tropas de Buelna estaban a punto de fusilarlo. Lo suficiente, también, para que Álvaro Obregón lograra sacarlo del “álbum”. Buelna lo puso en el paredón por negarse a reconocer su mando militar. Al final le perdonó la vida y le dejó la humillación.
Con solo dar una orden, Buelna habría enterrado a dos futuros presidentes de México. Para hilvanar fragmentos de su vida, Cazals echa mano de la figura de Martín Luis Guzmán. Buelna también era periodista, y Guzmán dejó testimonio de la simpatía que le despertaba. En El águila y la serpiente recuerda su primer encuentro y dice que era “un adolescente que daba la impresión de haber hurtado, por travesura, los arreos militares”, pero que al decir unas cuantas palabras dejaba ver su “manera reflexiva”. Ciudadano Buelna arranca con una conversación entre ambos que plantea la dificultad de encasillar al muchacho. “¿Y usted por qué no está con los revolucionarios?”, le pregunta Guzmán, aludiendo a las continuas decepciones de Buelna y a su desmarcamiento de las distintas facciones. Que no esté con los revolucionarios –aclara este– no significa que sea un civil. Él se define como “ciudadano”: condición que rechaza lo mismo la pasividad de los no uniformados como el ansia de poder de los caudillos.
Las viñetas de la vida de Buelna tienen un tema común: su condición de inadaptado eterno. Desde que es expulsado del Colegio Civil Rosales (por apoyar a un candidato liberal); cuando saluda personalmente a Madero (y sale decepcionado de su disposición pacífica); y cuando, al enterarse de su asesinato, toma las armas (solo para descubrir que los peores enemigos del pueblo son algunos de los que pelean en su nombre). Con Obregón hay antagonismo inmediato; Villa primero lo acoge y luego desconfía de él, orillándolo al exilio. Solo Emiliano Zapata no lo considera como un intruso: confía en que está de su lado y sigue su consejo de hacerse presente en la Convención de Aguascalientes. (Mandaría una comitiva a presentar el Plan de Ayala.) Buelna encontró en Zapata lo más cercano a un compañero de lucha –pero el abismo entre su orígenes, formación y experiencia solo hacía más evidente la orfandad social de aquel.
Cazals busca hablar de Buelna, no “contar” la Revolución. Los personajes no se autopresentan como si fueran animatronics, no explican la importancia de una conversación o un encuentro, ni parece que han sido informados por un historiador del futuro de su imagen cien años después. Alguien dirá que eso los vuelve casi “irreconocibles”. Habría que preguntarse: ¿irreconocibles con respecto a qué? Probablemente, a sus versiones cinematográficas, en parte responsables del problema que se quiere atacar. Los actores que en Ciudadano Buelna encarnan a generales “famosos” –Gustavo Sánchez Parra a Obregón; Enoc Leaño a Villa; Tenoch Huerta a Zapata– no repiten sus caricaturas. (Cuando alguien le preguntó a Cazals que por qué su Zapata hablaba lento y quedito, el director respondió que para ese entonces el revolucionario llevaba a cuestas veinte años de derrotas. “Y no era Supermán.”)
El casting de Ciudadano Buelna busca desdibujar la historia y poner cara a los temperamentos. En la elección del actor que interpretaría a Rafael Buelna estaba en juego, por un lado, lo obvio: que reflejara la edad y rasgos generales de Buelna (desconocidos por la mayoría) y que le diera al proyecto cierta visibilidad. Pero también debía haber algo en él que mostrara a Buelna no solo como héroe olvidado sino como paradigma de un conflicto atemporal. Con buen ojo y la dosis justa de malicia creativa, Cazals vio en Sebastián Zurita al actor que, de entrada, reflejaría la discrepancia de la que hablaba Martín Luis Guzmán. Vinculado por vía paterna al cine político de Cazals, Zurita hijo es más conocido por su trabajo en televisión. En Ciudadano Buelna, el actor hace verosímil la lucha (una más) de Buelna por imponer respeto y enfrentar los prejuicios generados por su apariencia. (Apodado “el pelos de jilote”, daba la pinta de hijo de patrón.) Al lado de actores como Gustavo Sánchez Parra, Damián Alcázar y Dagoberto Gama, Zurita convierte su vulnerabilidad en un tipo de rudeza que uno imagina idéntica en Buelna. Es imposible –y al final no importa– saber qué de la biografía de Zurita sirvió al director para ponerlo en el lugar de un idealista entre tiburones. El efecto, sin embargo, sí forma parte del cine. Cuántas películas serían olvidables de no ser por el acto de alquimia que se dio entre director y actor.
Este mes Ciudadano Buelna llega a salas comerciales. Qué tantos asistentes atraiga dará idea del porcentaje del público del teatro Diana que estaba ahí por ver una “gala”: función con bombo y platillo, con actores que pasan por una alfombra roja y la presencia del director. Sea cual sea la razón por la que llegó ahí, la gente salió del cine hablando de lo que sabía –o no sabía– de la Revolución; algunos con manotazos, la mayoría sorprendida de haber descubierto a Buelna. ¿El comentario que se llevó la noche y que haría palidecer de envidia a los directores-historiadores de Hollywood?: “Hasta dan ganas de averiguar más.” ~
es crítica de cine. Mantiene en letraslibres.com la videocolumna Cine aparte y conduce el programa Encuadre Iberoamericano. Su libro Misterios de la sala oscura (Taurus) acaba de aparecer en España.