Escena de Stric, de David KapacAndrija Mardesic (Croacia - Serbia, 2022).

La familia es el demonio

Fuera de los estrenos más espectaculares, hubo entre las cintas del Fantastic Fest 2023 un común denominador: las dinámicas familiares como origen de la autodestrucción de ese llamado núcleo fundamental de nuestra sociedad.
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Hoy termina el Fantastic Fest 2023, el festival de cine fantástico que se organiza cada año, desde 2015, en Austin, Texas. Se trata del festival de su tipo más importante en Estados Unidos además de que, más allá de sus varias selecciones competitivas –la sección principal, la de horror, la de cortometrajes, la titulada “next wave”–, es reconocido por ser el sitio en donde se promueven las cintas de género que estarán estrenándose en todo el mundo durante el resto del año.

Así pues, al lado del estreno mundial de la nueva versión de la película de culto ochentera El vengador tóxico (1984), ahora protagonizada por Peter Dinklage, se presentó ooootro corte más de la tristemente célebre Calígula (Brass, 1979), que se anuncia, ahora sí, como la versión definitiva, aunque habría que señalar que esta incoherente pero compulsivamente visible película pornográfica dista mucho de ser cine fantástico o de horror, por más que no dejen de aparecer en pantalla sangre, sudor y otros diversos líquidos humanos. También se han podido ver en estos días en Austin lanzamientos como la precuela Pet sematary: Blood lines (Anderson Beer, 2023) –que no tarda en aparecer en Paramount +– y la esperada Resistencia (2023), el más reciente largometraje del especialista Gareth Edwards que se estrena en nuestro país el día de hoy.

En todo caso, lo más valioso de Fantastic Fest suele estar no en este tipo de presentaciones espectaculares sino en ese puñado de pequeñas y desconocidas cintas que nos descubren nuevos cineastas y hasta nuevos caminos en los géneros más probados. El año pasado dimos cuenta aquí de la notable salud del cine español de horror y por lo que pudimos ver ahora, de lo programado en Austin, el género sigue viento en popa en ese país.

Entre muchos de los filmes de horror presentados en el Fantastic Fest hubo un inocultable común denominador: las dinámicas familiares como origen de la autodestrucción del llamado núcleo fundamental de nuestra sociedad. No es desde el exterior que la familia es amenazada, sino desde el interior de ella misma, en esos resentimientos a flor de piel, en ese intercambio de reproches apenas velados, en esos rituales navideños que hay que cumplir cada año, aunque todo mundo sepa que algo saldrá mal.

Esta es la premisa de Stric (Croacia, 2023), ópera prima de los cineastas David Kapac y Andrija Mardesic. Estamos en algún lugar del interior croata, presumiblemente en los años 90. Una familia formada por una madre, un padre y un hijo adolescente, espera con ansiedad al stric del título, es decir, al tío, hermano del papá, que supuestamente vive en Alemania. Se trata de la cena de Navidad y todo tiene que estar perfecto: el pavo bien cocinado, la ensalada francesa en su punto, las galletas cocidas, los regalos que el estricto tío trae desde Munich y así. Sin embargo, es evidente desde el inicio que hay una tensión en el aire imposible de ocultar: las sonrisas son tentativas, los diálogos parecen haber sido ensayados, el comportamiento del hijo es demasiado infantil para corresponder a un muchacho de unos 18 años de edad. Algo raro está sucediendo.

La puesta en imágenes, a través de la sobria cinefotografía de Milos Jacimovic, es, por lo menos al inicio, genuinamente asfixiante de lo calculada que resulta. Encuadres alejados, tomas extendidas, movimientos verticales y laterales maniáticamente precisos. Este control formal se irá disolviendo poco a poco en la medida que vamos entendiendo la naturaleza de este ritual.

A medio camino entre los primeros filmes de Michael Haneke –la cita inevitable es Juegos divertidos (1997)- y el cine de la nueva ola rara griega del nuevo siglo, con Yorgos Lanthimos a la cabeza, Stric avanza de manera implacable hacia un desolador final que se conecta con la historia de Croacia en lo particular y de la extinta Yugoslavia en lo general. Pero incluso sin tener presente el contexto histórico en el que transcurre la historia, el filme funciona como un notable thriller familiar, si pensamos que la familia es todo un país y que ese país está jodido.

Otro tipo de rituales son los que está cumpliendo la pareja matrimonial formada por los muy católicamente llamados Jesús (David Pareja) y María (Estefanía de los Santos). Después de dos años de un penoso tratamiento de fertilidad por fin han tenido a su hijo, al que han llamado, contra la voluntad del nuevo padre, Cayetano. No es lo único a lo que se ha opuesto Jesús: de hecho, él no estaba convencido de estar preparado para tener un hijo, pero accedió. Igual ha aceptado todas las decisiones de María, desde la decoración del piso en el que viven, los colores con las que han pintado las paredes, todos los muebles que tienen y hasta el apelativo del bebé, que, según Jesús, “parece nombre de un torero fascista”.

Lo único que desea el pobre diablo es elegir La mesita del comedor (España, 2022), que se emperra en comprar en una mueblería, aunque María se niega una y otra vez porque la mesa de marras es horrenda, de mal gusto, demasiado cara y, además, eso de que el cristal es irrompible, que se lo crea la abuela de Cayetano –no el niño, sino el oleaginoso vendedor, que se llama igual. De cualquier manera, Jesús se sale con la suya, ante el horror inicial y la posterior burla constante de María, que disfruta ver cómo él ha sido incapaz de armar la susodicha mesa, porque el cristal “irrompible” no encaja donde debe de encajar.

Lo que inicia como una regocijante comedia matrimonial de humor negro –es impresionante la cantidad de violencia verbal que se puede escupir sin dejar de decirle “cariño”, “amor” o “cielo” a la amada/odiada media naranja– se transforma de improviso, en una sola escena que sucede además fuera de cuadro, en una pesadilla de ansiedad paranoica que empeora exponencialmente cuando llegan a cenar el hermano de Jesús y su jovencísima novia vegana de 18 años. En la segunda parte de la cinta, dirigida con fuerza y prestancia por Caye Casas, estamos al lado de Jesús, compartiendo el infierno en el que él mismo se ha metido al comprar esa horrenda mesita del comedor. Estar casado es difícil, ser padre es complicado, pero Jesús lo empeoró todo al no hacerle caso a su mujer. Aprendan, hombres, de él.

Otra reunión familiar está a punto de ocurrir en Tú no eres yo (España, 2023), extraordinario segundo largometraje dirigido a cuatro manos por Marisa Crespo y Moisés Romera. Estamos en plena Nochebuena y Aitana (Roser Tapias) ha viajado desde Brasil hasta el pequeño pueblo de Valencia donde viven sus papás y su hermano Saúl (Jorge Motos) para hacerles una visita sorpresa. Aitana viene con su pareja, la profesora brasileña Gabi (Yapoena Silva), y con el bebé adoptado por ambas, Joao, de fuerte color “chocolate”, como llega a decir de manera imprudente la propia madre de Aitana cuando lo carga por primera vez en sus brazos.

Contra lo que uno podría pensar, los papás de Aitana lucen desconcertados y hasta molestos. No esperaban la visita de Aitana en esa Nochebuena, a la que han invitado a dos nuevos amigos que conocieron en Grecia quienes, a su vez, han invitado a otra docena de amigos de varias partes del mundo. Ante el asombro de Aitana, el cuarto en donde ella solía dormir se lo han dado a una joven asistenta llamada Nadia (Anna Kurika), a la que le han dado también su pijama, sus vestidos y hasta le han regalado los aretes de la abuela. Es decir, Aitana ha llegado a una casa en la que es visto como un estorbo, pues sus papás tienen una nueva hija y hasta Saúl, que adora a su hermana, no puede evitar estar agradecido, pues el muchacho vive atado a una silla de ruedas por causa de una avanzada enfermedad degenerativa y, al parecer, su “nueva hermana” es algo así como un ángel bajado del cielo.

Mientras avanzan los preparativos para la cena de Nochebuena, la molestia, el resentimiento y hasta la paranoia de Aitana van aumentando. Sí, es cierto, no ha sido la mejor de las hijas, dejó al novio en el altar para salir intempestivamente del clóset, huyó del pueblo sin comunicarse con su familia durante un año y, para rizar el rizo, siempre ha hecho lo que ha querido. En todo caso, eso es lo que le reprochan sus papás. Sin embargo, ¿no sigue siendo ella su hija? ¿Por qué la han suplantado con una extranjera refugiada que, está segura Aitana, está revendiendo las drogas de Saúl a los junkies del pueblo y está esperando la primera oportunidad para saquear la casa? ¿De verdad están ciegos sus papás y el propio buenazo de Saúl?

En cierto momento clave del filme, vemos a varios personajes ver en la televisión la soberbia comedia negra española Plácido (García Berlanga, 1961), en la que se satiriza con ferocidad inusitada a las fuerzas vivas de cierto pueblito franquista que lanza la campaña de “adoptar” a un pobre para darle de cenar en Nochebuena. No es gratuita la cita directa de esa obra mayor de Berlanga, porque Nadia es, de hecho, una inmigrante “adoptada” por los muy cristianos padres de Aitana, quienes vieron a la pobre mujer –exladrona, exjunkie– refugiarse en el quicio de su puerta, para de manera inmediata ofrecerle comida, alojamiento, respeto y hasta amor. Un amor que parece genuino, el de unos devotos padres hacia su única hija. Solo que la única hija no es Nadia sino Aitana.

El guion original escrito por los propios cineastas funciona como un mecanismo de relojería. No hay una sola escena, diálogo o secuencia, por más extraños que parezcan, que no se justifique posteriormente, desde ese inicio con un hato de cerdos deambulando libre por la carretera, pasando por cierto relato de sobremesa en el que alguien cuenta cómo tratan a los lechones antes del sacrificio, hasta los comentarios casuales que los invitados ricachones hacen al comer (“lo que podemos aprender de esta gente”, dice uno señalando a Nadia) o el entusiasmo desbordado que todos ellos muestran cuando ven al “bebé de la calle” Joao cargado por su desconcertada mamá brasileña.

La película inicia en forma de pesadilla paranoica familiar (¿de verdad ya nadie me quiere en esta casa?, se dice Aitana) para ir cambiando de piel lentamente, sumando elementos de sátira social casi buñueliana al estilo de El discreto encanto de la burguesía (1972), que muy pronto se revelarán mucho más siniestros, al enlazar magistralmente elementos alegóricos del afrosurrealismo del Jordan Peele de ¡Huye! (2017), hasta llegar a un memorable desenlace (no tan) inesperado, pues nada bueno puede venir de la “bondad” de las clases privilegiadas.

Lo cierto es que Aitana confirmará que la familia siempre estará primero y que sus papás, como buenos padres que son, están dispuestos a hacer todo lo que sea con tal de ofrecerle lo mejor a sus hijos. En esta torcida parábola de la hija pródiga queda claro que la familia es como el demonio. Pero no deja de ser la familia. ~

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(Culiacán, Sinaloa, 1966) es crítico de cine desde hace más de 30 años. Es parte de la Escuela de Humanidades y Educación del Tec de Monterrey.


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