La idea de traer a España una retrospectiva del cineasta Maurice Pialat (1925-2003), en el año de su centenario, fue de la distribuidora Atalante. Sylvie Pialat, viuda de Pialat, colaboradora en sus películas y productora –fundó Les Films du Worso en 2003–, vio una oportunidad de “difundir el cine de Pialat, que es poco conocido fuera de Francia. Me pareció que era buena idea hacer que lo descubriera aunque fuera tarde, porque creo que sus películas no han envejecido, porque no parecen ligadas a una fecha, no importa cuándo se vean. También me parece que siguen diciendo cosas porque se interesó sobre todo por los grandes momentos de la vida y eso apela a todo el mundo, ojalá las películas puedan verse como si aún estuvieran vivas.” Sylvie Pialat estuvo en España la semana pasada para acompañar la proyección de À nos amours, la primera película de Pialat en la que trabajó. Atendió a Letras Libres esa mañana desde la sala de cine donde se iba a proyectar la película. El ciclo llega a las salas este fin de semana.
¿Qué cree que puede sorprender más del cine de Pialat a los espectadores que no estén familiarizados con su trabajo?
Es alguien que habla directamente a la sensibilidad de los espectadores, al corazón. Es, además, muy horizontal, no mira al mundo por encima del hombro. Hoy en día percibo un deseo en la gente de que les hablen de ellos mismos, de cosas que les conciernen, y Pialat supo hacer eso: lograr que la gente se sintiera interpelada, como si estuviera hablándoles de ellos.
Una de las cosas que se suele decir a la hora de hablar del cine de Pialat es que es crudo, que no endulza las cosas. Eso se ve en el desarrollo de la trama, pero también en aspectos formales como el montaje, por ejemplo.
Cortaba muchísimas cosas en montaje, incluso escenas que estaban muy bien, logradas, etc., pero no quería situar demasiado la película, al contrario de lo que pasa ahora con muchas películas. Y a veces, a pesar de todo, era forzoso introducir esas escenas para que se entendiera la historia. En cuanto a montaje, aprendí mucho trabajando con él. No montaba él mismo sus películas, pero estaba siempre en la sala de montaje. Lo que quiero decir es que da la sensación de que son películas que se están haciendo.
En cuanto a lo de endulzar, eso seguro que no. A Pialat no le gustaba nada lo fabricado. Cada uno hace lo que puede en la vida y a veces hacer lo que se puede en la vida no es lo mejor. Muestra la vida como es con todas las cosas que no son necesariamente agradables. Pero Pialat, que era de juicios bastante duros en la vida, no juzgaba a los personajes en sus películas.
¿Recuerda cuál fue la primera película de Maurice Pialat que vio?
Sí, la primera creo que fue Loulou (1980), luego Aprueba primero (1978), luego vi Nosotros no envejeceremos juntos (1972), era muy joven cuando salió… La infancia desnuda la vi tarde, como La maison des bois. Pero antes de conocerle había visto tres, nos conocimos en A nuestros amores.
¿Cómo fue esa primera colaboración?
Yo formaba parte del equipo de la película, me había contratado Cyril Collard, primer asistente. Trabajé toda la película, no tuvimos nuestra historia de amor durante el rodaje. Eso fue luego. Pero lo que es sorprendente es que antes de estar cara a cara con él, si habías visto sus películas, sabías un poco quién era. Y además, después de haber hecho una película con él, conoces mejor a la persona. Así que después piensas que vivir con él va a tener su qué.
¿Qué pensaba de sus películas antes de conocerlo?
Cuando me dijeron que iba a trabajar en una película de Pialat fue como si hubiera ganado la lotería. Era increíble. Admiraba mucho a Pialat, yo y todo el mundo en Francia.
Cuando llegó la hora de trabajar, ¿cómo fue? ¿Estuvo a la altura de las expectativas?
No esperaba nada especial del trabajo. Sabía que las películas se acaban. Lo que sí era muy original era que no había jerarquía en el plató. Es decir, la becaria, yo, quien fuera, podíamos ser tan importantes como el operador de cámara o el actor. Había algo muy compartido. Pialat compartía mucho su talento. Y en eso era verdaderamente diferente a muchos otros.
Y en cuanto a la organización del trabajo en la escritura de los guiones, ¿cómo funcionaban?
No estaba muy organizado, lo hacíamos como podíamos. A él no le gustaba mucho escribir, le recordaba demasiado al colegio, que no era un buen recuerdo. Hablábamos, escribíamos, no funcionaba, no funcionaba nunca, pero escribíamos, y al final, había un guion. Era un poco así. Van Gogh lo escribió solo; Nosotros no envejeceremos juntos también. Escribía muy bien, dialogaba muy bien, pero había algo que no le gustaba de ese proceso. Él quería estar ya rodando la película. La escritura para él no era interesante. Pero tampoco era alguien al que le gustara la improvisación. No le gustaba, pero a veces escribía la escena en el último momento.
¿Y a usted le gusta escribir?
A mí me gusta cuando hay otro, me gusta escribir en ping-pong. Sola con la página en blanco no me gusta nada. Lo que me gusta es trabajar con gente.
Tenía entendido que planeaba escribir un libro sobre Pialat…
Estaría bien, pero no, para nada. Tendría que hacerlo, tendría que hablar con alguien y que hiciera algo, pero de momento no.
Pialat tuvo una primera vocación de pintor, ¿cree que queda algo de eso en sus películas?
No sé, porque él decía que solo se había formado. Fue alumno de la escuela de artes decorativas y lo dejó muy joven. Para él la pintura estaba muy por debajo del cine. Pero en todo caso, se trata de la mirada del pintor, del cineasta, de él. Su modo, en todo caso, era ese. El punto en común de mirar algo y lograr transcribirlo en el sentido del cuadro también.
En cuanto a los temas, él era de barrio y tenía un apego muy fuerte por la gente sencilla. Pero no hay una traslación verdaderamente entre la pintura y el cine.
Otra cosa singular de Pialat es que hizo su primer largo con 43 años, algo tarde.
Sí, tarde. Pero esa es la diferencia entre él y muchos cineastas franceses. Trabajó antes, trabajo de verdad, durante veinte años, no venía de un medio burgués. Y como empezó tarde no estaba integrado en ningún grupo de cineastas. Era alguien tímido, con una relación complicada con el grupo. Así que hay algo un poco solitario que aparece en la elección de su primera película, L’enfance nue. Es la dificultad para ser querido, que lleva a la desconfianza de las relaciones humanas.
¿Qué quiere decir cuando se dice que algo es muy “Pialat”?
No lo sé, pero sin duda algo que se acerca mucho a la realidad, que es muy espontáneo. También creo que es la sensación que dan sus películas de que los actores no están actuando, hay algo más natural que cuando se rueda a la gente. Diría naturalista, pero creo que Maurice no era muy naturalista en realidad. Es solo muy vivo.
¿En qué cineastas de hoy o en qué películas ve gestos de Pialat?
Desde luego no en los que se autodenominan los herederos. Hay otros en los que encuentro la misma manera o ganas de hacer.
¿Como productora, qué busca en una película? ¿Qué tiene que tener un proyecto para que diga, entro?
No busco nada, sino haría películas. Es el director o la directora lo que me interesa. Ayudo a hacer lo que ellos quieren hacer. Busco una película especial, y busco gente que tenga talento. Pueden ser muy diferentes unos de otros, pero lo más importante para mí, más que la historia, es el director, que tengas un punto de vista, que te interese. La mirada, como suele decirse. Y además me gusta la gente que tiene ganas de trabajar conmigo. No suelo ir a buscar cineastas, incluso aunque los admire porque pienso que están bien con sus productores.
Ha coproducido algunas películas de cineastas españoles: Jonás Trueba, Elena López Riera, Paco Plaza…
Sí, trabajar con Paco Plaza fue un poco como ganar la lotería también, cuando vi REC no me podía imaginar que acabaría trabajando con él. Todo vino gracias a que contraté a alguien que había estado en Madrid y me resultó fácil acercarme a jóvenes cineastas españoles. Es una gran apertura para mí producir a no franceses, no quedarme bloqueada en mi pequeño rincón.