Foto Escena de "Reas". © Gema Films.

Jóvenes en Berlín

La juventud, como temática y como terreno de posibilidad expresiva más allá de las edades, está presente en muchas de las cintas presentadas en la Berlinale 2024.
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La edición número 74 del Festival Internacional de Cine de Berlín fue noticia desde septiembre de año pasado, cuando tanto el director artístico Carlo Chatrian como la directora ejecutiva Mariette Rissenbeck anunciaron que la edición de 2024 sería la última de ambos en la Berlinale. La doble renuncia fue dada a conocer poco después de que el ministerio de cultura de Alemania –oficina de la que depende en buena medida el festival– adelantó cambios organizacionales, entre ellos el retorno a una sola dirección en lugar del liderazgo dual que logró navegar exitosamente las críticas ediciones pandémicas de 2021 y 2022.

Qué será de la Berlinale a partir de 2025 está por verse, pero habría que señalar que bajo la dirección a cuatro manos de Chatrian y Rissenbeck, que duró poco más de cuatro años, el festival fundado en el dividido Berlín de la postguerra, en 1951, se sostuvo sin apelación alguna como uno de los tres certámenes fílmicos claves del orbe, al lado del más histórico de Venecia y del más glamoroso de Cannes. La Berlinale es conocida y reconocida desde hace tiempo por su personalidad ecléctica y anticonvencional, como puede constatarse si se revisa la historia de los filmes ganadores del Oso de Oro: tendríamos que irnos hasta 2008, cuando Tropa de élite (Padilha, 2008) fue la triunfadora, para encontrarnos con alguna película perteneciente claramente al cine del mainstream. Esta edición de la Berlinale no es, por supuesto, la excepción, con filmes de todas partes, de todo tipo, de chile, de dulce y de manteca, en su decena de secciones, competitivas o no: la Oficial, Panorama, Forum, Encounters, Generation (dividida a su vez en varias secciones) y la experimental Forum, además de diversas retrospectivas, homenajes y funciones especiales.

México está presente de manera sólida en la competencia oficial con La cocina (2024), el más reciente largometraje del favorito de Berlín, Alonso Ruizpalacios. Todos sus largometrajes han sido exhibidos y premiados en la Berlinale y, de acuerdo con el entusiasta recibimiento crítico que ha tenido el filme, no habría que descartar que el cineasta chilango sostenga su racha ganadora con esta, su primera película indie estadounidense-mexicana. Habrá que esperar la premiación este fin de semana para ver si Ruizpalacios lo consigue.

Escena de La cocina. © Juan Pablo Ramírez / Filmadora

Hay más cine mexicano en Berlín: la coproducción internacional Yo vi tres luces negras (2024), de Santiago Lozano Álvarez, ubicada en la selva colombiana y compitiendo en la sección Panorama; el mediometraje experimental Nanacatepec (2024), de Elena Pardo y Azucena Losana, en Forum Expanded; y el sencillo cortometraje independiente Aguacuario (2024), de 20 minutos de duración, presentado en competencia en la sección Generation Kplus y realizado totalmente en Coatzacoalcos por un equipo dirigido por el aún estudiante del Centro de Capacitación Cinematográfica José Eduardo Castilla Ponce.

Estamos, pues, en Coatzacoalcos, en una tarde muy calurosa, siguiendo a dos hermanos que venden a grito abierto, pero sin demasiado entusiasmo, varios garrafones de agua embotellada del Aguacuario del título. Mientras el hermano mayor, con “pelo largo como de vieja”, le lleva el agua a una doñita platicadora y homofóbica (voz de Dana Rotberg fuera de cuadro, nada menos), el menor, Vinzent (Hugo Benítez), es sonsacado por una alegre chamaquita, Viviana (Marsell Moreno), para compartir un raspado, pasear en el triciclo de la compañía y, de pasada, ir a la playa, total, ya están en el malecón. No pasa nada y pasa de todo: el súbito despertar del niño, el culposo rompimiento de las reglas, la simpatía inmediata entre los dos amiguitos y la solidaridad fraterna a zape limpio, típica entre un hermano mayor y uno menor.

Escena de Aguacuario. © César Salgado.

En un tono similar, aunque con mucha mayor cursilería –que no es un defecto, sino una característica bien asumida– está Young hearts (Bélgica-Holanda, 2024), ópera prima de Jurgen Herzen, también en competencia en la sección Generation Kplus. Elias (Lou Gossens, de intensos ojos azules) es un jovencito de 14 años que vive en una pequeña ciudad holandesa, con una novia de planta, un enfadoso hermano mayor, un papá cantante conocido en ferias y asilos de ancianos, y una mamá siempre atenta y cariñosa. El estable mundo de Elias cambia de improviso cuando llega al salón de clases un nuevo compañero, Alexander (Marius De Saeger), que, además, acaba de cambiarse enfrente de su casa. Elias siente de inmediato una extraña conexión con su nuevo vecino, que va más allá de la simple camaradería, por más que él intenta negarlo ante sí mismo y ante los demás. Estamos ante otra película de maduración, crecimiento y autoafirmación infantil que bien podría programarse en un temático programa doble como contraparte antitética de la mucho más dramática Close(Dhont, 2022), nominada al Oscar 2023 y estrenada en México el año pasado.

Escena de Young hearts. © Thomas Nolf.

Reas (Argentina-Suiza-Alemania, 2024), meritorio híbrido cinematográfico presentado en la sección experimental Forum y dirigido por Lola Arias (cuyo debut de 2018, Teatro de guerra, resultó ganador en la Berlinale 2018), tiene como personaje central también a una persona joven, pero de veintitantos años. Yoseli Arias (ella misma) es una muchacha que fue contratada para modelar en Barcelona, pero no pudo ni salir de Argentina, porque al tratar de abordar el avión su maleta fue revisada y se le decomisó un paquete de drogas. Condenada a 4 años y seis meses de prisión, Yoseli llega a una prisión de mujeres en Buenos Aires, en la que conocerá a un variopinto grupo de reclusas, cis y trans, con las que compartirá recuerdos, frustraciones, sueños y, de pasada, competencias deportivas, sesiones de pasarela, canciones con la banda rockera del lugar y hasta coreografías no mal montadas.

Reas es un buen melodrama carcelario femenino que se apropia del modo de producción del cine documental y presume una dinámica puesta en imágenes deudora de la comedia musical clásica. En otras palabras, un auténtico OCNI (objeto cinematográfico no identificado) que se niega a ser definido con facilidad. Interpretado de manera muy convincente por las propias reas del título –incluso las celadoras tienen su propia historia criminal–, la cinta de Arias compite, al igual que Young hearts, por el Teddy, el premio que se otorga al cine de la diversidad sexual que se presenta en cada festival de Berlín. Por lo visto, la competencia no será fácil.

Quien está más allá del bien y del mal y de cualquier tipo de competencia, porque a estas alturas ya no tiene que demostrarle nada a nadie, es el nonagenario cineasta alemán Edgar Reitz, quien fuera de la sección oficial ha presentado su más reciente largometraje documental, Filmstunde_23 (Alemania, 2024), codirigido con su “joven” ayudante de 56 años Jörg Adolph.

Escena de Filmstunde_23 © Thomas Mauch

Hace más de medio siglo, durante la primavera de 1968, Reitz, entonces un cineasta en ascenso de 35 años de edad, se pasó varias semanas dentro de un salón de clases repleto de jovencitas de secundaria entre los 13 y 14 años de edad, con la finalidad de enseñarles no solamente los rudimentos del lenguaje cinematográfico sino, también, a hacer películas.

Con la fe militante de que el arte cinematográfico debe ser enseñado en las edades más tempranas –como lo ha repetido el homenajeado de esta edición de la Berlinale, Martin Scorsese– y con la provocadora afirmación desmitificadora y populista digna de Orson Welles, de que cualquier persona puede aprender a manejar una cámara de cine con un par de días de entrenamiento, Reitz y su pequeño equipo de producción prepararon a una veintena de estudiantes no solo para que lograran entender el lenguaje cinematográfico, sino para que lo practicaran libremente. El resultado, el documental televisivo Filmstunde (1968), había permanecido semiolvidado dentro de la vasta producción fílmica y televisiva de Reitz, hasta que el inquieto cineasta de 91 años primaveras decidió contactar a sus antiguas estudiantes para recordar con ellas la experiencia vivida hace 55 años y no solamente revisar los filmes que ellas hicieron, sino reflexionar sobre el largo trayecto de su propia vida y, de pasada, redescubrirse como esas curiosas adolescentes sesenteras de faldas cortas e ideas largas.

Alternando fragmentos de algunos de los 26 filmes realizados hace medio siglo con los memoriosos testimonios de las ahora venerables mujeres casi setenteras, Filmstunde_23 se erige como un emocionante viaje al pasado que, al mismo tiempo, es una apuesta hacia el futuro. Lo que queda claro después de ver el nuevo –y esperemos, no el último– filme de Reitz es que la posibilidad de hacer cine y de expresar lo que uno piensa y siente está igual de vivo ahora que hace 55 años. Si entonces un puñado de jovencitas pudieron hacer esa veintena de cortometrajes –de ficción, documentales, experimentales– cuando casi nadie podía tener acceso a una cámara, ¿cómo podemos señalar la decadencia de un medio cuando cualquier jovencita/ancianita como las (ex)alumnas de Reitz tienen la posibilidad de construir las imágenes que quieran, cuando quieran, como quieran? Lo único que falta es pensar para luego prender la cámara. Como hace 55 años; como se puede hacer en este momento. ~

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(Culiacán, Sinaloa, 1966) es crítico de cine desde hace más de 30 años. Es parte de la Escuela de Humanidades y Educación del Tec de Monterrey.


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