A lo largo del quinto episodio de Russia 1985-1999: TaumaZone (Reino Unido, 2022), serie documental del ensayista fílmico Adam Curtis, somos testigos de la regocijante historia de Maksta, un imponente purasangre, el último ejemplar en una larga descendencia de caballos de categoría, que el recién electo presidente de Turkmenistán, Saparmurat Niyazov, le ha presentado como obsequio al primer ministro británico John Major. Niyazov había sido nombrado primer secretario del Partido Comunista de Turkmenistán en 1985, y en esa posición había gobernado esa república soviética con la consabida disciplina y mano dura. A fines de 1991, al disolverse la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, Niyazov tomó la iniciativa y, como ocurriría en muchas otras repúblicas de la URSS, no solo llamó a la independencia de su país, sino que se declaró su nuevo jefe de Estado. “Su excelencia Saparmurat Niyazov, presidente de Turkmenistán y cabeza del Consejo de Ministros” se quitó el uniforme comunista, sacó del armario una vestimenta tradicional, empezó a explotar hábilmente el renacido nacionalismo turkmeno y se convirtió, en los años siguientes, en presidente vitalicio (a partir de 1999) y luego en dictador absoluto, hasta su muerte, en 2006.
Pero volvamos al indomable Maksta. Estamos a fines de 1993, cuando Moscú está sumido en un absoluto caos –Boris Yeltsin ha disuelto el Parlamento que lo acaba de destituir– mientras que, en la tranquila Turkmenistán, Niyazov ha decidido, por alguna razón no explicada en el documental, que su caballo favorito debería pastar en la campiña inglesa, así que envía una carta a John Major avisándole que tiene un regalo. Major rechaza el presente, pero Niyazov insiste; Major vuelve a rechazarlo y Niyazov vuelve a insistir. Así pasan los meses hasta que los dos políticos llegan a un acuerdo: Maksta no será propiedad del primer ministro, sino que formará parte de la caballería de la reina Isabel II.
El asunto es que el animal en cuestión no se quiere ir: a lo largo de este episodio de TraumaZone volvemos a las imágenes del caballo que se rehúsa a subirse a su transporte. Se sacude, patea, relincha, corre: no hay manera de meter al animal en el auto. No quiere saber nada del civilizado mundo occidental.
Aunque este episodio parece una digresión humorística de la perturbadora y hasta depresiva crónica de la decadencia rusa-soviética que hace TraumaZone, lo cierto es que, como suele suceder con la obra de Adam Curtis, nada de lo que muestra está de más. La terca reticencia de Maksta se conecta con una entrevista a Galina Staravoytova, una parlamentaria rusa que se caracterizó por su férrea defensa de la incipiente democracia. Casi al final de la serie, en el séptimo y último episodio, Staravoytova le dice a su entrevistador, seguramente un corresponsal de la BBC, que el fracaso evidente que está sucediendo en su país se debe a que buena parte de la sociedad rusa no está convencida de la democracia, no la entiende, no le encuentra valor. Es más: la sociedad rusa ve a la democracia como sinónimo de caos y añora tiempos “mejores” en los que, por ejemplo, Stalin resolvía todo con una orden, como seguramente piensa la viejita que aparece en el cuarto episodio besando una foto de Papito Stalin.
Staravoytova va más allá en su feroz autocrítica: para ella, lo que está sucediendo en Rusia es la misma historia desde los tiempos de Pedro el Grande. Cada vez que aparece por ahí un ímpetu reformador, el pueblo ruso, especialmente el pueblo llano, se resiste y se niega a obedecer, como el caballo rebelde Maksta. El corolario de este cruce de historias es trágico: poco después de la entrevista ya citada, Staravoytova fue asesinada al llegar a su departamento. Del brioso Maksta no sabemos nada, salvo que todavía en el final del quinto episodio se negaba a irse a vivir a Londres.
TraumaZone, producida, como casi toda la obra de Curtis, por la BBC, fue estrenada en octubre del año pasado en la propia plataforma de la televisora después de ser presentada en Telluride 2022, pero puede verse ya en Youtube. Estamos ante una obra ensayística genuinamente absorbente que, como indican los años específicos en el título (1985 a 1999) y su muy explicativo subtítulo (“Cómo fue vivir el colapso del comunismo y la democracia”) está centrada en mostrar el lento derrumbe del imperio soviético, para luego hacer la crónica de la formación de una nueva sociedad y un nuevo Estado que entraron en una descomposición rampante sin pasar por un mínimo de estabilidad.
A diferencia de sus otras series documentales y ensayísticas anteriores –obras maestras como The century of self (2002), The power of nightmares: The rise of the politics of fear (2004) o la muy reciente Can’t get you out of my head (2021), todas ellas disponibles en la red–, en esta ocasión Curtis permanece vocalmente fuera de cuadro, no escuchamos nunca su tranquila, didáctica y bien modulada voz narrativa que explica, subraya, hace conexiones y repite ideas. No: lo que vemos es una sucesión de imágenes acompañadas por algún letrero escrito en mayúsculas que identifica a la persona que aparece en pantalla –“Mikhail Khodorkovsky, primer oligarca”–, el lugar en específico en donde sucede la acción –“Granja en Volgogrado”– o alguna contextualización histórica no desprovista de ironía –“Seis meses después de instalado el capitalismo, los rusos conocieron el abuso de los precios”–.
TraumaZone está construida a través de material obtenido de media docena de fuentes noticiosas occidentales y rusas: imágenes televisivas de archivo, testimonios obtenidos en la calle, entrevistas a políticos y empresarios, y de la observación de la vida cotidiana en las zonas rurales, en las minas o en las fábricas de la Unión Soviética en proceso de volver a ser Rusia. Esto no significa que Adam Curtis no haya hecho más que cortar y pegar videos: el denso discurso analítico de este provocador ensayo visual está contenido no solo en el funcional orden de las imágenes ya descritas, editadas por el propio Curtis, sino en cómo, a través de este capcioso montaje audiovisual, tenemos acceso no solo a la Historia con mayúscula –el fracaso de la perestroika de Gorbachov, el ascenso de Boris Yeltsin, la disolución de la Unión Soviética, la aparición de los primeros oligarcas– sino a las historias, con minúscula.
A lo largo de los siete episodios de los que está conformada TraumaZone, Curtis alterna los cambios telúricos en las cúpulas del poder políticos y económico rusos –el fin del comunismo y su fracasada reforma, el nacimiento del capitalismo más rapaz, el ascenso del nuevo autoritarismo personificado por un joven burócrata llamado Vladimir Putin– con las pequeñas historias rusas. En ellas atestiguamos el escepticismo de una anciana granjera que no quiere saber de nada de lo que pasa en el Kremlin (“Yo nada más ordeño mis vacas”), la fortaleza insumergible de una chamaquita que vive en las calles pidiendo limosna a los automovilistas (y que exige como pago al camarógrafo unos zapatos), las estrategias de sobrevivencia de la clase media moscovita depauperada (la prostitución, la pornografía, el remate callejero de sus escasos bienes) y hasta, sí, la terquedad de un caballo.
El mosaico de testimonios e imágenes termina entregándonos un paisaje desolador: hemos visto no solo el hundimiento de la Unión Soviética como país y como imperio, sino también el fracaso del experimento democrático posterior, provocado por una sucesión de liderazgos idealistas pero torpes (el de Gorbachov), corruptos (el de Yeltsin) y oportunistas (los líderes de las repúblicas exsoviéticas, que renunciaron al comunismo para abrazar el nacionalismo, como el turkmeno Saparmurat Niyazov). En este contexto, el encumbramiento de alguien como Putin, que aparece en el último episodio como una especie de peón al servicio de los poderosos oligarcas rusos, es lógico y hasta natural. El mundo político odia el vacío y Putin llegó para llenarlo.
El único problema de TraumaZone es que el desenlace de esta fascinante teleserie histórica-ensayística, en el que se alterna la visita de Tony Blair a Vladimir Putin con imágenes del concurso de belleza Miss Ejército, deja al espectador ávido de más Historia rusa y, sobre todo, de más historias rusas. Ojalá que Curtis se decida a seguir contándolas.
(Culiacán, Sinaloa, 1966) es crítico de cine desde hace más de 30 años. Es parte de la Escuela de Humanidades y Educación del Tec de Monterrey.