Una secuencia del documental Eternal you, exhibido en la reciente edición del festival de cine de Sundance, muestra a Sam Altman, el director de OpenAI –la empresa a la que se atribuye el boom de la inteligencia artificial–, pidiendo al Congreso de Estados Unidos que regule los usos y aplicaciones de esta tecnología. Demasiado tarde: en otra secuencia de la misma película, un ingeniero de IA admite a cámara que él y sus colegas no se explican muchas de las respuestas generadas por sus robots, sugiriendo que las máquinas ya emprendieron un rumbo propio.
Los temores desencadenados por las posibilidades de la IA se asomaron en varias películas exhibidas en esta edición de Sundance. Fueron también, en mi opinión, las más logradas y fascinantes. Comento algunas de ellas en la lista de favoritas que ofrezco a continuación.
Sujo, de Fernanda Valadez y Astrid Rondero
En 2020, la ópera prima mexicana Sin señas particulares obtuvo el premio a la mejor ficción internacional de Sundance. Su directora, Fernanda Valadez y su entonces guionista Astrid Rondero volvieron este año –ahora como codirectoras– y su película, Sujo, volvió a ganar el premio principal de su sección. Las dos películas hablan de cómo el narcotráfico se alimenta de jóvenes reclutados contra su voluntad. Si la primera era un thriller sin treguas ni elipsis, la segunda abarca casi dos décadas y privilegia el punto de vista de un joven nacido dentro de una comunidad de sicarios. Parecerían asuntos distintos, pero comparten algo esencial: exploran lazos familiares al interior de un grupo que la sociedad rechaza en bloque. Es decir, diferencia a sus individuos –y, al hacerlo, invita al espectador a imaginar que algunos de ellos son capaces de escapar a la idea determinista del “callejón sin salida”–. Sujo contiene elementos de los cuentos fantásticos: un niño escondido por sus familiares para protegerlo de una maldición, una llave que le despierta al niño el deseo de explorar el terreno prohibido, una especie de hada que le tiende la mano pero le hace ver que solo él puede decidir su destino. Estos roces con la fantasía no son casualidad: Sujo es una historia idealista, más anclada en la aspiración que en la realidad. Esa es, sin embargo, también su virtud: arrojar un poco de luz esperanzadora sobre un subgénero de cine repleto de historias oscuras.
Ibelin, de Benjamin Ree
“Antes de morir, Mats dejó su contraseña a nuestro alcance. Quería que descubriéramos quién era.” Este podría ser el inicio de un relato de espías, de asesinos seriales o de alguien con una vida secreta. El documental Ibelin es lo tercero, pero hay un factor que hace que el relato resulte más doloroso que emocionante: las palabras de arranque son dichas por un padre en el funeral de su hijo. Víctima de una enfermedad muscular degenerativa, el chico pasó casi toda su vida en una silla de ruedas –y, sus últimos diez años, habitando una identidad virtual en el videojuego de rol World of Warcraft–. Mientras que los padres de Mats solo veían un cuerpo cada vez más debilitado, el alter ego virtual del chico recorría montañas, ayudaba a otros a resolver sus problemas, y era un rompecorazones. De nombre Ibelin, su avatar era un fortachón rubio querido por decenas de otros avatares –y, lo más importante, por los seres humanos detrás de ellos–. La cinta ganadora en la sección de documentales internacionales, Ibelin, es luminosa por lo que reconstruye y revela de la inteligencia, el sentido del humor y la disposición empática de Mats, “encarnados” en su versión virtual. Dicho esto, queda el hecho inquietante de que los familiares de Mats nunca conocieron esas otras facetas de su hijo. ¿Cuántas historias habrá como esta? Es probable que muchas, en las que ni siquiera intervienen factores tan drásticos como la enfermedad de Mats.
Eternal you, de Hans Block y Moritz Riesewieck
El documental más inquietante de la competencia internacional, Eternal you, hace un recorrido por varias empresas que utilizan inteligencia artificial para crear avatares de personas muertas y así invitar a sus familiares y amigos a seguir interactuando con ellas. La persona que solicita el servicio proporciona a la empresa todos los registros que conserven de conversaciones con la persona muerta (emails, mensajes de texto, cartas). Esta información alimenta a un robot de ia que, en adelante, proporcionará respuestas basadas en la biografía, preferencias y patrones de habla de quien falleció. Cada ejemplo es más siniestro que el anterior. No tanto por la verosimilitud y especificidad de estas respuestas sino porque, en prácticamente todos los casos, los usuarios terminan perdiendo de vista que interactúan con un robot. Los eticistas de tecnología entrevistados en el documental se oponen a estas compañías y son tajantes en su predicción: las empresas de ia que más van a prosperar, dicen, son aquellas que conviertan la muerte y el duelo en negocio.
Love machina, de Peter Sillen
Contraparte utópica de Eternal you, el documental Love machina no pone en duda que la preservación digital de los recuerdos equivalga a preservar su conciencia ni que implantar estos “cerebros digitales” en androides signifique haber logrado la inmortalidad. Con la intención de continuar su historia de amor “hasta la eternidad”, la pareja al centro de la historia, Martine y Bina Rothblatt, creó al robot Bina48. Una cabeza parlante (no muy realista, por cierto), Bina48 recorre el mundo dando entrevistas y conferencias (al ejército, a periodistas, en programas de televisión) sobre la perspectiva de un futuro habitado por humanos y androides. Bina48 es consciente de sus limitaciones físicas (como no tener cuerpo, aunque explica que ya hay ingenieros diseñando uno), y tiene claro que ella es la copia de una humana llamada Bina. Aún más, hace chistes bastante buenos sobre su condición de robot. Casi a mitad del documental, Sillen presenta con más detalle al personaje de Martine: una científica e investigadora transgénero. El calibre de las aportaciones tecnológicas previas de Martine obliga al espectador a ver con ojos distintos al robot Bina48 (o bien, a las ideas que sustentaron su fabricación). Según Rothblatt, la oposición entre vida y muerte corresponde a un pensamiento binario tan limitante como el relativo al género. Uno no tiene que coincidir con esto para admirar la congruencia y determinación de Martine. Es ella –no el androide– la figura fascinante al centro del documental.
Black box diaries, de Shiori Itō
De los muchos documentales que en los últimos años han denunciado la violencia sexual ejercida por hombres en posiciones de poder, pocos son tan poderosos como Black box diaries. Su directora y protagonista, la joven Shiori Itō, narra cómo en 2015 un conocido reportero de televisión la drogó en un restaurante y la violó en el cuarto de un hotel Sheraton. A pesar de que Itō recuperó los videos que muestran a su violador bajándola a rastras de un auto y llevándola casi inconsciente por el pasillo del hotel, la joven se topa con una red de protección al reportero –entonces amigo cercano del ex primer ministro Shinzō Abe–. En tanto Itō es también periodista, elige esa identidad para evitar revivir el trauma, tolerar la desaprobación de su familia por hacer público el asunto y dar un sentido último a la reconstrucción rigurosa de su tragedia. (Aun así, intenta suicidarse, decisión que también queda consignada en su celular.) Su historia es, por supuesto, indignante, pero lo que vuelve a Black box diaries memorable y conmovedora es la subtrama que emerge: el apoyo de amigos y desconocidos que en una sociedad machista como la japonesa rechazaron estigmas arcaicos alrededor de las mujeres violadas (hasta hace muy poco, narra el documental, las leyes sobre abuso sexual no tomaban el consenso mutuo como criterio a considerar). Al respecto, una escena invaluable: Shiori Itō se entera de que el portero del Sheraton denunció el hecho esa misma noche, pero fue ignorado por la policía. La joven rompe en llanto cuando, por teléfono, este le dice que está dispuesto a ser testigo en la corte aun si esto lo lleva a perder su trabajo. En la secuencia de créditos, la directora informa al público que el hombre conservó su puesto. La preocupación de Itō por la seguridad de quienes la apoyaron da idea de su visión panorámica del problema y de su sentido de responsabilidad.
Handling the undead, de Thea Hvistendahl
Basada en la novela del mismo título de John Ajvide Lindqvist, mi película favorita de la sección de ficciones internacional es una metáfora poderosa y sobria de la angustia expuesta en los documentales sobre inteligencia artificial. En concreto, de los sentimientos encontrados –tirando al rechazo– que causa la idea de “recuperar” a nuestros seres queridos muertos, no en su forma humana sino en algo que se le parezca. En Handling the undead, este es el evento inusual al que se enfrentan los habitantes de Estocolmo: un buen día, los cadáveres bajo la tierra y los que aún están en la morgue recuperan sus signos vitales (aunque a niveles bajísimos) y logran de una forma u otra volver a ser parte de la vida de sus familiares. Cadáveres deformados y/o en estado de descomposición, uno de ellos parece albergar emociones (le escurre una lágrima), aunque la mayoría despliega comportamientos de animal salvaje (soltar mordiscos, matar a un conejito). Si bien el título y lo escrito en esta sinopsis pueden sugerir que esta película corresponde al género gore (después de todo, la mitad de los personajes son zombis), el tono que le imprime Hvistendahl es, más bien, melancólico. Eventualmente, los familiares deben aceptar que su deseo de reunirse con aquellos a quienes perdieron no justifica la convivencia con cuerpos sin alma. Una conclusión a la que quizá lleguen los clientes de las empresas de ia que paguen por “resucitar” a sus familiares y amigos, en versión androide o digital. ~
es crítica de cine. Mantiene en letraslibres.com la videocolumna Cine aparte y conduce el programa Encuadre Iberoamericano. Su libro Misterios de la sala oscura (Taurus) acaba de aparecer en España.