Kubrick, sin margen de error

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¿Qué había detrás de la manía perfeccionista de Stanley Kubrick?

En busca de una respuesta visité la exposición itinerante sobre la obra del director, ahora alojada en el Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey (Marco). Contiene más de mil objetos: cartas, fotografías, storyboards, guiones anotados, props, piezas de vestuario, cámaras y decenas de lentes. Hablando de otro director los llamaríamos “accesorios”; en el cine de Kubrick fueron piezas más importantes incluso que los actores. Consumían la atención del director Kubrick durante meses (en algunos casos, años). Todos los que siguen su obra han oído por lo menos una historia de su meticulosidad –que raya en locura–. La idea de que a Kubrick le obsesionaba el control se ha vuelto un lugar común. Pero es también una tautología: una afirmación circular. La pregunta de fondo es: ¿por qué?

Al fondo de un pasillo, una foto del director del tamaño de un muro recibe a los visitantes. Detrás de su cámara, Kubrick dirige su lente al que llega. Sus ojos de búho juzgan y uno se lo permite; da la impresión de tener siempre la razón. Por eso sus actores lo seguían sin titubeos. Respondían si los convocaba incluso cuando circulaban historias de tomas simples que el director repetía a lo largo de tres semanas. Como ratas de Hamelín, lo seguían hasta el precipicio.

Se dice que al director le disgustaba la gente. Sería más justo hablar de decepción. Tenía pocas relaciones afectivas –con su esposa y sus hijos– y al resto los dividía entre los que le creaban problemas y los que le ayudaban a solucionarlos. A las visitas ocasionales las retaba a jugar ajedrez. La primera sala de la muestra reúne tres objetos vinculados entre sí: un tablero, una colección de lentes y su silla de director. Kubrick veía el cine como un juego de decisiones donde no cabía el azar. Cada movimiento tenía una repercusión, y había que tomarse un buen tiempo para planearlo. En las tramas de sus películas cada vez que se descuida un frente las consecuencias son catastróficas. Ya sea a través de personajes que pierden botines (Casta de malditos, 1956), sacrifican a sus propios soldados (La patrulla infernal, 1957), se enamoran de menores de edad (Lolita, 1962), detonan la bomba atómica (Dr. Insólito, 1964), rivalizan con una máquina inteligente (2001: Odisea del espacio, 1968), despilfarran su fortuna (Barry Lyndon, 1975), sistematizan la muerte (Cara de guerra, 1987) o se pierden en aventuras sexuales (Ojos bien cerrados, 1999), sus cintas hablan de grietas –logísticas, emocionales, psicológicas– por las que puede colarse el caos.

El desencanto fue su leitmotiv. Lo reiteró el productor Jan Harlan, quien trabajó con Kubrick por más de treinta años y es hermano de su viuda, Christiane. En una plática previa al recorrido, alguien le preguntó si había percibido en Kubrick un cambio en sus motivos para hacer cine. Harlan respondió con un rotundo “no”. “De su primera a su última película –dijo– habló de la debilidad humana: de su tontería, su vanidad, de las cosas que hace el hombre para dañarse a sí mismo.” Considerando que su filmografía abarca del Paleolítico a un futuro indefinido, puede decirse que dedicó su obra a demostrar que la estupidez humana es la única constante de la civilización.

Niño sonriente a quien su madre le concedía todo y que recibió de su padre su primera cámara, Kubrick pasaba el tiempo metido en cines del Bronx. Decía que las películas que veía le parecían mediocres y que podía superarlas. Su vocación puede cifrarse en un deseo de corregir. Esta disposición moldeó sus futuros hábitos. Si un tema le atraía, agotaba la literatura y filmografía sobre él. Una vez que elegía una historia, comenzaba a construir el mundo físico que la contendría. Si ocurría en el pasado, hacía todo lo posible por apropiarse de objetos originales de la época. Si ocurría en el futuro, no se conformaba con un diseño de arte que sugiriera tecnología avanzada: los gadgets debían anticipar estos avances. Así, los trajes de Barry Lyndon exhibidos en la muestra están lejos de parecer utilería de bodega: algunos fueron adquiridos en casas de subastas. Para ilustrar el caso contrario, se exhibe una maqueta de la centrifugadora gigante construida para 2001: Odisea del espacio. Durante cuatro años, Kubrick se reunió con científicos de la nasa: quería estar seguro de que su cinta mostraba cosas todavía imposibles pero, llegado el día, probables.

Cada película de su filmografía abarca una sala de la exhibición. Escenas de las mismas se proyectan en espacios amplios, mostrando a personajes sin control sobre sus vidas. A la vez, los objetos, maquetas y sketches esbozan el retrato de un hombre opuesto a sus criaturas en todos los sentidos. Parecería una exposición sobre el contraste entre tipos humanos. Quizá Kubrick encontraba en el cultivo de la precisión un antídoto a los males que se dedicaba a observar. Su método era un estilo de trabajo pero también un principio de vida y una tabla de salvación. Cuando un periodista le preguntó en qué se gastaba el dinero, Kubrick lo miró extrañado. “No creo que el punto de tener dinero sea gastárselo”, contestó. “El punto es tenerlo para no verte obligado a hacer una película que no quieres hacer.” O bien, el punto es tenerlo para nunca estar a merced de flaquezas y necedades ajenas.

2001: Odisea del espacio es la única película que abarca dos salas del Marco. Es el proyecto en el que Kubrick invirtió más tiempo y dinero, y es comprensible el porqué: si la humanidad fuera contactada por una civilización avanzada –dijo una vez–, el choque cultural sería tan traumático que esta quedaría despojada de su “etnocentrismo presuntuoso”. A diferencia de las visiones distópicas del futuro, el director encontraba en la frialdad de la tecnología algo parecido a una ética incorruptible. “El problema de hal 9000 –dijo Jan Harlan, seguramente parafraseando a Kubrick– es que el hombre quiso modificar su naturaleza de máquina.” Nuestra culpa, otra vez. Apenas más grande que una bocina portátil, una réplica de hal miraba a los visitantes desde una pared. Una de las computadoras más malignas del cine se veía más inofensiva que nunca.

Kubrick era un desencantado pero no un nihilista. Reconocía el sinsentido de la vida, pero agregaba que eso mismo forzaba a cada quien a encontrar su propio significado. Afirmaba que, si el hombre era lo suficientemente fuerte, podía “emerger del crepúsculo del alma y reencontrar el élan vital”. Kubrick tenía una misión –eliminar el margen de error– que además disfrutaba. “Decirme que me tome unas vacaciones de hacer cine es como decirle a un niño que tome unas vacaciones de jugar”, se lee en la pared de una de las salas. Es una analogía que formulaba de distintas maneras. Por ejemplo, citando a Orson Welles: “Un foro de cine es la mejor maqueta de trenes de juguete que un niño puede tener.”

A propósito de niños y juegos, uno de los props más entrañables de la exposición es la máquina de escribir de Jack Torrance, protagonista de El resplandor. “All work and no play makes Jack a dull boy” se lee en la hoja del carrete, renglón tras renglón, y en la pila de quinientas hojas al lado de la máquina. ¿Qué pudo atraerle a Kubrick de la historia de un escritor poseído? “Las películas de horror logran mostrarnos arquetipos de lo inconsciente”, decía de El resplandor. Quizá veía en Jack Torrance a su único álter ego. Kubrick confiaba en su propia inteligencia pero sabía que nadie estaba a salvo de perder la cabeza. Aquello que le fascinaba de Napoleón Bonaparte era que, siendo brillante, había cometido un error garrafal. El crítico David Thomson pinta a Kubrick con dos adjetivos: “megalómano paranoico”. Dice encontrar semejanzas entre este y Jack Torrance, sugiriendo que el director se veía a sí mismo como ese posible genio que se recluye en un mundo aislado –el hotel Overlook–, se deshace de la gente y acaba volviéndose loco. Si es así, ese exorcismo regocijaba al director. En las fotos de rodaje de El resplandor exhibidas, se ve a Kubrick dando instrucciones a Nicholson. Tiene sonrisa de niño.

¿Qué había detrás de la manía perfeccionista de Stanley Kubrick? El deseo de armar un mundo a su imagen y semejanza, y de expulsar a los hombres que, como consecuencia de su naturaleza, echaban su juego a perder. ~

 

Gran retrospectiva de uno de los íconos de la historia del cine internacional: Stanley Kubrick. La muestra repasa de manera cronológica su carrera, desde sus primeros fotografías en la revista LOOK hasta películas emblemáticas como 2001: Odisea del espacio, 1968, La naranja mecánica, 1971 y El resplandor, 1980. Incluye documentación de todas sus películas, así como objetos únicos. 

Lugar: MARCO, MTY.
Duración: Del 6 de marzo al 26 de julio, 2015.

 

 

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es crítica de cine. Mantiene en letraslibres.com la videocolumna Cine aparte y conduce el programa Encuadre Iberoamericano. Su libro Misterios de la sala oscura (Taurus) acaba de aparecer en España.


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