En 1966 la cineasta checa Vera Chytilová (Ostrava, 1929-Praga, 2014) estrenó su segundo largometraje, Las margaritas. Antes había hecho cortos, un primer largo y había participado con un episodio en una antología de adaptaciones de cuentos de Bohumil Hrabal. Las margaritas causó cierto escándalo y las autoridades le afearon el despilfarro de comida de la secuencia final: un salón señorial con mesas primorosamente arregladas cubiertas de platos con comida de aspecto suculento y larga elaboración. Las protagonistas, Marie y Marie, juegan con la comida, se la lanzan, la pisotean, la echan a perder. Diría que ese despilfarro fue el resquicio que encontraron para impedirle a Chytilová trabajar. En 1975 mandó una carta, “Yo quiero trabajar”, al entonces presidente de la República Checa. Esos años en que tuvo prohibido trabajar se ocupó de sus dos hijos, entonces pequeños, y de su padre, que había sufrido un infarto. En 1976 volvió a rodar y en 1989 se incorporó a la Escuela de Cine de Praga, donde había estudiado ella.
Las margaritas ha sido restaurada y se ha reestrenado en algunas salas comerciales, gracias a la dsitribuidora Atalante. Marie & Marie, una rubia y una morena, en 4K saltándose todas las normas en pantalla grande. La película es una provocación que se despliega tanto desde el contenido –dos adolescentes que se presentan como muñecas insufladas de vida, que engañan a los señores que quieren seducirlas para que las inviten a copiosas comidas con gran despliegue de postres, que se abofetean, se desnudan, se meten el dedo en la nariz, se ríen escandalosamente…– como desde la forma –saltos de blanco y negro a color, de ahí, a blanco y negro con virados a verdes o rojos, énfasis en los cortes y los saltos de la película, imágenes de bombardeos insertadas, música marcial que acompaña las aventuras de estas simpáticas muchachas…–. El resultado es una película divertida, fragmentaria, donde la narración no es lo más importante; se busca provocar algo en el espectador a través de las pequeñas secuencias de sentido dentro de la película, casi sketches, y también de la yuxtaposición de los mismos: es decir, de la relación un tanto inesperada entre una escena y la siguiente. Las dos muchachas están subidas en una enorme lámpara de araña que se balancea hasta caer, se supone. El siguiente plano muestra a las chicas en un lago braceando como si no supieran nadar mientras dicen: “No queremos ser malas”.
Vista hoy, se impone la interpretación feminista de la película: las dos “muñecas” se rebelan contra la infantilización y la imposición de unos modos de ser y comportarse en sociedad, a veces llevándolo al extremo, a veces burlándose de todo, a veces simplemente haciendo lo que les da la gana. El skecth del número de swing funciona como una comedia de slapstick añadiendo el gamberrismo de las jóvenes, una rubia y una morena, una lleva un vestido claro y la otra, oscuro, y se desbordan de su palco hacia la mesa de debajo, roban el vino de los demás y arman tanto lío que las echan. Y la comida es un motivo constante en la película: desde las manzanas que pasan del árbol a la cama de las chicas, a las comidas en restaurante coronadas con un despliegue de postres a las que se hacen invitar señores de los que se libran metiéndolos en un tren, y el banquete final. Hay que añadirle más dimensiones, que están en la película: imágenes de bombas cayendo y el diálogo beckettiano del inicio en el que las dos llegan a la conclusión de que puesto que todo está perdido, ¡nada importa”!
En una entrevista para una serie documental, Vera Chytilová explicaba: “Basamos la película en la siguiente confrontación: algo puede ser estéticamente hermoso y al mismo tiempo ser una imagen de aniquilación. Sin espíritu, nada es posible. La misma cosa puede ser positiva o negativa. Todo depende del punto de vista y de lo que se quiera transmitir. De cualquier manera, todo comienza con el nacimiento y termina con la muerte. Lo que importa es lo que se encuentra entre los dos. Ahora bien, ¿es sólo diversión y juegos? ¿O hay algo más? Y si es así, ¿de qué se trata, puesto que todo nos habla del vacío?”.
Leo en el obituario de Chytilová en The Guardian que la cineasta tuvo una estricta educación católica. De la necrológica: “Abandoné esa fe básica, personificada. Me parecía una muleta. Me di cuenta de que no era verdad, pero esos códigos morales están dentro de mí.” El final de Las margaritas, con las jóvenes tratando de “reparar lo destrozado” mientras susurran casi en un rezo que si son buenas serán felices. Limpian y colocan los trozos de los platos en la mesa, por primera vez en la película, llevan un traje que les tapa el cuerpo entero y está hecho con periódicos.