Desde la primera temporada de Mad Men, Jon Hamm ha interpretado a dos hombres en apariencia irreconciliables. El primero es Richard Whitman: una persona traumatizada por la ausencia de su madre (una prostituta que falleció al parirlo), los abusos de su padre alcohólico, una adolescencia precoz y la culpa de haberle robado la identidad al hombre que mató por accidente durante la guerra de Corea, el teniente Don Draper. Abrumado por el miedo y la paranoia, Whitman ha vivido escondido de sí mismo dentro del personaje de Don por más de una década.
El segundo es Don Draper, el exsocio de Sterling Cooper and Partners (SC&P). Considerado como uno de los publicistas más brillantes de Madison Avenue, Draper es una víctima de sus compulsiones: sexo, alcohol y un espíritu autodestructivo que disfraza de arrogancia y ambición. En contraste con Whitman, Draper es difícil de ignorar: él mismo es un “objeto del deseo”, tanto de mujeres como de hombres que quieren explotar su talento -véase la “declaración de amor” de Jim Hobart, CEO de McCann Erickson, en “Lost Horizon” (T07E12). Richard es un hombre confundido y asustadizo; Don es un mentiroso, un estafador profesional. Los dos han estado confrontados desde que Draper experimentara una crisis nerviosa frente a los ejecutivos de Hershey’s en “In Care Of” (T06E13). Los dos saben que ya no es viable continuar así, por lo que emprenden un viaje en el que se despojan de todo: casa, empleo, posesiones, dinero. La última parada es California. Sólo una personalidad podrá emerger del peregrinaje. El hombre que Hamm interpreta en los minutos finales de “Person to Person”, sin embargo, no es Draper ni Whitman.
¿Quién es, entonces? ¿Y por qué sonríe?
Episodio 14, “Person to Person”
1.
En “New Business” (T0709), Draper no tiene resquemor en ponerse un traje pasadas las dos de la mañana para recibir a un ligue en su casa. “¡Soy vanidoso!”, le dice divertido a Diana, una improbable mujer fatal que opera en el extremo opuesto del oropel. En “Person to Person”, la vanidad se ha evaporado: Don es un vagabundo que viste de mezclilla y lleva consigo una simple bolsa de papel y un sobre con mucho dinero. El desparpajo con el que se desprende de los billetes lo ha tornado en un blanco móvil de timadores y putas. El peligro está a la vuelta de la esquina. Es tiempo de vincularse con alguien. El título del último capítulo de Mad Men alude a una modalidad de conexión telefónica en la que la llamada sólo es cobrada si se localiza a la persona específica con la que se desea hablar. En “Time and Life” (T07E11), Ted Chaough afirma que hay tres arquetipos femeninos en la vida de cada hombre: la hija, la esposa y la madre. “Person to Person” está estructurado en función de los telefonemas de Don a esas mujeres.
2.
Desde el escape de McCann (“Lost Horizon”, T07E12), Sally ha fungido como el único vínculo de Don con su pasado, por lo que es natural que sea la receptora de la llamada que motiva las otras dos. Don quiere hablar sobre sus experiencias recientes en autos de alta velocidad, pero su hija no tiene buenas noticias: Betty padece cáncer de pulmón y le quedan seis meses de vida. La incredulidad de Draper (“es una hipocondriaca”) se transforma en pánico cuando Sally le advierte que no regrese a casa, pues esto trastornaría la vida de sus hermanos. “La gente adulta toma estas decisiones”, reclama Draper. La sentencia confirma lo que siempre supimos: el verdadero adulto de la familia no es Betty, Don o Henry (quien no sabrá qué hacer cuando muera su esposa), sino Sally. La secuencia donde toma el control de la familia y le comunica la verdad a su hermano revela a una mujer de poderío. Los claroscuros de Sally son impredecibles. No sabemos cómo será en diez años (las posibilidades son fascinantes: no en vano Jon Hamm ha afirmado en broma que sería el fanático número uno de un “spin off” titulado “Sally through the years”), pero por lo pronto la actitud de la adolescente es irreprochable. En “Marriage of Figaro” (T01E03), Don le jura a Sally que ella siempre será su niña y él siempre regresará a casa. Otra promesa rota: Draper ha sido expulsado del orden familiar.
3.
El segundo telefonema es a Betty, quien ratifica el destierro. Draper no ha sido parte de la vida de sus hijos varones, por lo que su presencia sería contraproducente en momentos de crisis. Don descubre lo prescindible que es. Betty cierra con dureza la que probablemente sea la última charla que sostenga con Don: “Quiero mantener mi vida tan normal como sea posible, y el hecho de que tú no estés aquí es parte de eso”. Draper queda hecho trizas al corroborar el estado de su expesposa (“Birdie”). Betty nunca dejó de ser la esposa de Don, Megan sólo fue una puta de un millón de dólares.
4.
La tercera llamada es a Peggy Olson. Desde que Olson le presentó su renuncia al final de la quinta temporada, Don ha ido infantilizándose frente a la que alguna vez fuera su alumna: le besa la mano y le pide perdón en “The Other Woman” (T05E11), pelea con Ted por su atención en “The Better Half” (T06E9), lloriquea literalmente como un bebé en “The Quality of Mercy” (T06E12), y recibe regaños constantes de su parte a lo largo de la séptima temporada, como si fuera un niño travieso que ha exasperado a su madre. Quizá Draper proyecte sus carencias en la situación de Peggy: cabe recordar que fue él quien le ayudó a esconder su embarazo y el hijo que tuvo con Pete. Peggy actúa aquí como confesora. El mea culpa es el de un hombre a punto del suicidio: “Lo jodí todo. No sabes el hombre que soy: rompí mis compromisos, escandalicé a mi hija, tome el nombre de otra persona y no hice nada con ello, nada”. Como lo haría una buena madre, Peggy le pide que regrese a casa. “¿No quieres trabajar en la cuenta de Coca Cola?”, le pregunta Olson. En el orden simbólico del programa, Coca Cola es el equivalente de la felicidad, por lo que la pregunta en realidad es: ¿no quieres ser feliz? En palabras de Don, “la felicidad es un momento que antecede a otro en el que necesitas más felicidad”, un invento que publicistas como él utilizan para vender medias y productos que no son necesarios (“Smoke Gets in your Eyes”, T0E01). Recordamos lo que Betty dijo alguna vez de su exmarido: la tragedia de Don no es que no sepa ser feliz, sino que no está interesado en serlo.
5.
Olson sostiene otra llamada telefónica con Stan, a quien le comunica su preocupación por Don. De forma inesperada, la charla se transforma en una declaración mutua de amor. La atracción entre Peggy y Stan ha sido evidente desde la sexta temporada; no obstante, pocos esperaban que Matthew Weiner, creador y showrunner de la serie, la materializara en el último capítulo. La crítica televisiva ha acuñado el término “fan service” para referirse a las decisiones creativas que un escritor asume para satisfacer los deseos de los seguidores de una narrativa específica. El “fan service” no es forzosamente malo, pero es una ruta que tiende a apostar por la condescendencia y el sentimentalismo. Nobleza obliga: la decisión de Weiner de juntar a Peggy y Stan (“¡Steggy!”) califica como “fan service”. La secuencia, eso sí, está ejecutada con virtuosismo por los actores. Detalle revelador: Stan interrumpe la llamada para correr a la oficina de Olson, con lo que ratifica la firmeza de la conexión. A diferencia de la reunión idílica de Pete y Trudy, o del matrimonio en ciernes de Roger y Marie, los “Steggy” componen una relación con posibilidades genuinas de crecimiento.
6.
Joan reaparece también de manera un tanto sorpresiva. Renuente a que su futuro se convierta en unas vacaciones eternas con terrazas al sol y cocaína en las uñas (Hendricks da una de las mejores definiciones que se han visto en pantalla sobre la droga: “me siento como si acabara de recibir muy buenas noticias”), Joan lanza su propia compañía productora (Harris-Holloway). Richard sabe que la aventura emprendedora consumirá todo el tiempo de Joan, por lo que rompe con elegancia el naciente noviazgo. Mad Men es la crónica del ascenso de las mujeres y la caída de los hombres. El destino final de Joan es orgánico: a lo largo de varios capítulos percibimos su pasión por la administración de empresas y la mercadotecnia. Con todo, su decisión no está exenta de costos colaterales: si bien crecerá rodeado de dinero y comodidades, intuimos que el hijo que procreó con Roger sufrirá una infancia solitaria, donde la TV será la única constante (¿cuántas veces lo hemos visto sin la presencia ominosa del televisor?). El dinero es “una perra celosa que demanda atención las 24 horas”. Como lo anticipa Roger, “ese pequeño hermoso” es el yuppie ensimismado y egoísta de los años por venir (“little rich bastard!).
7.
En “5G” (T01E05), Draper le dice a Adam, el hermano de Richard Whitman, que no hay marcha atrás en su cambio de personalidad. “Mi vida sólo avanza en una dirección: hacia adelante”. En “Person to Person”, ya no hay camino que recorrer. Estrujado por su destierro, Don busca refugio en Stephanie, la sobrina de Anne, quien se refiere a él como “Dick”. Stephanie lo invita a un centro “new age” en California. En principio, Don busca consolidar su personaje de “mecenas de la reinvención ajena” -el coche que le dona al estafador de “The Milk and Honey Route” (T07E13), el financiamiento de los automóviles de carreras, la oferta a Stephanie de ayudarla a transformarse en alguien más y abandonar a su hijo-, pero pronto se da cuenta que su ayuda es irrelevante. Ese es el verdadero terror de Draper: saberse dispensable, innecesario, como el huérfano de Richard Whitman. Durante su llamada “persona a persona”, Don le pregunta a Peggy si todo se ha caído en pedazos sin él. La respuesta es no: su familia no lo quiere, los miembros de SC&P no parecen extrañarlo mucho (de hecho Meredith lo imagina en un “lugar mejor”) y Jim Hobart no llora en las noches por la pérdida de su querida “ballena blanca” (Olson incluso comenta que no es la primera vez que un ejecutivo de alto nivel huye de McCann). Es una nueva década, y como lo manifiesta el empujón de la anciana del campamento, el mundo está harto de Don Draper.
8.
La desintegración del binomio compuesto por Whitman y Draper sucede en una sala de juntas, pero no una ubicada en las instalaciones de un edificio corporativo, sino en las de un vulgar seminario de autoayuda. Leonard, uno de los asistentes, toma la palabra y relata un sueño recurrente. La imaginería conecta con el miedo de Don de saberse prescindible, desconectado: Leonard, un oficinista de poco carisma, se visualiza en sus sueños como un plato de comida que nadie desea sacar del refrigerador. Todos los amigos y familiares de Leonard están sentados en la mesa, pero ninguno quiere alinearlo con el resto de los platillos. “Es como si no les importara que no estuviera ahí”, exclama Leonard antes de quebrarse en lágrimas. Don, quien minutos antes se quejaba desesperado de que la gente se fuera de su vida sin decir adiós, también estalla en llanto y abraza a Leonard. Por fin, Draper y Whitman han quedado atrás.
El personaje que sale de la sesión de terapia desea estar en la mesa, ser una causa de celebración, enseñarle al mundo a cantar, ser la estrella de un festín “donde se abren todos los corazones y corren todos los vinos”. ¿Cómo hacerlo? La epifanía llega en una sesión de yoga. El hombre que alguna vez fue Don Draper sonríe mientras imagina uno de los comerciales más celebrados de los 70: “I´d like to teach the world to sing (in perfect harmony)”, de Coca Cola. El absurdo es devastador: el hombre más infeliz del planeta ha inventado la campaña publicitaria más alegre de la historia. Al igual que las memorias que circulan por el Carrusel de “The Wheel” (T01E13), los destellos de nuestras vidas son viñetas de excepción; comerciales de una idea de vida, y no de realidades que puedan sostenerse ante el transcurso del tiempo. Anhelamos regresar a los instantes que desfilan por el Carrusel, pero lo que nos explica son los momentos inconfesables que dejamos fuera. El resto son “cuentos que nos inventamos para poder vivir”, afirmaría Joan Didion. No importa de qué color seas o de dónde vengas, no se puede aspirar a más. Suena terrible, pero eso es “todo lo que hay”. La persona que esboza la sonrisa en los minutos finales de Mad Men encuentra paz en ese entendimiento. Y eso le basta para que cada habitante del planeta gire alrededor de él, en armonía perfecta y con una Coca Cola en la mano.
9.
“Soy una creación, un improvisador virtuoso. Carezco de conciencia, y cuando era joven, eso me perturbaba. Ahora no me preocupa que me descubran o atrapen. No creo que alguien esté observando. El mundo no es un lugar más triste si la gente muere: es un coche menos en la carretera, un poco menos de ruido y amenaza. Si algo sé, es que nacemos constantemente” .- Ripley´s Game, de Patricia Highsmith
Mauricio González Lara (Ciudad de México, 1974). Escribe de negocios en el diario 24 Horas. Autor de Responsabilidad Social Empresarial (Norma, 2008). Su Twitter: @mauroforever.