Marca personal a Succession: El rey ha muerto

Los primeros episodios de la cuarta temporada de Succession establecen el interregno como el arco narrativo final de la serie. Y los hermanos Roy no están preparados para la batalla.
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Carlos VI –apodado “El bien amado”, aunque también conocido en sus últimos años por el menos favorecedor mote de “El loco”–, reinó en Francia de 1380 a 1422. Aquejado por violentos episodios psicóticos que le atormentaron toda la vida, Carlos VI alternó durante su reinado momentos de visión y lucidez con otros de inestabilidad y delirio, lo que derivó en que desheredara a su hijo y delfín, Carlos VII, tras ser aplastado por los ingleses en la Batalla de Agincourt. Si bien el sucesor designado de Carlos VI era su nieto, el infante Enrique VI de Inglaterra, la corona fue ocupada por Carlos VII, considerado por el pueblo francés como el heredero legítimo.

Según la mayoría de los historiadores oficiales, fue ahí donde nació la frase “El rey ha muerto, ¡viva el rey!”, la cual sintetiza la idea de que los monarcas poseen un doble cuerpo: uno natural, sujeto a la enfermedad y la muerte, y otro teológico, místico e inmortal, que se transmite políticamente en la sucesión. La creencia tiene un claro objetivo estabilizador: al afirmar el ascenso de un monarca desde el instante mismo de la muerte del anterior, se conjura la posibilidad del interregno, el periodo de discontinuidad donde no existe un sucesor aparente. Mientras más largo sea el interregno, mayores serán la incertidumbre y el caos que aquejarán al reino.

Los primeros episodios de la cuarta temporada de Succession –“The Munsters”, “Rehearsal” y “Connor’s Wedding”– establecen el interregno como el arco narrativo final del programa: una tierra salvaje donde los aspirantes al trono deberán pugnar por un reino decadente que bien podría ser conquistado en cualquier momento por otros monarcas. El rey ha muerto, ¿quién será el nuevo rey?

A continuación, la primera Marca Personal a la última temporada de Succession.

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Logan Roy debió haber muerto el 5 de marzo de 2018, fecha en la que HBO transmitió “Nobody is Ever Missing”, el episodio final de la primera temporada. El plan original de Jesse Armstrong, creador y showrunner de Succession, era presentar al monarca en los primeros capítulos y, una vez muerto, dejar que su sombra se manifestara a lo largo de la lucha sucesoria. Sin embargo, auxiliado en buena medida por la potencia histriónica de Brian Cox, el personaje terminó por convertirse en el eje gravitacional en torno al que orbitan los demás personajes. La química actoral entre Cox y el resto del ensamble se basa en un juego de contrastes. De los hijos acomplejados de Logan sabemos todo: a Roman le gusta compartir fotos de su pene, Shiv traicionó a su madre, Connor está traumatizado por el pastel y Kendall no siempre logra controlar sus esfínteres después de una noche de farra.

Del rey, en cambio, no conocemos casi nada. O, por lo menos, nada verdaderamente íntimo. Intuimos que sufrió maltrato infantil a manos de su tío (las marcas en la espalda mostradas en “Austerlitz”), lo que quizás explica el trato violento con sus hijos, pero ni siquiera estamos seguros de qué sucede a puerta cerrada con Kerry, la amante advenediza con la que los Roy suponen que intenta tener un hijo. Los hijos son unos megáfonos histéricos de miseria y mala leche; Logan, al contrario, es un monstruo despiadado que rara vez expresa sus emociones, al punto en que prefiere no hablar para que los demás interpreten lo que quiere, como comprueba Tom cuando Logan lo obliga a neutralizar la carrera de lectora de noticias de Kerry con el poder de unos cuantos gestos. El juego de contrastes se da incluso fuera de cámara. Brian Cox, un actor con entrenamiento clásico en el teatro inglés, ve con sorna y escepticismo la intensidad de Jeremy Strong, cuyo método actoral califica de “encabronadamente irritante”.

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De lo que siempre hemos estado seguros es de la fragilidad de la salud de Logan. Tras recuperarse milagrosamente del infarto en “Celebration”, el primer episodio de la serie, los altibajos en su salud han sido constantes, lo que derivó parcialmente en que tiburones como Josh Aronson y Lukas Matsson se interesaran en Waystar-Royco. De ahí que la muerte de Logan en “Connor’s Wedding” sea sorpresiva: a diferencia de temporadas anteriores, Logan lucía vigoroso y desbordante. Las negociaciones con GoJo, propiedad de Matsson, lo habían liberado para transformar a ATN en una máquina de propaganda a tono con el populismo y la posverdad que definen estos años.

Otra vez los contrastes: Logan entiende el espíritu de la época; sus hijos, en cambio, lucen extraviados respecto a la dirección que deben darle a Pierce, la aburrida cadena de alta credibilidad por la que pagaron miles de millones de dólares de más. El discurso del magnate frente a sus tropas –parado sobre unas cajas, al igual que Rupert Murdoch se dirigió a los reporteros del Wall Street Journal– es contundente: lo quiere todo, incluidas las gargantas ensangrentadas de sus enemigos. Para hacerlo, requiere concretar el acuerdo con GoJo, el cual enfrenta la resistencia de los accionistas, quienes creen que pueden obtener más dinero de Matsson.

Los hijos comienzan a tener dudas sobre la venta. Impaciente, Logan los confronta en lo que para él constituye un verdadero descenso a los infiernos: un bar de karaoke. En retrospectiva, el encuentro parece una despedida. Tras resistir un bombardeo de recriminaciones, Logan desglosa el acuerdo con Matsson. Suena como un buen trato, pero no importa: los hijos en realidad no desean vender. La razón: deshacerse de Waystar-Royco implicaría emanciparse y construir algo propio. Si bien gozan al hacerlo sudar y ponerle trabas, los Roy aún no están listos para matar a su padre.

Shiv y Kendall se congratulan de complicarle la vida al viejo; Roman, por el contrario, se muestra reticente de seguir el camino de sus hermanos. Como apuntamos alguna vez aquí, si los Roy fueran animales, Roman sería un perrito Chihuahua ruidoso e hiperactivo, pero leal y cariñoso con su dueño, al margen de los golpes que este le dé. Gracias a la reunión en el karaoke, sabemos con seguridad que Logan golpeaba a Roman cuando era niño (“me lo merecía, era bastante molesto”). Ahora cobran sentido las palabras dichas por su madre en la temporada pasada: “(Logan) nunca vio nada que no quisiera patear sólo para ver si volvía”. Roman es el perrito que regresa una y otra vez para que Logan lo patee. Y como buen perro, ama incondicionalmente a su dueño.

Connor no tiene dudas: sólo quiere el dinero que le permita continuar con su boda y una campaña presidencial que le permita alcanzar el uno por ciento del voto. “La gente inteligente sabe quién es”, dice Logan al final de “Rehearsal”, segundo episodio de la cuarta temporada. Connor dice saberlo: un hombre con el superpoder de no necesitar amor, un árbol que se alimenta de insectos. El episodio siguiente, “Connor’s Wedding”, echará por tierra esa afirmación, lo que reafirmará, felizmente, que es un idiota.

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“Connor’s Wedding” abre con un Logan cool y combativo, camino a Estocolmo para afinar el trato con Matsson. En paralelo, el potentado prepara una “noche de los cuchillos largos en Waystar-Royco”. El primer sacrificio será el de Gerri Kellman, la obsesión sexoamorosa de Roman. De manera sádica, plenamente confiado en que el perrito regresará por más patadas, Logan le pide que vuele con él a Estocolmo y que le anuncie a Gerri su próximo despido. Atormentado por faltar a la boda de su hermano, Roman se niega a hacer lo primero, pero accede a lo segundo.

Una vez a bordo del barco donde se van a celebrar las nupcias, Roman y Gerri tienen un enfrentamiento que parece poner fin a años de coqueteo y perversión. Harto de tanto abuso, Roman le llama a su padre. Logan no contesta, pero Roman le deja un mensaje donde le dice que está cansado de poner el culo cada vez que lo ordena. Por asociación de ideas recordamos a Mr. Blonde en Perros de Reserva (Tarantino, 1992): “¿Vas a ladrar todo el día o vas a morder, perrito?”. Nunca lo sabremos, pues, como le anuncia Tom a Kendall minutos después, Logan Roy ha muerto a consecuencia de lo que parece ser un paro cardiaco.

A principios de siglo, cuando se hablaba de la llamada “Era dorada de la televisión”, el lugar común era señalar que la televisión carecía de la grandeza estética del cine. “La televisión es una plataforma para escritores; el cine, por otro lado, es un medio para directores”. David Cronenberg incluso manifestó que se negaba a hacer televisión porque creía que era algo más que “un mero director de tráfico”.

Las cosas han cambiado desde entonces, aunque no necesariamente para bien: el cine comercial que se estrena en salas rara vez despliega los valores estéticos que solían asociarse con la exhibición en pantalla grande; por el contrario, el cine hollywoodense cada vez luce más pedestre y convencional (televisivo, pues). Lo que ahora conocemos como televisión posee una factura superior a la de antaño, pero dista de brillar como experiencia estética. Casi nadie comenta sobre la estética de una película o serie. Todo se agota en la historia y las actuaciones.

Frente a esto, resulta estimulante observar el número de conversaciones que ha detonado la planificación estética de “Connor’s Wedding” en medios y redes sociales. Lejos de mostrar la muerte de Logan de una manera exageradamente dramática –con Brian Cox sobreactuando un dolor de pecho mientras escuchamos los segmentos más arrebatados de la música de Nicholas Britell–, el director Mark Mylod anuncia el fallecimiento a través de una batería de llamadas a los hijos reunidos en el barco para la boda de Connor.

Con el fin de mostrar las actuaciones de manera orgánica y fluida, Mylod organizó la acción como una obra de un acto captada por tres cámaras a un solo tiempo. Dado que Succession está rodada en filme, lo que obliga a recargar la cámara cada 10 minutos, la tentación fanfarrona de capturar todo en un solo plano secuencia, a la True Detective, quedó conjurada. El resultado es más sentido y heroico: 28 minutos de tensión donde Sarah Snook, Kieran Culkin y Jeremy Strong despliegan una multiplicidad de sentimientos encontrados mientras bajan y suben por una nave con más de 200 extras a bordo. La dinámica visual de capturar las actuaciones como si se tratara de un documental –tomada de La celebración (1998), de Thomas Vinterberg– es llevada al extremo sin sacrificar el equilibrio tonal con el que los Roy reciben la noticia. Inclusive en sus momentos más devastadores y melancólicos, la serie nunca deja de ser un baño de ácido repleto de carcajadas malévolas e hirientes. La consistencia de Succession es encomiable.

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Con la excepción de Kerry, quien ha despertado de un sueño entre fantástico y terrible tras la muerte de Logan (¡cómo saber lo que pasaba en esa recámara!), el resto del staff directivo de Waystar-Royco bien podría aprovechar la situación para posicionarse en el interregno. Tom intuye lo peor. Quizá no sea un buen ejecutivo, pero siempre se mantuvo al lado de Logan, sobre todo como enfermero no oficial. Tom fue el mejor hijo que Logan nunca tuvo. Acostumbrados a que los miembros del staff se comporten como niñeras, los Roy están acostumbrados a equiparar liderazgo con vociferar órdenes. No les va a ser fácil controlar a sus subordinados. Quizás el empleado que más sintió la muerte de Logan fue Colin, su chofer. En “The Munsters”, Logan le confesaba que no creía que hubiera vida detrás de la muerte. A primera vista la secuencia se antojaba gratuita, pero ahora cobra sentido. Colin va a extrañar a Logan.

El interregno ha comenzado. Si bien el capítulo está repleto de imágenes enternecedoras de fraternidad ante la tragedia (muy similares al lenguaje físico que muestran las víctimas de violencia doméstica), los hermanos no están preparados para la batalla. Ante la muerte del rey, cada uno se repliega a lo que considera su hogar: Shiv regresa momentáneamente con Tom, Roman acompaña al cadáver del padre que ya no lo puede patear, Connor se casa con Willa y Kendall se queda con Kendall. Como bien decía su padre: no son gente seria. ~

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Mauricio González Lara (Ciudad de México, 1974). Escribe de negocios en el diario 24 Horas. Autor de Responsabilidad Social Empresarial (Norma, 2008). Su Twitter: @mauroforever.


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