Paddington, el oso “antibrexit”

Las vicisitudes de Paddington por insertarse con éxito en la sociedad londinense conforman una parábola perfecta para los tiempos del “Brexit”.
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A Personal Journey with Martin Scorsese Through American Movies (1995) es un ensayo documental donde el realizador de Taxi Driver y Buenos muchachos analiza por poco menos de cuatro horas los filmes estadounidenses que lo marcaron en sus años de formación, antes de convertirse en cineasta. A forma de introducción, Scorsese establece que para poder trabajar de manera continua en el circuito comercial casi todos los directores de valía han operado bajo una de tres modalidades distintas: ilusionista, contrabandista e iconoclasta.

Los “ilusionistas” son los que conciben al cine como un oficio similar al de los magos, capaces de robar el aliento del espectador con trucos inéditos y deslumbrantes. Los “contrabandistas”, más artesanos que magos, son trabajadores dedicados que infiltran sus obsesiones autorales en estructuras convencionales diseñadas para obtener el financiamiento y “luz verde” de los estudios; es decir, son aquellos capaces de camuflar su estilo y temas personales en películas engañosamente genéricas y populares. Los “iconoclastas”, los más ambiciosos, son los que rompen con todo y redefinen las reglas del juego.

A primera vista, Paddington (2014) y Paddington 2 (2017), las cintas dirigidas por el británico Paul King que narran las aventuras vividas por un oso peruano cuando emigra a Inglaterra en busca de un hogar, habitan la primera categoría descrita por Scorsese. Estamos, finalmente, frente a un logro tecnológico: una cinta donde gracias a los avances de la animación por computadora vemos cómo un animal antropomorfizado interactúa con seres humanos en un Londres atemporal más cercano a la estética de una casa de muñecas que a la que asociamos con la capital inglesa contemporánea. De acuerdo con Pablo Grillo, director de animación de Framestore, taller responsable de los efectos Paddington y cintas como Gravity y Las crónicas de Narnia, tan sólo la primera parte incluyó alrededor de 600 tomas con osos, lo que requirió que 350 personas en dos países trabajaran en el planteamiento visual por más de tres años. Sea en el pasaje donde el oso Paddington imagina un recorrido con su tía por una Inglaterra estilizada a manera de libro pop up, sea cuando cobra conciencia del poder enajenante y primordial de la pantalla de cine, o incluso en momentos aparentemente menores, como los close ups donde podemos apreciar la compleja textura del pelaje animal, la ilusión es inmersiva: el trabajo de un mago que opta por encantar al espectador con trucos elegantes que colocan el cuidado artesanal por encima del ruido y las explosiones.

La sofisticación ilusionista de King se extiende a diversas vertientes de tradición cinéfila, las cuales se expresan en gags y referencias visuales cargadas de significado. El niño incomprendido acusado de un crimen que no cometió: Antonie Doinel en Los 400 golpes:

El personaje íntegro y de finos modales que conmueve y redime a los reos que conoce en prisión: El Gran Hotel Budapest.

El ser primitivo atrapado por una modernidad mecanizada que lo deshumaniza -o “desanimaliza”, en este caso: no sólo en un claro homenaje a Charlotte en Tiempos Modernos, sino en todos los mecanismos y máquinas presentes en ambas películas, incluida una locomotora que remite a Buster Keaton.

El animal inteligente que se rebela a ser una mascota susceptible a ser encerrada, o peor aún, diseccionada o disecada; un espécimen magnífico que ve al mundo en soledad desde una ventana: César en El planeta de los simios.

El aventurero demasiado cool para perder el sombrero: Indiana Jones en Los cazadores del arca perdida.

Y quizá la referencia más importante de todas: la persona decente cuya continua ayuda al prójimo -expresada en detalles engañosamente nimios como recordarle al vecino que no olvide las llaves o repasar un futuro examen camino al trabajo- adquiere dimensiones mayúsculas en la comunidad, al punto en que la vida se torna impensable sin su presencia. Paddington, quién podría debatirlo, es el heredero directo de George Bailey en It´s a Wonderful Life!

Otra fuente de goce es el elenco. Hugh Boneville, Sally Hawkins y Ben Whishaw (la voz de Paddington, siempre oscilante entre la adolescencia y la sabiduría de un noble anciano) realizan un trabajo notable; los villanos, no obstante, son antológicos: Nicole Kidman como la museógrafa que desea disecar al oso para reivindicar la reputación de su padre explorador en la primera parte, y Hugh Grant como el actor que desea apoderarse de un libro con las claves de un tesoro en la segunda. Grant, en especial, entrega la interpretación más delirante de su carrera: pocos histriones irradian tanta simpatía siendo tan odiosos.

Inspirado por los libros de Michael Bond, creador del oso Paddington, King no se limita a ser un ilusionista. El contrabando de Paddington -el discurso que habita debajo de la fantasía- es la defensa del “otro” en tiempos de cerrazón y conservadurismo respecto al tema migratorio. Paddington emigra del Perú debido a que su hábitat ha sido destruido por una calamidad climática. Lejos de encontrar en Londres la tierra prometida de solidaridad y principios de la que le hablaba el explorador británico a su familia, arriba a una comunidad que lo percibe con recelo y desconfianza. Ambas partes muestran el cada vez más intenso enfrentamiento entre las comunidades étnicamente plurales de las zonas urbanas inglesas y el statu quo que concibe a la civilización como un montón de hombres blancos estirados que toman té y sólo saben hablar inglés. Las vicisitudes de Paddington por insertarse con éxito en la sociedad londinense conforman una parábola perfecta para los tiempos del “Brexit”.

El sheriff de No es país para viejos, la novela escrita por Cormac McCarthy que fuera llevada al cine por los hermanos Coen en 2007, apunta que el mundo comienza a irse al infierno cuando la gente empieza a descuidar las buenas maneras. “En cuanto dejas de oír Señor y Señora el fin está a la vuelta de la esquina”, dice el alguacil. Paddington sostiene que “si eres generoso y cortés, el mundo estará bien”. Las obras de King son un pertinente recordatorio de que el rescate del planeta empieza con la amabilidad hacia el otro. En ese sentido, el oso Paddington es el vecino que siempre nos dice buenos días cuando salimos a trabajar. Bien merece un sándwich de mermelada.

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Mauricio González Lara (Ciudad de México, 1974). Escribe de negocios en el diario 24 Horas. Autor de Responsabilidad Social Empresarial (Norma, 2008). Su Twitter: @mauroforever.


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