Robert Evans: El productor es la estrella

El productor de Polanski, Coppola y Altman, que falleciรณ el 26 de octubre, promoviรณ un cine cine adulto, original y distinto en los aรฑos setenta.
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Como si fuera el personaje principal de alguna de sus pelรญculas (podrรญa ser una mezcla del advenedizo Michael Corleone con el excesivo y esperanzado Jay Gatsby y un poco del actor fracasado dispuesto a todo por conseguir un papel que interpretรณ John Cassavetes en La semilla del diablo), Robert Evans tiene mรกs de leyenda, de mito americano, que de hombre de carne y hueso. Aunque por lo que dice su turbulenta biografรญa era mรกs de carne que otra cosa: atrรกs quedan una lista interminable de matrimonios y amantes.

Es, de hecho, una anรฉcdota que funde vida y cine lo que mejor explica su figura: Evans era un actor de pacotilla cuando la viuda del mรญtico productor Irving Thalberg se empeรฑรณ en que interpretara a su difunto marido en una pelรญcula. Evans se convirtiรณ asรญ en la ficciรณn en la figura a la que acabรณ emulando en la vida real: el productor de una de las eras doradas de Hollywood, el productor estrella.

Robert Evans tenรญa esa voluntad fรฉrrea (otro clรกsico americano) del hombre-hecho-a-sรญ-mismo y fue eso lo que lo llevรณ de un lado a otro, con la sensaciรณn de que nunca jamรกs podrรญa fracasar. Gracias a su capacidad para seducir a mujeres fundรณ una muy lucrativa empresa de ropa femenina y gracias a su capacidad para seducir a hombres llamรณ la atenciรณn de un periodista que llamรณ la atenciรณn a un ejecutivo de Hollywood del agresivo talento del joven Evans. Ese talento hacรญa falta en el Hollywood lleno de carcamales de la รฉpoca. Ese tipo podrรญa ser algo. Podrรญa ser como Irving Thalberg: ser una estrella. Ser productor.

ยฟQuรฉ es un productor? Sรญ, claro, todos lo hemos visto en pelรญculas. Ese tipo bronceado de rayos UVA y dentadura perfecta que se sienta al borde de la piscina (que antes limpiaba) a maltratar a guionistas, ligarse a actrices y adular a directores. Evans era un poco la imagen viva de ese clichรฉ, pero tenรญa algo que no todos tienen: instinto. Un instinto que le permitiรณ, durante unos aรฑos, reinar, adelantarse, saber quรฉ novela podรญa ser un รฉxito, quรฉ director podรญa afrontar de manera original, sorprendente, un trabajo, por quรฉ estrella apostar.

Leyendas y mitos aparte, no hay un argumento mรกs claro del talento de Evans que citar las pelรญculas que produjo para (o con) Paramount Pictures. Una empresa que en aquella รฉpoca (finales de los sesenta, apogeo del hippisimo y las luchas por los derechos civiles) estaba desnortada y en lo mรกs bajo del escalafรณn de popularidad (y dinero) de Hollywood. Tuvo que venir el joven y arrogante Bobby Evans para reflotarla y, de paso, contribuir a otro mito: el del Nuevo Hollywood. Aquella รฉpoca en la que los cineastas eran mรกs importantes que la taquilla y en la que la taquilla te la daban los cineastas.

Evans no fue un mero invitado a la fiesta. Insistiรณ y peleรณ con Coppola por El padrino (no hay que olvidar que, hasta su รฉxito, Coppola siempre desdeรฑรณ la pelรญcula como un encargo menor que lo apartaba de sus pelรญculas personales) y, aรฑos mรกs tarde, defendiรณ la mirada turbia, sucia โ€“herencia del free cinema del que venรญaโ€“ que aportรณ John Schlesinger al libreto de Marathon Man. En ambos casos el resultado fue obvio: un porrรณn de Oscar y un porrรณn de dรณlares.

Fue, ademรกs, el principal valedor en Estados Unidos de Roman Polanski, al que produjo sus dos obras maestras americanas (La semilla del diablo y Chinatown) y no dudรณ en apostar por Harold y Maude, el extraรฑรญsimo guion de Colin Higgins que se convirtiรณ, a la postre, en la mejor pelรญcula de Hal Ashby y en un ejemplo de lo que Hollywood era capaz de crear en aquellos aรฑos maravillosos. Cine adulto, original, distinto. Ademรกs, Evans demostrรณ su olfato al margen del cine de autor y estuvo detrรกs de pelotazos de taquilla mรกs bien sentimentaloides como Love story o Descalzos por el parque.

Durante los ochenta empezรณ el asomo de crisis en su hasta entonces infalible instinto: apenas quedan para el recuerdo la fallida Popeye de Robert Altman (la idea era buena y, sobre todo arriesgada), la mal entendida The Cotton Club de Coppola (la gente esperaba otro El padrino y los tiros iban por otro lado) y la extraรฑa secuela de Chinatown, que dirigiรณ su amigo del alma y de juergas Jack Nicholson. Varias toneladas de cocaรญna despuรฉs, con unos cuantos injertos de pelo y una colecciรณn de exmujeres y examantes a las espaldas, Evans cayรณ, por orden, en las desgracia y en la intrascendencia. Tal y como dicta la mรญtica hollywoodiense.

En los noventa intentรณ volver acercรกndose al thriller erรณtico que vivรญa a la sombra de Instinto bรกsico (eso eran Jade de William Friedkin y la terrible Sliver), a la adaptaciรณn de televisiรณn de รฉxito nostรกlgico (su mediocre El Santo nunca pudo competir con Misiรณn: imposible) y la comedia romรกntica mรกs intrascendente. Evans estaba acabado. Lo que quiere decir en Hollywood que… te queda aรบn una รบltima vida.

En forma de inesperado giro final, el รบltimo hallazgo de Robert Evans fue รฉl mismo. Su nombre volviรณ al del cinรฉfilo y al neรณfito gracias al estupendo documental The kid stays in the picture en el que el ser humano, la persona, la carne, al fin se hacรญa mito. Tal y como รฉl, forjador de mitos, sonrisa blanquรญsima y pelo dorado, hubiera querido.

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Fernando Navarro (Granada, 1980) es guionista y crรญtico musical. Ha escrito entre otras 'Toro', 'Verรณnica', 'Bajocero' y Venus'. 'Segundo premio' (Isaki Lacuesta y Pol Rodrรญguez, 2024) es su รบltimo guion. En 2022 publicรณ la novela 'Malaventura'.


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