En el inicio de su ópera prima, Boy Meets Girl (1984), Leos Carax (cineasta que cosechó elogios por sus dos primeros largometrajes y fue considerado como el heredero de Jean-Luc Godard) ilustra un propósito que, tarde o temprano, impulsa a sus personajes y, de pasada, deja ver lo que en su cine representa París: en blanco y negro una mujer, que abraza a una niña, conduce una “diosa” –un Citroën DS–con un par de hoyos en el parabrisas y se dispone a abandonar a su marido y la ciudad para buscar un nuevo comienzo en otra parte. Es necesario dejar la Ciudad Luz para superar un pasado habitado por el desencanto, o en el mejor de los casos, por el sinsentido o por una inercia autodestructiva, como se puede confirmar en sus dos siguientes largometrajes, Mauvais sang (1986) y Les amants du Pont-Neuf (1991).
La acción de Mauvais sang se ubica en un tiempo en el que un virus cobra numerosas víctimas: aquéllos que hacen el amor sin amor sufren padecimientos graves y luego la muerte. Un laboratorio ha conseguido formular una vacuna y un par de delincuentes maduros, Marc (Michel Piccoli) y Hans (Hans Meyer), hacen un plan para robarla. Pero necesitan manos rápidas, por lo que convocan al hijo de un excompañero, Alex (Denis Lavant). Éste ve en el golpe la posibilidad de dejar París e iniciar una nueva vida. Y su interés crece luego de conocer a la pareja de Marc, Anna (Juliette Binoche), de la que se enamora a primera vista. La mayor parte del argumento se concentra en una noche durante el pasaje del cometa Halley, que provoca alteraciones significativas en el clima. Esa noche el calor es insoportable, y Alex hace intentos infructuosos para conseguir la atención y la emoción de Anna, quien vive enamorada de Marc.
Como en su primer largo, en Mauvais sang Carax propone una ciudad que es un mero paisaje de fondo: la mayor parte de las escenas tienen lugar en interiores, en espacios cerrados que no llegan a ser claustrofóbicos. Con excepción de dos momentos en los que la ciudad tiene protagonismo. En uno de ellos se ofrece una panorámica nocturna de París –con Torre Eiffel al fondo– y se hace alusión a lo que ella representa para Marc: calles transitadas más de una vez, conocidas hasta el hartazgo, impresas en la cabeza; un espacio adecuado para un ser solitario. La escena, que fue eliminada del corte final, hace hincapié en el contraste entre Marc y Alex, pues el primero reconoce que no sabría dejar la ciudad. La otra es casi un videoclip: mientras se escucha Modern Love de David Bowie, un largo travelling acompaña la carrera que emprende Alex, quien es atormentado por un agudo dolor en el vientre y pareciera huir del sufrimiento.
A diferencia de Boy Meets Girl, aquí Carax propone un rico y vívido colorido. En particular echa mano del rojo, que aparece por doquier. Y si la ubicuidad del rojo se explica por el título (Mala sangre), la calidez de la luz y el resto de los colores tienen una justificación emotiva, dentro y fuera de la cinta: Anna es filmada con un registro preciosista, y así resulta un personaje del que es inevitable enamorarse a primera vista; Carax concibe una especie de homenaje visual a la Binoche, quien por entonces era su pareja (no es la primera vez que un realizador hace lucir a su actriz y hace visible lo que siente por ella, como el caso de Roberto Rossellini con Ingrid Bergman). En todo caso, en la cinta luce bellísima (ella decía que fue filmada como una Madona) y no sólo Alex suspira desde el primer vistazo.
En Les amants du Pont-Neuf, cuyo rodaje sufrió numerosos contratiempos y se llevó tres años, el estilo cambia. Si Mauvais sang “había sido concebida ingenuamente como cine absoluto”, de acuerdo a lo que alguna vez comentó Carax, en su tercera entrega correría algunos riesgos para, también de acuerdo con él, dejar entrar la vida a la película, para “confrontar una realidad pesada, un mundo castigado por la vida y que nadie quiere ver”. El inicio es particularmente ilustrativo: durante la madrugada, y luego de un recorrido filmado desde un automóvil que emerge de un túnel, descubrimos que por la calle da traspiés Alex (Lavant), un ebrio vagabundo (o un SDF –sin domicilio fijo, traducido literalmente– como las personas que viven en la calle son eufemísticamente denominadas en Francia). Alex se acuesta en plena calle y es atropellado. Poco después pasa un autobús que lo levanta de la calle y se une a un grupo de vagabundos que son conducidos a un albergue. Ahí vemos una serie de estampas sin maquillaje, donde incluso se da más de una escena violenta. El asunto adquiere entonces tintes de documental. Después Alex encuentra a Michèle (Binoche) en el Pont-Neuf, que está cerrado por reparaciones y es el lugar donde duerme. El amor, una vez más, es fulminante: apenas la ve y ya quiere que ella se quede con él. Ella guarda más de un secreto (como Anna, Michèle es insondable), además de rencor por un viejo amor. Pero él se obstina. El título da cuenta de lo que viene después…
En Les amants du Pont-Neuf Carax apuesta por planos abiertos y en exteriores, por lo que la ciudad tiene presencia constante. Emula a sus mayores y, como Jean-Luc Godard –que también colaboró en la revista Cahiers du cinéma antes de realizar su primer largometraje– en À bout de souffle (1960) lleva la ficción a la calle y realiza numerosas escenas en diferentes calles, ante la vista sorprendida de los paseantes. Y si el tono realista impera a lo largo de la cinta, Carax propone un largo paréntesis en el que París es una fiesta y hay espacio incluso para el registro fantástico (es prodigiosa una escena en la que se juega con las proporciones y ubica sobre el asfalto props gigantes que simulan bachichas de cigarro o botellas de vino tiradas en el piso y son del mismo tamaño que los actores): en plenas celebraciones por el bicentenario de la revolución francesa, los personajes transitan por las calles donde marchan los militares, o en la parte más lúdica, los fuegos artificiales ofrecen un marco espectacular. En algún momento ella practica esquí acuático en el Sena; en otro los amantes se ubican justo en la proa del barco en que viajan y parece que vuelan (sí, como la escena que, después, James Cameron filmó en Titanic). El amor aquí es todo esplendor, por lo menos en los buenos momentos y para que tenga alguna posibilidad de futuro es necesario dejar la ciudad. No en vano ella grita en algún momento: “Que se pudra París”.
Las películas mencionadas conforman una especie de trilogía de Alex y tienen como asunto principal al amor. Pero a diferencia de lo que sugiere el lugar común sobre París, para Carax la ciudad no es un sitio propicio para que el amor florezca y crezca. Los esplendores vividos sobre el Puente Nuevo son fugaces, tienen corta fecha de caducidad y tienen lugar durante el verano. Pero luego viene el frío invierno… y París según Carax ya no es una fiesta.