Coser y cantar

Un cuento sobre la industria de la moda rápida y las alternativas frente a ella.
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No habría pensado que en Los Ángeles hacía frío, pero Trix pensaba que había hecho bien en aceptar el suéter que su tía Carmen, la abuela de sus primas Marta y Luisa, le había dado antes de irse. En las madrugadas invernales, cuando se alistaban para salir a trabajar, la temperatura podía bajar hasta 9º o menos; como cuando había norte.

—Te lo regalo.

—¿Cómo crees, tía? Si allá no hace frío. Y el tejido está bien bonito.

—¿Creerás que era de mi papá? Se lo robé porque decían que Marilyn Monroe tenía uno igualito y yo quería andar de presumida con mi suéter de Chiconcuac. Ya casi nadie los hace. ¿Te acuerdas, Evita?

La mamá de Trix no estaba tan contenta de que su hija se fuera con las primas.

—Me acuerdo que te lo ponías desde Navidad hasta La Candelaria. Ya parecías retrato.

—En todas las fotos sales con él, tía, me da pena llevármelo.

—Pues sí, porque antes helaba en invierno. ¡Pero ya me aso si me lo pongo! Aquí ya no hace el frío de antes. Además, Marilyn se lo ponía para ir la playa, ¡justo allá adonde vas tú! Cómo no va a hacer frío, niña. Quédatelo.

Y sí, ese suéter acabaría abrigándola en un frío angelino que no había imaginado. Tampoco había imaginado que una fábrica de ropa de Los Ángeles se pareciera a las de Juárez o el Edomex. Hasta las fábricas de uniformes escolares de La Taruya en las que su familia había trabajado hasta antes de que el gobierno les suspendiera las comisiones, estaban más iluminadas. Pensó que al otro lado de la frontera tendrían mejores condiciones o que pagarían más, pero lo primero que notó fue que no sólo tenían que cuidarse de que no las cachara migración, sino de que las autoridades no descubrieran el taller clandestino en que trabajaban. Cuando Marta y Luisa le pidieron que se fuera con ellas, no le contaron el chisme completo. ¿Por qué se había dejado convencer? Quizá por cariño, pero también por desencanto.

Trix tenía el sueño de poner una tienda de ropa reciclada, hecha a la medida para la gente del rumbo, con sus propios diseños. Pero desde que su pueblo dejó de hacer ropa para las escuelas públicas no había muchas oportunidades de crear algo similar a lo que veía en los canales de las influencers que más le gustaban. La Taruya, el pequeño poblado en el que vivían ella y su familia, estaba muy cerca de Enea, esa comunidad autónoma que a cada rato salía en las noticias porque, a la manera de Cherán, había creado su propia forma de organización comunitaria después de mucho batallar tanto con el gobierno como con los criminales de la tala o del agua. La Representación de Enea constantemente invitaba a los pueblos vecinos a sumarse a su modelo político, cuya prioridad era el cuidado del bien común y lo que llamaban “una vida digna”: comer bien, tener lo suficiente, atender la mente y el cuerpo, expresarse con libertad de forma creativa. A Trix le gustaban cada vez más esas posibilidades de vida.

La cosa es que, aunque Enea era cada vez más segura y próspera, tenía fama de ser radical en sus estrategias. Trix estaba convencida de que su esquema, centrado más en la moderación y el apoyo mutuo que en la idea del crecimiento o la competencia, era un buen camino a seguir, por eso se sumó a la Representación de La Taruya y se inscribió a las conversaciones para consolidar una alianza con Enea. Hasta Evita, su mamá, se unió: prometían apoyarles para reactivar la industria textil. Pero el ala más conservadora no daba su brazo a torcer. Habían estancado el proceso y enfriado los ánimos. Y fue ahí cuando sus primas insistieron en que no tenía caso apostarle a esa grilla, que avanzaba a paso de tortuga, para mejorar su situación. Que ella también debería irse a probar suerte del otro lado, ahora que la situación en la frontera había mejorado.

Desde que EUA modificó sus políticas arancelarias, las grandes empresas de la industria textil habían reducido la subcontratación en los países donde conseguían mano de obra barata. El problema es que, al interior, seguían produciendo la misma cantidad de prendas y atentando contra los derechos laborales. Las duras políticas migratorias habían tenido que relajarse muchísimo, al menos de forma implícita, para obtener la fuerza laboral que necesitaban. Entonces, como decía la tía Carmen, se habían juntado el hambre con las ganas de comer, y el flujo de migrantes mexicanos y centroamericanos empezó a ser menos riesgoso. También, menos ventajoso económicamente para quienes migraban.

—¿Que por qué no quiero ir? Vamos a ver: en primera, por mucho que hayan dejado de hacer redadas, aún es bien peligroso. En segunda, ya saben lo que pienso de esas fábricas, ¿cómo voy a trabajar en una?

—Mírenla a esta, la Muy Muy. ¡Como si pudiéramos darnos el lujo de escoger las  oportunidades para ganarnos la vida! No friegues, Trix –le reclamó Marta, cruzando los brazos.

—A ver, ¿cómo quieres que pongamos nuestra propia tienda de ropa si no tenemos ni dinero ni experiencia? ¡Imagínate lo que aprenderíamos trabajando ahí! —dijo Luisa, tratando de llegarle a su prima por el lado de sus aspiraciones.

—¿Recuerdan el video de Atelier Violeta que les pasé, donde decía que en el planeta ya hay suficiente ropa como para vestir a las siguientes SEIS generaciones de la humanidad? ¿Recuerdan que todo mundo dijo “Ay, nooo, eso no es cierto, todavía no llegamos a ese grado”? Pues resulta que, si esa cifra no era real entonces, ya lo es ahora. Hay tanta pinche ropa en el mundo que bastaría para vestir a todas nuestras tatarabuelas, bisabuelas, abuelas, mamás, a nosotras mismas y hasta a nuestras hijas, juntas, DURANTE TODAS SUS VIDAS. Pero en lugar de hacer conciencia, la gente usa esos trapos malhechos que duran cinco minutos y a la basura. Que, para colmo, poca gente rescata para usarla, más bien acaba quemada, como el video que les mandé del desierto de Atacama.

—Eso no creo que sea real, han de ser videos hechos con Inteligencia Artificial —dijo Marta.

—¡Claro que es real! Hasta la ropa que no se vendió la queman con todo y etiquetas, porque ni se desintegra, ya es puro plástico. La culpa de todo la tienen esas fábricas adonde quieren ir ustedes, se aprovechan de la necesidad de la gente al vender ropa barata pagándole una miseria a quienes la hacen.

A los discursos apasionados de Trix solía seguir el silencio incómodo de las demás.

—Ahora que lo pienso, ni siquiera sé cómo se llamaba mi tatarabuela… —soltó Luisa para romper el silencio. Marta se rio.

—¡Aureliana se llamaba mi abuela! —informó la tía Carmen desde la cocina.

—Hija, no te falta razón —intervino Eva antes de que Trix reclamara a sus primas semejante falta de sensibilidad—. Pero ellas también tienen que pensar en su futuro. Quién quita y a su regreso puedan poner juntas la tienda de ropa que tú quieres, aquí, en uno de los locales de tu tía Carmelita. Déjalas que se vayan y mientras yo te ayudo. Ya sabes que siempre me ha gustado hacerle al cuento con la ropa.

Era verdad. Nunca les había faltado qué ponerse porque las mujeres de la familia heredaban sus prendas a las más jóvenes, quienes, con tal de hacerlas más suyas, habían aprendido a ajustar la talla o añadirle algún toque personal: algún bordado, un cambio de botones, de largo, de mangas… Trix había resultado la más estrafalaria de la familia, gustito que sostenía pepenando prendas que ya nadie quería y armando sus propios diseños con ellas. Tenía tantos ya que incluso los obsequiaba, pero estaba segura de que podría vivir de eso. Lo que más deseaba era seguir inventando prendas nuevas y ver a la gente usarlas con gusto; hacer sus cosas, las mismas de siempre, pero con más… no sabía describirlo. ¿Alegría? ¿Dignidad? sólo por traer puesto algo cómodo, bonito, duradero.

—En todo caso, ¿no sería mejor trabajar en Juárez? Allá tienen fábricas también.

—Pero en Los Ángeles pagan más, Trix. Además, ¿no te gustaría estar cerca de Hollywood?

Al final, sus primas se fueron sin ella. Con el correr de los meses, Trix fue notando que algo no andaba bien. Durante las videollamadas con la familia parecían contentas, pero cuando hablaban solas, algunas cuestiones salían a relucir.

—Está bien dura la cosa. Imagínate que a una compañera se le rompió un diente y tuvo que pedir paga adelantada para cubrir lo del dentista. No le alcanzó y ahora no sabe de dónde más sacar dinero. Bueno, ya sabemos que una siempre tendría de dónde sacar dinero, pero…. a ti siempre se te ocurre algo mejor —le confesaba Luisa.

—Si te vienes, podremos mandar más dinero allá y ahorrar para la tienda. La neta te necesitamos acá, Trixi —insistía Marta, apelando al nombre que ellas le habían dado como compañera de juegos de la infancia, casi rogándole. No le decían que el sueldo no les alcanzaba y estaban desesperadas, pero Trix, que al ser mayor siempre las había cuidado, lo intuía.

A Eva le extrañó el cambio de opinión de su hija, pero como las primas le aseguraron un puesto en el taller, no le pareció una idea tan descabellada que se fuera.

Cuando llegó a Los Ángeles, Trix confirmó sus temores. El sueldo que sus primas habían calculado que ganarían era correcto siempre y cuando cumplieran una jornada extenuante: les pagaban 3 dólares no por tiempo sino por prenda hecha, así que no podían detenerse si querían completar la renta. Como habían conseguido estar juntas en la misma planta, Marta y Luisa cortaban tela, mientras que Trix unía las piezas en la máquina de coser. Sus primas la notaban seria, malhumorada, pero ella pronto resolvió que no ganaba nada mostrando una frustración que había sentido incluso antes de llegar.

—Con que comamos chido, voy a estar de buenas —les dijo una mañana. Así que yo invito el café con leche de verdad y la mantequilla para el pan de la merienda, ¿estamos?

—Pues ya que estamos, yo ofrezco hacer salsa martajada cada semana para no comer nunca quesadillas pelonas— dijo Marta mientras canturreaba y zurcía unos jeans. Extrañaba eso en particular.

—Yo no sé de dónde van a sacar ustedes tanta pila  —concluyó Luisa, recostándose en la mesa.

Entraban de madrugada y salían cuando el sol teñía de rojo las nubes y de negro las palmeras. Andaban siempre exhaustas y malcomidas, pero reírse juntas en el camino de vuelta a casa, haciendo planes, les daba energía. 

La mañana que todo cambió, Trix traía puesto el suéter de la tía Carmen. Hacía frío. La noche anterior se habían desvelado viendo tutoriales para hacer un vestido de fiesta. Entre las tres querían confeccionarle uno a la más chiquita de las primas de la familia y mandárselo para sus quince.

—Uy, ya se le hizo un hoyito al suéter, Trix. En la noche que volvamos te lo remiendo –le respondió Marta, bostezando, mientras bajaban del autobús y caminaban hacia la entrada de la fábrica.

—Tú ni sabes, zonza —la punzó Luisa, para despertarla.

—Cálmate, babosa, a las pruebas me remito —respondió Marta, jugando a tirarle de manazos.

No fue posible. Dentro del taller, Trix tuvo que quitarse el suéter a causa del calor insoportable y olvidó tomarlo cuando sonó la alarma. Marta y Luisa pasaron la noche atrapadas, pidiendo ayuda bajo los escombros de la fábrica, que se derrumbó en uno de los terremotos más intensos que haya sufrido la ciudad de Los Ángeles. ¿Qué cuentas le iba a dar ella a su tía de todo aquello?

***

Ruy Velasquez Sagcal.

En la televisión de la tía Carmen se emitían las noticias en gastados pixeles color magenta. Apenas se había ido a sentar frente a ella para esperar la llamada de sus nietas cuando la televisora comenzó a hablar de la situación en Los Ángeles.

—¡Eva! ¡Ven a ver!

Las imágenes mostraban a personas protestando, sosteniendo pancartas escritas en inglés, spanglish y español, por lo que sólo entendieron algunas:

“Yo hice lo que traes puesto”

“Tu camiseta costó $3, el tratamiento médico por hacerla, $50000”

“Se cumple un año del colapso de la fábrica clandestina de ropa subcontratada en Los Ángeles por AMUSHE, el conglomerado de las tres marcas más importantes de la ultra fast fashion. A uno y otro lado de la frontera, trabajadores sobrevivientes de todas las áreas, desde la confección hasta la limpieza, continúan exigiendo una compensación justa para ellos y para las familias de las víctimas”.

A Eva y a la tía Carmen les resultaba un tanto extraño escuchar a la presentadora hablar de un tema que les era tan cercano.

“En la víspera del desastre, los empleados de las plantas mexicanas de AMUSHE que en años anteriores han exigido mejores condiciones de trabajo, hicieron un llamado a sus contrapartes estadounidenses para formar el Sindicato Transfronterizo de la Industria Textil, que logró reunir con éxito una comisión especial integrada por especialistas de todas las áreas en la administración de fondos en caso de accidentes laborales.”

“Mientras tanto, la fábrica de AMUSHE en Los Ángeles reanudó sus operaciones en un nuevo inmueble adquirido por la empresa con el personal sobreviviente y maquinaria descartada que la empresa pronto pondría a subasta. Pese a las nuevas regulaciones arancelarias y migratorias, AMUSHE continúa empleando a personas migrantes dentro de instalaciones que no cuentan con las actualizaciones de seguridad y mantenimiento requeridas por la ley.”

Una trabajadora mexicana comenzó a hablar ante el micrófono del noticiero.

–La empresa nos dijo “No podemos parar, sigamos adelante, les vamos a compensar y hasta les vamos a dar sus papeles” y pues nosotros tenemos necesidad de trabajar, más si no tenemos regularizada nuestra situación migratoria. Pero no por eso dejamos de apoyar a los otros compañeros del sindicato, aquí estamos para lo que nos necesiten.

“En la resolución de hoy, la Comisión Santa Lucía del Sindicato Transfronterizo determinó que AMUSHE deberá cubrir alrededor de 75 millones de dólares por los gastos médicos de las víctimas, la compensación por pérdidas de ingresos a largo plazo, así como por el daño emocional. Esta cifra supera las cantidades estimadas para tragedias anteriores, como la de Rana Plaza en Dhaka, Bangladesh, ocurrida hace décadas.

“Después de las negociaciones de hoy por la mañana, Jefferson Shu, director de operaciones de AMUSHE, afirmó que se compensará a todas las víctimas y a sus familias.”

—Sí, cómo no —espetó incrédula Eva.

“También anunció cambios importantes en la manera de operar de la compañía en todas sus filiales alrededor del mundo, lo que provocó mayores tensiones con el Sindicato.

Esto fue lo que dijo: ‘AMUSHE cumplirá con su obligación de compensar a las víctimas de esta tragedia y a sus familias. Nuestra buena disposición corrobora que las personas seguirán siendo nuestro recurso más importante. Sin embargo, quisimos hacer más por ellas todavía…’”.

—Mira a este caradependejocabróndesgraciado, ¡qué gordo me caes! —Eva gritó y manoteó como si el hombre pudiera escucharla.

—¡Agua y sal se te ha de hacer tanto dinero! —la tía Carmen lo maldijo.

La postura de Jefferson Shu era muy rígida. Al leer el comunicado sus ojos seguían las líneas del texto preparado para la ocasión.

“En AMUSHE hemos ido más allá de nuestras metas de crecimiento. Por eso, a partir del año entrante, seremos una empresa totalmente automatizada. No habrá más riesgos para la salud de nuestros trabajadores: las labores pesadas serán realizadas por las máquinas más eficientes que la industria ha tenido en la historia. Teñir, cortar, coser, bordar, todo lo que antes requería personas será ejecutado a la perfección por una flota de superrobots nunca antes vistos. Los sueños futuristas de ayer son una realidad hoy. Estamos haciendo lo que la humanidad ha anhelado desde que dio vida al primer mecanismo de su invención. Las áreas de administración, diseño y mantenimiento, equipadas con las herramientas de Inteligencia Artificial más avanzadas, ahora serán aún más veloces; todo esto cumpliendo con las regulaciones medioambientales vigentes. AMUSHE, la marca favorita de ropa a bajo costo, producirá aún más, con energías más limpias y más rápido, a todo el planeta”.

Jefferson Shu parpadeó nervioso, como si escuchara lo que Eva estaba por decirle.

—¡Descarado! ¿No te da vergüenza?

—Mientes con todos los dientes —suspiró la tía Carmen, cruzando los brazos.

La reportera habla mientras a sus espaldas un grupo de sindicalistas protesta.

“Los trabajadores no están satisfechos con esta resolución. Acusan a la compañía de no haber invertido en la seguridad básica y el mantenimiento de sus instalaciones debido a que ya tenían planeada la liquidación tanto de la maquinaria como de su personal. El modelo automatizado, expresaron, deshumaniza a la industria textil y sus trabajadores.”

A cuadro aparecieron algunas de las sindicalistas:

“Todo parecía bien porque AMUSHE aceptó la cantidad propuesta, pero en realidad fue un despido disfrazado. Se muestran aparentemente caritativos cuando nos están quitando nuestra fuente de ingresos sin compensarnos como deberían, sobre todo a quienes quedaron con secuelas físicas o psicológicas y no van a poder seguir trabajando como antes”.

“En el Sindicato Transnacional de la Industria Textil la mayoría de las personas son de nacionalidad mexicana, pero también hay estadounidenses, así como gente proveniente de Corea, Filipinas, República Dominicana o Ecuador.”

—En este sindicato no hay fronteras. Nos sentimos como un solo país. Es un llamado a las personas que trabajan en condiciones similares en todo el mundo para que se unan y no permitan que esto les ocurra mañana —dijo en español un trabajador originario de Filipinas.

Los pixeles de la tele mostraron unos rostros muy familiares para Eva y Carmen: tres muchachas de cabello largo y ojos negros muy vivaces.

—¡Ahí está Trix! ¡Con Luisa! —gritaron alegres.

—Desde el día del terremoto quedó claro que, contrario a lo que Jefferson Shu declaró, las personas no le importan nada ni a él, ni a AMUSHE. Durante el terremoto nadie sabía qué hacer, no había un protocolo de emergencia. Bajamos corriendo las escaleras, pero no todas alcanzamos a salir.

“Ese fue el caso de muchas otras trabajadoras, como Marta Carrión, que perdió la mano derecha”, narró la periodista.

A Carmen y Eva se les encogió el corazón al ver la sonrisa tímida de Marta a cuadro, con los ojos tristes y peinada con la complicada trenza que le gustaba hacerse y que ahora, seguramente, sus primas le habían trenzado. Solo le faltaba canturrear para acabar de ser esa Marta a la que estaban acostumbradas.

—Por fortuna quedamos atrapadas en un lugar de fácil acceso para el grupo de rescatistas que nos encontró antes del derrumbe, pero la mayoría no tuvo tanta suerte.

La voz de Trix, que tantas veces les había discutido en el comedor, salió desde la tele.

“Jefferson Shu dice que compensará a las víctimas, pero lo que está haciendo es despedir al 70% de su personal. Dice que solo usarán energías limpias, pero estas fábricas gastan tanta energía que son lo opuesto, por todo lo que hacen: cambian tierras de siembra por monocultivos de algodón, usan pesticidas que envenenan a la gente, contaminan el 20% del agua potable que hay en el mundo, emiten gases que calientan el planeta… ¡Es absurdo! Esta es una oportunidad para que las cosas cambien, no solo para obtener lo justo nosotros nada más, sino para que la vida de las personas y del planeta sea lo más importante de ahora en adelante”.

Mientras Trix hablaba, Luisa alzaba junto a ellas una pancarta que decía, en inglés: “No more fashion victims.” Eva intentó tomar una foto a la pantalla, pero la imagen de su cámara fue interrumpida por una llamada.

—¡Mire, Carmelita, ya están marcándonos las niñas! —exclamó Eva. En el teléfono apareció de nuevo el rostro de Trix, y aunque su imagen no estaba teñida de magenta como la de la tele, tampoco tenía muy buen semblante.

—¿Cómo van las cosas, hija? ¡Las acabamos de ver en las noticias!

—Pues medio gachas, la verdad. Pero estamos bien. ¡Saluden! —Luisa y Marta asomaron las cabezas.

—¿Ya cenaron?

La tía Carmen interrumpió para saber cómo estaba su otra nieta.

—Martita, mi amor, ¿cómo te sientes? ¿Ya te resolvieron lo de la prótesis?

—Ahí la llevo, tía. Todavía no —De las tres, Marta era la que se veía más triste y ojerosa.

Eva, especialista en navegar los silencios, fue al grano.

—Bueno, pero ¿les van a dar el dinero prometido o no?

—Sí lo quieren dar, pero para liquidarnos con una patada. No lo vamos a aceptar.

—Nos venimos a tomar unas cervezas para ahogar las penas —Luisa mostró su botella detrás de Trix.

—¿De plano? —dijo con preocupación la tía Carmen, viendo de reojo a una botella de ron que tenía en el trinchador juntando polvo desde que se la regalaron.

—¡Trix! De veras, te está buscando la Representación de Enea. Se me estaba olvidando darte el recado —dijo Eva dándose una palmada en la frente.

—¿Ah, sí? ¿Y eso?

—Dicen que les escribas. Quieren ayudar.

—Pero oigan —interrumpió Carmen de nuevo–, ¿no sería mejor aceptar lo que les den y listo? Para que ya se quiten de problemas.

—Ellos ya hicieron su oferta. Ahora nosotros tenemos que hacer la nuestra —dijo Luisa.

—¿Y qué piensan hacer?

Las tres muchachas se quedaron mudas, con los labios apretados ante la pregunta. Pero Marta, que apenas había dicho palabra, respondió:

—Pues ni idea. Pero vamos a pelear.

***

Tigre pedaleó la bicicleta fija que estaba conectada al generador para añadir un poco más kilovatios-hora a los que ya tenían acumulados en el cuarto de máquinas de Enea. Quizá no era necesario, pues había suficiente energía, pero siempre que se conectaba a La casita del bosque le gustaba pedalear sin descanso, moverse, porque, aunque su pasión y su oficio era la arquitectura de los espacios intangibles, Tigre creía que nunca había que dejar el cuerpo atrás. Por eso, en lugar de la rigidez geométrica que aún tenían la mayoría de las reuniones en línea, en La casita del bosque era posible vagar, sentarse, sentir.

Tenía un nombre gracioso, pero La casita era un punto de reunión muy sofisticado en su estructura digital. Se había construido para albergar conversaciones riesgosas, el tipo de encuentros que necesitaban máxima protección y confidencialidad en línea. Tigre había elegido colores relajantes: crema y azul pálido, una sala amplia y acogedora, una fogata nocturna y un jardín diurno con mecedoras dispuestas bajo la sombra de árboles frutales. Un arroyo susurrando a lo lejos, cuyo sonido había salido directamente de uno de los muchos arroyos que fluían en Enea. A Tigre le gustaba coleccionar toda clase de juguetes digitales de su propia invención, pero con las salas de encuentro de La casita, bien encriptadas, a prueba de rastreadores y bots-espía, se sentía invencible, porque servían a un propósito importante: la clandestinidad de las revoluciones. Enea era como esa tía alcahueta que propiciaba la ocasión para que se reunieran en secreto los amantes de las ¿conspiraciones?o como se le quiera llamar a esa entidad abstracta, antesala tensa y peligrosa de las transformaciones sociales. A La casita del bosque se entraba sin nacionalidad ni geolocalización, sin nombre legal, sin religión… aunque sin cuerpo, jamás. A Tigre le importaba enfatizar las aparentes sensaciones de lejanía, cercanía, oído, tacto, además de la visión: experiencias del cuerpo que a veces el tedio hacía olvidar en la vida en línea. Por eso podían elegir avatares flexibles y dinámicos o muy fantasiosos. Por ejemplo, ese día Tigre se paseaba por el jardín como una de las versiones favoritas de Panthera tigris que tenía en su repertorio. Esta vez su semblante era amable: un cachorro cuyos colmillos redondeados hacían recordar algún felino salido de una caricatura, mientras que su voz tenía un filtro de plácida textura felina, entre el ronroneo y el rugido.

Vio la hora y calculó que la gente estaba a punto de conectarse. Activó el mensaje de bienvenida para ingresar en la sala.

Escoge tu lengua para activar la transcripción del zalet traductor (beta).

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Sentía nervios. Necesitaba seguir haciendo pruebas al sistema de comunicación de código abierto que estaban construyendo y que permitía que cada persona pudiera leer en sus visores o pantallas lo que el otro iba diciendo en su propia lengua, algo que habían hecho posible todas las personas voluntarias del proyecto del zalet traductor, una comunidad dispersa alrededor del mundo que lo actualizaba y mejoraba constantemente. Había calculado que ese día lo usarían bastante.

Las primeras en llegar fueron Luisa, Marta y Trix, conectadas desde un mismo dispositivo. El sistema las había dividido en tres burbujas individuales que podían moverse de forma independiente si así lo deseaban. Sus caras, desconcertadas, pero sonrientes, flotaban alrededor de la acogedora fogata, encantadas por la atmósfera de La casita.

Safi, la joven que había invitado a Trix a las reuniones con la Representación de Enea, les dio la bienvenida.

—¡Nos alegra mucho que estén aquí! Quiero presentarles a Tigre, especialista en derrumbar, pero también en construir, muros digitales. Aquí estaremos seguras y podremos planear cualquier cosa que se les ocurra que pueda ayudar al Sindicato Transnacional. Por cierto, ¿el sindicato sabe que ustedes se reunirían con la gente de Enea?

—Les dijimos que pediríamos ayuda, y nos autorizaron a compartirles algunos de nuestros planes.

—Qué bueno, porque nuestras sugerencias son definitivamente ilegales –dijo Safi con una sonrisa de travesura que, de alguna manera, también indicaba que en Enea iban en serio—. No sé si les guste eso…

Marta, Luisa y Trix se miraron unas a otras.

—Creemos que sí. AMUSHE no aceptó la contraoferta del sindicato, así que parece que ya no podemos apoyarnos más en lo que dicta la ley como tal. No hasta que exista un instrumento legal que regule la producción automatizada de superrobots, o algo así de contundente, pues –respondió Luisa.

—Es eso o aceptar nuestra propia renuncia. AMUSHE está bien amparada —añadió Marta.

—Si no va a haber negociación, ¿cuál es el plan? —Safi tomaba notas, que aparecían en letras pequeñas y translúcidas sobre el cielo nocturno bajo el que se ubicaba la casita, de manera que todas pudieran leerlas.

—El plan es presionar para que volvamos a negociar. El sindicato piensa tomar las instalaciones para exigir que AMUSHE cumpla nuestras demandas. Pero necesitamos dinero: las donaciones de ONGs y de otras empresas apenas han alcanzado para cubrir los gastos funerarios y médicos. Marta ni siquiera ha podido acceder a una prótesis nueva. Nos urge recaudar más fondos –afirmó Luisa, con una mano apoyada en la mejilla.

—Trix, nos contaste que tú habías propuesto algo al Sindicato, ¿cierto? Para conseguir dinero.

—Sí, quizá no sea tan viable. La idea era convertirnos en la competencia… ética de AMUSHE, por así decirlo: que el Sindicato hiciera una cooperativa para reciclar la vestimenta con la colaboración de bordadoras tradicionales. Pero si no tenemos dinero, menos tenemos tiempo de hacerlo. Ni recursos suficientes para empezar —dijo Trix con la cabeza gacha, como si su idea le avergonzara un poco.

—Pero podrían utilizar el inventario muerto de telas y prendas de AMUSHE antes de que lo exporten como basura o lo quemen —Safi parecía ya haberle dado un par de vueltas al asunto.

—Usando su maquinaria —añadió Marta. —Eso propuso Trix.

—De hecho, podrían exigir la maquinaria como parte de la compensación, si de todas formas la iban a desechar para reemplazarla con los superrobots. Usar toda la infraestructura de AMUSHE, desde las máquinas hasta la mensajería, para fundar la cooperativa con su propio modelo de venta al público, una fuente de trabajo a futuro. Si consiguen el respaldo de la OIT para renegociar, podrían ganar esta vez.

En La casita del bosque se hizo un silencio solo interrumpido por el rumor del arroyo.

—Desde Enea podemos ayudarles. Pero tomar AMUSHE no es poca cosa. Requiere la unión incondicional de todas las personas del sindicato. Tener cierta resistencia física. ¿Te sientes en condiciones de hacerlo, Marta?

En su burbuja, Marta miraba hacia el suelo. Pero luego puso la cabeza en alto.

—Quiero hacerlo.

—Desde luego, eso lo resolverán en la asamblea. Pero queremos mostrarles algunas ideas que quizá sirvan a su estrategia para que las compartan con el resto, ¿no, Tigre?

El cachorro dibujado mostró su emoción por tomar la palabra moviendo la cola plácidamente.

El espacio de la casita del bosque se dobló sobre sí mismo y ahora estaba sumergido en logos de AMUSHE. Tigre sonrió ante el asombro de las asistentes.

—Les damos la bienvenida al simulador de la tienda online de AMUSHE… intervenida por el Sindicato Transfronterizo de la Industria Textil y sus simpatizantes.

***

            Somos el Sindicato Transfronterizo de la industria Textil y desde aquí resistimos.

Nuestra cooperativa, Coser y cantar, te ofrece algo mejor que la ultra fast fashion. Recibirás una prenda sustentable, hecha para ti, mientras apoyas la revolución de la vestimenta más importante de la historia.

¡Coser y cantar, silo es cosa de empezar!”.

 Sí, deseo apoyar

No, quedarme en AMUSHE

[Reseña de @ateliervioleta, influencer de moda de El Paso, Texas]:

El mundo de la moda ya no puede hablar de otra cosa que no sea Coser y Cantar, una marca que…

[la interrumpe un scratecheado]

Espera: no, esto no es una marca. Esto es… volvamos a comenzar.

[El video retrocede. Comienza de nuevo]

El mundo de la moda ya no puede hablar de otra cosa que no sea Coser y cantar, la marca REVOLUCIÓN de las trabajadoras textiles que, en una movida tipo ACONTECIMIENTO ÉPICO, le plantó cara a la industria de la ultra fast fashion evadiendo los sistemas de seguridad cibernética de AMUSHE, unos de los más protegidos del mundo, para exigir que reparen los daños provocados por su negligencia. Si ustedes le compran a Coser y cantar en lugar de a AMUSHE, el sindicato conseguirá fundar su propia cooperativa de ropa reciclada, sustentable y de comercio justo a nivel global. Y eso es lo que apoyamos al 100% en este canal, ¿cierto?

Esto lo cambiará todo, se los digo yo.

[Reseña de @Pespunte, diseñadora chilena de moda sustentable]

Yo hago mis colecciones con prendas sacadas de las montañas de ropa que AMUSHE, desde Estados Unidos, Corea o Japón, exporta como basura al desierto de Atacama, ¡por eso es fabuloso que Coser y cantar exista! Todas sus prendas usan el mismo material tanto en el hilo como en la tela para que sea fácil reciclarla, llegado el momento. Tú puedes ayudar a que ganen la batalla y se conviertan en una cooperativa. Entra a la web falsa de AMUSHE, que es la de Coser y cantar, pide una prenda, personaliza, da clic en el botón “Pagar” y listo: estás colaborando a cambiar el panorama.

[Reseña de @LanavedeFer, influencer de la diversidad funcional]

En este lugar mágico, que es lo opuesto a AMUSHE, diseñas tu propia prenda. Pon tu rango de medidas (¡no tienen tallas, sino rangos! Lo que esto hará por nuestra salud mental) y lo más increíble: adapta la prenda a tu propia movilidad… porque quienes diseñaron esto son trabajadoras que sufrieron accidentes severos y están pensando en nosotras, las de los cuerpos con necesidades distintas. ¡Bravo! Añade toques personales: un cuello con solapas, puños de camisa en tonos contrastantes, botones creativos…

[@Tejerendira, bordadora de Tzintzntzan]:

Nos da gusto trabajar con Coser y cantar porque están intentando cambiar la industria desde sus cimientos. Aún no sabemos si esto será posible, pero mientras tanto están creando un esquema de comercio solidario que evita la apropiación cultural indebida de nuestro trabajo, reconociendo la propiedad intelectual colectiva de las bordadoras tradicionales. Juntas estamos reavivando la conversación sobre el bordado como protesta, como oficio digno y herencia común porque creemos que la ropa debe estar hecha con inteligencia, cuidado y cariño hacia quienes la imaginan, la cosen, la reparten, la usan… No necesitamos más ropa que llegue a nuestras casas más rápido para desecharla enseguida. No necesitamos usar ropa de marca, sino con marcas propias, marcas cariñosas que les hayamos hecho nosotras o alguien antes que nosotras. Ropa que tenga un significado, un par de remiendos, historias que contar.

“Encontrarás los pequeños detalles hechos a mano que la Red Global de Bordadoras Tradicionales está haciendo especialmente para la causa. Si adquieres una prenda, incluirá el trabajo de una bordadora cercana a tu región porque, aunque el movimiento sea global, el sistema de distribución es local. Con esto, además de cuidar el medio ambiente, también estás ayudando a que expresiones artísticas de tu propia región permanezcan vivas. Al aceptar tu compra, aceptas también que vas a familiarizarte con la técnica tradicional que adornará tu prenda y su lugar de proveniencia. ¡Gracias por coser y cantar junto a nosotras!”.

***

El campamento del Sindicato Transfronterizo de la Industria Textil (o lo que es decir, el centro de operaciones de Coser y cantar) había amanecido, como siempre, muy trabajador. Los mexicanos de uno y otro lado de la frontera habían llevado, para desayunar, atole y tamales; los coreanos, arroz con huevo frito, y las tiendas locales les habían obsequiado, como siempre, café, donas y sándwiches. Las instalaciones de AMUSHE eran un plácido hervidero de aromas de comida rica, niños jugando o haciendo tarea, mujeres y hombres cosiendo, empacadoras y mensajeros entrando y saliendo… hasta que llegó el representante legal de AMUSHE escoltada por la policía, advirtiendo que debían desalojar las instalaciones al final del día si no querían ser arrestados, deportados y, seguramente, violentados. El sindicato se temía que, en realidad, lo que querían era agarrarlos desprevenidos y entrar por la fuerza antes de que pudieran salir.

—¡Aseguren puertas y ventanas! —gritó la comisión de seguridad, que ya tenía preparada una estrategia para resguardar el interior.

—No tengan miedo —repetían Luisa y Trix a las mujeres mayores, que les recordaban a Eva y la tía Carmen—. Permanezcan juntas.

Una hora después llegó la OIT a mediar la situación. Traían una nueva propuesta que ni AMUSHE ni el Sindicato conocían:

“La localidad mexicana de La Taruya ofrece a AMUSHE la compra de la maquinaria al interior de estas instalaciones para relocalizar la cooperativa Coser y cantar, con todo y su planta de trabajadores, en su territorio, que antaño era un importante enclave de la industria textil del país. Como condición, AMUSHE debe liquidar de inmediato la compensación médica y por daños a largo plazo que debe a sus trabajadores. Por su parte, el gobierno mexicano recomienda a las autoridades estadounidenses no intervenir y evitar una crisis diplomática”.

Trix, Marta y Luisa no lo podían creer: ¿De dónde había salido el dinero para hacer esa oferta? ¿Acaso La Taruya (o el gobierno) quería usar la cooperativa del Sindicato para reactivar los viejos talleres de uniformes escolares? ¿Enea tendría algo que ver? No creían posible que contrataran a toda la bola de trabajadores migrantes, era demasiado bueno para ser verdad. Encima, ¿tendrían que darle las gracias al gobierno? ¿Qué le deberían? ¿Habría alternativa?

Transcurrían las deliberaciones cuando Trix vio que Marta, como siempre, remendaba algo mientras escuchaba hablar a los demás, pero poco a poco cayó en cuenta de que era la primera vez que la veía hacerlo despreocupada, hábilmente, desde el día del terremoto. Tuvo que reaprender a coser apoyándose con la mano nueva, una mano que necesitaba, urgentemente, ser reemplazada por una prótesis más cómoda. Pero canturreaba.

—¡¿Qué es eso?! ¡¿De dónde lo sacaste?! —preguntó Trix, sorprendida

—¿Viste? Luisa fue por él cuando sacaban el cascajo y lo guardó. Quedó todo madreado, bien polvoso. Pero lo lavamos. Yo prometí que te lo remendaría. Cuando acabe la asamblea, te podrás poner de nuevo tu suéter. ~

Al Sindicato de Costureras 19 de septiembre



Este cuento es parte de Future Tense Fiction, un proyecto de Arizona State University. Para leerlo en inglés, visita Issues in Science and Technology.


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