Foto: Jorge Láscar, CC BY 2.0

Un tranvía llamado Arabia

Mientras Roma es barroca y París es racionalista, Helsinki es una floración. Su arquitectura modernista la hace un espacio de experimentación, y sus edificios Art noveau guardan recuerdos de otras épocas.
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El tranvía se desliza y rechina un poco en la curva y después de sacudirse, continúa la marcha. El sujeto estornuda. La lluvia no cae, sino que flota envolviendo el mundo en vapor. Las calles son sinuosas y avanzan sobre ondulaciones relucientes que siguen los ángulos del puerto y su marea. Es una maleta verde de lona, dice la mujer, pero nadie reacciona. Las vías siguen esos trazos, serpientes paralelas centelleantes que siguen las curvas del terreno. Estas calles sinuosas conviven con vías más desahogadas que corren perpendiculares en la pequeña península de Helsinki y que más adelante se internan en la hora gris de los suburbios.

El finlandés es más afín al húngaro, cuyos orígenes se pierden en las estepas. Además, están los nombres como Mannerheimvägen o Roobertinkatu. Por eso en el centro de la ciudad los arquitectos crearon animales en las cornisas de las esquinas. La gente se ve en el oso, donde está esculpida la imagen del rey del bosque. Parte de la decoración de los edificios en Helsinki es servir como referencias. A la una en oso entre jabalí y búho. Una doble función, estética y utilitaria, guía el estilo de la ciudad. El tren avanza suavemente por el boulevard rumbo a la Esteläesplanadi

Helsinki se convirtió en la capital de Finlandia cuando el gran ducado se independizó del imperio ruso en la catástrofe de 1917. El puerto creció en importancia sobre rivales como Tallin, en Estonia, que fue una potencia comercial y militar. Los árboles del boulevard abren un túnel vegetal. El Golfo de Finlandia es codiciado porque no se congela, lo cual le da inmenso valor estratégico y comercial. Es un mar tranquilo y acerado y de una pendiente tan suave que en ciertas playas hay que avanzar muy adentro para nadar. El agua no es fría, pero el viento es fuerte y cala. Con el cambio climático se volverá un destino popular entre quienes evitan freírse en las playas mediterráneas.

El tranvía se detiene y los pasajeros descienden concertadamente, luego otros ascienden y se acomodan. Nadie se apresura a pesar de la llovizna que nimba la ciudad. A Alejandro II le gustaba Helsinki tanto como para considerarla tardíamente un espacio adecuado para conjurar San Petersburgo allí. De esa época datan los edificios que se alzan frente al puerto y detrás en la plaza en cuyo centro se alza la estatua de Alejandro II, a quien se conoce en Finlandia como el “buen” zar, a diferencia del último de los Romanov. Es un conjunto arquitectónico construido en el estilo favorecido por el imperio y que dio a San Petersburgo unidad arquitectónica en escala superlativa.

En Helsinki, la plaza con la catedral y las edificaciones que la flanquean son un primer acto que no tendría seguimiento, el escenario de lo que no fue. La majestuosidad, el equilibrio y la serenidad de esa arquitectura enaltece el triunfo del imperio ruso sobre Suecia. Lo que en cambio sucedió fue diseñar y construir la ciudad modernista que comenzó bailando vals y terminó con el Charleston. Algunos de sus edificios son festivos, chicas que danzan adornadas con mosaicos, ceñidas por ondulaciones de hierro, destellos que afirman un estilo que también significa confianza en el futuro. Helsinki es una ciudad joven que se construye rápidamente. En menos de medio siglo estaba trazada, diseñada y construida. Tiene el empuje de una apuesta por el futuro. Como las repúblicas bálticas, Finlandia comparte un pasado inestable y un futuro incierto por la guerra actual en Ucrania.

La campana del tranvía indica su regularidad anunciando cada vez que se detiene y reanuda su marcha a través de la historia de la ciudad. Su construcción acompaña la consolidación urbana, distinta del puerto que transforma. Los edificios que dan a la bahía tienen un aspecto acorde con la importancia del puerto, dándole a Helsinki categoría clásica. El contraste con el resto de las edificaciones debió haber sido grande. Entre la catedral luterana y el resto de la ciudad, excepto la mezquita, construida más tarde, hay una distancia que señala el tránsito a la independencia modernista de la ciudad emancipada.

En lugar de las casas de madera, los edificios de apartamentos, el transporte público, las calles bien trazadas, una ciudad moderna. Esa ciudad además fue un lugar privilegiado para reunir a diseñadores que, con Aalvar Alto, crearon un prestigio internacional en diseño. Podría hablarse de una revolución nórdica cuya terminal popular es IKEA, que desde mediados del siglo pasado se ha posicionado en un lugar prominente por la belleza de los diseños, pero también por su funcionalidad. Es un estilo que quiere ser usado, construido para lograr máxima comodidad sin comprometer la postura. Los interiores nórdicos son esencialmente elegantes y eso se debe al respeto por el material, la precisión de su concepto, la opulenta riqueza estilizada y precisa de la madera, la reina de esos diseños. Dado el enorme aprecio del país hacia sus bosques y zonas arboladas, es natural.

Mientras Helsinki se construía, otras ciudades se unían en la transformación del espacio público y privado. En todas, el nacionalismo o el regionalismo adquieren visibilidad internacional compartida con otras expresiones de la modernidad arquitectónica. Es un localismo internacional. Barcelona sin Gaudí es como papas fritas sin cátsup. Se trata de una revolución estilística y conceptual que transforma la arquitectura mundial de fines y comienzo del siglo pasado. Gaudí es el ejemplo más conocido, pero hay otros países y corrientes guiadas por la visión del futuro, distintas manifestaciones del anhelo en la creación de un entorno doméstico que con el estilo Mackintosh encuentra en el pasado su inspiración.

Durante ese tiempo surge una arquitectura funcional pero legendaria, antes de que la Bauhaus desnude la construcción de lo que no es indispensable. La estética de las tripas por fuera, es decir de la tubería visible, surge allí, a veces convertida en motivo ornamental. En Occidente la arquitectura reacciona contra la época mastodóntica victoriana y sus elaborados “marmomerengues” que deslumbraban al espectador desde la calle mediante los caballos alados que tascan espuma, diosas y musas detenidas en su carrera, el mármol salpicado por una deidad traviesa. En cambio, la estación de trenes en Helsinki es un monumento a la modernidad. De allí partían los viajeros a San Petersburgo. La estación es palacio del pueblo, un edificio flanqueado por los enormes dioses tutelares que iluminándola señalan una frontera entre la tradición del merengue y la modernidad que hoy consideramos “clásica”. La magnitud también es el mensaje.

El tranvía pasa frente al museo nacional de arte, una venerable institución que contiene la colección de lo que se considera bello, valioso y digno de conservar. Sus varias salas contienen cuadros que ilustran una aspiración. Representan un gusto realista, conservador, naturalezas muertas, retratos y paisajes que la emoción identifica con el lugar original. La colección tiene también piezas modernistas arrolladas por la historia. Afuera un turista elegante saborea su capuchino y admira la grandiosidad de la plaza que cruza el tranvía en un constante ir y venir, el tintineo constante de las arterias de la ciudad. Es como subir a un cine móvil que ofrece “vistas” al azar de la ruta, que hacen pensar en la enorme diferencia con otras ciudades europeas. Mientras Roma es barroca y París es racionalista, Helsinki es una floración. Su modernismo también se inspira en la naturaleza que regala lirios debajo de un ventanal, por cierto, una flor especial por su resonancia revolucionaria.

El carácter contemporáneo de los edificios no se desliga de los que están en construcción o por empezarla. Desde el inicio se sabe que es un diálogo con el contexto. Hace un siglo, al otro lado de la calle había tierra levantada a la espera de que se alzaran las torres de la ciudad encantada, custodiada por los animales de la zona. Basta detenerse en los zaguanes de los edificios y leer la decoración modernista como narrativa histórica mediante símbolos acerca de los orígenes. Es una arquitectura que convoca orígenes alcanzables solo mediante la imaginación y la leyenda. En este bosque de símbolos se busca crear un espíritu nacional para afianzar objetos relacionados con la patria. En música basta recordar a Smetana. “Má vlaist” (traducido como mi país, lo cual significa mi tierra) es prácticamente el himno nacional. El museo no está mal para crear la tradición.

El Romanticismo marcó el inicio de una época fascinada por la identidad y la experiencia de lo que se considera nacional, un anhelo que atraviesa el siguiente siglo y llega hasta el mundo contemporáneo, cuando lo nacional ha sido reemplazado por lo regional. Lo nuestro. Los románticos inventaron una pertenencia al espacio, una experiencia del territorio distinta. La tierra, el terruño. Y el espíritu nacional, el volksgeist. Se pensaba que cada nación tiene un espíritu, un “carácter” que le es propio y se expresa en la cultura y especialmente en las artes. La querencia romántica inventa el lugar original y lo transforma en aspiración política, los forcejeos a los que la patria debe su alumbramiento. Para la tercera generación, el terruño tiene sentido incluso como nación, un concepto que entraña la dominación de la diversidad mediante la lengua, la religión, las leyes reconocidas y los usos compartidos entre quienes se dan cuenta de que “nación” es un concepto adecuado.

En los cristales del tranvía se refleja la fachada del museo y sus grandes ventanales resplandecen sobre las ventanas del tren en movimiento y el gran escenario aparece detrás, brumoso como un sueño. En los muros del museo es posible ver cómo el paisaje clásico se transforma en una “nueva” conciencia del entorno. Los paisajes expresan una aspiración semejante a la construcción de Helsinki. Esto transforma al edificio en parte de una historia que se narra en granito, el material característico de muchos edificios del centro. Está en la mayoría de ellos dándoles gravedad y promesa de cimientos sólidos, también de estilo. Unos más opulentos que otros, estos edificios hablan del bosque y de las leyendas a las que da origen y que forman la médula de las narrativas nacionales que claman orígenes míticos. Los edificios son las nupcias del espacio, la naturaleza y la historia. Árboles y plantas particulares de la región y animales, zorras y gansos, comadrejas y halcones rastreros, flores, atlantes sapos, imágenes que señalan un origen y anuncian un destino, dragones llegados desde antiguas leyendas nórdicas.

Estos edificios son importantes por su integridad estética, también porque representan una nueva manera de construir que depende de los materiales. Además de la concepción urbana de la que forma parte, la arquitectura modernista de Helsinki la hace un espacio privilegiado de experimentación. Por ejemplo, de materiales de construcción. Helsinki es donde probar las más adelantadas técnicas de construcción: el hierro permite espacios más abiertos, es un material firme, pero a la vez flexible y por ello apto para elevar la altura de los edificios. La modernidad de Manhattan no habría sido posible sin estas estructuras que permiten elevarse hasta las nubes, un sueño vertical espléndidamente realizado en la torre de la Chrysler. No sorprende que un par de arquitectos finlandeses haya construido rascacielos coronados como edificios de Helsinki, que tienen un toque neogótico muy del gusto de la época.

El espíritu nacional también se expresa en el diseño de mobiliario y de objetos domésticos. Tal refinamiento resulta de crear un espacio personal luminoso y acogedor, sereno, estabilizado por la función. El invierno es largo y sombrío, así que los interiores son un refugio contra el clima. Una parte fundamental del estilo es la sustentabilidad que se aprecia en los materiales y en el deseo de distinguirse de la “moda”. Es un diseño clásico, hecho para sobrevivir más allá de la desintegración de sus dueños originales sin perder su belleza funcional. Son muebles que requieren espacio no porque sean voluminosos sino porque tienen presencia. El refinamiento sencillo de Helsinki sugiere un ideal de vida en el que la función es un imperativo ético que no impide el juego con colores y materiales. Un lujo sosegado, pero con aristas futuristas.

La campanilla reanuda el desfile de edificios que datan de principios de siglo XX. Fueron creados para ser apreciados. Son edificios de mérito hechos para ser cómodamente habitables y el placer que producen frisos y balcones, atlantes grotescos en los marcos de ventanas y tallos que florecen en una cornisa cinco pisos arriba. El edificio como parte de la ciudad en una armonía que se establece manzana por manzana, fachadas que corresponden a un estilo nacionalista cosmopolita que si se tiene curiosidad merece examinarse porque ofrecen personalidades estilísticas hasta llegar a los mosaicos monótonos que preceden el fin del modernismo arquitectónico, pero eso sucede después, cuando el tranvía se aleje del centro rumbo a Arabia.

El edificio es por función, democrático. La vecindad crea una cultura urbana, donde las personas guardan compostura. Parte de la civilidad consiste en que, a diferencia de otras ciudades, en Helsinki la gente viaja en silencio, excepto un trío de punks alborotados por la inminencia de la noche. No hay tiempo para periquear. Tampoco hay necesidad de sonreír. Son gestos aprendidos. Se dice que el único lugar donde se parlotea es en el baño sauna. Si se quiere conocer a los finlandeses, es el lugar adecuado. Allí quizá se digan cosas que en otro lugar serían inadmisibles y se olvidan con el chapuzón en agua gélida. Si se sobrevive al ataque cardíaco, es vigorizante.

En Helsinki hay varias iglesias notables, pero la más hermosa es una capilla llamada Kamppi cuya forma abstracta podría representar una gigantesca nuez pulida. A primera impresión, Kamppi semeja el casco de una nave encallada en medio de una plaza concurrida, rodeada de edificios que no ocultan su ocupado utilitarismo. Kamppi en cambio parece estar hecha de madera, como un cuenco inmenso. A esta impresión contribuye el material de tiras de madera que la recubren dándole calidez de tierra. Admirable y única en el mundo, la capilla adentro flota albergada en el enorme cuenco cuyas paredes se inclinan levemente hacia afuera, subrayando un espacio ovoidal, blanco y aéreo. La desnudez del altar le da levedad de boceto. Independientemente de la denominación religiosa, Kamppi alienta la reflexión y ofrece un espacio para intuir la ligereza.

La otra iglesia notable es Temppeliaukion kirkko, diseñada por Timo y Tuomo Suomalainen, cavada en lo que debió haber sido una cantera de granito porque las piedras sostienen un gran techo suspendido sobre un templo que busca la intimidad de la caverna. Una diadema de luz mediante ventanas que sostienen el gran plafón. El contraste de los materiales (la dureza y el peso, la gravedad de la roca, y la ligereza, la transparencia del vidrio y del plafón) hace que esta iglesia sea un lugar de peregrinación para admirar el templo, que parece nave intergaláctica y caverna original. Como en Kamppi, la sencillez del altar busca confundirse con las paredes, pero se distingue por su función y por la sutileza de las líneas. Estos templos crean un estado de suspensión del escepticismo y son por ello capaces de conmover mediante la fragilidad que eleva para afirmar que la fe es distinta de cualquier religión, es una experiencia personal.

Es excepcional que Helsinki no haya perdido su tono arquitectónico, como tantas otras ciudades europeas durante la Segunda Gran Guerra. Hoy se transita por sus calles como lo habrán hecho otros en 1910, antes de la catástrofe. El art nouveau que unifica el centro de Helsinki le da un interés extraordinario. Esta arquitectura juega con las apariencias y puede ser extremadamente teatral. Las puertas hendidas como si el edificio fuese una montaña, la herrería, los colores que consuelan al paseante de la oscuridad tan temida, las escaleras que no sirven sólo para ascender o descender, sino que buscan la forma para volverse escultura. Algunas fachadas guiñan un ojo, otras abren la boca.

Helsinki se adapta a la sinuosidad del terreno que proporcionó un marco adecuado a las curvas nouveaux de los edificios. La ciudad sensible al lugar, sinuosa como lo habrán sido las villas medievales. Su cualidad curvilínea es lo que da a Helsinki el atractivo de una ciudad que desde el tranvía con destino Arabia, la célebre tienda de porcelana, revela una arquitectura onírica. Es el sueño de un país que también se atreve a construir la ciudad como escenario espléndido.

Las gaviotas se columpian en el aire riéndose a carcajadas del espectáculo humano. Los adoquines brillan bajo la lluvia y a veces reflejan los colores temblorosos de la ciudad en un charco. La tarde es húmeda, pero no hace frío. Lluvia de verano. Vista desde el puerto, la ciudad debe estar nimbada por la llovizna, las torres desdibujadas y grises como volúmenes geométricos, piezas de un ajedrez monstruoso. Desde aquí en cambio el perfil de los edificios representa una fortaleza encantada. ~

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