Como griegos en el Tirreno

Lord Byron podría ser una estrella del rock de su época. Su gusto por la provocación podría acercarlo a Jim Morrison, y también la muerte prematura, aunque tenía 36 años cuando murió, y no 27.
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Jean Moréas escribió El viaje a Grecia, y al abrirlo al azar encuentro una breve entrada que me choca y cuyo sentido no acabo de captar: “Byron exclama: «¡Te he amado siempre, océano!». Y lo decía frente al mar Tirreno”. Qué curiosa acotación. Mi interpretación inmediata es que hay una cierta sorna, como si lo considerase un ingenuo. ¿Un romántico serio, un aventurero como Lord Byron, puede llamar océano a un mar tan pequeño, a un mar, es más, que está disuelto en otro mar? ¿Una declaración tan arrebatada no parece algo ridícula cuando las olas que rompen en la orilla apenas amenazan los tobillos? ¡Pero si escribió El corsario! Toda esta suspicacia la provoca la conjunción Y con que Moréas introduce la acotación local y que parece matizar el arrebato con su aire adversativo. Quizá al ponerla solo buscaba el efectismo de un final tajante, pero yo lo leo con los ojos entornados como un cazador de espías en la segunda guerra mundial. Luego leo que el abuelo de Moréas, Ioannis Papadiamantópoulos, murió en Missolonghi, como Byron, y también durante la guerra de Independencia griega. ¿Coincidirían? Por eso me digo que Moréas debía de sentir por Lord Byron una simpatía más allá de las afinidades literarias, familiar, y que no puede ser que hubiese intentado ridiculizarlo. Más allá doy con una foto de la tumba de Moréas, en Père-Lachaise. Está cubierta de plantas y en la pequeña piedra que hace de lápida las letras de su nombre están borradas casi del todo. Resulta simbolizantemente poético. A la fuerza tiene que pasar desapercibida y no creo que reciba muchas visitas. Además, en Père-Lachaise es Jim Morrison quien se lleva toda la atención.

Lord Byron podría ser una estrella del rock de su época. Su gusto por la provocación podría acercarlo a Jim Morrison, y también la muerte prematura, aunque tenía 36 años cuando murió, y no 27, y aunque en su caso muriese por haber ido a luchar por la independencia de Grecia (o en una huida de sus remordimientos o su tedio). Cuando yo era adolescente y pensaba en la muerte de Lord Byron me parecía muy mayor, pero ahora lo veo joven. En su último cumpleaños, Lord Byron escribió un poema titulado On This Day I Complete My Thirty-Sixth Year, frase que por cierto parece anticipar el primer verso del poema que se escribió, también por su cumpleaños, Dylan Thomas (Poem in October: “It was my thirtieth year to heaven…”). Thomas cumplía 30 y Byron 36. El final del poema de Thomas es uno de los más bonitos y exultantes que puede tener un poema, y acaba de elevar definitivamente el tono general de himno, con su aire de esperanza y petición (Oh, que la verdad de mi corazón pueda seguir cantándose sobre esta alta colina a la vuelta de año). Es el mejor para sellar los momentos en que estemos de acuerdo con nosotros mismos. Por su parte, el poema celebratorio de Byron tiene ya un tono funeral (Mis días tienen la hoja amarilla; la esperanza, el miedo, el cuidado celoso, el poder del amor ya no puedo compartirlos, solamente arrastrar la cadena; si lamentas tu juventud, ¿por qué vivir? La tierra de la muerte honorable está aquí…); parece predecir, o invocar, su cercana muerte.

Recorriendo el pasillo donde tengo la estantería en que está el libro de Moréas he recordado entonces una cosa. Menciono que estaba en el pasillo porque a veces los recuerdos nos asaltan como si al pasar por un sitio concreto nos llevásemos arrastrando una telaraña invisible. Aquí se habían enlazado, no sé cómo, los poetas románticos y una escena antigua. He recordado de pronto, sin que pareciese venir a cuento, una frase que me dijo un amigo de mi adolescencia: “prefiero dar miedo que pena”. Es una idea muy rara, y ya entonces me lo pareció, aunque a esa edad funcionaba porque establecía unos principios vitales y morales y era un poco lapidaria, y también imponía una identidad. Y tenía algo de la belleza maldita que buscaba también Byron. No creo que mi amigo inspirase pena a nadie, y mucho menos miedo. Ahora lo imagino como si fuese un niño disfrazado de vampiro, pisándose la capa, mientras los adultos muertos de risa y de ternura fingen asustarse. A mí el recuerdo azaroso me ha inspirado precisamente ternura, o más bien compasión, pero no por la ingenuidad que desde mi edad adulta pueda achacar a esas palabras, sino porque revelaba el paso del tiempo y el envejecimiento y las sucesivas actitudes que vamos tomando hacia lo que nos rodea, y he tenido conciencia de cuántos años nos cuesta transformar en compasión el miedo y la pena, y de cómo ignoramos que detrás de todo lo que nos parece definitivo nos espera otra cosa, otra conciencia a su vez, y un día esa cadena se corta.

Y mientras estaba intentando comprender qué habían venido a decirme esos fantasmas y sentarlos a todos en la misma mesa, me he tumbado un momento en la cama un poco abrumada y me he quedado mirando las nubes que cambiaban de forma muy rápido y he echado de menos una Grecia donde ir a pagar todo lo que sentía que debía, como si fuese muy joven.

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Es escritora. Su libro más reciente es 'Lloro porque no tengo sentimientos' (La Navaja Suiza, 2024).


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