¡Qué cosa más compleja es tener que lidiar con la fobia de los políticos mexicanos frente a las posiciones comprometidas! Es raro encontrar a un político dispuesto a compartir una postura firme y clara y a asumir las consecuencias de la misma. Con tal de evitar el costo político de las convicciones más elementales, nuestros políticos son capaces de recurrir a herramientas retóricas que habrían hecho palidecer a Cantinflas. Es absurdo, pero también lamentable: en el proceso de construcción de una sociedad más avezada en las prácticas de la democracia, el ejercicio del “rollo”, del vacío discursivo, es un crimen. ¿Cómo va a aprender un votante a diferenciar a un partido de otro si ambos se niegan a admitir sus desacuerdos más esenciales?
Hace poco hallé, dentro del mismo partido, un ejemplo de congruencia y otro, lamentable, de zigzagueo retórico. El primero lo encontré en Guanajuato. Es poco probable encontrar un gobernador más conservador en México que Juan Manuel Oliva, el panista con el que Acción Nacional alcanza los 20 años consecutivos en el poder en tierra guanajuatense. De mil maneras, Oliva ha gobernado desde sus creencias más profundas. Uno puede estar de acuerdo o no con esas convicciones (yo estoy, invariablemente, en completo desacuerdo con ellas), pero nadie podrá reclamarle a Oliva el que haya gobernado de manera incongruente. Con Oliva uno sabe a lo que se atiene. Por eso no me sorprendió cuando, al entrevistarlo, le pregunté si era posible ser panista y, al mismo tiempo, apoyar el derecho de una mujer a decidir. El gobernador de Guanajuato no dudó ni un segundo. No, me dijo, no se pueden las dos cosas. Le agradecí la sinceridad.
El caso contrario me sucedió al día siguiente con Josefina Vázquez Mota. Después de mi experiencia con Oliva, decidí preguntarle a Vázquez Mota lo mismo: ¿se puede ser panista y defender el derecho de una mujer a interrumpir su embarazo? Pregunta indispensable, creo, para una aspirante presidencial. ¿Qué me contestó? No tengo idea. He escuchado la entrevista varias veces con la esperanza de que, con paciencia, pudiera yo entender lo que la diputada quiso decir. No he tenido suerte. En un ejercicio retórico extrañísimo, Vázquez Mota evitó compartirme sus propias convicciones y se refugió en algo así como la posición oficial de su partido. Al final, en el fondo, no respondió nada. A la fecha no sé lo que cree sobre el aborto, asunto central de política social en México y en el mundo.
En cierto sentido entiendo las reservas de Vázquez Mota. A diferencia de Juan Manuel Oliva, cuyas batallas políticas han llegado a su fin, la diputada panista está a las puertas de la historia. Pero eso no quiere decir que dicha reticencia me parezca justificable. El estilo priista de hacer campaña no le hace bien a nadie (porque a fe mía: nada más difícil que intentar que un priista se comprometa con una posición polémica). Los políticos no deberían tener miedo a asumir y presumir su sistema de creencias y convicciones incluso morales. Si Josefina Vázquez Mota de verdad cree que la vida comienza en la concepción, debe decirlo con todas sus letras. Y que vote por ella quien concuerde con su visión o quien considere que el asunto es menor. Lo mismo podríamos decir de Marcelo Ebrard y el matrimonio entre homosexuales o el propio aborto (aunque Ebrard, hay que decirlo, no tiene empacho en reconocer su andamiaje ideológico). Quizá así, desde la transparencia en las convicciones más profundas, se pueda ir desmontando esa odiosa tradición mexicana: la gran carpa política en la que el partido y el candidato en turno pretenden dar cabida a todas las posiciones sin tener, jamás, que asumir una propia.
(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.