โNo figura en ningรบn mapa; es lo que siempre pasa con los lugares de verdad.โ
Moby Dick
A veces parece un rumor lejano de olas, pero es el trรกfico fluido de la M-30 un sรกbado por la tarde. No me molesta su cadencia de coches sin pausa ni su caudal de asfalto seรฑalizado. Tampoco la inmensa mole que se yergue frente a mi terraza y bajo mis pies, para alzarme a doce pisos de altura. En estos bloques de hormigรณn proyectados por Banรบs en los aรฑos 50 vivimos 20.000 personas. De los mรกs de ocho mil municipios que hay en Espaรฑa, menos del cinco por ciento alcanza esa poblaciรณn. Los madrileรฑos bautizaron este conjunto arquitectรณnico, racionalista pero irracional, brutal sin ser brutalista, como โLas colmenasโ, en alusiรณn a la infinidad de ventanas que se aprietan, unas junto a otras, en sus interminables fachadas.
La M-30 y Las colmenas son ya parte de la identidad de Madrid, casi dos monumentos que dan cuenta historiogrรกfica, y aun estratigrรกfica, de la segunda mitad de nuestro siglo XX, y de las transformaciones tรฉcnicas, econรณmicas, demogrรกficas que hicieron de mi ciudad una gran capital. Estas megaconstrucciones hablan del lugar en el que vivo y del modo en que me transporto. Hablan, al cabo, de mรญ, de una forma prosaica y sin pretensiones, pero quizรก por ello trascendente.
***
Fernando me tendiรณ un paquete adornado, y luego ahogรณ con su voz el rompiente sereno de motores diรฉsel: โยกFeliz cumpleaรฑos!โ. Del envoltorio extraje un libro de color verde aguamarina, esmeradamente editado y un poco crรญpticamente titulado: Fuera del mapa. La portada prometรญa โun viaje extraordinario a lugares inexploradosโ bajo una advertencia magrittiana: โEsto NO ES una guรญa de viajes.โ A veces, en efecto, las cosas no son lo que parecen.
Fernando afirmรณ que era un libro de geografรญa atรญpica y yo ahora digo que es un libro de geografรญa atรณpica, si puedo abusar del oxรญmoron. Si el tรณpico seรฑala, mรกs allรก de lo manido, lo โperteneciente o relativo a un determinado lugarโ, la geografรญa atรณpica nos habla de los no-lugares: enclaves remotos, pueblos fantasma, islas perdidas o espacios ignorados en mitad de una megalรณpolis. Todos ellos son excepciones que despiertan extraรฑeza en un mundo que, tecnologรญa mediante, cree saberlo todo de sรญ mismo.
โGuรกrdalo para Retuerta.โ Fernando dijo que al libro le irรญa bien la orilla del Arlanza y los descansos, entre excursiรณn y excursiรณn, bajo el olmo que surte de sombra y sueรฑo mi jardรญn. De aquel mayo en Las colmenas se hizo un verano que me ha traรญdo a Retuerta. Aquรญ me cubre una casa de piedra y adobe, levantada hacia 1870, cuando todavรญa no habรญa nacido Banรบs, y ni siquiera Le Corbusier, padre del concepto de โunidad de habitaciรณnโ que inspirรณ Las colmenas. Retuerta tiene 60 habitantes censados, a razรณn de siete por kilรณmetro cuadrado. Pero, como la M-30 y Las colmenas, este pueblo y esta casa de adobe y piedra tambiรฉn hablan de quiรฉn soy y de cรณmo vivo: son parte de mi identidad.
Seguramente pocas cosas tengan tanto poder para fijar identidad como los lugares. La identidad es una idea desprestigiada porque ha servido de base a los peores proyectos ideolรณgicos. Sin embargo, todos necesitamos una identidad, y esta tiene mucho que ver con los lugares que vivimos. De mรญ hablan el bullicioso caos de Madrid y los espesos sabinares de las estribaciones de la Demanda, el Congreso de los Diputados y el monasterio de San Pedro de Arlanza, la Gran Vรญa y el desfiladero de Ura, el puente de Ventas y el de Covarrubias, la urraca que visita por las maรฑanas mi รกtico en Las colmenas y el buitre que planea el torcal hacia Hortigรผela, la Torre Picasso y la peรฑa Carazo, los tacos de Comala junto al Ritz y el bar La Bombi de Retuerta, el polideportivo de la Elipa y el campo de fรบtbol de la era, mi ascensor y mi escalera de madera, mi terraza y mi jardรญn.
Para alguien que, como yo, se ha enamorado de los lugares, pretender elevarlos a categorรญa ideolรณgica es una forma de profanaciรณn: la majestad de un recodo del Arlanza no puede caber en ningรบn plan nacionalista. En este sentido, Fuera del mapa consigue, sin explicitarlo, algo que mรกs de una vez me he propuesto: escribir una reivindicaciรณn de los lugares despojada de cualquier evocaciรณn polรญtica.
El lector podrรก contravenir esta idea, alegando que el libro estรก atravesado de conflictos fronterizos, rivalidades entre estados y reclamaciones soberanistas. Todo eso es cierto y, sin embargo, Fuera del mapa estรก escrito en una longitud de onda solo perceptible para algunos oรญdos. Para quien es incapaz de decodificarla, el libro es un buen puรฑado de historias curiosas y disfrutables que tienen que ver con la geografรญa fรญsica y polรญtica. Pero, ademรกs, ciertas personas encontrarรกn en Fuera del mapa un manual del aventurero. La esencia de estas pรกginas es la de los juegos y las guaridas secretas, los territorios inexplorados, los caminos perdidos: traducir su longitud de onda es una capacidad reservada a los niรฑos y al รบltimo explorador, que son la misma persona.
Asรญ que Fuera del mapa es la obra escrita a cuatro manos entre el profesor de Geografรญa Alastair Bonnett y su yo de la infancia que inventaba escondites en callejones traseros. Solo despuรฉs de llegar a esa encrucijada en la que convergen el adulto y el niรฑo puede explicarse la importancia de los lugares y de los no-lugares que marcan nuestra vida y dan forma a nuestra identidad.
Muchos de los enclaves que aparecen en Fuera del mapa son lugares fantasma. Son la Prรญpiat abandonada tras el accidente nuclear de Chernรณbil, hoy tomada por la naturaleza; o los asentamientos beduinos que las excavadoras israelรญes ordenan demoler a cada tanto, para ser reconstruidas de nuevo pacientemente, porque incluso quienes llevan una existencia nรณmada necesitan lugares a los que llamar su hogar. Son los otrora boyantes puertos de lo que fue el Mar de Aral, hoy rebautizado como desierto de Aralkum por culpa de la ingenierรญa hidrรกulica; o las ciudades deshabitadas que Pyongyang ordenรณ construir en el paralelo 38, con edificios altos, robustos y hasta iluminaciรณn programada, pero vacรญos y desprovistos de cristal en las ventanas, erigidos con el รบnico propรณsito de que sus vecinos de Corea del Sur, al divisarlos en la distancia, se maravillaran del prodigio econรณmico del Norte.
Tambiรฉn Retuerta estuvo fuera del mapa, y aรบn hoy conserva algo del pueblo fantasma que durante muchas dรฉcadas fue. Pocos lugares pueden decir que han sobrevivido a una amenaza que se prolongรณ mรกs de medio siglo. La dictadura de Primo de Rivera fue la primera en proyectar un pantano que habrรญa de cubrir Retuerta y, con ella, el cercano monasterio de San Pedro de Arlanza, que lleva viendo amanecer mรกs de mil aรฑos y al que se ha dado en llamar la โcuna de Castillaโ. Hoy luce ruinoso, sin dejar de verse imponente y formidable, pero un dรญa albergรณ los sepulcros de Fernรกn Gonzรกlez y su esposa Sancha, los Condes de Castilla, que hoy descansan en la colegiata de Covarrubias.
Aquellos planes para acometer la presa seguรญan en pie cuando la breve y accidentada Segunda Repรบblica dio paso al franquismo, que puso en marcha un proceso de expropiaciones en Retuerta y comenzรณ las obras del pantano sin llegar nunca a acometerlo. El anuncio de la construcciรณn habรญa sido una funesta profecรญa. El Estado dejรณ de invertir recursos en un pueblo que en poco tiempo quedarรญa bajo las aguas y a sus habitantes se los conminรณ a abandonar sus casas. Retuerta cayรณ en el olvido y en el abandono, que todavรญa se prolongรณ tras la llegada de la democracia. Hasta 1984 la construcciรณn del pantano se daba por hecha, y por esa razรณn la luz y el agua no llegaron hasta esa dรฉcada.
El aรฑo pasado, mi familia y yo llegamos a Retuerta para quedarnos, dejando atrรกs la Covarrubias de nuestros ancestros maternos y paternos. Es un pueblo pequeรฑo, dominado por casas deshabitadas y tejados derrotados por el tiempo, pero de gentes afables, generosas y optimistas, en medio de este gran declive demogrรกfico que ha servido para popularizar, en ocasiones con cierto talante llorica, el concepto de la โEspaรฑa vacรญaโ. Supongo que pocas cosas pueden doblegar el รกnimo de quien ha sobrevivido a una amenaza mรกs de medio siglo.
Retuerta es la encrucijada en la que se dan cita mi yo adulto que gana algรบn dinero escribiendo y mi hipertrofiado yo de la niรฑez, siempre dispuesto a robar tiempo al primero. Por eso tenรญa razรณn Fernando cuando decรญa que me guardara Fuera del mapa para las vacaciones. Y eso que รฉl no sabรญa nada del pantano de Retuerta.
Los restos de aquella obra han sido desmantelados con la intenciรณn de que la naturaleza recobre lo que nunca le debiรณ ser arrebatado. El hormigรณn ha sido removido con mรกquinas y sobre aquel terreno zaherido han vuelto a plantarse รกrboles autรณctonos, sabinas, enebros, encinas, a fin de recuperar el aspecto original del monte. Nadie que no estรฉ al corriente de lo que ha sucedido en Retuerta podrรญa detectar que allรญ se trabajรณ hace no tanto en la inmersiรณn del pueblo, pero los vestigios de la presa siguen ahรญ para que los avezados ojos de los niรฑos y los exploradores, que son los mismos, puedan dar con ellos.
Tengo una relaciรณn un tanto obsesiva con la montaรฑa. Tiene que ver con el gusto por el deporte, la incapacidad para estarme quieta y un afรกn infantil por descubrir lugares recรณnditos. Han caรญdo todos los imperios coloniales, hemos surcado el espacio, hemos escrutado las fosas abisales de los ocรฉanos y puesto en รณrbita satรฉlites capaces de cartografiar todo el globo. Es un prodigio tรฉcnico que concita admiraciรณn pero tambiรฉn una inefable melancolรญa: es la tristeza de saber que, a estas alturas, casi todo ha sido descubierto.
Por eso, en una รฉpoca en que los hallazgos nos llegan ya por mira telescรณpica desde galaxias lejanas, nos da un vuelco el corazรณn cada vez que encontramos un lugar que ha permanecido oculto durante mucho tiempo y que ahora se desnuda ante nuestros privilegiados ojos de voyeur VIP. Nunca pisarรฉ la luna ni desenterrarรฉ el sarcรณfago de un faraรณn egipcio ni darรฉ con una civilizaciรณn perdida en la selva del Amazonas ni descubrirรฉ las fuentes del Nilo. Pero aรบn me maravillo con la conquista de algรบn risco, con el hallazgo de un fรณsil marino, con el avistamiento de un lobo o al tropezar con una senda invadida por la maleza y surcada por bonitas telaraรฑas. No importa que baste un invierno para sepultar un camino o que la araรฑa solo necesite unas horas para culminar su obra de ingenierรญa geomรฉtrica: sugiere que somos los primeros que ven ese paraje en mucho tiempo, y eso es valioso.
Por el mismo motivo, me irrita tropezar en la montaรฑa con cualquier signo de domesticaciรณn del campo. Me molestan las lindes, los carteles, las pistas asfaltadas, los campos de cultivo o los restos de basura abandonada, salvo si son antiguos: una simple lata de sardinas puede tornarse interesante si parece lo suficientemente primitiva y oxidada. Las construcciones modernas afean el paisaje, al tiempo que las vencidas tenadas de piedra y teja nos hablan de viejos asentamientos y formas de vida perdidas. Saludo con entusiasmo a los corzos, los zorros, los jabalรญes que se cruzan en mi camino, pero toparme con otras personas serรก el recordatorio de que no me he alejado lo necesario. De igual modo, un rรญo puede adoptar la artificiosidad de una vulgar piscina si se llena de baรฑistas.
El hambre de lugares nuevos e ignotos es insaciable. Por ello genera cierta ansiedad no saber si podrรก reeditarse un gran descubrimiento. Es una cuestiรณn aritmรฉtica: cuantos mรกs enclaves conoces menos rincones te restan por explorar. Afortunadamente, la montaรฑa sigue siendo capaz de proporcionarme gratificaciones. Al menos, por ahora.
Estas vacaciones me propuse explorar el รกrea en que comenzรณ a construirse el pantano de Retuerta. A su paso por el pueblo, el rรญo Arlanza describe el gran meandro del que le viene el nombre, dejando en su interior una larga lengua de tierra. Observada desde arriba, por cortesรญa de Google Earth, se desvela como una penรญnsula de densos bosques. Solo un istmo de varios centenares de metros evita que hablemos de una isla.
En todo caso, lo primero que pensรฉ al contemplar el accidente geogrรกfico desde la nitidez cenital es que una penรญnsula necesita un nombre. Es otra parte emocionante de las tareas del explorador y del niรฑo, que son la misma: nombrar los lugares nuevos. Enseguida resolvรญ que debรญa llamarse penรญnsula de Retuerta, porque disponer de un elemento orogrรกfico propio habrรญa de dar lustre y empaque al pueblo. Sin embargo, todavรญa no he solventado la cuestiรณn del istmo. Un istmo requiere un nombre a la altura de los mรกs ilustres ejemplares del gรฉnero, y el de Tehuantepec ha puesto el listรณn muy alto.
La penรญnsula de Retuerta reรบne todas las condiciones de los lugares que me gustan, y que pueden resumirse en su aislamiento, la variedad de su paisaje y la presencia de algรบn misterio. Para acceder a ella hay que conducir hasta el istmo sin nombre, o bien cruzar el meandro del Arlanza, que en verano se puede vadear fรกcilmente. Entrar en la penรญnsula se parece a entrar en otra dimensiรณn. El paraje no es sustancialmente distinto de lo que queda en la otra orilla, pero todo adquiere allรญ un aire extraรฑo, solitario y salvaje.
Un camino bordea el rรญo, que invita a refrescarse, ribeteado de hierba alta. La senda discurre envuelta en un encinar que se curva hasta techarla, y que se extiende, muy tupido, ladera arriba, donde el terreno se eleva hasta una altura que aรบn no he coronado. El bosque se oscurece por la densidad del follaje y los perros enloquecen al reconocer los incontables rastros de animales que se entreveran. En la parte mรกs baja de la penรญnsula, el encinar da paso a una dehesa. El sol ha tornado amarilla la hierba, y sobre ella destacan, en feliz comuniรณn, unas flores de color aรฑil. Aquรญ la armonรญa del lugar resulta mรกs amable y menos agreste que en el extremo mรกs prรณximo al istmo, donde gobierna la atmรณsfera un silencio magnรฉtico e inquietante, y una desazรณn resiliente a la belleza.
Digo que hay un camino, y es que no estoy descubriendo el paraje. Lo conocen los retorcidos (gentilicio que reciben los lugareรฑos de Retuerta) y aรบn lo frecuentan, con sus ovejas, los pastores. Nadie mรกs se aventura en esta lengua de tierra. La รบnica carretera que la alcanza zigzaguea a lo largo del istmo sin nombre, pero ningรบn coche se detiene aquรญ: continรบan en direcciรณn a Covarrubias, o bien hacia Hortigรผela, quizรก para visitar antes San Pedro de Arlanza, o tomar la pista de Contreras que lleva hasta Sad Hill. Sad Hill es el cementerio ficticio de la pelรญcula El bueno, el feo y el malo, que dirigiรณ Sergio Leone hace cincuenta aรฑos y que protagonizรณ Clint Eastwood.
Del rodaje burgalรฉs y de sus descansos se conserva un buen hatillo de fotografรญas llamativas. Recuerdo alguna de Leone jugando al fรบtbol, entre cardos, con los vecinos de Contreras, y otra de Eastwood bebiendo de un botijo sin descuidar el ceรฑo ni el estilo. Una leyenda dice que una noche, en Covarrubias, el Pacucha venciรณ a la estrella de Hollywood en un lance que se librรณ en el billar del bar El Heri, pero los mรกs descreรญdos aseguran que no fue Eastwood el derrotado, sino su doble de acciรณn.
En Sad Hill tenรญa lugar, con mรบsica de Morricone, el duelo final a tres: Eastwood, Van Cleef y Wallach se retaban al pie de la peรฑa Carazo, muy cerca ya de Santo Domingo de Silos, rodeados de tumbas. El escenario, con sus lรกpidas y sus cruces, ha sido totalmente recuperado para deleite de cinรฉfilos y domingueros, aunque la tercerizaciรณn de la economรญa hace que hoy el paraje luzca mรกs verde y arbolado que en sus dรญas de Far West.
El pantano no habrรญa anegado el cementerio de Sad Hill, que se encuentra en un valle elevado, pero sรญ otras demarcaciones del rodaje, como la del puente de madera Langston, cuyo control se disputaron nordistas y confederados, o la misiรณn de San Antonio, el convento en que se recuperaba un Eastwood convaleciente y que no era sino el monasterio de Arlanza.
En todo caso, nadie repara en el camino que sale de la carretera en el punto mรกs alto del istmo. Hasta hace pocos aรฑos, allรญ todavรญa se erigรญa un muro que era parte de las obras de la presa, y que durante mucho tiempo luciรณ una pintada: โNo al pantanoโ. Hacia el interior de la penรญnsula continuaban en pie otras construcciones parciales. Hoy, como digo, todo ha sido removido, pero Google Earth sigue ofreciendo una imagen antigua del lugar, en la que pueden divisarse tales edificaciones. Solo se han conservado unas pocas casas, dos, tres, cuatro, del otro lado de la carretera y, por tanto, fuera ya de la penรญnsula. En su dรญa fueron las oficinas y el poblado de los trabajadores del pantano (un cartel lo indica todavรญa desde la carretera), pero hoy sobreviven para su uso recreativo por parte de empleados de la Confederaciรณn Hidrogrรกfica del Duero.
El hormigรณn ha desaparecido, pero el monte continรบa mostrando las cicatrices resultantes del desplazamiento de grandes masas de tierra. A pesar de la repoblaciรณn, el bosque dista mucho de haberse recuperado, y en esta zona la vegetaciรณn es rala y los รกrboles jรณvenes. Estamos en el extremo opuesto a la apacible dehesa de flores aรฑiles. El mismo camino que encontramos allรญ puede tomarse aquรญ arriba: se trata de una senda circular por la que es posible completar una vuelta completa a la penรญnsula.
Adentrรกndonos en el รกrea donde las obras de la presa avanzaron mรกs encontramos algunos vestigios semienterrados: cables de acero, plataformas de cemento o tuberรญas que emergen del sustrato. Todo ello convierte el no-pantano de Retuerta en un no-lugar. A lo lejos se divisa el cono de recepciรณn de un gran torrente, junto a una formaciรณn rocosa en la que anidan los buitres leonados, muy numerosos en el valle del Arlanza. Enseguida el camino desciende y no tardarรก en asomarse a un precipicio sobre las aguas serenas y oscuras de lo que parece ser el curso del Arlanza.
Es un cortado vertical de varias decenas de metros que dudo mucho que pueda responder a la orografรญa original del lugar. Es tambiรฉn un enclave extraรฑo. En mi primera exploraciรณn mirรฉ largamente al abismo sin ser capaz de identificar aquel rincรณn del rรญo. Conozco bien el tramo del Arlanza que discurre entre Retuerta y Covarrubias. Lo he descendido muchas veces, a remo y a nado, enbravecido y bajo la severidad del estiaje, y habrรญa recordado un precipicio como aquel.
Despuรฉs comprendรญ. He desarrollado una relaciรณn cercana a la obsesiรณn con esa penรญnsula, del mismo modo que las peรฑas de San Carlos y Carazo, sobre las que he dormido al raso dos veces entre jabalรญes roncadores, fueron antes mi aventura fetiche. De vuelta en casa, Jorge dormรญa ya a mi lado cuando encontrรฉ la respuesta al misterioso precipicio en Google Earth. Al ampliar la imagen del satรฉlite llamaron mi atenciรณn dos masas informes y alargadas, una oscura y otra coloreada casi por completo de un verde claro e intenso que contrastaba con el tono mรกs apagado caracterรญstico de los bosques de quercus. Se extendรญan entre el rรญo y el รกrea de las obras y dejaban poco lugar a la duda: eran dos lagunas.
Puede parecer un hallazgo prosaico, pero en mis tres dรฉcadas de vida nunca habรญa oรญdo hablar de ellas. Habรญa recorrido todos los senderos que circundan Covarrubias y Retuerta, habรญa escalado todas las torcas, subido todas las montaรฑas, navegado cada recodo del rรญo y, sin embargo, aquellas dos lagunas habรญan permanecido ocultas para mรญ. Un lago y no el rรญo. Eso era lo que habรญa contemplado desde lo alto del precipicio. Inmediatamente, decidรญ que debรญa poner en marcha una segunda expediciรณn a la penรญnsula para dar con las lagunas.
En la primera exploraciรณn me habรญan acompaรฑado Jorge y las perras Lรญa y Angie. Jorge suele secundar mis ideas peregrinas y eso me encanta. No es un tipo romรกntico y casi nunca regala un piropo. Mi amigo Toni le llama John Wayne. Sin embargo, hace poco Jorge pronunciรณ una de las frases mรกs bonitas que me han dicho: โContigo hago todo lo que soรฑaba de pequeรฑoโ. Subir montaรฑas, conducir un todoterreno de segunda mano, tener una perra: el secreto de la felicidad es ponerle, como los niรฑos, un precio pequeรฑo.
A la segunda exploraciรณn se sumaron tambiรฉn mi hermano Alejandro, mi padre y el perro Lennon. Papรก siempre ha sido mi compaรฑero de aventuras. Con รฉl me he perdido muchas veces y he naufragado tres o cuatro. Juntos hemos organizado retenes de bรบsqueda en la nieve, por la noche o bajo un sol de justicia, durmiendo en un coche, porque solo a nosotros se nos han escapado las perras cien, doscientas veces, detrรกs de un corzo. Hemos entrado en cuevas, rescatado aves rapaces y hasta salido en los periรณdicos: โPadre e hija, perdidos en el Arlanzaโ. El titular, por supuesto, es una infamia: no nos perdimos, solo se nos hizo tarde.
Estaba con รฉl aquel dรญa gรฉlido, ya oscureciendo, en que nos cruzamos, bajando de La Muela, con dos lobos que no dieron ni las buenas tardes. Venรญa tambiรฉn esa otra vez que, hacia las once de la noche, propuse tomar un atajo descendiendo una ladera de roca y grava, desde la cueva Negra hasta Fuente Azul, pertrechados de sacos de dormir, esterillas, macutos, algรบn hornillo para cocinar y un camping-gas. รl, ademรกs, esta vez sรญ, llevaba a Lรญa de la correa con una mano. No la soltรณ. Las heridas nos duraron un mes.
Al llegar abajo inventamos el cine por serendipia, al proyectar las linternas, dejadas en el suelo, nuestras agrandadas siluetas contra la inmensa pared de roca que gobierna Fuente Azul. Nos dimos un merecido baรฑo nocturno con las perras, y con Jorge, con Marina, con Alberto, que tuvieron la mala suerte, o la buena, de venir tambiรฉn con nosotros. Fue hace dos aรฑos. Luego cenamos y dormimos, como benditos, sobre un lecho de cantos de rรญo. Al la maรฑana siguiente cuatro gotas de lluvia nos despertaron y reanudamos una excursiรณn que, tras un ligero extravรญo, nos llevรณ a Retuerta. La primera casa que vimos tenรญa un cartel: โSe vendeโ. Hoy es la nuestra.
Para la segunda exploraciรณn cruzamos a la penรญnsula por esa parte del rรญo, muy cerca de casa, que en Retuerta llaman Pramolino. Despuรฉs tomamos la senda circular hacia arriba, que discurre entre el encinar y el Arlanza. Por el camino, Lennon y Angie alternaban los chapuzones con las internadas en el bosque, mientras Lรญa, instigadora de escapadas y tropelรญas, debรญa conformarse con pasear atada. Pero esta privaciรณn de libertad no la hace inmune a los efluvios que provienen de la montaรฑa y que sugieren que la penรญnsula, aislada y deshabitada, es un escondite perfecto para la fauna mesetaria.
Enseguida ganamos la parte mรกs alta, hacia el istmo sin nombre, donde los vestigios del pantano son mรกs visibles, para iniciar despuรฉs el descenso en direcciรณn a las lagunas. Al llegar al precipicio, el cortado nos ofreciรณ la visiรณn de la primera, que al fin contemplรฉ en su calidad de lago y no de rรญo. A mis desconcertados padre y hermano les costรณ unos segundos aceptar que eso no era el Arlanza, sino una gran masa de agua mansa, cerrada y desconocida.
El camino continรบa descendiendo hasta desaparecer al llegar abajo. Llegados a ese punto debimos abrirnos paso entre la maleza, que crece por encima de la rodilla, para avanzar hacia la laguna. El acceso es complicado: no hay playas ni zonas francas, la vegetaciรณn es espesa en torno al perรญmetro y un muro de tierra elevada fortifica y retiene el agua. Al fin dimos con una vaguada estrecha por la que se gana la orilla entre รกrboles, pero todavรญa se debe progresar unos metros, con el agua a la cintura, a travรฉs de una barrera de juncos.
Nuestra llegada sorprendiรณ a un ave, una garza o quizรก un pato, no acertรฉ a ver, que abandonรณ apresuradamente el lugar. Hacรญa calor, pero no nos detuvimos todavรญa a baรฑarnos. Antes debรญamos localizar la segunda laguna. La รบnica referencia que tenรญa de ella era una imagen de satรฉlite desactualizada, y en la que la superficie lucรญa un color verde muy llamativo y raro.
Para llegar hasta la segunda laguna hay que caminar por el brazo de tierra que queda entre el rรญo y el primer lago. Es un terreno incรณmodo y poco practicable: irregular, pedregoso y en el que la vegetaciรณn se hace progresivamente indรณmita. A medida que nos aproximรกbamos nos iba envolviendo una espesura de jungla que detenรญa los rayos del sol. En aquel interior selvรกtico encontrรฉ unas plumas cortas y negras, hermosamente adornadas con lunares blancos. Creo que son de pรกjaro carpintero. Guardรฉ dos en mi mochila y continuamos para tomar, con mucha dificultad, la orilla.
Ante nosotros se mostrรณ entonces la segunda laguna, mรกs umbrรญa que la primera y cubierta casi por completo por la mayor colonia de nenรบfares que mis ojos hayan visto. Estaban repletos de flores amarillas, la mayorรญa aรบn recogidas sobre gruesos capullos. Resuelto el misterio de la imagen satรฉlite, me apresurรฉ a tomar fotos, mientras papรก trataba de abrirse camino entre la densidad de plantas para llegar hasta una zona en la que poder nadar libremente. Una vez la alcanzรณ, quiso comprobar la profundidad del lecho sin lograr tocar el fondo.
Entonces, gritรณ. Al volvernos con violencia hacia donde estaba, relajรณ rรกpidamente el semblante: โEstas malditas sandalias se me salen todo el ratoโ, protestรณ con desdรฉn. Solo mรกs tarde confesarรญa que habรญa aullado de miedo al sentir que alguien o algo lo agarraba, y que habรญa disimulado al comprobar que se trataba de Lennon.
Papรก es de los osados. Nunca ha dado pรกbulo a esas leyendas que, en los pueblos, hablan de temibles pozas, siluros asesinos, terribles sifones, serpientes venenosas o remolinos traicioneros que hacen de los rรญos lugares a evitar. Sin embargo, una atmรณsfera inquietante se cierne sobre las lagunas. Tal vez sea por contagio del no-lugar que es el no-pantano, porque su geometrรญa nos es extraรฑa o porque no estamos familiarizados con su ecosistema. No deberรญa ser sustancialmente distinto de aquel del rรญo, que discurre a solo unos metros de distancia. Pero si el Arlanza, viejo amigo, es una corriente conocida y sujeta a las leyes de la orografรญa, ignoramos casi todo de la naturaleza de estas dos lagunas. ยฟEs espontรกnea su formaciรณn o estรก relacionada con la obra del pantano? ยฟTienen comunicaciรณn submarina con el rรญo? ยฟCuรกl es su profundidad? ยฟQuรฉ especies viven en ellas?
Papรก no tardรณ en salir del agua, y todos coincidimos en que el primer lago resultarรญa menos lรณbrego y mรกs amable al baรฑo. Asรญ que dejamos atrรกs la laguna que he bautizado โde los nenรบfaresโ y recorrimos el mismo penoso trazado para regresar hasta la laguna que he llamado โde los juncosโ, porque una laguna, como una penรญnsula, como un istmo, necesita un nombre. Y porque es competencia del explorador y del niรฑo, que son la misma persona, nombrar las cosas nuevas.
Accedimos al lago por la vaguada estrecha que habรญamos descubierto en la primera indagaciรณn. Eran los dรญas de la ola de calor en Espaรฑa, y aunque las inclemencias burgalesas no son como las de Madrid, todavรญa hacรญa calor hacia las ocho de la tarde. Buscamos refresco en las aguas quietas, apartando los juncos que franquean la orilla y tambiรฉn algunos nenรบfares. Unas cuantas brazadas bastan para alcanzar la claridad de la laguna, que se descubre ancha, majestuosa y limpia. La temperatura es perfecta, pero el agua es frรญa bajo los pies, y lo es mรกs y mรกs conforme se gana profundidad. No tocamos el fondo, y tampoco lo intentamos con esmero. Todo lo que envuelve la oscuridad de la laguna se mantiene en el misterio, mientras que sobre la superficie predominan la luz y una serena sensaciรณn de libertad que invita a tumbarse sobre el agua con los brazos extendidos y la mirada puesta en el cielo.
Sobre uno de los extremos de la laguna de los juncos se yergue una ladera vertical: es el precipicio sobre el que nos asomamos desde el camino. Contemplรกndolo volvรญ a preguntarme: โยฟEs esto un accidente geogrรกfico o es cosa del pantano?โ. Fue en ese momento cuando una silueta humana se recortรณ contra un terraplรฉn escarpado. La figura, irreconocible en la altura y la distancia, parecรญa agazapada, y se escabullรณ en cuanto notรณ que habรญa detectado su presencia. Aquella apariciรณn me produjo sentimientos encontrados. Que hubiera alguien mรกs en aquella penรญnsula que yo habรญa imaginado aislada y desierta, dispuesta para mi conquista, restaba autenticidad al relato, pero, al mismo tiempo, aรฑadรญa un enigma a la aventura: ยฟQuiรฉn era ese hombre? ยฟQuรฉ hacรญa allรญ? ยฟPor quรฉ estaba solo? ยฟPor quรฉ nos miraba? ยฟY por quรฉ se habรญa esfumado tan rรกpido al ser descubierto?
El baรฑo se prolongรณ largo rato. Despuรฉs retomamos el trazado circular para regresar al pueblo, atravesando primero un terreno de maleza y matorral bajo, salpicado de flores. Una vez queda atrรกs el รกrea del pantano, la senda se interna en el bosque para desembocar en la dehesa. Allรญ volvimos a cruzar el rรญo a la altura de Pramolino, y luego la bonita chopera de Retuerta: estรกbamos en casa.
Al llegar, papรก contรณ a todos: โยกMenuda excursiรณn os habรฉis perdido!โ. Por la noche terminรฉ Fuera del mapa y agradecรญ a su autor que me brindara la excusa para trabajar en mi mayor ambiciรณn: poner Retuerta en el mapa. Mientras cerraba la tapa del libro de color aguamarina, pensรฉ que los libros acaban, pero las aventuras nunca se agotan. Todavรญa me aguardan zonas de la penรญnsula que no conozco y que deben ser investigadas pronto. Alejรฉ asรญ la inefable melancolรญa del explorador y dormรญ el sueรฑo de los niรฑos.
Aurora Nacarino-Brabo (Madrid, 1987) ha trabajado como periodista, politรณloga y editora. Es diputada del Partido Popular desde julio de 2023.