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La política del gobierno federal no repercute en el PIB de la cultura

Los más recientes resultados de la Cuenta Satélite de Cultura del Inegi muestran un escenario poco idílico y una casi nula contribución del Estado al crecimiento del sector.
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La Cuenta Satélite de Cultura, responsabilidad federal a través del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática, documenta los indicadores del sector en el contexto del Producto Interno Bruto (PIB) de México. Es el referente más importante al respecto pues se ajusta a criterios de carácter internacional y toma en cuenta tres aspectos centrales del ámbito cultural: los bienes y servicios producidos en el mercado, la gestión pública y las actividades que se generan desde los hogares. Inició en 2008, al que se considera el “año base”.

El reporte más reciente es de 2022 y establece que el sector contribuyó con un monto de 815 mil 902 millones de pesos al PIB, el 2.9% del nacional, equivalente a un millón 494 mil 745 “puestos de trabajo”, el 3.6% del total en el país. La cuenta señala también que, mientras que la economía de México tuvo un crecimiento de 3.8% en 2022, menor al del 5.5% registrado en 2021, el sector cultural pasó de 8.9% a 12.6%. El reporte destaca asimismo que los sectores que más crecieron fueron los correspondientes a las “artes visuales y plásticas” (37.5%) las “artes escénicas y los espectáculos” (26.0%), los “libros, impresiones y prensa” (14.9%) y el “patrimonio cultural y natural” (14.6%).

No obstante, el escenario no es tan idílico y la contribución del Estado fue casi nula.

De ese 2.9% del PIB, el 2.3% correspondió al mercado, el 0.4% a los hogares y apenas el 0.2% a la gestión pública. El mercado refiere a las “actividades económicas que realizan los agentes privados y que generan bienes y servicios culturales con fines de lucro”. La participación de los hogares atañe al “trabajo voluntario en la organización de actividades culturales o comercio de productos culturales en la vía pública”, lo cual incluye al ámbito informal o ilegal, aunque no se precisa la magnitud. Mientras, la gestión pública abarca “las actividades que realizan unidades de gobierno y que contribuyen a facilitar el acceso, la difusión, desarrollo y fortalecimiento de actividades culturales”.

Entre los sectores que conforman el PIB cultural, ocupa el primer lugar el, digamos, más tradicional, las artesanías, con el 19.3%. Sin duda, la revolución tecnológica explica el crecimiento de los “contenidos digitales e internet” (18.6%), los “medios audiovisuales” (18%), y el “diseño y servicios creativos” (12.8%). Hay dos sectores, más longevos y considerados emblemáticos, que se encuentran en el marasmo: el patrimonio cultural y natural (6.7%) y los libros, impresiones y prensa (6.4%). A estas alturas no sorprende que las artes escénicas y espectáculos (5.5%), la formación y difusión cultural (4.9%), la música y conciertos (4.2%), y las artes visuales y plásticas (3.6%) ocupen los últimos sitios, a pesar de que las primeras y las últimas hayan tenido un crecimiento sobresaliente. Ese repunte se debe principalmente por contraste con el desplome sucedido durante la pandemia de covid de 2020.

A partir de 2009 y hasta la fecha, en relación con el PIB nacional, el PIB cultural ha tenido constantes variaciones, según consta en el reporte del INEGI. En ese año, sellado por la influenza y la crisis financiera, el PIB nacional fue de -5.9% y el PIB cultural de -5.3%. Lo mismo sucedió durante 2020, cuando a causa de la covid el PIB nacional descendió a -8.9% y el cultural a -20%. Es cierto que desde ese 2009 ha habido dos “rebotes”, en los cuales la variación del PIB cultural aventajó notoriamente a la del nacional. La primera vez fue en 2014 y 2015: 5.5% el cultural y 2.5% el nacional, y 7.7% el cultural y 2.6 el nacional, respectivamente. La segunda fue justo en 2022: 12.6% y 3.8%. Solo que, en este periodo de 13 años, esos rebotes no conforman una tendencia al alza por parte del PIB cultural. El crecimiento entre 2009 y 2022 es de 1.07%, ampliamente superado por la inflación promedio durante ese periodo, de 4.4%.

En realidad, desde la creación del Conaculta en 1989, es decir hace 35 años y más allá de los discursos, las industrias culturales no han sido relevantes para la política cultural de Estado, sin distinción de gobiernos. Para empezar, no figuraron en el Programa Nacional de Cultura 1990-1994. Lo cual es grave, pues justo en 1992 se firmó el TLC y, a diferencia de México, Canadá pugnó y logró que en el acuerdo comercial figurara la excepción cultural que protege a sus hoy exitosas industrias. Tampoco aparecieron en el Programa de Cultura 1995-2000. Una breve mención hay en el Programa Nacional de Cultura 2001-2006, en el capítulo III, “Condiciones básicas”: “impulsar el desarrollo de las industrias culturales”, donde se bocetan generalidades. La prueba de que no era tema prioritario está en el balance sexenal La cultura y las artes en tiempos del cambio, donde no se menciona la cuestión.

En el Programa Nacional de Cultura 2007-2012, las industrias culturales alcanzaron finalmente el estatus de uno de los ocho “ejes” de la política cultural, aunque no se creó ninguna dirección o coordinación ex profeso, limitándose a lo que fuera competencia del propio Conaculta –IMCINE, Cineteca, Estudios Churubusco, Canal 22, Radio Educación, Publicaciones, Educal, Culturas Populares y, así como de pasada y en unas cuantas líneas, una mención la Escuela de Diseño del INBAL. El programa cultural de ese sexenio se comprometió a establecer un marco jurídico y a promover una estrategia de apoyos. Nada de ello ocurrió. Y en el Programa Especial de Cultura y Arte 2014-2018, el asunto desapareció.

Alejandra Frausto se comprometió a apoyar las industrias culturales, tanto en su folleto El poder de la cultura de 2018, como en el “objetivo prioritario 5” del Programa Sectorial Cultura 2020-2024. Ya sabemos que no cumplió. Lo que le importó a la 4T fueron los shows gratuitos en el Zócalo para beneficio de la candidata del presidente, la falsa “tradición” de los “desfiles” de Día de Muertos, una espeluznante réplica en triplay, plástico reciclado y fibra de vidrio del Templo Mayor, el concierto anual en el Auditorio Nacional que mal disimula el infortunio del programa de cultura comunitaria, la elitista pasarela de moda Original que se aprovecha de los diseños indígenas, los obsequios y remates de libros sin ton ni son, los somníferos fandangos de lectura, y tantas otras menudencias que no forman públicos, ni alientan el consumo cultural y, en consecuencia, a las industrias.

La todavía titular de la secretaría de Cultura no aprovechó los espacios idóneos que tenía a su disposición: la infraestructura cultural estatal, las bibliotecas, las zonas y sitios arqueológicos, los museos, más los zócalos, plazas, jardines, y tantos más. La propia SEP desdeñó sus aulas. En este sexenio, y al respecto de este punto en concreto, la palabreja “transversalidad”, confirmó ser lo que es: una gran simulación. La elemental colaboración institucional entre ambas secretarías para que, por el bien de todos, desde el nivel preescolar, se cultivara el aprecio por la cultura, involucrándose a los padres de familia, no les importó.

¿Las industrias culturales serán al fin tomadas en cuenta por el próximo gobierno? ~

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Es autor del libro digital 80 años: las batallas culturales del Fondo (México, Nieve de Chamoy, 2014), de Política cultural, ¿qué hacer? (México, Raya en el Agua, 2001, y de La palabra dicha. Entrevistas con escritores mexicanos (Conaculta, 2000), entre otros. Ha sido agregado cultural en las embajadas de México en la República Checa y Perú y en el Consulado General de México en Toronto.


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