Lopetegui o el nuevo triunfo de los ofendidos

“Os he escuchado y no me ha quedado más remedio que tomar esta decisión”, dijo Luis Rubiales, presidente de la RFEF, en rueda de prensa. ¿A quién ha escuchado en realidad? A los ofendidos.
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Ante la duda de si el fichaje de Lopetegui por el Real Madrid podía afectar al rendimiento de la selección, la Federación española decidió asegurarse directamente de que el equipo quedara descabezado a apenas cuarenta y ocho horas de su debut en el Mundial de Rusia. La situación es insólita, precisamente por la importancia del campeonato del que hablamos: un campeonato del mundo, el sueño de todo jugador, entrenador o directivo, la culminación de años y años de trabajo en distintas categorías. 

Tan grave es el asunto que rápidamente se han ido creando bandos con sus respectivas narrativas que intentan explicar el desastre. De un lado, se apela a la libertad de Lopetegui como trabajador para elegir su futuro en el momento que considere oportuno sin que eso presuponga una falta de profesionalidad. Del otro, queda la ofensa que no puede dejarse sin castigo. La defensa cerrada del presidente Rubiales ante la humillación recibida. Mejor honra sin barcos que barcos sin honra, como reza el viejo refrán. El orgullo y la venganza como rancia marca España.

Podemos, como siempre, quedarnos en algo parecido a un punto medio: para empezar, probablemente, el Real Madrid no debería de haber negociado con el seleccionador español en un momento tan importante. Conviene dejar bien claro que el Real Madrid o el Real Burgos tienen todo el derecho del mundo a negociar con quien quieran cuando quieran… pero, en fin, se entiende que el movimiento se haya percibido como un acto de torpeza innecesario. Como quiera que el Madrid hace tiempo que dejó de intentar caer bien y no le ha ido del todo mal, la decisión no sorprende y sinceramente me cuesta culpar a alguien por defender sus intereses, así que pasemos al siguiente eslabón en la cadena.

Una vez tendido el anzuelo, quizá Lopetegui no debería haberlo mordido. No lo sé. Creo que hay demasiado de estética en todo esto. Demasiado de pureza fingida y rasgadura de vestiduras. Los Mundiales suelen ser enormes mercados en los que jugadores, directivos y agentes hacen sus negocios sin que ello tenga por qué influir en el rendimiento de los equipos en el campo. Cuesta creer que si Lopetegui decide marcharse después de un torneo, se vaya a dedicar a sabotear ese torneo o a no prestarle la atención suficiente. Si es así, es tan mal profesional que nunca debieron haberle fichado, pero no deja de parecerme un disparate: el entrenador habría cumplido su labor al cien por cien, como siempre, y después se habría dedicado a otra cosa, como hacemos todos en nuestra vida.

Aun así, pongamos que Lopetegui hiciera mal al romper el recién firmado compromiso con la Federación española hasta 2020 para marcharse a un club que acaba de ganar tres Champions League seguidas. Pongamos, al menos, que la Federación se pueda sentir dolida y hasta cierto punto burlada. Eso nos pasa a todos también muchas veces en la vida. La gente hace cosas que no nos gustan. Que nos afectan y nos hacen cambiar los planes. Que nos dejan en mal lugar o dañan nuestro orgullo. En una palabra, que nos ofenden.

¿Y qué hacer ante la ofensa? Una opción es la pasional, la de vodevil barato. La opción Pimpinela, que es la que ha elegido Rubiales, jaleado por buena parte del periodismo deportivo español, esa enorme cloaca. Tirarlo todo a la basura con tal de demostrar al otro lo poco que le importas y lo dolido que estás, con su parte innegable de “aquí mando yo”, algo también tan español. Una solución quinceañera que no se corresponde con la relevancia del cargo y del contexto: España partía en las casas de apuestas como tercera o cuarta favorita a campeona del mundo. Campeona del mundo, se dice pronto. Bueno, pues la ofensa ha sido tan imperdonable que esa posibilidad ya queda irremediablemente dañada, como si nada, por un ataque de cuernos.

La otra posibilidad era salir en rueda de prensa, firmar un armisticio, tragarse el orgullo y afrontar la realidad tal y como es: hay un proyecto brutal por delante, una empresa que merece cualquier sacrificio y lo que no se puede hacer es echarlo abajo. Que Rubiales mostrara su descontento y a la vez su confianza en la profesionalidad del técnico y que Lopetegui dejara claro que su mente estaba solo en la selección y que lo del Madrid ya vendría más adelante, igual que el Barcelona queda lejos ahora mismo para Piqué o Busquets o que el Atlético ocupa un segundo plano en la mente de Koke o Diego Costa.

Ante las dos posibilidades, una irracional y la otra sosegada, se eligió la primera. “Os he escuchado y no me ha quedado más remedio que tomar esta decisión”, decía Rubiales en rueda de prensa. ¿A quién ha escuchado en realidad? A los ofendidos. ¿Y qué piden los ofendidos siempre? Que rueden cabezas. Todo es merecedor del mayor castigo aunque de camino se acabe con las ilusiones de un país y un montón de profesionales. Aunque el principal perjudicado acabe siendo uno mismo. La Federación ha demostrado tener muchos “cojones”, que es el topicazo que se espera de todo español. Eso sí, capacidad para gestionar crisis, que es exactamente su trabajo, no ha demostrado ninguna. Y en el fondo, eso es lo triste.

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(Madrid, 1977) es escritor y licenciado en filosofía. Autor de varios libros sobre deporte, lleva años colaborando en diversos medios culturales intentando darle al juego una dimensión narrativa que vaya más allá del exabrupto apasionado.


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