No me digas que todo fue un sueño

El recurso de que al final de una serie todo lo que hemos visto sea el sueño de uno de sus protagonistas puede adquirir distintas formas. Cuando lo plantean sus creadores, no puede ser más que una broma o una estafa. Cuando surge de los fans, puede ser una leyenda urbana o —en el mejor de los casos— un ejercicio de imaginación y de pensamiento lateral.
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Hace un cuarto de siglo, en abril de 1993, Homero Simpson entró en coma después de que se le cayera encima una máquina expendedora de chocolate. Pero, a diferencia de lo que cree la mayoría de los telespectadores, nunca más se despertó. Los más de 550 capítulos que vinieron después no son más que sueños del inspector de seguridad de la planta nuclear de Springfield. Así lo afirma una teoría —esgrimida por alguien que firma con el seudónimo de Hardtopickaname— que circula desde hace tiempo en internet y ha sido reproducida por numerosos medios.

Los Simpson no es, desde luego, la única serie de la que se ha dicho que todo lo que vemos es, en realidad, el sueño de uno de los personajes. Una versión dice lo mismo de Los Supercampeones, la historia japonesa de niños futbolistas: toda la trama no sería más que un sueño de Oliver Atom, quien al final despierta en una habitación de hospital y descubre con horror que ha sufrido la amputación de ambas piernas, después de que lo atropellara un camión.

Las dos versiones son parecidas, pero hay entre ellas una diferencia fundamental. La de Los Simpson se basa en elementos que están en la serie (el anuncio de Dios a Homero, en un capítulo de octubre de 1992, de que morirá seis meses después, el hecho de que los personajes no envejezcan, etc.) y que todos podemos ver en cualquier momento. La teoría tuvo tanta difusión que Al Jean, uno de los realizadores de la serie, fue consultado al respecto. Negó que sea cierta, por supuesto, pero eso no invalida la interpretación. Como desafió el propio Hardtopickaname en una actualización de su artículo: “¿Qué sabe él de Los Simpson?”.

La de Los Supercampeones, en cambio, requiere un elemento extra. Afirma que existió un capítulo final, que mostraba el despertar y el hallazgo macabro de Oliver, capítulo que se habría suprimido después de su emisión original en Japón a causa del impacto traumático generado en el público. Es decir que, al revés que en Los Simpson, serían los propios realizadores de la serie quienes habrían dispuesto ese final aciago, y luego ellos mismos los responsables de modificarlo.

 

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Versiones como estas se relacionan con dos fenómenos que, sin ser propios de nuestro tiempo, encontraron en internet las condiciones más propicias para su propagación.

El primero son las comunidades de fans, que no solo desarrollaron la fanfiction (de la que ya hemos hablado alguna vez por aquí) sino también otras actividades como el fanart y el cosplay, y también los foros y los llamados sitios “meta”, espacios en los cuales los usuarios exponen las más delirantes teorías acerca de sus ficciones preferidas. Se discute allí afiebradamente si Breaking Bad es una secuela de Malcolm in the Middle y una precuela de The Walking Dead, si Stranger Things es una precuela de Lost, si Bob Esponja y sus amigos son el resultado de pruebas nucleares que salieron mal, si todas las películas de Pixar son en realidad partes de una única gran película…

El segundo fenómeno es el de los creepypastas. Historias de miedo que circulan en internet, presentadas como si fueran reales: una reencarnación de las clásicas leyendas urbanas, en las que se mezclan personajes diabólicos que se esconden en los bosques, maldiciones sufridas por quienes han visto algo o poseen algún producto en apariencia inocente… y “episodios perdidos” de series populares. Sí: los “episodios perdidos” son una subcategoría del género creepypasta.

 

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Las historias que circulan en la web afirman que hay capítulos —ocultados por sus propios creadores— de Bob Esponja, Plaza Sésamo, El Chavo del 8 y también de Los Simpson, además del ya citado de Los Supercampeones. Capítulos que siempre incluyen hechos terribles: la muerte trágica de algún protagonista, la revelación de un secreto que cambia por completo el sentido de toda la historia, una maldición que comienza a perseguir a quienes participaron en la producción del episodio o a quienes llegaron a verlo…

Por supuesto, esos episodios perdidos no existen. Siempre hay alguien que se toma el trabajo de inventarlos: toma escenas descartadas o poco conocidas del programa, las edita, les reduce la calidad para que se noten menos los parches y costuras y para alimentar la fantasía de que “es la única copia que se salvó de la destrucción”, y las echa a rodar en la web, obviamente sin firma, acompañada de una historia tan creíble como incomprobable… Del resto se encarga el natural afán del ser humano por creer en cualquier hipótesis de intriga o de conspiración que ande dando vueltas por ahí.

 

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Pese a todo, hay creadores de series que siguen echando mano del recurso de que al final todo era un sueño. Fue el caso de la española Los Serrano. En los últimos cinco minutos del último capítulo, estrenado en 2008, sus guionistas no tuvieron mejor idea que estafar a las multitudes que habían logrado congregar frente a la pantalla con el absurdo de que los 147 episodios y casi seis años de historia no habían sido más que un sueño de Diego Serrano, el protagonista.

En un libro de memorias publicado hace unos meses, Antonio Resines, el actor que interpretaba a Serrano, da su versión de aquel desenlace. “La cosa se había ido liando capítulo a capítulo —dice—, llegó un momento en el que [a los guionistas] se les había ido tanto de las manos que no había forma humana de rematar aquello y algún iluminado dijo: ‘¿Y si fuera todo un sueño?’, y así quedó”.

Y eso no fue todo. El final de la serie se comentó tanto en España, sigue explicando el actor, que dio lugar a una muletilla para referirse a algo que no se puede creer: “¿Ha ganado Trump las elecciones o es un sueño de Resines?”. Contento, casi orgulloso, asegura que “el recurso utilizado por los guionistas cuando se tiene que terminar una serie de repente sin dar explicaciones de los acontecimientos anteriores” ahora se llama “el Resines”.

 

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Justo después de su extraordinario protagónico en Breaking Bad, el actor Bryan Cranston volvió a ponerse por unos minutos en el papel de Hal —su personaje en la serie que había hecho antes, Malcolm in the Middle— y jugó a que se despertaba de una pesadilla: había soñado que se convertía en un traficante de metanfetamina llamado Walter White. Solo en tono de comedia, de sátira, de parodia, se puede hacer un buen uso, a estas alturas, del recurso de al final todo era un sueño. Si se pretende hacerlo en serio, el resultado son esos pastiches fabricados como “episodios perdidos”. O no perdidos, como en Los Serrano, lo cual es mucho peor.

Y luego está la opción de interpretar —o reinterpretar— las ficciones a partir de puntos de vista diferentes. Que Homero Simpson esté en coma desde hace 25 años es altamente improbable, pero es posible. Alguien también postuló que Daniel LaRusso no es el héroe sino el villano de Karate Kid, y también tiene sentido pensarlo así. ¿Acaso la crítica literaria prestigiosa no hace también relecturas, no busca nuevos sentidos en los textos? Y nadie se siente estafado ante esta posibilidad, ni necesita suponer la existencia de un material ocultado o un complot. Es solo un ejercicio de imaginación, una mirada nueva, pensamiento lateral. Actividades que tienen sus beneficios y son, además, muy divertidas.

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(Buenos Aires, 1978) es periodista y escritor. En 2018 publicó la novela ‘El lugar de lo vivido’ (Malisia, La Plata) y ‘Contra la arrogancia de los que leen’ (Trama, Madrid), una antología de artículos sobre el libro y la lectura aparecidos originalmente en Letras Libres.


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