La globalización en tiempos de Rodrik

El economista, galardonado con el Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales, ha hecho una crítica rigurosa del sistema. Los problemas que diagnosticó articulan muchos de nuestros debates actuales.
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Puede parecer irónico que este año de colapso de los intercambios internacionales, el economista galardonado con el Premio Princesa de Asturias en Ciencias Sociales no sea otro que Dani Rodrik, famoso por su análisis crítico de la globalización. Rodrik defiende algunas posturas que no comparto, especialmente en lo que respecta al euro, pero pocos han diagnosticado con tanta exactitud y antelación las tensiones y desigualdades que surgirían de un sistema global imperfecto y que dominan la política dos décadas después. Su emblemático “trilema” es una lectura obligatoria para cualquiera que quiera entender las dinámicas de la globalización. Al mismo tiempo, y aunque menos conocido, cabe resaltar su análisis de la desindustrialización prematura y el camino que tienen por delante las economías emergentes, novedoso y muy relevante para aquellos diseñando políticas de desarrollo. Con gran rigor académico y excelentes dotes de comunicación, Rodrik lleva a cabo una labor necesaria con su crítica académicamente impecable de un sistema con mucho que mejorar, aunque también tenga mucho que merece ser defendido.

De origen turco, Rodrik llegó a Harvard en los años setenta desde Estambul. Fue en aquellos años noventa de optimismo desenfrenado, reflejado en una producción cultural plenamente internacionalista, en los que se dio a conocer como académico. Durante la época, fue de los primeros en alertar de las peores tendencias de una globalización que entonces considerábamos poco más que una enorme fuente de riqueza y la mejor cura para la pobreza. Tras décadas de retraso, en 1995 había nacido por fin la Organización Mundial del Comercio (OMC), calco de una propuesta histórica y fallida de Keynes en la conferencia de Bretton Woods. El GATT del que surgía esta OMC acababa de vivir su ronda de negociaciones más exitosa, resultando en la mayor bajada de obstáculos al comercio de la historia. El capitalismo había ganado la guerra de las ideas, y la evolución china era aún una fuente de profundo optimismo en occidente. En este clima de principios de 1997, antes de la crisis financiera asiática, del estallido de la burbuja puntocom y por supuesto del 11S, Rodrik publicó su ahora emblemático libro con el provocativo título: ¿Ha ido la globalización demasiado lejos?

En este volumen enumeraba tres principales fuentes de tensión ante la creciente integración global. Con rigor, cuestionaba el sistema internacional en contradicción directa de los paradigmas establecidos de la época y las corrientes entre las que se formó. Rodrik opinaba que la globalización dividía a la sociedad entre aquellos capaces de beneficiarse de las relaciones transfronterizas (los trabajadores altamente cualificados o lo que llamamos ganadores de la globalización) y aquellos cuya labor se estaba volviendo fácilmente sustitutiva (perdedores de lo globalización). Las resultantes fisuras entre colectivos acentuarían las tensiones sociales. También identificó la tensión que surgiría entre un mundo de normas (y cultura) internacionales y las idiosincrasias nacionales y aquellos que buscan defenderlas. Finalmente, predijo la disminuida capacidad de los gobiernos nacionales de proporcionar redes de seguridad y apoyo a sus ciudadanos. Más allá de la opinión de cada uno, qué duda cabe de la relevancia de estas tensiones hoy en día: cuántas veces hemos participado en estos mismos debates desde entonces.

Aún más famoso, su emblemático trilema de 2011 simplifica enormemente una decisión existencial que deben adoptar todos los estados. Fundamentalmente, Rodrik defiende que los países pueden optar por dos de las siguientes tres opciones: hiperglobalización económica, soberanía nacional y políticas democráticas. El compromiso de Bretton Woods es el ejemplo claro de un mundo de soberanía nacional y políticas democráticas, mientras que la hiperglobalización económica con políticas democráticas resultaría en un escenario de gobernanza global (del que no tenemos ejemplo absoluto aún). Tal vez China sea el prototipo más citado de hiperglobalización económica y soberanía nacional, aunque la comparación es muy imperfecta. De muchas maneras, la UE fue una respuesta prematura a este trilema de Rodrik, una solución sui generis para permitir la hiperglobalización entre un grupo de países con políticas democráticas y soberanía más o menos compartida entre los distintos niveles de gobernanza. Su construcción, y especialmente la del euro, son también objeto de las críticas de Rodrik.

Finalmente, me gustaría resaltar un área de su trabajo posterior menos conocida, que él denomina la desindustrialización prematura de los países en vía de desarrollo. La industrialización ha sido la recurrente hoja de ruta para el desarrollo de las economías desde hace más de un siglo, combina rápidos incrementos en productividad, la posibilidad de exportar y por tanto de crecer sin limitaciones de demanda y la absorción de trabajadores poco cualificados. Sin embargo, el desarrollo tecnológico está cambiando el panorama en muchos países emergentes, cuyos picos industriales (en función del porcentaje del empleo dedicado a estas actividades) no se acercan ni por asomo a aquellos que tuvieron los países europeos o los llamados “tigres asiáticos”. Rodrik nos avisa de que la ventana de oportunidad para muchos países se está cerrando, en apenas un par de décadas la industrialización no será el motor del desarrollo económico de una sociedad. Simultáneamente, esboza el potencial del sector servicios para suplir este papel.

Hoy vivimos en tiempos difíciles para la globalización, que se rige por el debate entre ganadores y perdedores. La OMC se encuentra en estado terminal y tanto el comercio como los flujos internacionales de capital han colapsado, ante la covid-19, sin duda, pero también tendencias anteriores. Rodrik fue capaz de identificar, hace más de dos décadas, la fuente de ciertas fisuras en el sistema que hoy dominan nuestros debates políticos. Su crítica, constructiva, como bien ha resaltado el jurado del Premio Princesa de Asturias, ha buscado siempre hacer del sistema algo “más sensible a las necesidades de la sociedad”.

 

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Es economista y trabaja en el think tank Bruegel.


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