Foto: Alejandro Arras.

“Creo que la risa es muy superior a cualquier cosa seria.” Entrevista a Hugo Hiriart

Dramaturgo, guionista, novelista y ensayista excepcional, Hugo Hiriart conversa aquí sobre la imaginación, el humor, la amistad y, por supuesto, la escritura.
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A la entrada de la casa de Hugo Hiriart leo en la pared: “Cuidado con los”. Debajo de la advertencia dos gatos sonrientes, rodeados de flores, pintados sobre un mosaico. Hugo Hiriart ya espera en su estudio. Ve el medio día por la ventana. Habla lento y pausado: “No me hables de usted, mano”. Me ofrece duraznos y café. Recarga la cabeza sobre una mano y con la otra da golpecitos sobre la mesa mientras habla.

¿Qué sueñas últimamente?

No me acuerdo. Qué oso. Perdón. Los sueños son muy engañosos. Es muy difícil todo lo que tiene que ver con los sueños. Están hechos de un material que se va muy deprisa. Evanescentes, digamos. Por ejemplo, este dibujo (Hugo señala el ejemplar que traigo de Sobre la naturaleza de los sueños) lo hice yo y tiene que ver con los sueños.

¿Sigues viendo los sueños tal cual los describiste en Sobre la naturaleza de los sueños?

La verdad es que casi ni me acuerdo. ¿Tú leíste este libro? Estuve mucho tiempo dedicado a eso…

¿Qué es para ti la imaginación?

Es la más creativa y la más singular y extraña de todas las facultades que tenemos. Es raro que no le demos el lugar que merece. Porque las cosas más interesantes y más creativas que tiene un ser humano vienen de su imaginación.

¿Consideras que el ensayo es la escritura de una opinión o la exploración de alguien que no necesariamente somos?

Es una exploración. No necesariamente de una opinión. La palabra opinión, o el concepto de opinión, es muy poquita cosa. Es más que eso. No es la exploración de alguien que no somos.

Tus ensayos tienen cierto tono conversacional. El teatro, al que has dedicado tantos años, es dialogo con el público. ¿Qué papel ha desempeñado la conversación en tu vida?

No podría contestar. Porque es muy variada y muy singular. Muy pero muy variada. No podría decir qué papel. Es tanto…

Parecería que la conversación ha sido fundamental en tu vida. Pienso en figuras como Emilio Uranga, que fue tu amigo y dejó tanta plática perdida.

Sí. Fuimos muy amigos. Íbamos a comer una vez a la semana. Realmente era un tipo muy muy listo. Qué bárbaro. Muy rápido. Me dio mucha satisfacción tratarlo.

Cuéntame alguna plática que hayas tenido con él.

Fíjate que yo tenía una conversación grabada con Uranga y se me perdió. La tenía guardada con otras cosas. Por aquí debe de estar, pero no sé dónde…

¿Te consideras un discípulo de Uranga? ¿Hay algo de su pensamiento en tu obra?

No, porque éramos amigos. Es muy diferente si es tu amigo o si es tu maestro. Un poco sí, pero no es el propósito de la amistad. La amistad es más intensa. Aristóteles dice que lo más importante que puede uno tener es un amigo. Entonces si te dice eso alguien como Aristóteles, que es muy listo, ahí ves tú que un amigo es una cosa gigantesca. Luego la gente es muy descuidada. A los amigos hay que cuidarlos, como todo en esta vida.

¿Qué sembró en ti Emilio Uranga?

Nos pasábamos mucho rato platicando. Me acuerdo de una vez en que Portilla y yo nos “alegramos”. Estimulados por alguna bebida nos fuimos a buscarlo hasta Puebla en donde él vivía. Me acuerdo que fuimos y lo encontramos. Yo me fui manejando. Me divirtió eso. Uranga se alegró mucho. Creo que estaba muy solo allá.

¿Por qué y cómo escribiste Minotastasio y su familia?

Tenía yo unas hermanas. Eran mis amigas, les contaba cuentos. Bastante menores que yo. Una vez fueron mis papás a Europa y mi mamá envió una postal en la que estaban dos monos vestidos de personas normales. Y entonces le dije a mi hermana: “Oye, ¿ya viste la postal que mandaron? Eso es porque ellos ahorita están convertidos en monos. Es lo que pasa con la gente cuando va a Europa. Pasando cierta zona te convierten en mono. Ya después regresan a como eran antes”. Y entonces mi hermana se puso a llorar. Ya luego no lo podía corregir. (Risas). Así me divertía con ellas.

¿Cómo ves tus obras de teatro con el paso de los años?

 Fui muy feliz haciendo teatro. Toda la gente debería de hacer teatro. Es muy alimenticio. Es muy divertido. Aprende uno muchas cosas, de uno mismo, de las personas con las que estás trabajando. Fui inmensamente feliz. Le recomendaría a cualquier persona: “Haz teatro. No te preocupes de nada, sino tú pasa de la nada a una escena y a ver qué pasa”. Es la cosa más divertida y más interesante que puedes hacer.

¿Más que otros géneros literarios? ¿El ensayo, la poesía, el cuento?

Sí, mucho más. La literatura es difícil, es lenta. El teatro no. El teatro es rápido. Es una manera de estar con alguien. Que no es lo que pasa cuando estás recordando o leyendo. Es decir, las cosas que tú inventas son lentas, comparadas con el teatro.

Pero cuando uno lee, ¿también “está”, de cierta forma, con quien escribió tal novela o tal poema?

Sí y no. A veces sí, a veces no. ¿Cómo te diría? Es muy distinto. Es como cuando tú vas caminando en la calle y vas fantaseando esto o aquello. Bueno pues sí, pero no es lo mismo eso que estar con una persona de verdad. 

¿Es más importante la vida que la literatura, Hugo?

Sí. Mucho más. No hay comparación.

¿Crees que hay muchos escritores que cambiarían su obra realizada por el beso de la persona deseada?

Desde luego. Y si no son estúpidos. (Risas). Por dios.

¿Cuál ha sido tu relación con la música?

Yo quería ser músico. Mi amigo Julio Estrada tiene un oído perfecto. Un instrumento muy fino. Yo no tengo oído. La música me gusta más que todo lo demás. El que más me gusta es Debussy y luego Ravel. La satisfacción que me producen ellos no se compara con nada. En la casa de mi papá iba mucha gente y se oía mucha música. Me acuerdo que la primera cosa que me gustó, que dije “¿qué es esto?”, fue una sonata de Bach. Tenía una novia enfrente de mi casa y entonces cuando oí eso tomé el disco y me lo llevé a su casa.

¿Todos los paraísos están envenenados, Hugo?

N’hmbre. Estás loco. Como por qué van a estar envenenados. Si tú tienes el regalo de poder estar con una amiga, ¿por qué va a estar envenenado eso? Ya sería de muy mala leche. No, para nada. De ninguna manera. Eso es un tesoro inmenso.

Te escuche decir por ahí que uno tiene que dedicarse a algo que nos quede grande. Por lo que te preguntaría, ¿hay que usar pantalón con resorte?

No. Porque es muy molesto. Yo creo que lo que quería decir es que hay cosas chiquitas y cosas difíciles. Creo que uno debe dedicarse a algo difícil. Por ejemplo, escribir un cuento o una novela. Una novela chiquita. Eso es difícil. Es lo que vale la pena hacer. ¿Tú has leído a Menéndez Pelayo? Es una cosa extraordinaria. La prosa que tiene, lo que él sabe. Es mi autor predilecto. Qué bárbaro. Te lo recomiendo muchísimo.

¿Qué importancia tiene el humor y la risa en tu escritura?

Creo que la risa es muy superior a cualquier cosa seria. La seriedad nuca me ha gustado. Me gusta reírme. La risa, como muchas cosas humanas, es inexplicable. Como la mayor parte de las cosas buenas de la vida son inexplicables.

¿Qué opinas de la obra de Jorge Ibargüengoitia?

Era amigo mío. Muy amigo mío. Comíamos seguido. A veces iba a su casa. Inclusive me hice medio novio de una amiga suya que luego, resultó, era novia de un amigo en común. Pero pues ni modo. Me gustan sus libros. Me gustan todos. Me gusta su cabeza pensante. Era muy listo ese cuate.

¿Cómo ves con el paso de los años tu amistad con Octavio Paz?

Fíjate que, como todos, yo era un admirador de Paz. Era listísimo. Y era muy generoso. Al menos conmigo fue muy generoso. Yo hice una novela, o no me acuerdo qué, y traía unos ejemplares y ahí estaba Enrique Krauze y le dije: “oye, ¿te pido un favor? Dale estos ejemplares a Octavio Paz.” Y me dijo: “sí, cómo no”. Poquito después me habló Paz y me dijo: “yo quiero que venga usted a comer a mi casa”. Y entonces fui a su casa y él llevó mis libros a Francia y a España para que tuvieran su suerte. Nos hicimos amigos. Ahora, yo no puedo decir que Paz figuró entre mis grandes amigos. He tenido, por fortuna para mí, a muchos y muy queridos. Pero nunca tuve con él la confianza y la amistad que tuve con otros. Porque, después de todo, le tenía un respeto que lo hacía que fuera distante. Y con mis amigos no tenía eso.

Disertación sobre las telarañas, ¿cómo surgió ese libro de ensayos?

Fue de los primeros libros que hice. Ya casi ni me acuerdo de cómo lo hice. Es que es muy antiguo, digamos. Vivía todavía con mis padres cuando lo escribí. Mi papá era un hombre inteligentísimo. Era una especie de matemático. Abrumador. Probablemente ese libro se lo conté a una de mis hermanas. Algo de las telarañas… (Hugo Hiriart se detiene. Toma un durazno y comienza a comerlo con total goce y calma).

Ahora que te veo disfrutando tanto ese durazno, dime ¿cuál es tu fruta favorita, Hugo?

Es variable, porque me gustan mucho las frutas. A veces pienso que la fruta que más me gusta es la granada. Los granitos… ¡Uh!

Me estabas hablando del libro que le llevaste a Octavio Paz que seguramente fue Galaor. Y te quiero preguntar. ¿Cómo fue que la terminó publicando Joaquín Díez-Canedo?

Fui a ver a DíezCanedo. Llegué y estuve como dos horas hablando con él. Le decía: “Usted tiene que leer el libro porque es su deber como editor”, pero él se resistía. Entonces aparece una figura que era amigo mío, y me caía muy bien y todo, que era Ricardo Garibay. En parte fue Garibay quien le habló de la novela. Quién sabe qué cosas le dijo. Algo pasó ahí, que no sé bien, y aceptó Díez-Canedo. Nos hicimos luego amiguísimos. Quise mucho a Joaquín Díez-Canedo.

¿Por qué no te dedicaste a la filosofía formal y mejor optaste por la literatura? ¿Te consideras un filósofo que hace literatura?

No, de ninguna manera. La filosofía –que me gustaba muchísimo– era demasiado difícil para mí. Finalmente lo acepté. Es demasiado. En cambio, la literatura se ajustaba a mi capacidad. Y lo sigo pensando.

Tus ensayos tienen cierto tono pedagógico. ¿Qué te mueve a hacer libros que tú mismo has llamado, medio en broma, de “superación personal”?

A mí me parece muy atractivo escribir cosas que tengan utilidad para la gente. Eso siempre me ha gustado mucho. Esa cosa de ayudar a alguien en lo que sea siempre me ha gustado y parecido que es parte de la buena literatura.

Recuerdo en ese tono Vivir y beber y quiero preguntarte: ¿qué te dio y qué te quitó dejar de beber?

El alcohol durante un tiempo te sirve, te ayuda, pero luego no. Luego él mismo como que se vuelve. Te empieza a estorbar. A mí me parece que sí es buena cosa que trates de ayudar a la gente y no nomás presumir o hacerte lucir. Yo dejé de beber y, a cambio de eso, me hice más religioso. Para mi pobre concepción de las cosas lo más importante es la religión. Por ejemplo, mi papá se burlaba de mí, decía: “¿Cómo, hijo?”. (Risas). Y trataba de convencerme de lo absurdo de la religión. Nunca lo logró. Me había ido resbalando. Va uno como cambiando de apreciación porque no es instantáneo. Es muy lento.

Eres creyente, pero no se advierte una huella religiosa en tu obra, ¿por qué?

Bueno, depende. Hay cosas que sí. Tienen como la huellita esa. Yo creo que una cosa son tus creencias religiosas y otra cosa son tus apreciaciones literarias.

¿Qué apreciaciones tienes hoy al respecto de la espiritualidad?

La religión te hace muy ingenuo. Te da no sé qué ingenuidad. Y entonces tú puedes, de una manera suave, desarrollar tu capacidad de creencia. Mi papá siempre se burló. Conforme me iba haciendo más adulto tomaba distancia de mi papá, conforme me iba haciendo más religioso.

¿En qué corriente religiosa?

Yo soy católico. Tuve maestros que me influyeron mucho y eran sacerdotes. Tenía un maestro, José Manuel Gallegos Racafull, que era un muy buen maestro. Él empezó a hablarme de religión. Decía: “Mira, la vida del creyente es mucho más interesante y mucho más rica que la del ateo”. (La entrevista se interrumpe porque entra al estudio un gato y cruza entre las piernas de Hugo). Mira, qué precioso. Qué cosa tan bonita. Míralo qué hermoso. ¿A poco no te gustan los gatos negros? Es una preciosidad…

Oye, Hugo, ¿qué es más importante, la libertad o la justicia?

Diría que la libertad. Por mucho. Porque la justicia siempre es como incierta. Nunca sabes bien qué es eso. A mí me parece una presunción insoportable que alguien diga: la justicia.

Cuéntame más de tu maestro Gallegos Rocafull.

Tomaba clases en la Facultad y tenía horas libres inmediatamente después de la clase. Entonces empecé a ir al café con él. Nos hicimos amigos. Luego hice un pequeño grupo que se interesó en sus enseñanzas. Fue el primer teólogo que conocí. Era un sacerdote. Inclusive lo habían sacado de la orden porque fue cuando el clero español se hizo franquista. Entonces hice un grupo e invité a algunos de mis amigos que eran todos comunistas –como yo mismo–Luego decidimos ir a su casa y ahí nos daba clases. Sucedió una cosa: Ricardo Guerra, que era el director de la escuela, se enteró. Me dijo: “Sé que se juntan ustedes a estudiar. Por qué no lo hacemos en la Facultad. Convertirlo en materia”. Y dijimos: “sí, claro”. Pero era mejor antes, cuando éramos poquitos. Después se hizo una clase formal. (Vuelve el gato y Hugo se emociona) Mira lo que es un gato lindo. No hay nada mejor que un gato, hermano.

Leí por ahí del Certamen Nacional de Juguete que ganaste en 1993. ¿Cómo estuvo eso?

Es que hubo un concurso de juguetes y participé. Los juguetes siempre me han encantado. ¿No ves que yo soy como medio niño? Participé con un teatro. Me fue muy bien. Gané. Había avanzado ya mucho en los juguetes de teatro y lo fui depurando. Mi mujer se empezó a preocupar porque yo tenía un teatro de juguete. Un teatro entero de juguete que yo mismo hice.

Si te encontraras contigo mismo a los 18 años. ¿Qué te dirías?

Le diría: ¿Qué es lo que te gusta hacer? ¿Te gustan los animales? A mí siempre me han gustado más los animales que la gente. Los animales tienen para mí un atractivo enorme. (Risas). Es una confesión que te hago, ¿eh? Prefiero a los animales por mucho.

¿En qué proyectos estás trabajando ahora?

Estoy trabajando dos libros. Una novela policiaca y una novela que trata sobre mi abuelo. Yo tuve un abuelo que fue un personaje muy pintoresco y al que quise mucho. Era un periodista muy extravagante. Director de un periódico que se llamaba La Prensa. Mi abuelo estuvo en las filas de Venustiano Carranza. Tuvo una vida que a mí me gusta mucho.

¿Si no te hubieras dedicado a la literatura a qué te hubiera gustado dedicarte?

A los animales. El estudio de los animales porque son misteriosos, son raros, son difíciles. Me hubiera gustado escribir algo sobre animales, pero eso sí es muy difícil.

¿La literatura es un juego, Hugo?

Pues es muchas cosas la literatura. Si es un juego es pesadito, ¿eh? Es un juego. Sí y no. Es muy distinto jugar a una cosa que ponerse a escribir. Es tan difícil alcanzar cierta autenticidad. Uno nunca se acostumbra a escribir. ~

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(Ciudad de México, 1992) es escritor y editor. Autor de Perfil del viento (Ediciones Sin Nombre, 2021) y editor en Ediciones Moledro.


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