El periodista británico Michael Reid.
Rick Reinhard via Inter-American Dialogue, CC BY 2.0, via Wikimedia Commons

 “América Latina nunca es simplemente un desastre”. Entrevista a Michael Reid

El periodista inglés recorre algunos asuntos sobresalientes del pasado, presente y futuro de América Latina.
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Desde hace décadas, Michael Reid ha sido un observador privilegiado de la realidad latinoamericana, cuya obra sirve como una guía esencial para comprender esta parte del mundo. Reid ha tenido una larga y enriquecedora trayectoria. Durante muchos años escribió la columna “Bello”, dedicada a las Américas, en la revista The Economist. Es autor de libros clásicos sobre América Latina como El continente olvidado: Una historia de la nueva América Latina y Brazil: The troubled rise of a global power; su mirada crítica también se ha posado sobre el mundo español en España, su más reciente libro. Conversamos sobre el pasado, presente y futuro de América Latina.

Escribiste un libro clásico sobre América Latina a la que llamabas “el continente olvidado”. ¿Sigue siéndolo?

Pienso que sí y no. Mirando el mundo desde ciudades como Nueva York, Washington, Londres, París, Beijing o Delhi, no creo que América Latina como figura esté en la cima de las prioridades y preocupaciones, para bien y para mal. Lo que ha cambiado en este siglo evidentemente es que ha habido una dispersión del poder en el mundo y el surgimiento del mal llamado “sur global”, que no es puramente sur y está conformado por un grupo grande de países con muchas diferencias entre sí. El poder se dispersa fuera de Estados Unidos y Europa hacia otras regiones como Asia, el Medio Oriente y, en algo, a América Latina.

Aunque existen otros desafíos, la desigualdad sigue siendo una preocupación fundamental en América Latina. ¿Cómo ha evolucionado la economía latinoamericana en el último cuarto de siglo?

La desigualdad y la pobreza siguen siendo retos muy grandes. Dicho esto, América Latina es menos pobre y menos desigual que en los años 90 del siglo pasado. La preocupación ahora es que ha habido otra década perdida. En los últimos diez años ha habido un crecimiento económico por persona de cero. Y eso ha tenido muchas consecuencias. Hay un desencanto social, una frustración social por el cierre de oportunidades, y hay un desencanto político. Obviamente hay diferencias, como siempre, entre los países de América Latina. En algunos casos hay una ralentización de crecimiento, y en otros, como México, el crecimiento es mucho más rápido.

El péndulo político en América Latina no ha dejado de oscilar durante gran parte de las últimas décadas, pero la región ha sido gobernada, en su mayoría, por fuerzas de izquierda. A pesar del reciente triunfo de Milei en Argentina, la izquierda sigue siendo dominante; en algunos casos, como en México, incluso se acerca a la restauración de un régimen hegemónico como tuvo el país en el pasado. ¿Cómo explicas la permanencia de la izquierda latinoamericana?

Se explica fundamentalmente por la pobreza y la desigualdad. La desigualdad es multidimensional, no es solo de ingreso monetario sino también de problemas de acceso a los servicios públicos y de trato a la población. Hay un sesgo subyacente hacia la izquierda porque hace de estos temas sus banderas. Hubo una ola importante hacia la izquierda en la primera década de este siglo, con Hugo Chávez, Lula da Silva, Rafael Correa, Daniel Ortega y Evo Morales. Ahora los ciclos políticos se han vuelto más cortos; el boom de las materias primas que favoreció a la izquierda pasó y gobernar se hizo más difícil. México es un caso aparte. En las últimas quince o dieciséis elecciones en la región ha ganado la oposición. El tema de la inseguridad se ha convertido en una prioridad número uno en muchos países, y esto es un tema que suele favorecer a la derecha. En México, la candidata de Andrés Manuel López Obrador, Claudia Sheinbaum, ha triunfado por un margen inmenso. Esto no cambia el hecho de que si hablamos en un par de años habrá más gobiernos de derecha en la región.

Un ejemplo destacado de la reacción hacia la derecha en el péndulo político latinoamericano es Argentina. El ascenso de Javier Milei, ¿es simplemente una respuesta al kirchnerismo y sus deudas con la sociedad argentina? ¿O es más bien la aparición de un líder populista y mesiánico, una figura singular con un gran arrastre popular debido a razones modernas?

Una combinación de ambas, sin duda. Hay un descontento de fondo en Argentina muy grande que se ha gestado durante una década de fracasos económicos, la inflación crónicamente alta, la economía que crece muy poco, y toda esta maraña de controles y corrupción. El centro derecha tradicional no capitalizó esta situación, que hubiera sido lo previsible en el pasado. En este contexto, surge un segundo fenómeno que afecta al centro amplio democrático, tecnocrático, de América Latina, y es que en el mundo actual de sociedades frustradas, de comunicación digital y de redes sociales, que simplifican y polarizan los mensajes, el centro ya no se hace oír como antes. Alguien que venga con un mensaje bastante destructivo, en términos freudianos de expresión del ello, de las emociones primitivas, capitaliza.

Brasil es un país sobre el cual has escrito ampliamente y que conoces muy bien. Las recientes elecciones en Brasil han dejado al descubierto, como en toda América Latina, profundas divisiones y una polarización política marcada. No hay ningún centro político fuerte en la región, con excepción de Chile. ¿Cómo visualizas el futuro de la democracia brasileña a mediano plazo, en vista de que la derecha bolsonarista no parece haber sido un fenómeno pasajero?

Es una pregunta difícil de contestar porque hay varios niveles. Aunque la economía brasileña no ha crecido en diez años, se han producido cambios estructurales muy grandes, con el surgimiento del sector de agronegocios. Es aproximadamente un tercio de la economía, y hay consecuencias sociopolíticas relacionadas con esto. Es una de las bases políticas del bolsonarismo, agricultores capitalistas muy exitosos en términos de negocios. Por un lado, la industria tradicional, como la automotriz, se ha ido encogiendo; y, por otro, la sociedad brasileña ha experimentado cambios religiosos, cambios de actitudes. Pero Brasil no es Bolsonaro ni Lula. Han enfrentado toda esta estructura clientelista en torno al Estado –representada en el Congreso, que es la institución política más importante del Brasil– y quieren dinero público. No son sectores revolucionarios ni mucho menos. La próxima elección presidencial está a más de dos años de distancia y en este lapso todo puede cambiar, pero es muy probable que una figura de la derecha más tradicional y menos radical gane, como el actual gobernador de Sao Paulo, Tarcisio de Freitas. Lula parece que será candidato nuevamente. Me parece una pena para Brasil que no haya una renovación en la izquierda. Los sectores de centro que lo apoyaron en la segunda vuelta no han tenido mayor espacio en su gobierno y no se ven liderazgos ahí capaces de ganar una elección. Aunque Lula tiene defectos, es un demócrata y Bolsonaro evidentemente no lo es por su comportamiento cuando fue derrotado. Tiene que haber algo de duda en la respuesta a tu pregunta. Pienso que, de cualquier manera, la democracia sobrevivirá.

Has seguido la política mexicana desde hace desde hace muchos años, como la del resto de América Latina, pero has puesto especial atención con México, un país que conoces muy bien. Viviste la transición a la democracia, la llegada de la alternancia. ¿Imaginabas que en menos de 25 años México volvería a un modelo en el que predomina un partido hegemónico?

No. Viví la transición económica hacia una economía abierta, integrada con Estados Unidos, porque vivía en este país cuando se negoció el Acuerdo de Libre Comercio durante el gobierno de Salinas de Gortari, que intentaba modernizar la economía, reducir la dependencia del petróleo y disminuir el papel del Estado en la economía. La democratización empezó en esta época y realmente agarró vuelo con Zedillo. Ha sido un fracaso de la oposición en México no entender que si bien la globalización de las últimas décadas fue un proceso aceptado y legítimo para un sector muy importante del país, otra parte de la población nunca participó de ella ni se ha beneficiado mucho de la democracia liberal. López Obrador –más allá de que a uno le guste o no– es uno de los políticos más efectivos en el mundo de hoy; conoce a México, sobre todo al México que no se siente incluido en el México global, y esto le da una conexión muy cercana. Por otro lado, el PRI, con el gobierno corrupto de Peña Nieto y su capitalismo de amigos, tiene un grado altísimo de responsabilidad. Todo esto le ha hecho la tarea mucho más fácil a López Obrador. La oposición enfrenta la tarea de reinventarse, y yo supongo que lo va a intentar desde ahora. El mensaje que ha recibido de los mexicanos es contundente.

El lopezobradorismo ha interpretado el resultado de la elección como una validación definitiva de su proyecto. Incluso ha comenzado a impulsar reformas auténticamente polémicas que han generado una reacción de precaución, por decir lo menos, de los mercados, de los inversionistas y de otras voces que advierten sobre problemas y graves riesgos y sugieren humildad. ¿Qué preocupa del panorama que enfrentará Claudia Sheinbaum? No solo en México, sino también en relación con Estados Unidos, considerando la posibilidad de que Trump gane nuevamente.

Bueno, nada es definitivo en la vida. Pero es verdad que es un triunfo que por su escala es muy contundente y abre la posibilidad de una concentración muy grande de poder en el ejecutivo y la abolición de los pesos y contrapesos que son integrales para la democracia liberal. Yo pienso que para Claudia Sheimbaum es un problema esta escala. Hay dos caminos que podría tomar: uno, intentar hacer un gobierno progresista y socialdemócrata, con incrementos de impuestos para financiar un Estado de bienestar más amplio y efectivo. La supermayoría legislativa hace muy difícil para ella apartarse de las reformas constitucionales propuestas por AMLO, que implican una concentración de poder de naturaleza populista, en el sentido de que los líderes populistas no admiten la posibilidad de una sociedad civil autónoma, de instituciones autónomas que intervengan en la relación entre líder y “pueblo”. Entonces los populistas siempre quieren tomar control del poder judicial y el poder electoral y no quieren agencias regulatorias independientes. Entonces las reformas constitucionales propuestas por Andrés Manuel, que no son de la autoría de Claudia Sheinbaum, me parecen un problema para ella. En primer lugar, yo pienso que las reformas van a tener un impacto sobre la inversión y la economía; y, en segundo lugar, va a haber un conflicto político más agudo.

Vamos a ver qué pasa en Estados Unidos, la victoria de Trump es ese elefante de la habitación donde vive el mundo. Si Trump gana, eso va a hacer la vida mucho más fácil para el gobierno de Sheinbaum, porque a Trump no le importa nada lo que pasa en México, siempre y cuando el gobierno haga lo que pueda para parar a los migrantes y el fentanilo, como haría Sheinbaum e hizo López Obrador.

Será una relación simplemente transaccional, como fue con López Obrador. ¿No adviertes, sin embargo, un riesgo de radicalización en el segundo periodo de Donald Trump? Los republicanos dicen que atacarán a México si no se detiene el fentanilo y advierten que tomarán medidas unilaterales, el propio Trump las ha impulsado. ¿Esto implicaría una dificultad o, como López Obrador, crees que se trata de retórica electoral?

Es bueno pensar que es lo segundo, pero la gran prioridad de Trump en una segunda presidencia sería la revancha contra lo que él llama el Estado profundo, o sea, las instituciones. Se trata de servidores públicos profesionales y de un poder judicial que, a pesar de la politización lamentable de la Corte Suprema, es básicamente independiente. La pregunta es si van a quedar suficientes adultos en la habitación para desalentarlo de atacar a México.

En los últimos años, hemos observado un aumento en el atractivo de lo que podríamos denominar “autócratas competentes”. Pienso en Nayib Bukele, en El Salvador, que recibe enorme apoyo, adoración, cheques en blanco. Hay quien justifica figuras como él diciendo: “la democracia no nos ofreció nada. Este hombre nos ha resuelto lo que nos importaba. Que se quede el tiempo que quiera”. ¿Ese tipo de autoritarismo y el autoritarismo en general en América Latina sigue siendo un riesgo latente?

En este momento es el mayor riesgo para las democracias. Los militares, felizmente, ya no tienen el apetito para ejercer el poder de manera directa. Entonces, en este clima de mucha frustración y de preocupación por la falta de servicio públicos básicos que funcionen, como la seguridad, y de oportunidades económicas, un “hombre fuerte” que ofrece arreglar estos problemas, tiene mucho atractivo para una parte importante del electorado, sobre todo con el descrédito del centro democrático. Hay aprendices de Bukele en todos los países de América Latina, pero dudo que vayan a tener tanto éxito. El Salvador es un país pequeño y la inseguridad se debía a mafias, pandillas artesanales que se dedicaban a la extorsión en sus barrios. La política bastante cruda de capturar a todos los delincuentes y no soltarlos ha funcionado para reducir el crimen. Si pensamos en los países más grandes de la región, mucho más complejos social y demográficamente, con organizaciones criminales transnacionales muy sofisticadas, se requiere otro camino; una reforma integral del sistema de seguridad y justicia, que involucre a la policía en la calle, los fiscales, las cárceles y los servicios de inteligencia. Es un camino más largo y es el necesario para abordar estos desafíos, aunque demora y trae frustraciones.

Cuando miras hoy, rumbo al final del primer cuarto de este siglo, hacia América Latina y el futuro, ¿lo miras con pesimismo u optimismo? ¿Estás entusiasta o preocupado?

Cuando salió la primera edición de El continente olvidado, en 2008, era bastante optimista respecto a los procesos de democratización que estaban generando cambios importantes en las sociedades de la región. También se habían aprendido valiosas lecciones de los años 80 sobre la importancia del control de la inflación y de una política económica racional. Cuando en 2017 salió la segunda edición, mi perspectiva se volvió más pesimista. Ahora lo soy más aun, porque creo que América Latina enfrenta desafíos muy profundos y grandes. El crimen organizado es un monstruo que pisa fuerte en toda la región, no está localizado geográficamente, y los Estados latinoamericanos son Estados débiles que han tenido mucha dificultad para enfrentarlo. Existe, en segundo lugar, un problema de fondo de productividad. En la región hay un proceso de dispersión social. Conozco a jóvenes talentosos que optan por educarse en el extranjero, y muchos se van a quedar fuera, no van a volver.

Dicho todo esto, América Latina nunca es simplemente un desastre. Siempre hay lugares, puntos, sectores y aspectos positivos que merecen ser rescatados. Hay algunas cosas que van bien. América Latina es una potencia cultural mundial. Las economías son más resilientes de lo que muchos vaticinaron, han crecido más de lo esperado en los últimos tres años y se recuperaron de la pandemia, desde el punto de vista macroeconómico, muy rápidamente. Necesitan un mayor nivel de crecimiento, pero son resilientes, al igual que la democracia. A la mayoría de los latinoamericanos, con todas sus frustraciones, les importa votar, lo hacen con esperanza y la mayoría prefiere tener las libertades de la democracia a no tenerlas. Entonces, lo importante es intentar construir sobre esta base fundamentos más sólidos para el ejercicio democrático. ~



Esta es una versión editada y abreviada de la entrevista realizada en el podcast Ciberdiálogos con León Krauze, que puede verse aquí.

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(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.


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