Somos tribales. Los que hoy estamos aquí somos los mejor adaptados para la competencia violenta entre pequeños grupos de primates. Nuestro triunfo como especie se debe a nuestra habilidad para cooperar con los de nuestro propio grupo mientras destruimos alegremente a los de fuera. No hemos evolucionado para convivir pacíficamente en grandes sociedades, y sin embargo… Sin embargo lo hemos conseguido.
En noviembre, el psicólogo social Jonathan Haidt impartió una conferencia en Madrid, en la que propuso una interesante alegoría. Hay una serie de constantes universales –la gravitación universal, la velocidad de la luz, la carga del electrón…– que, en caso de que hubieran sido ligeramente diferentes, no habrían permitido que la materia se condensara tras el Big Bang y, en consecuencia, nada habría existido.
Recogiendo las palabras de Stephen Hawking, esos valores parecen haber sido ajustados muy finamente para hacer posible la vida. Este ajuste fino, por cierto, es el argumento que usan los que defienden la teoría del “diseño inteligente” y por tanto de Dios, pero esto es otro asunto.
Haidt pasó entonces a hablar de los padres fundadores de los Estados Unidos. Recordó a James Madison que, en el número 10 de El Federalista, expresaba su enorme inquietud por la lucha tribal de lo que llamaba “facciones” de la sociedad. Preocupaba a Madison la tiranía que podrían imponer sobre el resto en caso de que cualquiera de ellas alcanzara una mayoría sin restricciones.
Así que Madison y el resto de los Fundadores diseñaron estas restricciones: son el ajuste fino que permiten la existencia de la democracia liberal. Incluyen el imperio de la ley y la división de poderes con un sistema de check and balances entre ellos, pesos y contrapesos para evitar que un poder incontrolado se convierta en “tiranía de la mayoría”. En el caso del universo no lo sabemos; en el de la democracia liberal, sin duda ha existido un diseño inteligente.
Madison y los padres fundadores tenían claro, además, que para la pervivencia de un mecanismo tan delicado como la democracia liberal era imprescindible que sus futuros usuarios entendieran la importancia de sus engranajes y estuvieran familiarizados con su funcionamiento. ¿Ocurre eso actualmente? En absoluto. Más bien tendemos a pensar que la democracia liberal es algo natural, crecido espontáneamente como una planta, cuando lo natural es precisamente aquello contra lo que la democracia liberal fue diseñada: nuestra tendencia tribal, que en esta época de incertidumbres socioeconómicas parece estar especialmente excitada.
Actualmente la tendencia tribal ha generado una potente corriente populista que pretende reducir la democracia a la mera celebración de consultas y referéndums. Episodios como el Brexit, el ascenso de Orbán, o el secesionismo catalán, no solo comparten la visión dicotómica “nosotros frente a ellos”, sino también un desconocimiento absoluto del ajuste fino de la democracia liberal: eso les permite hablar virtuosamente de democracia a la vez que destruyen con tranquilidad sus engranajes –los días 6 y 7 de septiembre de 2017, por ejemplo, pudo verse en directo cómo los secesionistas en el parlamento catalán iban arrancando las ruedecillas del imperio de la ley, la división de poderes y la protección de las minorías–.
Todo parece indicar que el mecanismo del universo no va a colapsarse en fechas próximas, pero el de la democracia liberal se está desajustando. Fuera nos aguarda la tribu.
Exdiputado de Ciudadanos.