Este acto, titulado “¿Qué futuro para Europa?”, fue organizado el 16 de marzo de 2017 por la Hertie School of Governance en Berlín y moderado por Henrik Enderlein, el vicepresidente de la Hertie School.
Jürgen Habermas: Se me ha concedido el honor de invitarme a pronunciar unas palabras introductorias sobre el tema de la conversación entre nuestros distinguidos invitados Emmanuel Macron y Sigmar Gabriel, nuestro ministro de exteriores que recientemente ascendió desde las cenizas como el fénix proverbial. Los dos nombres están asociados con reacciones valientes a situaciones difíciles. Emmanuel Macron se ha atrevido a cruzar una línea hasta entonces intacta desde 1789. Ha roto la consolidada configuración de los dos campos políticos de la derecha y la izquierda. Dado que es imposible en una democracia que un individuo esté por encima de los partidos, hay curiosidad por ver cómo se va a reconfigurar el espectro político.
En Alemania podemos observar un impulso similar, si bien bajo auspicios diferentes. Aquí también, Sigmar Gabriel ha elegido a su amigo Martin Schulz para una tarea heterodoxa. El público ha dado la bienvenida a Schulz como un candidato a canciller en buena medida independiente y se espera que lleve su partido en una nueva dirección. Aunque las situaciones políticas, económicas y sociales de los dos países son diferentes, la mentalidad fundamental de los ciudadanos parece responder a un sentimiento similar de enfado, un enfado ante la inercia de los gobiernos que, a pesar de la palpable y creciente presión de los problemas a los que nos enfrentamos, continúan hechos un lío y sin ninguna perspectiva de reestructurarse. Sentimos que la falta de voluntad política para actuar es paralizante, especialmente teniendo en cuenta aquellos problemas que solo pueden resolverse colectivamente, a un nivel europeo.
Emmanuel Macron representa la antítesis de la pasividad de los actores políticos de hoy. Sigmar Gabriel y él, cuando eran los dos ministros de economía, propusieron una iniciativa para aumentar la cooperación fiscal, económica, social y política en Europa, que desafortunadamente no tuvo éxito. Si no recuerdo mal, defendieron la creación de un ministro de finanzas para la eurozona y un presupuesto conjunto independiente, controlado por el Parlamento Europeo. De ese modo esperaban crear oportunidades a nivel europeo para una acción política y económica flexible, con la intención de superar los obstáculos que han impedido una mayor cooperación entre los Estados miembros también en otras áreas. Con esto quiero decir que las significativas diferencias en los ritmos de crecimiento, los niveles de desempleo y la deuda pública entre las economías del norte y el sur de un sistema monetario se predican desde la convergencia aunque las economías se separen. Mientras, la cohesión política de esta unión monetaria está agotándose por las persistentes y todavía crecientes divergencias en la actividad económica. Durante la implementación de un régimen de austeridad que estaba destinado a tener efectos dramáticos y asimétricos en las economías del norte y sur de Europa, las experiencias y relatos contrarios de los países han hecho que surjan reacciones agresivas en ambos lados, y han dividido profundamente Europa.
Iniciativas como estas puede fallar por numerosas razones, incluidas las institucionales. Por ejemplo, los gobiernos de los Estados miembros, que tienen que justificarse ante sus respectivos electorados, son los peor equipados para reivindicar los intereses de la comunidad al completo; y sin embargo, mientras no haya un sistema de partidos paneuropeo, son los únicos órganos que pueden marcar la diferencia. Lo que me interesa es si la negativa a aceptar las consecuencias de una potencial política de redistribución significa que cualquier ampliación de las competencias europeas está condenada al fracaso una vez que la recolocación de las cargas financieras se extienda más allá de las fronteras nacionales. Por decirlo de manera sencilla: ¿la reacción de, por ejemplo, la población alemana al sintagma “unión de transferencias” significa que apelar a la solidaridad es algo destinado al fracaso? ¿O solo estamos dándole una patada hacia delante al problema de la crisis financiera todavía latente, porque nuestras élites políticas carecen de la valentía necesaria para afrontar el espinoso tema del futuro de Europa?
Sobre el concepto de solidaridad, simplemente diría que desde la Revolución francesa y los primeros movimientos socialistas esta palabra se ha usado no como un concepto moral sino político. Solidaridad no es caridad. Solidaridad –una acción combinada de apoyo a tus aliados– significa aceptar determinadas desventajas en lo que respecta a los intereses propios, con la confianza de que tus compañeros actuarán igual en situaciones parecidas. La confianza recíproca, en nuestro caso una confianza que trasciende las fronteras nacionales, es una variable relevante, pero también lo es el interés propio a largo plazo. A pesar de lo que asumen muchos de mis colegas, no hay una razón natural inevitable por la que los temas de justicia redistributiva deban detenerse en las fronteras nacionales y no deban discutirse dentro de la comunidad de naciones europeas, aunque estos países formen desde hace tiempo una jurisdicción, y diecinueve de ellos hayan estado durante mucho tiempo sometidos a las mismas restricciones sistémicas que conlleva una unión monetaria, si bien con consecuencias asimétricas.
Hasta el día de hoy, la unificación europea se ha mantenido como un proyecto de élites porque las élites políticas han evitado involucrarse en un debate informado con el público sobre los escenarios alternativos para el futuro. Las poblaciones nacionales solo serán capaces de reconocer y decidir lo que les beneficia en el largo plazo cuando empecemos a discutir –mucho más allá de las revistas académicas– las trascendentales alternativas que hay entre abandonar el euro, o volver a un sistema monetario que permita un pequeño margen de fluctuación, u optar por una cooperación más estrecha.
Crisis globales y un Occidente dividido
Mientras tanto, otros problemas que ahora atraen mayor atención pública demuestran que los europeos deberían cooperar más. Existe la percepción de una escalada en temas globales e internacionales que ha alcanzado lentamente el límite de tolerancia incluso en los miembros del Consejo Europeo, y que les está haciendo salir de su mentalidad nacional. Las crisis, que deben como mínimo hacernos pensar en una mayor cooperación, son obvias: la situación geopolítica de Europa ya había sufrido cambios dramáticos con la guerra civil siria, la crisis en Ucrania y la retirada gradual de los Estados Unidos del papel de potencia reguladora global. Pero ahora que la potencia global que representa Estados Unidos parece alejarse de su antaño dominante escuela de pensamiento internacionalista, la postura de Europa es aún más impredecible. Con la presión de Trump a los miembros de la otan para que aumenten su contribución militar, los interrogantes sobre la seguridad externa son aún más relevantes.
Además, la amenaza terrorista no va a desaparecer en el medio plazo, y la presión migratoria en Europa se ha convertido en un problema que puede definir el siglo. Estos dos acontecimientos claramente exigen una mayor cooperación entre europeos.
Finalmente, el nuevo gobierno de Estados Unidos amenaza no solo con dividir Occidente en lo que respecta al comercio global y la política económica. Los prejuicios nacionalistas, racistas, antiislámicos y antisemitas que gracias al estilo comunicativo y la ideología del nuevo presidente estadounidense han ganado peso político suponen, junto con el avance del autoritarismo en Rusia, Turquía, Egipto y otros países, un reto para la manera en que Occidente se ve a sí mismo política y culturalmente. Europa de pronto se ve obligada a arreglárselas por sí misma, en el papel de guardiana de los principios liberales y apoyando a una mayoría del electorado estadounidense apartada del poder.
Hasta ahora, la única reacción clara a esta tremenda presión han sido los intentos de promover una Europa de varias velocidades en el área de cooperación militar. Tal y como lo veo, este intento también está destinado a fracasar, a menos que Alemania esté dispuesta al mismo tiempo a desactivar la bomba de relojería que son las disparidades económicas estructurales en la eurozona. Mientras finjamos que este conflicto no existe, no seremos capaces de conseguir una cooperación más estrecha en cualquier otra área política. Además, la noción vaga de una Europa “de varias velocidades” está dirigida a objetivos erróneos, dado que podemos esperar una disposición a cooperar por parte de la mayoría de los Estados miembros que tienen el euro, es decir los Estados que desde que comenzó la crisis bancaria han sido dependientes unos de los otros.
En absoluto deseo sugerir que Alemania es la única que tiene buenas razones para reevaluar sus políticas. Otra manera en la que Emmanuel Macron destaca entre los políticos europeos es en que llama por su nombre a los problemas que solo pueden afrontarse en la propia Francia. Pero ahora le toca al gobierno alemán –aunque no eligió ese papel– tomar la iniciativa junto a Francia, para que juntos puedan darle la vuelta a la situación. La bendición de ser el mayor beneficiario de la Unión Europea es también una maldición porque, desde una perspectiva histórica, el fracaso del proyecto de unificación europeo se atribuiría a la indecisión de las políticas alemanas, y con razón.
Henrik Enderlein: Emmanuel Macron, ha escuchado lo que Jürgen Habermas ha dicho: usted es el único político lo suficientemente valiente para decir alto y claro lo que Francia tiene que hacer en casa para impulsar el debate. Así que, ¿qué es lo que hay que hacer?
Emmanuel Macron: Hola a todos. Antes de nada me gustaría agradecerles que me permitan hablar en francés, ya que mi alemán no es lo suficientemente bueno. Cuando tuve la suerte de ser invitado a la Universidad Humboldt recientemente, hablé en inglés, confiando ingenuamente en que al menos se me entendería. Pero eso molestó a mucha gente en Francia, especialmente a mis oponentes en el Frente nacional, que lo consideraron un gran insulto a nuestra lengua. Me encanta la lengua francesa, la defiendo, pero también pienso que Europa fue creada para que podamos entendernos unos a otros. Ahora me están dando una doble oportunidad: hablar en mi propio idioma y además que se me entienda. Se lo agradezco.
Jürgen Habermas ha tocado varios temas importantes. Creo que nos enfrentamos a un doble desafío hoy, un reto al que debemos enfrentarnos a nivel nacional. El primer desafío es que Europa ha dejado de funcionar como debería. Desde el “no” francés y de los Países Bajos al tratado constitucional hace diez años no ha habido nuevas propuestas. Y el hecho de que no haya una agenda con nuevas propuestas europeas debilita Europa enormemente, porque ahora toda la conversación es sobre la división.
Y sin embargo la aventura europea está dirigida por una lógica de la voluntad. Siempre habrá algunos miembros que sugerirán algo que antes parecía inconcebible, pero luego tienen éxito y traen a los demás con ellos. Y esta lógica incluye gradualmente a todos, de acuerdo con el principio de los círculos concéntricos. Pero como no se ha propuesto nada nuevo en diez años, se establece la apatía, todo el mundo se echa atrás y tenemos que hablar de Grexit y Brexit. Si no hacemos nada, tendremos más debates similares.
Tenemos que ofrecer una agenda europa, y tenemos que ceñirnos a ella. Creo que los europeos se equivocan si piensan que pueden apelar al público en general diciendo “Europa es muy impopular, no hablemos sobre ella”. O “tratemos de no ser muy europeos”. O “seamos europeos, pero antes de nada un poco nacionalistas”. Si eres un europeo tímido, ya eres un europeo derrotado, así que no recomiendo esta opción. Porque hoy Europa es lo que nos protege de nuevos peligros.
Reivindiquemos una agenda europea en los debates nacionales
En respuesta a las apreciaciones de Jürgen Habermas quizá puedo subrayar dos puntos. Primero: Europa está atascada, porque no se propone nada nuevo, pero por encima de todo porque no somos ya capaces de reconciliar la ética de la responsabilidad con la justicia social, como ha dicho muy bien. En nuestro país estamos inmersos en muchos debates en los que la justicia social se entiende en su sentido clásico, como una redistribución entre las clases sociales de un país. Este no es un debate que estemos teniendo a un nivel europeo o en la eurozona. Y sin embargo tenemos un problema de desigualdad a nivel europeo y especialmente en la eurozona: porque este es un momento en el que nuestros ingresos se acumulan en diferentes áreas, porque algunos países están realizando reformas pero no las están usando de la mejor manera, porque la eurozona es disfuncional. Así que si no tenemos un verdadero debate sobre distribución y justicia –y al mismo tiempo sobre responsabilidad– no avanzaremos.
El principal riesgo es debilitar fatalmente los propios gobiernos que están persiguiendo las reformas. Porque mientras estos países están al borde de la desigualdad, las reformas son demasiado lentas como para obtener resultados que son política y socialmente visibles, y entonces son los reformistas los que se equivocan. Y eso sirve a los populistas y extremistas.
Enderlein: ¿Entonces Francia tiene que hacer reformas para recuperar la confianza de otros países?
Macron: Sí, y esto me lleva a mi segundo punto. Europa al mismo tiempo nos permite protegernos de los mayores riesgos que menciona Jürgen Habermas, especialmente riesgos internacionales. Creo que el ímpetu que tenemos que redescubrir –y en cualquier caso el renacimiento del proyecto europeo– se conseguirá a través de una alianza francoalemana.
Hoy, la responsabilidad descansa en los hombros franceses. ¿Por qué? Porque hemos perdido la confianza de la gente. Esto pasó hace unos quince años, cuando Francia no realizó reformas. En ese momento Francia se había comprometido a llevar a cabo esas reformas junto a Alemania, y negoció excepciones al tratado de Maastricht para poder hacerlo. De alguna manera hemos intentado alcanzar esta historia durante quince años. Francia tiene que recuperar su credibilidad en temas económicos y presupuestarios, como una precondición para esta discusión. Pero al mismo tiempo Francia debe desencadenar un movimiento hacia más inversiones, hacia una recuperación económica y hacia una solidaridad mayor. Para mí la solidaridad no se limita al plano económico, sino que en el lado alemán también se refiere a la inmigración, a la seguridad y a la defensa.
Lo que nos preocupa hoy es la falta de confianza, causada por la lógica de la responsabilidad directa en la que Europa está atascada. Sigmar Gabriel y yo nos posicionamos en contra de esto hace casi dos años en un artículo conjunto, cuando ambos éramos ministros de economía en nuestros países. Así que tenemos que resolver los problemas de la realidad y de la confianza.
Enderlein: Hablemos entonces sobre si esta indecisión va a continuar o no. Emmanuel Macron acaba de decir que Francia está preparada para actuar. Ministro de exteriores Gabriel, ¿qué es lo que Alemania está dispuesta a hacer?
Sigmar Gabriel: Creo que antes de lograr lo que el profesor Habermas ha pedido, específicamente ganar mayorías para un aumento de competencias europeas, primero tenemos que cambiar algunos relatos. Porque la política comienza diciendo qué es lo correcto. Ahora nos gusta señalar a la gente que produce fake news, pero hay fake news que se han establecido aquí en los últimos treinta años, quizá más. La primera parte de estas fake news dice que Alemania es el burro de carga de la Unión Europea: “¡Somos los contribuyentes netos! ¡Somos los que apoyan a todos los demás!” Por desgracia esta es una historia que se ha contado durante décadas, en la política, en los medios, en la economía, en general sin importar quién estaba en el poder en cada momento.
Cada vez que se hablaba de la estructura financiera de la Unión Europea, nos quedábamos atrapados en una visión estándar y transversal de que tenemos que reducir nuestra contribución neta: un saldo que asciende a casi 12.000 millones de euros. Así que cada vez que me dicen, con razón, lo importante que es el proyecto europeo, 12.000 millones de euros no es una cifra que me deje perplejo. En el presupuesto federal alemán pagamos más por cosas mucho menos importantes. Por eso tenemos que detener este relato de Alemania como el burro de carga de la Unión Europea. Al final sirve solo para complacer los supuestos intereses nacionales. El aumento del sentimiento nacionalista que vemos en la actualidad no es el principio, sino el resultado de treinta años de falsos relatos. La raíz del problema son relatos estrictamente nacionales de los Estados miembros de la Unión Europea, especialmente en nuestro país. Mientras que la verdad es que Alemania es la gran beneficiada, incluso la beneficiaria neta, de la Unión Europea.
En términos políticos, no existiría una Alemania unida sin Europa –eso es muy obvio–, pero también culturalmente, en términos de paz, y por supuesto mucho más que eso, comercial, financiera y económicamente. Sí, enviamos más dinero de nuestros impuestos a Bruselas del que vuelve. Pero es obvio que no te conviertes en un campeón exportador europeo, incluso mundial, si antes no produces suficiente acero, su- ficiente tecnología eléctrica, suficientes productos químicos y suficientes máquinas y si esos productos no se venden en otros países además de Alemania.
Y solo cuando a otros les va bien y tienen suficiente dinero pueden comprar coches alemanes; son caros, en parte porque nuestros salarios y seguridad social son altos. Y esperemos que se mantengan así. No queremos salarios o prestaciones sociales más bajos. Como alemanes, debemos tener un interés real –y además puramente económico– en que al resto de Europa le vaya bien. Porque solo así a nosotros nos puede ir bien.
Alemania como beneficiaria neta de la UE, no contribuyente neta
Así que, lejos de ser contribuyentes netos, somos beneficiarios netos de la Unión Europea. Pero ¿cuál es la mejor forma de romper con este falso relato? Mi sugerencia a mi propio partido es esta: en las próximas elecciones generales tenemos, por primera vez, que defender agresivamente que estamos dispuestos a invertir más en Europa más del 1% del pib europeo acordado. Deberíamos incluso estar preparados para soportar las presiones nosotros si es necesario, o nosotros junto a otros, sin aplicar el mismo criterio a toda Europa. Solo con el mensaje provocador “¡Estamos dispuestos a pagar más!” conseguiremos un debate sobre por qué, en Europa, deberíamos tener un interés común en esto.
El segundo relato falso es decir que las políticas de defensa y seguridad es lo que de verdad te hace ganar los votos, porque esto presupone una visión del mundo común. Con esto quiero decir que realmente necesitamos, en primer lugar, un concepto común de política exterior. No solo porque mejorar nuestras políticas de seguridad y defensa no conseguirá nada sin un progreso social y económico en la ue, como dice Jürgen Habermas, sino también porque no deberíamos comenzar a forjar abruptamente proyectos de defensa en un plano meramente nacional sin tener una visión europea común de cómo deberían ser nuestras políticas de exteriores. Si no, esto podría llevarnos en la dirección equivocada. Eso también es un relato falso, creo. En Europa, la política exterior siempre fue la cumbre, especialmente la política de defensa, y digo esto no solo porque soy ministro de exteriores, sino porque debería ser una regla general. La política comienza con no contarle a la gente fake news, que es algo que en general solo se hace porque se cree que funciona mejor en una campaña electoral. Los alemanes tenemos que entender que una ue fuerte y unida nos interesa. Nuestros hijos y nietos no van a volver a tener voz en el mundo a no ser que esa voz sea europea, y por eso estamos preparados para invertir más, en nuestro propio interés y en el de Europa.
Para concluir, un punto más sobre el tema de la solidaridad –un concepto que, como socialdemócrata, conozco bien–. Solidaridad significa actuar responsablemente, tanto con uno mismo como con la comunidad a la que uno pertenece. Todo tiene que ver con actuar de manera responsable. Y estoy seguro de que si perseguimos este relato conseguiremos también las mayorías que necesitamos para ponerlo en práctica.
Enderlein: Jürgen Habermas ha dejado muy claro en su intervención que es importante no solo hacer más por Europa desde Alemania, sino que hay que gastar más dinero en otros países, esto es, que hay que abandonar las políticas de austeridad que predominan. Pero si gastas más dinero, tienes más deudas, y tarde o temprano alguien tiene que pagar esas deudas. Quizá sean los Estados nación, que están en crisis, y en ese caso el pacto de estabilidad ha de abandonarse. Quizá sea Alemania, pero eso no ayuda a los países a un nivel fundamental. Quizá sea la ue, pero tenemos que valorar qué pasará al final con esas crecientes deudas europeas. Entonces, ¿cómo deberían abandonarse las políticas de austeridad?
Gabriel: Aquí también creo que es importante empezar con el relato adecuado. En Alemania la gente siempre dice que al principio de los 2000 realizamos todas esas grandes reformas y que nuestro único error fue romper los criterios de deuda del Tratado de Maastricht. La verdadera historia es que las reformas sociales solo fueron posibles porque estábamos invirtiendo a la vez, y no reduciendo nuestras deudas. El éxito de Alemania es el resultado del hecho de que cuando estábamos reformando el país, no condujimos el desarrollo económico hacia un muro, sino que invertimos: en educación –la coalición del SPD y Los Verdes entonces desarrolló el primer programa de escuela todo el día–, en energías renovables, en investigación y desarrollo.
Roza lo irresponsable justificar las políticas de austeridad mirando a Alemania como un ejemplo, con el argumento de que solo puedes salir de una crisis si ahorras suficiente. Nosotros hicimos lo contrario. Combinamos reformas políticas y sociales, por muy polémicas que fueran, con más deudas de las que la ue nos permitía en ese momento. Esta es la única razón por la que evitamos que nuestro crecimiento colapsara y el empleo aumentara aún más. Por cierto, diría que de otra manera no habríamos podido hacer las reformas.
Y lo mismo puede decirse de Europa. Aquí también tenemos que promover el relato adecuado: si haces reformas, necesitas tiempo –o un tiempo muerto– para reducir los déficits. Si acaso, necesitas más inversiones para estabilizar el crecimiento y el empleo. Porque al final, por mucho que hagamos por Europa, no marca la diferencia: si la presión espuria de la austeridad provoca que el desempleo juvenil aumente hasta un 40% en países como Italia, ¿cómo va a interesarse alguien de esa generación en la Unión Europea?
Para mí Europa siempre ha representado algo esperanzador. Pero para muchos jóvenes, Europa ahora representa un peligro, porque tienen la impresión de que nadie les está ayudando a encontrar trabajo y ganarse la vida. Por eso pienso que necesitamos contar la historia adecuada aquí. El ahorro consigue inhibir las reformas en vez de fomentarlas. Por eso necesitamos más flexibilidad e inversiones a la vez, y no menos. Esto me lleva finalmente a la cuestión de cómo vamos a financiar todo esto: y es, por supuesto, cambiando el debate sobre política fiscal que estamos teniendo ahora. Es asombroso que la Unión Europea pierde 1,5 billones de euros al año por evasión fiscal y que damos bonos a los bancos irlandeses, pero el Estado ahí puede negarse a recaudar 14.000 millones de euros de Apple que este “actor global” debería haber pagado. No es que no haya dinero: la cuestión es si estamos preparados para permitir que todo el mundo participe de manera justa en nuestra comunidad. ¿O debería cada panadero de Berlín pagar más impuestos que las grandes empresas? Esa es la pregunta importante.
Si no luchas por Europa, la das por perdida
Enderlein: ¿Este discurso proeuropeo puede ser convincente en Francia, Emmanuel Macron? En este momento hay un intenso debate sobre la identidad nacional y sobre la cuestión impositiva, sobre la solidaridad y sus límites. Y sin embargo en Francia el partido más popular entre la gente de entre 18 y 24 años es el Frente nacional.
Macron: Creo que esta línea de argumento a favor de Europa puede ser absolutamente convincente. Porque si no luchas ya has perdido. Y hasta ahora no ha habido ninguna austeridad en Francia. Sin duda, mucha gente cree que ha habido una política de austeridad en Francia, pero no es cierto. Fue Europa del sur la que sufrió la austeridad. Por continuar con lo que decía Sigmar, las críticas en Francia derivan del hecho de que tras la crisis de 2008-2010, nosotros, el gobierno de Hollande, corregimos los errores del pasado, y la desconfianza que produjeron, con reformas.
No puedes abordar el problema de la justicia social en Europa si no encaras el problema del “riesgo moral”, de la tentación moral e irresponsabilidad económica. Se ha perdido mucha confianza por ello. Si queremos ver una revitalización europea, la verdadera cuestión es: ¿Cómo pueden realizar reformas los países cuando no hay presión para ello? ¿Estamos invirtiendo en el lugar correcto al apoyar a países que realizan las reformas correctas o deberíamos aceptar la pérdida y apostar por países que no? Ese es el verdadero debate que tendremos. Y será muy intenso. En Alemania todavía más que en Francia.
Por eso solo lograremos progresar, más allá de la flexibilidad que ha reclamado Sigmar Gabriel, que pueden tener algunos países, a través de la capacidad conjunta de inversión, es decir, por medio de un presupuesto para la eurozona. Es la única manera de reconciliar la justicia social con el problema del riesgo moral, porque entonces habría una institución europea capaz de restaurar el dinamismo y la confianza en Europa. Si las reglas ya no permiten el progreso, necesitamos instituciones compartidas para llegar a la siguiente fase. Por tanto necesitamos esta institución a nivel de la eurozona, para crear crecimiento y alimentar la solidaridad.
Enderlein: ¿Ha hablado de esto con la canciller Merkel?
Macron: Sí, he hablado con la canciller de esto. Le he dicho que la primera etapa es obviamente la reforma en Francia, pero que esta reforma no puede funcionar si no hay un nuevo punto de partida europeo en todos los asuntos que he comentado. Y ahí está la respuesta que los alemanes deben dar, más o menos simultáneamente.
Podemos ganar este debate y convencer a nuestros conciudadanos de que Europa sigue siendo la solución. Me impresiona que en tantos otros países –esto se aplica a Francia, a Italia y muchos otros–, el compromiso con Europa continúa y hay un amor por Europa y la idea europea, incluso después de tantos años de crisis y enormes dificultades. En Italia, España y Portugal toda una generación –la más joven– no ha conocido otra cosa que desempleo masivo directamente vinculado con Europa. Y sin embargo, esta generación sigue unida a la idea de Europa y por tanto simplemente necesita un proyecto europeo que opere a un nivel digno de su compromiso.
Pero esto solo puede ocurrir si explicamos cómo podemos crear un futuro de crecimiento y seguridad. Por tanto, el relato europeo que debemos crear –y este es exactamente el mismo desafío que yo afronto en esta elección presidencial francesa– es esta explicación: Europa no es una visión ultraliberal de un mero mercado común, hacia la que, si repasamos con honestidad nuestra historia, nos han llevado a menudo los británicos y algunos más. Se trata de un mercado común libre de barreras, para que pueda funcionar como un bloque de veintiocho países hoy y veintisiete mañana, y una empresa cooperativa basada en unas mínimas reglas compartidas y estándares comunes y por tanto extremadamente ambiciosa.
Pero, lo que es todavía más importante, esta Unión Europea es una Europa que protege –en seguridad e inmigración– y con ese objetivo debe desarrollar una política de asilo común y salvaguardar de forma adecuada las fronteras europeas. Esta es una Europa que protege el comercio. Cuando éramos ministros de economía e industria, luchamos para que Europa salvaguardara su industria del acero frente al dumping chino. Solo Europa puede hacer eso. Ni Francia ni Alemania pueden resistir ante China. Pero Europa puede. Así que si volvemos a nuestro relato de riqueza y protección, Europa tiene un futuro en nuestras esferas públicas. Pero tenemos que aceptar este relato, abrazarlo y defenderlo. Y esto es algo en lo que insisto frente al derrotismo que está demasiado extendido en la actualidad. Inicialmente, después de lanzar mi movimiento En Marche!, la gente decía: “Está loco. Nunca llegará a ningún sitio.” Ahora la gente se pregunta cómo gobernaremos, y eso ya es una indicio de cuántos obstáculos hemos superado.
Pero todavía hay mucha gente que dice en Francia, Alemania e Inglaterra: “Eres un ingenuo total. Crees que puedes ganar unas elecciones defendiendo Europa”. Pero no soy nada ingenuo, más bien al contrario. Creo que puedes ganar unas elecciones defendiendo Europa, siempre y cuando lo hagas honestamente. No una Europa que no funciona, en otras palabras, sino un proyecto europeo.
Necesitamos debates feroces
Antes Sigmar me ha enseñado un archivo del spd en la casa de Willy Brandt. Ha sido emocionante ver el Tratado del Elíseo. ¿Dónde estaba la opinión pública en Alemania y Francia cuando se lanzaron las primeras iniciativas europeas? Diría que si en esa época la gente hubiera hablado como demasiados hacen ahora, nunca habríamos visto la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, o los Tratados de Roma, o el Tratado del Elíseo.
No debemos engañarnos: que nuestras democracias dependan tanto de la opinión pública y que los medios sean tan importantes no significa que nuestros representantes políticos deban simplemente seguir la opinión pública. En vez de eso, deberíamos explicar qué maneras podemos encontrar para tener éxito, aunque molesten a la opinión pública. ¡Debemos resistir esta traición de los intelectuales contemporánea! Esta se manifiesta hoy en la creencia de que Europa está acabada, de que ya no es un concepto relevante para los desafíos de nuestro tiempo y de que el nacionalismo o la brutalidad son las respuestas correctas a nuestras experiencias actuales.
Enderlein: También podemos perder este debate sobre la idea de Europa. Eso es lo que hemos visto en Gran Bretaña.
Macron: Es el peligro que afrontamos si no dirigimos este debate. Si no salimos a dar la batalla y admitimos la derrota, perderemos. Eso es seguro. Así que debemos dirigir la conversación. Necesitamos debates feroces. Tenemos que decir cosas que a algunas personas les pueden parecer desagradables.
Por cierto, lo mejor es asumir ese papel en tu propio país en este complejo debate. Para ser sincero, no voy a dar lecciones a los alemanes ni a explicarles que tienen que invertir. Muchos franceses lo han hecho antes. Se nos da muy bien dar lecciones a los alemanes. Pero es mucho más útil si explico a los franceses lo siguiente: si queremos redescubrir nuestra dignidad, nuestra capacidad de actuar y defender la idea de Europa, necesitamos realizar reformas en casa, para iniciar algo mucho más poderoso en Europa. Por eso pienso que lo que los dos habéis hecho es muy valioso, que los intelectuales y los políticos digan al unísono: “Necesitamos más inversión y más solidaridad.” Tampoco deberíamos hacer un fetiche de la consolidación presupuestaria, o incluso de los potenciales riesgos de inflación, que, para ser sincero, no me parecen el mayor riesgo al que en este momento se enfrente Alemania.
Enderlein: Quiero hacerle la misma pregunta a Sigmar Gabriel. ¿Podemos perder el debate político sobre Europa? ¿Se puede siquiera asumir el riesgo de salir a la ofensiva?
Gabriel: Emmanuel Macron tiene razón, por supuesto: si no lo intentas, ya has perdido. Y, además, creo firmemente que este es un debate que solo podemos ganar. Eso es lo que hemos aprendido de la Ilustración francesa. En último término, quien tenga la visión ilustrada triunfa. A veces sufrían retrocesos, y a veces derrotas. Pero la historia de la Ilustración muestra que al final prevalecen. ¿Por qué no iba a suceder lo mismo aquí?
Enderlein: Jürgen Habermas dijo en su introducción que no hay una ley natural que dicte que las cuestiones de la justicia distributiva deban detenerse en las fronteras nacionales. Bueno, podemos hacer la pregunta: ¿por qué es Europa, específicamente, la categoría correcta? También podría ser el Estado-nación, o una región, o todo el mundo. ¿Por qué es esta Europa tan importante?
Habermas: La historia está llena de accidentes: más razón para confiar en los caminos por los que ya estamos caminando. Hemos dedicado medio siglo –sesenta años, para ser exactos, desde que se firmaron los Tratados de Roma– a un proyecto extraordinariamente exigente. Y ahora la pregunta no es: “¿Por qué Europa?” sino más bien: “¿Hay alguna razón para abandonar este proyecto que ha avanzado hasta aquí?” –incluso aunque sus éxitos ya no se vean de la manera que merecen porque, en el curso de una política equivocada frente a la crisis, hemos llegado a un estado de profunda división en Europa.
Estamos hablando sobre la cuestión del futuro de Europa porque hemos alcanzado un momento históricamente crítico. Tras haber hecho tantos esfuerzos por crear una jurisdicción legal en Europa que funcione y a la que todos pertenezcamos no solo por virtud de nuestro pasaporte, y después de hacer tantos esfuerzos por crear un área económica común y una moneda común, cuyo abandono resultaría infinitamente más costoso que cualquier otra alternativa, tras haber hecho todo eso tenemos que ver cómo queremos conservar las cosas que hemos conseguido, pero sobre todo corregir los errores que nos han llevado a una situación bastante difícil. Estos errores son en buena parte el resultado de las asimetrías económicas entre las economías nacionales de los Estados miembros, que se volvieron todavía peores por el programa bastante elaborado y tecnocrático que el Consejo Europeo diseñó para resolver el programa. Sigmar Gabriel tiene razón: para implicar por fin al público general en las políticas que tienen un impacto tan grande en sus vidas, necesitamos los relatos que corrijan las preconcepciones que ahora están muy arraigadas. Por desgracia, ante la creciente oposición que afrontamos, no tenemos mucho tiempo.
Emmanuel Macron argumentaba, comprensiblemente, a partir del statu quo: su posición es que los franceses no pueden decirle al gobierno alemán qué hacer –ni deberían querer hacerlo– y que en primer lugar deberían resolver sus problemas racionales. Pero, señor Macron, tal como yo lo veo esto no es suficiente en la situación actual. ¿No debería pensar sobre lo que conseguirá en y por Europa la próxima vez que visite a Martin Schulz o Angela Merkel como presidente francés? En otras palabras, lo que solo se puede conseguir trabajando juntos.
Renovar una relación francoalemana basada en la confianza
Enderlein: Antes de que Macron responda, me gustaría combinarlo con una pregunta final y tomar algo que Jügen Habermas acaba de decir: ¿Cuál sería la primera iniciativa que introduciría un presidente Macron? ¿Cuál es la iniciativa más importante, en lo que respecta a Europa, el día posterior a la elección?
Macron: En primer lugar, no quiero que haya ningún malentendido: no me he abandonado al derrotismo en este asunto, y tampoco tengo dudas de que necesitamos crear un relato diferente. Sigmar y yo hemos hablado de esta idea una y otra vez. He escrito sobre lo que quiero para Europa y la eurozona. Pero digo esto en un estricto orden de prioridades: si queremos ser creíbles, necesitamos realizar primero la reconstrucción que se necesita en casa. Pero no considero que eso sea un estado inalterable.
Lo que intento explicar es que, sí, estoy comprometido con las reformas en Francia y las considero necesarias para mi país. Pero no es suficiente detenerse ahí. En primer lugar, es insatisfactorio para Francia. No resolveré todos los problemas de Francia: el futuro de Francia está en una política centrada en Europa y la inversión. En segundo lugar, no resolveré yo solo todos los problemas. Y el mapa que marca el camino que necesitamos recorrer juntos –y con el que, por cierto, ya nos hemos comprometido en la UE– es mucho más ambicioso. Así que en este asunto no hay ninguna ambivalencia. Y hablé con la misma claridad cuando hablé con la canciller Merkel.
Pero ahora, la precondición esencial es la restauración de la credibilidad francesa y una relación francoalemana basada en la confianza. Porque la situación en la que me encuentro no es la de un intelectual independiente, sino la de un político que debe rendir cuentas y que se presenta a las elecciones y busca una cooperación exitosa con nuestros aliados alemanes. La clave, para mí, está en reconstruir un nivel de confianza que ya no existe. Esto puede tener que ver con el hábito que ha tenido Francia en el pasado: ofrecía lecciones, relatos u opiniones sin aportar las condiciones necesarias para que se pusieran en práctica.
Soy sincero conmigo mismo, y por eso quiero tratar ambos proyectos en el orden correcto. Quiero convencer a mis conciudadanos de que necesitamos reformas para volvernos más fuertes, y quiero convencer a nuestros socios europeos de que eso debe ir de la mano con objetivos mucho más asertivos a nivel europeo y en la eurozona –es decir, con un nuevo relato, una nueva historia común– a fin de que podamos ir hacia delante.
Es este relato común lo que quiero encarar en primer lugar. Quiero ver una cooperación francoalemana mucho más estructurada en al menos tres aspectos: inversión, seguridad común en las fronteras y defensa, sobre todo en Oriente Medio y África. Y creo que esto debe ser reforzado con actos de simbolismo.
Si creamos este “New Deal francoalemán”, habremos dado un paso muy importante. También nos permitirá poner en marcha un progreso adicional entre los veintisiete Estados y a nivel de la eurozona. Pero incluso en nuestros dos países, la iniciativa llevará a que invirtamos en algo que se acerca a una nueva respuesta a los grandes riesgos que afrontamos.
Porque, ¿de qué tienen miedo nuestros conciudadanos, en este momento? De los problemas de la seguridad y el terrorismo, de las olas migratorias y de la seguridad en nuestras fronteras, así como de los problemas con la inversión y el bajo crecimiento. Las tres respuestas a estos problemas que he descrito están a nuestro alcance si decidimos operar de otro modo, y si decidimos actuar juntos y confiamos de verdad unos en otros.
La opinión pública en nuestros dos países es consciente de los riesgos globales, pero no está automáticamente dispuesta a avanzar por la carretera europea. Estoy seguro de que si pidieras al público alemán que apoyara una política de inversión a gran escala para Europa, eso no funcionaría. Y si le pidiera a la gente en mi país que realizara una política a gran escala de defensa común, los franceses no estarían entusiasmados. Pero ¿había un gran apetito entre los franceses y los alemanes de unir sus recursos de acero y carbón hace tantos años? No. Sin embargo, había que hacerlo.
Las tres acciones de solidaridad que he descrito están en áreas donde en parte Alemania y en parte Francia son marginalmente predominantes. Lo que quiero hacer es actuar de forma rápida y decidida tras las elecciones para impulsar estos proyectos juntos. ~
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Este artículo apareció en Blätter für deutsche und internationale Politik en abril de 2017.
Versión en inglés de Eurozine.
Traducción del inglés de Ricardo Dudda y Daniel Gascón.