El amor romántico es un motor infravalorado de la igualdad de género

Las desigualdades de género suelen explicarse con el trabajo, la riqueza o las normas sociales. Mi hipótesis es otra: el amor y la lealtad potencian la igualdad.
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El patriarcado se ve reforzado por la solidaridad fraternal. El demos ateniense, los gremios alemanes, la kgotla en Botsuana, las dinastías imperiales chinas, la Hermandad Musulmana y los panchayats de casta indios reforzaban el dominio masculino. Mientras los hombres estén unidos, ligados por una lealtad colectiva, las mujeres son secundarias.

¿Cómo puede cambiar esto? Me gustaría destacar un motor enormemente importante (pero con mucha frecuencia pasado por alto) de la igualdad de género. De hecho, este mecanismo es tan poderoso que muchas sociedades patriarcales lo suprimen activamente.

¿Te interesa? Pues permíteme compartir mi análisis histórico comparativo de Pakistán, China, el Imperio Romano, la Europa de la primera modernidad, los colonos puritanos y los Estados Unidos actuales.

Pakistán

Las redes de confianza de comercio, cooperación y seguro mutuo se consolidan mediante el matrimonio entre primos. Los hijos heredan la tierra, los rebaños y los negocios, y mantienen a sus padres en la vejez. El empleo femenino sigue siendo escaso, ya que el honor de los hombres depende de la reclusión femenina.

Los hijos son apreciados como proveedores económicos; su deserción supone su destitución. A un hijo no solo se le valora por sus ingresos, sino también por su capacidad para consolidar redes más amplias. Los padres reafirman los lazos de parentesco casando a sus hijos. El matrimonio entre primos une a las familias. Separarse es señal de rechazo y falta de lealtad, da la impresión de que los lazos familiares carecen de importancia. Dado que todo el mundo es recompensado por su lealtad familiar, apenas se puede confiar en los de fuera, pues tienen todos los incentivos para favorecer a los suyos.

El matrimonio se valora (porque consolida las redes de parentesco, continua el linaje y crea más proveedores), pero también supone una amenaza. Un hijo que adora a su mujer puede descuidar a sus padres. La lealtad patrilineal se refuerza de varias maneras:

Matrimonios concertados. 

“La familia es lo primero”. Socializar con la familia, celebrar sus bodas, llorar en sus funerales, ayudar en tiempos difíciles y hablar de negocios son actividades que refuerzan la lealtad familiar. Los extraños son vistos con recelo. Los adultos pueden elegir libremente casarse con primos paternos.

Se venera la lealtad filial. Se repite con frecuencia: “El paraíso está a los pies de la madre”. Al invocar este hadiz, los paquistaníes se recuerdan unos a otros que el Profeta elogiaba la lealtad filial.

El romance puede reprimirse. Independientemente de cómo se forme el matrimonio, el amor puede verse saboteado. Aunque las parejas se casen libremente, la suegra puede impedir el acercamiento. Las tensiones entre esposas y suegras son globales, pero parecen más pronunciadas en culturas del honor pobres como Pakistán, donde los hijos son cruciales para el apoyo en la vejez. 

Reprimir el romance

Hussein (que creció en un barrio pobre de Karachi) contó que su madre (Amal) decidió casarse con su primo hermano (Mubashir). Fue un matrimonio por amor, pero el aspecto romántico estaba muy reprimido:

Mi abuela (la madre de mi padre) intentaba por todos los medios que la relación entre mi madre y mi padre no fuera más profunda de lo que era. Se enfadaba mucho si él la sacaba de casa. No le gustaba que mi padre pasara tiempo arriba, en el piso de mi madre. Lo quería abajo, en su piso, con el resto de la familia. Lo mantenía abajo el mayor tiempo posible por la noche para que no subiera con mi madre. Una vez dijo con bastante amargura, cosa que solo entendí cuando fui mayor: ‘Arriba Kya milaga’ (¿qué vas a encontrar arriba?). Estaba esa cosa implícita de que ya te has acostado con ella y has tenido un hijo. ¿Qué más te puede dar? Y ella sabía que cosas como las compras para Eid, un rato íntimo por la noche, un domingo por la tarde eran posibles formas de acercarse. Pero también era económico. Él era su principal proveedor, así que si se dejaba influir por su mujer, ella podría perder ese apoyo.

Amal era brillante, burbujeante y ansiaba la independencia: quería poner música, ver la tele y hacer viajes interesantes. La interpretación habitual podría ser “actividades generadoras de ingresos” o “capacitación femenina”. Pero eso sería un grave error de diagnóstico. Amal ganaba un sueldo decente trabajando como administradora senior. 

El mayor problema de Amal estaba en casa. Como apenas se le permitía pasar tiempo con Mubashir, su vínculo matrimonial seguía siendo débil. Las estrictas restricciones inhibían el amor, la empatía, la consideración y la comprensión.

La afinidad anterior de Mubashir era con su madre y sus compañeros varones. Valoraba su juicio y buscaba su aprobación. Persistía la solidaridad fraternal. Cuando Amal se rebelaba contra estas restricciones, él la golpeaba para garantizar su sumisión y mantener su estatus. La violencia de Mubashir era muy estratégica, diseñada para aterrorizar, pero no para incapacitar totalmente. Los moratones y los huesos rotos de Amal apenas contaban.

Amal quería afecto, así que cuando Mubashir iba a su habitación se negaba a mantener relaciones sexuales: era una forma de rebelión. Pero como él no valoraba su bienestar, el resultado era la violación.

La debilidad de los vínculos conyugales es un motor ignorado del patriarcado. El 40% de los pakistaníes piensa que a veces está justificado pegar a la esposa. Aunque una mujer tenga empleo, tiene las mismas probabilidades de haber sido golpeada. Mi observación central es que si los hombres no quieren a sus esposas, su bienestar importa menos.

La debilidad de los lazos conyugales también puede mermar la autonomía femenina y la toma de decisiones en el hogar. Dado que Mubashir pasaba poco tiempo con su mujer, ¿por qué iba a interesarse por sus preferencias o a valorar su consejo? Solo el 27% de los musulmanes pakistaníes afirman que la planificación familiar es moralmente aceptable. El 39% de las mujeres casadas afirman que no deciden sobre su atención sanitaria, las compras domésticas o las visitas sociales. Creo que eso se debe en parte a la supresión del amor.

Porcentaje de mujeres actualmente casadas entre 15 y 49 años que participan en decisiones específicas. Estudio sobre la salud en Pakistán 2017-18

El amor conyugal es muy inusual

Las relaciones familiares fuertes no prohíben el amor, pero lo hacen más inusual. El hermano del padrastro de Hussein (Bilal) quería mucho a su prima hermana (Sumrah). Bilal, profundamente devoto, quería complacer a Sumrah, escuchar sus ideas y hacerla feliz.

Bilal quería tanto a Sumrah que sus palabras tenían peso, sus deseos importaban. Aunque vivían al lado de sus padres, Sumrah convenció a Bilal para que construyera un muro divisorio. Al obstaculizar el control familiar, ahora podían construir una vida juntos: “Él la sacaba por las tardes con sus hijos, solo a merendar o a dar una vuelta en moto. Se había dado cuenta de que la vida de Sumrah era quedarse en casa cuidando a los niños, haciendo la comida… Como ella no tenía suegra y había separado a su marido de su familia, no había nadie que chismorreara sobre ellos ni había una presión social contra esos afectos”. Los familiares estaban atónitos. Decían: “¿Qué clase de hechizo ha ejercido sobre él?”

Hussein explicaba: “[Pakistán] es una cultura en la que te casas por motivos de fertilidad, obligación social y construcción de redes de parentesco. El amor y la idea de una coalición matrimonial en la que el marido es leal a la esposa [en lugar de] a su familia y a sus parientes más amplios son muy peligrosos”.

Está claro que el amor es posible, pero está fuertemente reprimido en las sociedades patrilineales, donde la lealtad previa es hacia la familia y los hijos son primordiales para el apoyo en la vejez. Estas historias de Karachi no son anécdotas aisladas, he oído exactamente lo mismo en Turquía, Marruecos e India. Donde se suprime el amor conyugal, las preferencias de las esposas importan menos.

¿Cuál es la solución? Si las madres atan a sus hijos varones en corto, en parte por apoyo económico, una opción es ampliar las pensiones públicas. La protección social puede sustituir a los hijos varones y, de hecho, reducir la proporción de sexos con sesgo masculino. Si las madres no temen empobrecerse, también pueden aflojar las cuerdas del apego. Si eso es cierto, deberíamos esperar que el rápido desarrollo económico de Asia Oriental haya fomentado el amor conyugal.

Asia Oriental

A medida que las mujeres de Asia Oriental (especialmente las que tenían formación) se trasladaban a las ciudades, elegían cada vez más a sus propias parejas. Algunas también formaron hogares nucleares. Sin embargo, eso parece haber estado condicionado por la cultura. En las regiones chinas donde los linajes eran más débiles y había más diversidad de apellidos (es decir, la cuenca del río Yangzi y el noreste), era mucho más probable que los hombres casados formaran sus propias familias nucleares. En cambio, en el sur de China (donde los clanes son extremadamente fuertes), existe un fuerte sesgo favorable a los hijos varones, una proporción desigual de sexos y los hombres casados han tendido a quedarse con sus padres.

Distribución espacial de la proporción de los 20 apellidos más comunes (2005). Gong et al 2021
Comparación del desarrollo de linajes en China (2006). Gong et al 2021
Proporción de jóvenes de sexo masculino que viven lejos de sus padres en la década de 1980. Gong et al 2021
Ratio de sexos al nacer, 2010. Gong et al 2021

Por desgracia, carezco de datos subnacionales sobre el “amor”, pero las pruebas disponibles sugieren que allí donde la lealtad patrilineal era más fuerte, la unidad matrimonial se aceptaba con menos facilidad. El desarrollo económico puede fomentar el amor conyugal en todo el mundo, pero parece estar mediado por la cultura.

Cómo llegaron a celebrar el amor los europeos

Europa era extremadamente patriarcal. Parlamentos, burocracias, universidades y religiones se regían por redes fraternales que reforzaban el estatus masculino. Pero se han producido avances rápidos. Ahora es la región del mundo con mayor igualdad de género.

¿Cuál es el secreto feminista de Europa? No se reduce al crecimiento económico, la democracia o la capacidad del Estado. Corea del Sur tiene las tres cosas, pero las recientes protestas feministas han desencadenado un sexismo hostil. Es la “Gran Divergencia de Género”. Para entenderla, tenemos que remontarnos más de dos mil años atrás…

Antigua Roma

La República romana fue inicialmente patrilineal y patriarcal. La descendencia se trazaba por línea masculina, lo que reafirmaba la lealtad fraternal. Los derechos civiles y políticos estaban reservados a los hombres cabeza de familia (pater familias). El pater familias tenía poderes (patria potestas) sobre sus hijos, su esposa (manus) y sus esclavos (dominica potestas). Tenía la autoridad para matar a su mujer por adulterio (o por beber alcohol). Las mujeres cumplidoras eran respetadas, mientras que las disidentes eran avergonzadas y mancilladas.

Romanos y griegos se diferenciaban de otras civilizaciones en un aspecto importante. Como explica el experto en cultura clásica Walter Scheidel, idealizaban la monogamia conyugal. La poligamia se consideraba una auténtica “barbarie”. (Aunque, por dejar las cosas claras, eso no se reforzaba con estipulaciones de amor, lealtad o fidelidad sexual masculinos. Un romano patrilineal era perfectamente libre de violar y abusar de concubinas esclavizadas.)

El cristianismo y el auge de las familias nucleares

El cristianismo impulsó cambios culturales y jurídicos. El matrimonio era ahora una sociedad conyugal. Pablo defendía una relación recíproca entre marido y mujer, “El marido debe dar a la mujer lo que le corresponde y la mujer debe dar al marido lo que le corresponde. La mujer no puede reclamar su cuerpo como propio; es de su marido. Del mismo modo, el marido no puede reclamar su cuerpo como suyo; es de su mujer”. (1 Corintios 7:3-8).

El matrimonio se idealizaba como una relación voluntaria entre dos personas, empezando por la affectio maritalis (el deseo de ser marido y mujer). Se esperaba que los cristianos fueran fieles sexualmente (“no cometerás adulterio”). La monogamia sexual se convirtió en normativa: en el siglo V de nuestra era, Agustín la llamó “costumbre romana”. Jurídicamente, Roma pasó de ser patrilineal a bilateral: la relación de la madre con sus hijos era reconocida por la ley, y así podía heredar de ellos.

Entre 300 y 1300 d.C., la Iglesia Católica Romana y el Imperio Carolingio erradicaron el matrimonio entre primos y la poligamia. Incluso antes de la peste negra, los campesinos ingleses ignoraban el linaje y rara vez intercambiaban trabajo con parientes lejanos (como revela el fantástico análisis de Barbara Hanawalt de los informes de médicos forenses).

La intromisión de la Iglesia occidental en la Edad Media

Los jóvenes de ambos sexos solo podían casarse cuando habían ahorrado lo suficiente para establecer hogares nucleares. La vulnerabilidad del hogar nuclear exigía que las mujeres casadas siguieran trabajando. Los maridos rara vez se oponían. Confiando en la competencia de su esposa, los hombres legaban tierras y asuntos familiares a su control. Las parejas cooperaban, como una unidad conyugal.

Las mujeres del noroeste de Europa trabajaban como lecheras, hilanderas, costureras, vendedoras ambulantes, comadronas y tenderas. En ciudades como Londres, Leiden y París, donde las oportunidades económicas eran mayores, las mujeres del mercado eran asertivas, autosuficientes y hábiles en la calle. Allí donde los gremios eran débiles, las mujeres adquirían orgullo profesional en oficios especializados (como las costureras en la Francia del Antiguo Régimen).

El trabajo asalariado se generalizó. La profundización precoz de los mercados de trabajo asalariado y la urbanización rompieron el parentesco y aceleraron la exogamia.

Mapa descriptivo de los marcadores de cuatro tipos de hogares. Mikolaj Szoltysek, Bartosz Ogórek y Siegfried Gruber 2021

Europa sigue siendo patriarcal

El trabajo de las mujeres era en su mayoría poco cualificado, desorganizado y a menudo a domicilio (como la hilatura). Antes de la llegada de los anticonceptivos, los preparados para lactantes, la electricidad y las lavadoras, la vida de las madres se veía interrumpida incesantemente. El 60% de sus años fértiles los pasaban embarazadas o amamantando. Los gritos de los niños se interponían en la búsqueda de oficios cualificados, autonomía económica y amplias redes sociales (más allá de otros parientes y vecinos igualmente marginados).

Los hombres eran mucho más capaces de aprovechar las nuevas oportunidades económicas. Cuando Europa pasó del feudalismo a la comercialización (con una producción a mayor escala y más intensiva en capital), los hombres perfeccionaron sus oficios y viajaron como comerciantes. Los alemanes consolidaron su ventaja creando gremios que monopolizaban las empresas lucrativas y excluían a las mujeres.

El dominio masculino se afianzó mediante una plétora de órdenes fraternales en el gobierno, la judicatura, la religión, la medicina y la universidad. Las mujeres vulnerables, con un capital social más débil, luchaban por protegerse de la persecución. Cuando las iglesias católica y protestante, que competían entre sí, intentaron demostrar su poder superior para proteger a la gente de la brujería, quemaron a miles de mujeres.

La Reforma Protestante

La Reforma Protestante promovió un cambio importante en las psicologías, como explica Joseph Henrich. Mientras que los católicos se remitían a las autoridades religiosas, los protestantes debían leer e interpretar la Biblia por sí mismos. Esta ideología de sola scriptura motivó una mayor alfabetización, así como una prosocialidad imparcial.

Martín Lutero también glorificó algo más: un elemento que Henrich curiosamente omite, pero que también pudo debilitar la lealtad fraternal. Los sermones del siglo XVI enfatizaban cada vez más el amor conyugal y la intimidad, según detalla Stephanie Coontz. Las ceremonias nupciales de la Iglesia de Inglaterra comenzaban con unas palabras que quizá te resulten familiares: “Queridos hermanos, nos hemos reunido aquí ante los ojos de Dios, para unir a este hombre y a esta mujer en santo matrimonio, que es un estado honorable, instituido por Dios en el Paraíso.” Las bodas terminaban con el marido diciendo: “Con este anillo te desposo: con mi cuerpo te adoro; y con todos mis bienes terrenales, te doto”.

En el siglo XVII, las iglesias criticaban a los maridos por no mostrar suficiente amor. El puritano inglés Robert Cleaver sostenía que un marido no debía tratar a su esposa como a una sirvienta, sino actuar de forma que “la regocijara y contentara”. Los cuadros de Frans Hals del siglo XVII encapsulan esta ideología. Al igual que otros pintores del noroeste de Europa, sus retratos familiares muestran parejas y familias nucleares. En un cuadro, el marido sostiene una rosa para su mujer.

La vida no imita necesariamente al arte. Siempre seleccionamos cuidadosamente nuestra forma de presentarnos ante los demás, ya sea encargando cuadros o subiendo fotos a Instagram. Así que no menciono esas obras de arte como prueba de felicidad conyugal. Dicho esto, sugieren que la devoción conyugal era un ideal conyugal. Y contrastan fuertemente con las genealogías coreana, rajput y timúrida, que celebran sistemáticamente el linaje masculino.

Europa y América seguían siendo extremadamente patriarcales

En la América del siglo XVII, los líderes puritanos estaban decididos a oprimir a las mujeres y afirmar su dominio. Las mujeres disidentes fueron silenciadas o exiliadas de la bahía de Massachusetts. En 1672, el Tribunal General de Massachusetts aprobó una ley por la que las mujeres que olvidaran el pudor femenino debían ser “amordazadas o colocadas en un taburete de sumersión por encima de la cabeza y las orejas tres veces”.

Anne Hutchinson transgredió la ley al dirigir reuniones de oración, como un hombre. Cuando habló para defenderse en su juicio por excomunión, el gobernador la hizo callar: “No es nuestra intención disertar con las de su sexo”. Huchinson tuvo un aborto y el ministro declaró que era un castigo de Dios. Generaciones después de la muerte de Hutchinson, los eclesiásticos decían que había infectado a mujeres que “se arrastraban como víboras por todo el país”. Las mujeres problemáticas que desafiaban las restricciones eclesiásticas eran castigadas, desterradas y difamadas. Cuando Mary Oliver recriminó a los ancianos de la iglesia, fue azotada y le pusieron una palo hendido en la lengua. Los periódicos estatales perpetuaban el rumor de que las mujeres desobedientes daban a luz “monstruos”.

El divorcio también estaba prohibido, tanto en la Iglesia anglicana como en la católica. La Revolución francesa concedió a las parejas el derecho al divorcio en 1792, pero en 1816 ya estaba abolido. Las opciones de salida en Europa y Norteamérica siguieron siendo extremadamente débiles hasta mediados del siglo XX. La prohibición del divorcio otorgaba a los maridos un poder de monopsonio. La imposibilidad de irse significaba que él podía ser cruel, violento y terriblemente despótico. No es solo que las víctimas se vieran obligadas a soportar abusos, sino también que él tenía pocos incentivos para ser amable.

Pero los monopsonistas no ejercen necesariamente su poder de monopsonio (como argumenta Suresh Naidu con respecto a los movimientos obreros estadounidenses contemporáneos). Si las parejas se preocupan de verdad por la felicidad del otro, pueden dar prioridad a sus intereses. Si el romance es mutuo e igualitario, puede hacer avanzar la igualdad de género. El retrato de Antoine Lavoisier y Marie Anne Lavoisier en 1788 muestra a un hombre embelesado. En aquella época, ella no tenía derecho de salida, la sociedad en general era patriarcal y las mujeres intelectuales solían ser denigradas. Pero los Lavoisier colaboraron en el progreso de la química moderna.

El amor romántico es un motor infravalorado de la igualdad de género

En las sociedades en las que se aprecia a los hijos varones como futuros proveedores, las novias pueden ser vistas como una amenaza, potencialmente destructora de los lazos familiares. Preocupadas por perder su lealtad, las suegras pueden intentar sabotear el romance conyugal. Si un marido no se preocupa por su mujer, sus deseos le importan menos. En Uttar Pradesh, Anukriti y sus colegas han demostrado que los movimientos de las mujeres pueden verse restringidos por sus suegras. Los hijos se callan y permiten este control debido a la lealtad primordial a sus madres.

Supongamos que una mujer india quiere trabajar. Si su marido da prioridad a la aprobación social, su respuesta puede ser “no”. Esto podría ayudar a explicar por qué la mayoría de las mujeres de los barrios marginales de Bombay aceptaron inicialmente ofertas de trabajo y luego las rechazaron tras hablar con sus maridos. La cultura puede persistir incluso después de la inmigración a países ricos. En Canadá, una emigrante uzbeka contó que su marido nunca le cogía de la mano delante de sus amigos. Sus compañeros veían la intimidad conyugal como una “debilidad”, había cedido demasiado.

Tras dos mil años de evolución cultural (que se remonta a la monogamia grecorromana, las prohibiciones eclesiásticas del matrimonio entre primos y la Reforma protestante), la cultura europea tiende a celebrar el amor romántico. Aunque Occidente seguía siendo extremadamente patriarcal, los ideales románticos eran una baza latente para la igualdad de género.

Cuando el amor es mutuo y ambas partes se preocupan por la felicidad del otro, escuchan y aprenden. Cuando ella dice que cierto lenguaje la incomoda, él toma nota rápidamente, en lugar de enfadarse y arremeter contra ella. Deseoso de que ella prospere, él comparte el trabajo, apoya su progreso profesional y celebra sus triunfos.

Los progresistas suelen celebrar el activismo feminista, pero cada vez hay más datos que invitan a la cautela. La movilización también puede desencadenar reacciones patriarcales. Cuando los estados de EEUU aprobaron la Enmienda de Igualdad de Derechos (ERA), los hombres se volvieron más sexistas. En España, las marchas feministas parecen haber agravado el sexismo y galvanizado votos a favor de la extrema derecha. En la India, la sensibilización sobre cuestiones de género y los grupos de autoayuda hicieron que las mujeres fueran humilladas públicamente. En la colectivista Corea del Sur, donde la afirmación individual está muy mal vista, el movimiento MeToo parece haber desencadenado un sexismo hostil.

Las desigualdades de género suelen explicarse con referencia al trabajo, la riqueza o las normas sociales. Mi mensaje es algo diferente. Pensemos en las emociones: el amor y la lealtad. Mi hipótesis es que un hombre que aprecia a su compañera la pondrá por delante de todo. Un motor potencialmente poderoso de la igualdad de género pueden ser los hombres cariñosos que quieren que las mujeres prosperen y sean felices.

Si estoy en lo cierto, ¿cómo podría promoverse más ampliamente el amor? Pensiones públicas, para reducir la dependencia de los hijos y desalentar el sabotaje matrimonial. ¿Programas de televisión que normalicen el amor romántico y la lealtad? Ahora mismo estoy en la Universidad de Stanford, con la profesora Alessandra Voena, galardonada recientemente con el Premio De Sanctis de Ciencias Económicas y aclamada con orgullo por su marido, el profesor Neale Mahoney.

Así que, en el próximo Día Internacional de la Mujer, ¡hablemos de amor romántico!

Traducción del inglés de Daniel Gascón.

Publicado originalmente en el Substack de la autora.

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Es profesora de ciencias sociales en el King's College London.


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