En El corazón del mundo (Crítica, 2016) Peter Frankopan ha querido escribir “una nueva historia universal”. Frankopan, director del Centre for Byzantine Research de la Universidad de Oxford, se centra en las regiones de Eurasia que formaban parte de las rutas de la seda, donde surgieron los grandes imperios de la antigüedad y las grandes religiones: va desde la expansión de Alejandro Magno a la Guerra de Irak, pasando por las conquistas de los mongoles y las incursiones de los vikingos, por las rutas comerciales del imperio romano o por el ascenso y la caída de confesiones. “Esas rutas son una especie de sistema central del mundo, una red que une y conecta pueblos y lugares, pero que se encuentra bajo la superficie, invisible a simple vista”, escribe.
Al leer su libro uno tiene la sensación de ver algo que ya conocía un poco. Pero elementos que antes eran periféricos se vuelven centrales.
En los estrenos de cine ves a mucha gente haciendo casi la misma fotografía. Pero a veces puedes dejar a los fotógrafos e irte por tu cuenta (el peligro es que no fotografíes lo que hay que sacar, claro). Es lo que he intentado hacer con la historia. En la universidad tienes que conocer con mucho detalle algo muy pequeño. Es nuestro trabajo y es estupendo. Pero a veces dar un paso atrás e intentar unir más cosas es estimulante. Me siento afortunado al explicar una parte de la historia que ha sido muy importante y que no se estudia en el colegio y en la universidad. Me permite reequilibrar la historia, ver que hay algo más en el pasado que ese relato que va de Atenas y Roma para pasar luego a Europa, que se presenta como la fuente de Ilustración y democracia y todo lo que es bueno en el mundo. Es importante que alguien te recuerde que se necesita un horizonte amplio y una perspectiva más general. Además, sean cuales sean tus opiniones, el mundo está en un momento de transición. No es mi trabajo saber qué ocurrirá después, pero para mí lo importante no es tanto el Brexit o la Unión Europea, sino qué ocurrirá en Rusia, en Siria, entre Arabia Saudí e Irán, con China y sus vecinos, en el Sur de Asia. Esa región enorme –una parte del mundo que alberga al 70% de la población mundial, y que tiene fuentes de energía y materias primas indispensables– está cambiando muy deprisa ante a nuestros ojos y no estamos prestando la atención debida.
¿Cómo se documenta para un libro como este? Cubre mucho tiempo y muchas fuentes y lenguas.
Este es el libro que quería escribir algún día. Normalmente intentas escribirlo a los setenta y cinco años. Mi especialidad es el griego medieval, conozco el mundo árabe. Quería explicar que lo importante no es el Occidente de Europa sino el Este. Las grandes religiones vienen de esa región. De ahí surgen las ideas del sentido de la vida, ahí chocan las grandes familias lingüísticas: desde niño me he preguntado qué tiene esa parte del mundo para que parezca un imán. Quería escribir un libro que abarcara desde el 300 hasta el 1600. Me preguntaron si podría llegar hasta la actualidad. Y, bueno, había estudiado ruso en Cambridge, así que había muchos materiales a los que tenía acceso. Pensé: déjame ponerme dos o tres años y luego vemos. En ese tiempo ocurrieron muchas cosas. Estados Unidos desclasificó muchos documentos muy deprisa. Como historiador, necesitas fuentes, y especialmente las que no son muy conocidas. Había materiales desclasificados, WikiLeaks, las cintas grabadas de Sadam Husein que, como todo buen dictador, lo grababa todo. Había otros materiales que podías explicar claramente. Quería escribir algo que conectara Europa, Persia, China, Rusia, el mundo árabe.
¿Tenía algún libro o historiador que le sirviera de modelo?
Lo más importante fue la ficción. De joven leí mucha ficción rusa del siglo xix y principios del xx. Los rusos se preguntaban ansiosamente si eran europeos, cuál era su conexión con Asia, si debían o no ser demócratas, qué significaba ser campesino o trabajador. Mostraban ambivalencia con respecto a las expectativas y se interrogaban sobre cómo creas una economía y una sociedad que funcionen. Luego, Rusia tuvo el desastroso experimento del comunismo: la revolución, la opresión y la hambruna que provocaron decenas de millones de muertos. Theobald von Bethmann-Hollweg, el canciller alemán, dijo justo antes de la Primera Guerra Mundial: el siglo que viene será el siglo de los pueblos eslavos. En esa época todos los países europeos tenían un imperio. Y en los últimos cien años todos esos imperios han desaparecido. Esa idea de transición, el mundo en el que nos sentimos tan preocupados, es un proceso enteramente normal de grandes cambios en el poder mundial.
Es un libro sobre el transporte y el comercio: de mercancías, de ideas, de personas.
Eso nos muestra algo de nosotros como seres humanos. Estamos muy interesados en intercambiar, en aprender. Como especie nos interesan las ideas y cuando alguien llega con distintas ropas, canciones o comida solemos estar interesados. La historia de esta parte del mundo es que a menudo es más interesante hablar y escuchar que matar. Por supuesto, la gente combate, pero a lo largo de dos mil años fue un área mucho más estable que Europa. Entre 1350 y 1950 no hay década en la que no hubiera una guerra europea importante, se luchara en el continente o fuera. Europa fue mucho más inestable. ¿Por qué peleamos mucho más en Europa, y estábamos dispuestos a arriesgar tanto? ¿Por qué hacíamos esos grandes castillos y creamos esas aristocracias, esas familias que controlaban la riqueza y el territorio durante siglos y siglos? No era así en otras partes del mundo. Todavía quedan algunas. En Europa la manera de tratar las cosas era distinta: era el castillo, y no la ciudad, lo que importaba. En Asia, las ciudades, los puertos, las rutas, eran los lugares centrales. La mayor parte del intercambio es muy local. Pero a veces las cosas de valor, la seda o la cerámica o las especias, recorren largos caminos, son caras y raras y dan más beneficio. Es muy interesante ver cómo conectamos y aprendemos, o cómo se convierte el comercio en un imperio (como hicimos en Europa).
Una de las ideas centrales del libro es que la globalización ya existía hace dos mil años.
La diferencia hoy es la velocidad. Es uno de los problemas de la política moderna. No puedes decir: voy a pensar unas semanas en el Brexit y luego diré algo. No, tienes que responder ya. A veces es difícil pararse y pensar. Tras el derribo de un avión ruso en Turquía, muchos pensaron que los países iban a estar distanciados durante más de una generación. Pero en los últimos meses parece que las cosas han cambiado, a una velocidad impensable cuando los mensajes se trasladaban de otro modo. La diferencia hoy no es la globalización sino la velocidad.
Entre las cosas que se transmiten por esas rutas están las religiones.
Todos nos preguntamos por el objetivo de la vida, por la justicia, por qué deberíamos ser buenos, qué es la bondad. Son ideas, como la idea del fin del mundo, que aparecen en todas las religiones. Cuando el cristianismo llega a India y China, algunos explicaban: Buda es más o menos como el Espíritu Santo, la resurrección también es importante. En estas rutas había soldados, viajeros, comerciantes, sacerdotes… Ves iglesias, obispos, arzobispos en Uzbekistán o China antes de que haya cristianos en Escandinavia o incluso en España, por la invasión musulmana. Hay bienes, ideas, enfermedades, adn. En Bristol se pueden recoger restos que dejaron los marineros durante trescientos años. A través de los parásitos puedes ver cuándo la gente empezó a comer algunas cosas, qué enfermedades traían. Un mundo que era muy local y que de pronto se abre a India, al Caribe, a África. Luego Europa Occidental se convirtió en el centro geográfico y el motor económico. Antes habría estado en Damasco, o incluso Constantinopla o Adrianópolis. Ahí estaban los patrones que compraban arte. Hasta el 1500 Europa no fue importante. Pero luego tuvimos cuatrocientos años buenos.
El transporte también era el transporte de las enfermedades.
La peste vino con los viajeros. Cuando trazas el mapa de la gripe aviar y porcina, es asombroso ver cómo se extienden siguiendo las líneas aéreas. Y lo mismo ocurrió con las rutas marítimas y comerciales y la peste negra: un poco más despacio, pero no mucho.
Dice que la peste negra tuvo consecuencias positivas. ¿Cuáles fueron?
Sabemos que la peste negra mató al 25% de la población. Fue un desastre. Pero luego lees los informes tras las muertes. Con la peste negra ocurre un poco como con el ébola: es demasiado rápida, demasiado eficiente. Mata demasiado deprisa como para seguir expandiéndose. Hubo dos años terribles. Pero los veinte años posteriores recuerdan a lo que ocurría tras la Primera Guerra Mundial: voy a morir mañana, así que voy a disfrutar. Hubo una literatura muy eufórica. Además, los ricos que ganaban dinero por alquilar sus posesiones a los pobres encontraban cada vez menos gente para recibir esos ingresos, así que se volvieron más generosos con los inquilinos. La gente que no había muerto era más rica en términos relativos. Como quienes murieron eran los más viejos o débiles, la población estaba mucho más sana. La gente tenía más ganas de viajar, de probar. Esto ocurre también después de las guerras. Pasó tras las guerras americanas o tras las cruzadas. Piensan: seamos generosos. Es en parte lo que sucedió en la reconstrucción de Europa con el plan Marshall. Era: hemos visto un sufrimiento a una escala terrible y tenemos que hacer algo. No vemos la misma reacción en Europa ahora con respecto a Siria o Afganistán o con refugiados e inmigrantes europeos. Sentimos que el mundo es más cerrado y difícil, que hay menos dinero y debemos por tanto tratar peor a la gente.
Su visión de los mongoles es algo más positiva de la que normalmente leemos.
Han tenido la peor publicidad en imperios de la historia, y ya es decir. Son el peor ejemplo. Gengis Kan empieza a ser muy importante en 1205. Treinta años después, están en el centro de Europa. Compara eso con isis. El área que controlan no parece haberse extendido muy rápido. Si cortas cabezas y manos, y crucificas, la gente lucha. ¿Cómo pudieron extenderse tan rápido los mongoles? Se dieron cuenta de que cuando el río suena, agua lleva. Al parecer en Merv, actualmente en Uzbekistán, mataron a todo el mundo. Y cogieron todos los cráneos y construyeron con ellos columnas que se veían de lejos. Tomaron Nishapur, Herat y Balj. Y mandaban un mensaje: puedes rendirte o terminar como ellos. Resiste o acéptanos y te trataremos bien. Había dos preguntas frecuentes entre quienes se rendían: ¿Podremos mantener nuestra religión? La respuesta era: Sí, no nos importa, un hijo de Gengis Kan es cristiano, o Gengis Kan tenía un tutor que era judío, o algunos mongoles son musulmanes. Protegeremos vuestra religión. Y la segunda: ¿Tenemos que pagar más impuestos? La respuesta era: No, pagaréis menos, pero a nosotros, en vez de a vuestro señor. Y mira lo que hicimos en Samarcanda, trajimos a los mejores artesanos y construimos una ciudad maravillosa. Por eso los mongoles tuvieron tanto éxito. No encontraron mucha resistencia. Eran muy buenos administradores, capaces de recoger impuestos de Corea a Hungría. Hay palabras rusas para dinero o aduanas que tienen origen mongol. La idea de la banda de asesinos y violadores tiene algo de verdad, pero no es todo.
El tratamiento de los mongoles en el libro parece más indulgente que el de los colonizadores occidentales, tanto en la Edad Moderna como en el siglo XX.
Puede ser. Tengo que utilizar el material disponible. Los mongoles no escribieron historias. Los archivos rusos se abrieron brevemente. No puedo ver el lado ruso. En cambio las historias militares estadounidenses o británicas son más accesibles. Parece que en los últimos cien años predomina la visión centrada en los errores de Occidente. Pero muéstrame dónde fue bien la política occidental en Afganistán, Irán, etc. Es muy difícil ver dónde acertaron. El siglo xx, además de las guerras mundiales, del fascismo y el comunismo, del surgimiento de un nuevo régimen imperial en Irán, de intervenciones entre los cincuenta y los setenta para instalar gobiernos títeres. Es justo decir que se prestó una atención intensiva y es difícil ver en qué acertamos. Con suerte esto cambiará.
Con respecto a España o Portugal, piensa en Portugal: un país orgulloso y pequeño con un imperio inmenso. Entre las fuentes que cito en el libro, hablo de un viajero polaco que fue a Portugal en 1450 y dijo: los portugueses son muy ricos pero tienen malos modales, los hombres son feos y las mujeres tienen unos culos enormes. Utilizo la voz de mucha gente que vio ese mundo y que escribió de lo que consideraba importante. Yo solo introduzco su voz para que la gente la oiga. Pero cuando tienes a alguien como Bartolomé de las Casas, su voz es mucho más importante que la mía. Aunque es incómodo leer desde una perspectiva europea, mi propósito era explicar lo que los europeos intentaban hacer. Les motivaban el poder, el beneficio, el dinero, el mejor acceso al comercio.
Los viajeros son muy importantes en el libro. Muchas veces, alguien llega a un sitio y explica las costumbres de otro lugar.
Lo que me gusta de los escritores es que se equivocaban. Uno dice: hay melones del tamaño de personas en España; los budistas van a La Meca. Los seres humanos cometen errores. Pero el hecho de que la gente en China quería información sobre España o La Meca es en sí interesante. Se habla de noticias falsas en la actualidad, pero no es nuevo. Hay quien decía que cortabas una oveja y salían veinte de ella. Somos un animal con mucha inventiva. Es fascinante (y divertido) encontrar las fuentes.
Los musulmanes fueron derrotados en Poitiers en el 732 y no volvieron a intentar invadir Europa. Usted dice: quizá porque no había nada interesante que conquistar.
En Europa no había especias ni oro ni nada. Había algo de plata en España, pero no mucha; había un poco de petróleo pero entonces no tenía importancia. Una de las razones por las que lucharon tanto los europeos es que no había tantas diferencias, ni tanto por lo que luchar. A menudo se dice que los profesores de la universidad pelean tanto porque no hay mucho por lo que pelear. Nos hicimos buenos en hacer y romper castillos, en construir y destruir barcos. La ciencia y tecnología militar siempre han estado muy conectadas. En el colegio los niños estudian a los romanos y luego todo queda en silencio durante siglos. Pero ocurrían muchas cosas importantes. Luego nos volvemos a interesar por la historia cuando aparecen hombres luchando por Dios, con armaduras, y es curioso porque en nuestro mundo la gente dispuesta a matar por Dios se presenta de modo muy distinto. Pero Europa no empieza a moverse hasta mediados del siglo XV, cuando comienza a avanzar hacia todas las cosas maravillosas europeas: tolerancia, democracia… Ha sido un camino muy largo. Mucha gente habla ahora de retirar algunas de esas libertades, de renunciar a la idea de que uno es igual a otro pese a su religión, cultura o color. Hay una amenaza contra estas ideas. Es un momento difícil. La historia te enseña a plantearte estas preguntas de manera más calmada. Esto no es algo súbito, es una enfermedad que llevamos incubando desde hace tiempo.
En la parte final del libro dice que esta parte del mundo va a recobrar su lugar central.
En 2013 los chinos anunciaron el “One Belt, One Road”. Han metido un trillón de dólares en infraestructura. Están teniendo una visión muy plural. No es una ruta de la seda sino muchas, no hay una sola. Es bastante impreciso, abierto. Los chinos ponen mucho dinero en Asia y África: para proteger sus necesidades; porque tras una fase muy introvertida el país está en una fase muy abierta, ya que si han de ser importantes es mejor vivir en un buen barrio; y porque sienten que ahora hay un vacío, con la retirada de Estados Unidos y los problemas de la Unión Europea. Cada vez más, aspiran a un papel de superpotencia. Por supuesto, hay inversiones más complicadas que otras, los precios del petróleo y el gas han cambiado cosas. A veces los chinos son impacientes y quieren hacer las cosas más rápido de lo que es realmente posible. Pero la construcción china de redes de vecinos, amigos y relaciones a largo plazo es, para mí, lo más importante que está sucediendo en el siglo XXI. En Europa hemos olvidado cómo se hace. Desde Turquía al Extremo Oriente no tenemos un solo amigo. No hay diplomacia, hay algo de inversión y negocios importantes pero políticamente no estamos implicados. Y esto tiene que ver con la historia. Esta región es importante, y no darnos cuenta nos pone en desventaja.
Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).