Las libélulas de Porfirio Díaz

Cuando a un mexicano poderoso le da por la elegancia debe esperarse lo peor, y luego ver cómo lo empeora.
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Preparo un librito sobre revistas literarias mexicanas del siglo pasado. Al repasar una de ellas, Savia moderna (1906), me topé con un artículo curioso: “El arte decorativo. Sala de armas del Presidente de la República” que se puede ver en línea. Carece de firma, pero seguramente se debe al pintor Antonio Fabrés, que era el director de la Academia de San Carlos y el encargado de diseñar la tal sala de armas en la casa que tenía el dictador en la calle de la Cadena.

Esa sala de armas es la prueba contundente de que cuando a un mexicano poderoso le da por la elegancia debe esperarse lo peor, y luego ver cómo lo empeora. 

En su libro El exilio: un retrato de familia, Carlos Tello Díaz describe esa sala:

Lucía, entre sus objetos, pieles de tigre, panoplias de acero, arañas de mil luces, juegos de lanzas, grabados a color de la batalla de Sedán. Los nietos del general, por el azul de sus vitrales, la llamaban el cielo. Era todo muy extraño. En el centro, horroroso, un monstruo de bronce, con las fauces colmadas de balas de cañón, separaba las alas para representar la guerra.

Savia moderna aporta unas fotografías y ofrece disculpas porque “no dejan apreciar en toda su grandiosidad” la sala, pero agrega elocuentes descripciones: la “armazón” de todo el espacio es una “plancha de cobre oxidado verde que también se ha empleado en los muebles, excepción hecha de los divanes, que se componen de tres cañones”; cuenta que hay unos balcones de acero y cristales de tres metros y medio de altos que “están esmaltados a fuego, son de un color azul oscuro y lucen plumas de pavorreal” que se ven así:

Junto a esos balcones y ventanas hay unas panoplias de acero también, y platos con hoja de espada “de oro viejo mate”. Luego hay unas vitrinas con “armas preciosas, varias de ellas incrustadas en brillantes”; el escritorio es un “cofre forrado de piel de Rusia, cubierto por bisagras doradas; de él sale un monstruo, representación de la guerra, que extiende sus alas de color verde de bronce antiguo”. Este monstruo de la guerra tiene unas garras de “oro bruñido” que se apoyan en “grandes cañones de acero” y que, francamente, les quedó la mar de mono:

 

 

 

 

 

 

El monstruo de la guerra ruge aún más fuerte cuando se le mira con sus ayudantes, en una foto hallada en la internet:

Iluminan la sala tiene “centenares de focos muy hábilmente distribuidos”. El techo también se cubre con planchas de bronce, y entre ellas hay “bajorrelieves de oro mate con trofeos compuestos de lanzas, espadas, rodelas y cascos, con penachos de plumas”. En su centro hay un tragaluz de vidrios esmaltados que muestra al sol y a la luna, mientras que en su marco, cubierto de cristales de color violeta oscuro, “campean estrellas blancas de todos los tamaños y en los cuatro lados otras tantas inmensas libélulas con alas de cristales de muchos colores”:

¿Libélulas? Vaya, por fin puede saberse qué son esas chingaderas. Pero, ¿y qué demonios tenía don Porfirio con las libélulas? Y bueno, pues los diccionarios convencionales dicen que las libélulas simbolizan poder para transformarse, habilidad para adaptarse y disposición al cambio. Por lo menos a dos sí les atinó… 

En la última fotografía se aprecia la panoplia central:

 

 

 

 

 

 

De nuevo la libélula rodeada de espadas, y con una guardia de honor de grandes balas de cañón, pero ahora metamorfoseando, como abriéndose para que nazca entre ellas algo cuya naturaleza no logra adivinarse: ¿el Santo Grial? ¿el PRI?, ¿doña Carmen Romero Rubio?

Qué cosa más extraña. Un delirio art bubó mezclado con chafarroco que podría haber sido escenario de una película futurista de 1930 que se trataba de que Flash Gordon le echa flit al villano Kuh Khrach que vino del planeta Oajakh.

Tello Díaz cuenta que todos los objetos de la sala de armas fueron vendidos a un señor Walter Douglas, industrial ferroviario, que luego los donó a a su escuela, el Royal Military College de Canadá.

Qué tonto señor Douglas. Hubiera guardado todo y reproducido la sala tal cual y ganaba la bienal de Venecia de 2018, o se la vendía con ganancia a cualquier gobernador mexicano.

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Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.


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